A partir del siglo XI tuvo lugar una verdadera explosión constructiva en Europa que hizo que, por ejemplo, solo en Francia se edificaran ochenta catedrales en apenas un siglo. En todas partes se requerían buenos constructores para llevar a cabo la multitud de obras que se acometían en todas partes tanto de tipo religioso como civil y militar.
Ello supuso un auge de edificaciones que no se veía desde tiempos del Imperio Romano y, naturalmente, la proliferación de cofradías o gremios de todos los oficios dependientes de esta actividad: desde los herreros que fabricaban los cinceles, malletes y bujardas a los carpinteros encargados de fabricar las estructuras de madera necesarias para llevar a cabo las obras y pasando por cordeleros, plomeros, caleros, alfareros, más un larguísimo et cétera. Sin embargo, los que más fascinación nos despiertan en nuestros días son los canteros los cuales, quizás por el hermetismo con que guardaban y transmitían sus conocimientos o por lo cerrado de su organización gremial, nos dan una imagen de misticismo que muchos relacionan con el esoterismo o incluso el ser los herederos de la sabiduría más arcana de los tiempos más remotos de hombre.
Sin embargo, colijo que en esto hay más mito que realidad, y que su empeño en guardar con tanto celo sus conocimientos era una mera forma de impedir intrusismos y, más importante aún, gozar de ciertos privilegios aprovechándose de la gran demanda que tenían sus servicios. A su vertiente legendaria ayuda, naturalmente, el hecho de que muchos de sus conocimientos y técnicas fueron tan bien guardados que actualmente aún nos resultan un completo enigma a pesar de la gran cantidad de estudios llevados a cabo sobre estos peculiares personajes. En cualquier caso, merece la pena estudiar su fascinante mundo y lo que se sabe de ellos, que no es moco de pavo, así como de las increíbles habilidades que tenían para construir los edificios más impresionantes que han llegado a nuestros días. Veamos pues algunas curiosidades bastante curiosas sobre ellos...
Cinceles de cantero. En ellos se aprecian las marcas de sus dueños |
Curiosidad 1: El término francmasón, sobradamente conocido por todos, tiene un peculiar origen al parecer bastante remoto. En el EDICTVS ROTARII del año 643 se hace referencia a la concesión de una serie de privilegios a unos MAGISTRI COMMACINI, que en el latín usado por los longobardos que elaboraron el texto es aplicable a maestros "cum mako" o "cum machina". La palabra mako provenía del franco-germano makon, que significa construir, y de ahí evolucionó a maçon que, en francés medieval e incluso hoy día, significa constructor. Así pues, tenemos que frank maçon no significaba otra cosa que constructor franco, o sea, libre, ya que no estaban sujetos a servidumbre de ningún tipo y ofrecían sus servicios a quienes les daba la gana.
La escuadra y el compás, símbolos de la masonería |
Curiosidad 2: Las logias, esos antros de perversidad donde los malvados masones se reúnen para tramar conspiraciones y tal, eran originariamente unos simples cobertizos en los que los canteros realizaban su trabajo protegidos de las inclemencias del tiempo o se reunían cuando tenían asuntos que tratar. Así mismo, eran también llamadas "Casas del yeso" debido a que los maestros usaban una capa de ese material extendida en el suelo para plantear sus diseños, para lo cual solo necesitaban dos útiles: la escuadra y el compás. Con esas simples herramientas eran capaces de levantar una catedral gótica de cinco naves como si tal cosa.
Curiosidad 3: Todos los gremios de la época solían tener su argot o jerga propios. Naturalmente, los canteros también pero mucho más complejo debido a la necesidad de poder comunicarse con colegas de otras naciones sin tener problemas con las barreras idiomáticas. Llegaban al extremo incluso de adoptar el lenguaje de signos que usaban los monjes que, debido al voto de silencio, no podían hablar. Todo ello contribuyó, como podemos imaginar, a dar pie a su faceta misteriosa y más en una época en que casi todos eran iletrados mientras que muchos canteros sabían leer y escribir.
Levantando un plano |
Curiosidad 4: El término "levantar un plano" significa actualmente dibujar un plano. Pero para los constructores era pasar el plano, o sea, la imagen plana del edificio, a una imagen tridimensional. Para ello eran precisos unos conocimientos muy profundos de geometría y aritmética, por lo que solo los maestros eran capaces de ello. De hecho, saber levantar un plano era una de las pruebas que los oficiales aspirantes debían pasar para ascender a maestros, y bajo ningún concepto podían comunicar a nadie dichos conocimientos salvo a los aspirantes. El proceso de levantado era además un tanto peculiar ya que, tras diseñarlo a escala, lo pasaban a tamaño real en el lugar donde debía construirse el edificio.
Curiosidad 5: El término "orientar" proviene también de los canteros constructores. Cuando recibían el encargo de edificar una iglesia tenían que buscar la posición habitual de las mismas, de este a oeste. Así pues, al buscar el este "orientaban" el edificio, es decir, en dirección hacia oriente, que es como en aquella época se denominaba ese punto cardinal. El norte era el septentrión, el sur mediodía y el oeste poniente. Por otro lado, algunos estudiosos han constatado que las cabeceras de muchas iglesias están orientadas hacia el punto del horizonte por donde sale el sol el día exacto de la festividad religiosa o del santo al que está dedicado el templo. O sea, que si estaba bajo la advocación de, por ejemplo, Santiago, que cae en 25 de julio, se hacían los cálculos precisos para que la cabecera de la iglesia estuviera orientada justamente hacia ese punto del horizonte.
