jueves, 29 de febrero de 2024

Historias de la mili. La gilipollez también se paga, y cara

 


Ese chisme que ven en la foto superior es una pistola Star modelo A de calibre 9 mm. Largo o, si los puristas lo prefieren, 9 mm. Bergmann o 9x23 mm., es decir, un cartucho con una bala de 9 mm. de calibre y una vaina de 23 mm. de largo. Así, a bote pronto, muchos la identificarían como una Colt 1911 A1 y, ciertamente, no estarían muy desencaminados tanto en cuanto el diseño de la Star estaba sumamente inspirado en el de la mítica pistola yankee. Básicamente, sus mecanismos y funcionamiento eran similares salvo en un detalle: la española carecía de seguro de empuñadura- un accesorio que a mi entender no sirve de nada- y la yankee sí, quizás porque cuando se diseñó a principios del pasado siglo todo quisque usaba revólver y convenía que el personal se habituara a empuñar correctamente el arma para no soltarle un balazo al cuñado más cercano. La Star era una pistola espléndida, sólida, fabricada íntegramente por mecanizado, no a base de microfusión o polímeros. Era un tocho de 1 kilo de peso que nunca fallaba aunque tuviera mugre a espuertas, y alojaba un cargador con capacidad para 8 cartuchos, suficientes para liquidar a 7 enemigos y dejar la última bala para ti si las cosas se ponían chungas porque, junto a los 7 enemigos difuntos, había 84 más vivitos y coleando dispuestos a convertirte en pinchitos morunos.

Bien, esa era el arma corta reglamentaria en el Ejército del Aire, actualmente también del Espacio (¿o era de la Galaxia?) por obra y gracia del autócrata megalómano y alevoso que nos tiraniza, en la época en que ocurrió esta historia de la mili. De hecho, fue la coprotagonista. Veamos...

INTROITO

A los probos guripas que eran destinados a la Policía de Aviación se les sometía a un breve pero intenso entrenamiento dedicado exclusivamente a cuestiones derivadas con el servicio que iban a prestar. Prácticas de tiro con pistola y subfusil, reducción, cacheo y conducción de presos, algunas nociones de defensa personal incluyendo técnicas para estrangular, degollar y romper cuellos ajenos, y a un manejo más enjundioso de las armas que a los guripas normales que, salvo durante las prácticas de tiro durante el período de instrucción, solo volverían a tocar un CETME para el llamado "martes militar", un día en el que el resto de escuadrillas se paseaban un rato por el patio de armas para no olvidar como marcar el paso o marchar en formación con el fusil al hombro. Obviamente, se llevaba a cabo los martes.

Bueno, pues una de las cosillas que enseñaban en la policía, y en la que los instructores insistían bastante, era que, en caso de encañonar a alguien, sobre todo si se hacía con una pistola, se mantuviera una distancia tal que, en caso de despiste, el enemigo no pudiera agarrar el arma. En el caso de la pistola se debía, no solo porque podría arrebatártela, sino porque podría incluso impedirte disparar por una cuestión mecánica: si empujaba la corredera hacia atrás los escasos milímetros que permitía el arma estando amartillada, desconectaría el disparador, y por mucho que apretases el gatillo no se produciría el disparo. De ese modo, mientras uno apretaba el gatillo como un poseso pero infructuosamente, el enemigo podría patearte bonitamente, derribarte y, una vez reducido, te quitaba la "cacharra" (pistola en argot castrense) y te volaba los sesos con tu propia arma. 