Curiosidad 6: El estatus social de los maestros constructores estaba muy por encima del de un maestro artesano de cualquier otro gremio. De hecho, era representado muchas veces junto al mismo rey mientras que éste revisa las obras. Por otro lado, era habitual que obtuvieran permiso para tener enterramiento en catedrales o iglesias de postín, cosa que en aquellos tiempos solo se podían permitir, aparte de la realeza, los nobles y el clero. En la ilustración de la derecha podemos ver claramente como el maestro de obras camina tras el monarca con sus inseparables escuadra y compás. Otro detalle habitual era representarlos con guantes, lo que indicaba que no era un trabajador manual.
Maçon autoretratado en el apostolario de la iglesia de Revilla de Santullán. En la cartela figura su firma: MICAELIS ME FECIT (Me hizo Miguel) |
Curiosidad 7: Tras cuatro años de aprendizaje se podía optar al grado de oficial, denominados en este gremio como compañero o maçon. Si se quería optar a maestro eran precisos cinco años más en los que, además de aprender geometría y matemáticas, debía también estudiar trigonometría, carpintería, ingeniería e incluso derecho a fin de saber en todo momento como acometer cuestiones de tipo legal: contratos, indemnizaciones, servidumbres de paso y un largo etc. Cuando el aprendiz era ascendido a compañero recibía además su marca personal que era diseñada por su maestro y la cual no podía cambiar bajo ningún concepto. Estas marcas, por buscar un símil actual, eran como los signos y sellos notariales, que quedan registradas en sus colegios profesionales y que son la garantía de que el documento ha pasado por sus manos siendo firmados, rubricados, signados y sellados.
Presentando las dovelas de un arco sobre una plantilla |
Curiosidad 8: Estas marcas personales no solo servían para identificar quien había tallado tal sillar o dovela y contabilizar su trabajo, sino también para, caso de tener la pieza algún defecto, tener claro quien era el responsable. Los constructores tenían unas normas sumamente estrictas en todos los aspectos, y entre ellas estaban las multas por fallos en el trabajo. Un sillar que no encajaba bien ralentizaba la obra mientras se reparaba, y eso no se perdonaba. Es más, en ocasiones se recurría incluso a los castigos físicos y debían pasar toda la noche volviendo a tallar la piedra defectuosa, la cual tendría que estar incuestionablemente terminada al día siguiente cuando se daba el primer martillazo que indicaba el comienzo de la jornada.
Marca de donante que representa una ballesta de estribo |
Curiosidad 9: Además de las marcas personales, en muchos sillares se pueden ver otro tipo de marcas, cada cual con su cometido. En los ángulos de la piedra se grababan señales que indicaban a los albañiles datos concretos acerca de la colocación de la piedra, como por ejemplo que debía ir un poco separada del sillar de al lado o, por el contrario, ajustado al mismo. Eran las llamadas marcas auxiliares. Luego tenemos unas marcas que se suelen confundir con las del cantero, y son las de los donantes que costeaban la fabricación de la piedra en cuestión. Era habitual, como ya sabemos, que los templos se construyeran a base de donaciones; aunque era la realeza o la nobleza la que soportaba la mayor carga, la gente del pueblo también intentaba ayudar dentro de sus posibilidades. Así pues, podemos ver marcas de lo más peculiares como, por ejemplo, un hacha porque el donante era un leñador, o una ballesta porque era militar, etc. Para entender esto debemos ponernos en el contexto de una sociedad que tenía un terror inaudito a palmarla y no ir al Cielo. De ahí que la devoción y la fe estuvieran tan acendrados en la gente.
Dos canteros fabricando sendos sillares. Obsérvense las escuadras, imprescindibles para escuadrar correctamente el sillar |
Curiosidad 10: El "tour" de Francia ya sabemos en qué consiste: mogollón de ciudadanos bastante canijos montados en bicicleta con jeta de sufrimiento atroz y camisetas de colorines echando literalmente los bofes por la verde Francia (Dios maldiga al enano corso). Es además la competición ciclista más antigua del mundo, ya que data de 1903. Bien, pues al parecer se inspiró en el "tour" de los compañeros, o sea, un viaje por todo el país que se realizaba cuando se ascendía a oficial con el fin de ampliar e intercambiar conocimientos, aprender diferentes estilos y, por supuesto, habituarse a la vida nómada ya que no debemos olvidar que las cuadrillas de canteros solían ir de un lado a otro en busca de trabajo. Estos viajes de estudios solían durar entre dos y cinco años, en los cuales se hospedaban durante temporadas en los locales que tenían las hermandades de constructores en las ciudades por donde pasaba. El viaje debía iniciarse en Lyon, que era la capital de los constructores, y pasar obligatoriamente por cuatro ciudades: Burdeos, Nantes, Orleans y Marsella, donde finalizaba el "tour". Además de estas paradas obligatorias solían pasar por poblaciones con grandes templos, tales como París, Toulouse, Nimes o Dijon. Gracias a estos viajes, los conocimientos de oficiales que con el tiempo llegarían a maestros se extendieron por toda Europa, dando lugar a los edificios más grandiosos desde que el Imperio Romano se fue a hacer gárgaras.
Bueno, valgan estas diez curiosidades curiosas para estimular a vuecedes a aprender algo sobre estos enigmáticos picapedreros. Francamente, merece la pena.
Hale, he dicho
Con las herramientas que aparecen en la foto se podía edificar una iglesia como quien prepara unas judías pintas con chorizo del bueno |
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