Forma correcta de empuñar el arma a una mano. Por cierto
que el pellizco que te daba el martillo al retroceder la corredera
cuando disparabas era asaz doloroso

El sargento Mostachos, un suboficial bastante chulesco, desagradable y con aspecto de bandido mejicano o esbirro de Pancho Villa, se encargaba de demostrarlo tomando una pistola- sin munición, obviamente- la amartillaba y, a continuación, apretaba el extremo de la corredera con la palma de la mano izquierda. A continuación apretaba el gatillo y, en efecto, no disparaba. Luego, señalaba como voluntario al guripa con jeta de seminarista más birrioso del grupo, le ordenaba encañonarlo y, finalmente, mostraba al personal como, agarrando la muñeca de la mano derecha y propinando un fuerte empujón al arma, el seminarista birrioso no podía disparar para, finalmente, ser derribado haciéndole un barrido para provocarle una costalada clase A-extra superior. En resumen, a todo el personal le quedaba bastante claro que, caso de tener que encañonar a algún malvado, lo más sensato era situarse al menos a un par de metros, y caso de que el malvado intentase avanzar, pues se le soltaba un balazo en plena jeta y a otra cosa, mariposa.

Bien, llegados a este punto, más de uno se preguntará qué carajo tienen que ver la dichosa pistola y la instrucción policial con la gilipollez palmaria que, por desgracia, campa a sus anchas por el planeta desde que Caín apioló al memo de Abel pensando que, como solo había cuatro habitantes en la Tierra, no habría testigos del parricidio. Pues a eso vamos...

HECHOS

Pocas cosas hay más aplatanantes y aburridas que una guardia. Las dos horas de puesto se hacen eternas. Miras el reloj, al cabo de un laaaargo rato vuelves a mirar, y resulta que la jodida manecilla del minutero solo ha avanzado un palito o dos. Cuando por fin llega el relevo, el relevado siempre protesta enérgicamente porque le han "rateado" (en argot, han llegado tarde, endosándole unos minutos extra de puesto), mientras que el cabo de guardia lo manda a callar so pena de mandarlo a fregar las letrinas antes del cambio de guardia. Eso sí, las dos horas de descanso pasan volando, bicheando con mirada lasciva revistas de señoritas frondosas en pelota picada con las hojas mugrientas y especialmente manchadas por la zona del póster central, jugando a las damas o, simplemente, dormitando un rato o zampándote el bocata que mamá te ha preparado con todo su cariño para que no caigas víctima de una hipoglucemia por currar tanto.

Durante la noche, como suele estar oscuro y nadie te ve, pues el personal se entretenía fumando- eso sí, ocultando el clavillo con la mano para que no te vieran a dos kilómetros- o escuchando la radio con un pinganillo. En aquella época, cada guripa tenía su transistor sí o sí. Hoy día, con los esmarfones esos, un regimiento enemigo se colaría en una base mientras el centinela intercambia guasas llenos de pasión con su novia, que le responde con fotos de sus maravillosas y turgente tetas que el guripa le devuelve con otras mostrando su miembro viril morado como una berenjena y tieso como un ariete. Eso daría como resultado un apareamiento o coito virtual que, las cosas como son, harían las dos horas de puesto más... gratificantes.

Pero en aquellos tiempos no había esmarfones y las novias eran muy decentes y no mostraban sus tetas así como así, por lo que el único recurso para combatir el aburrimiento era escuchar programas deportivos en los que solo se hablaba de balompié o, caso de un calentón, sacar del bolsillo alguna foto cochina y recurrir a la autoayuda manual para aliviar los humores viriles que, con 18 o 20 años, son abrumadoramente irritantes. Sin embargo, el centinela de Acceso Base lo tenía crudo. Como pueden ver en la foto de cabecera de mi relato anterior, dicha garita estaba junto al cuerpo de guardia, por lo que no podía fumar ni escuchar la radio, no fuese a aparecer el oficial de guardia a estirar las piernas y te metiera un paquete. Además, en los turnos de día, ese puesto lo cubría una pareja, pero de noche había un solo centinela porque, como no había movimiento de personal, no hacían falta dos guripas para controlar y anotar en el estadillo los que entraban y salían. Resumiendo: el fulano de Acceso Base se aburría como un galápago. Su única ventaja era que jamás le rateaban porque estaba a 15 metros del cuerpo de guardia y el relevo siempre era puntual.

Bien, tras ponernos en contexto, demos paso al otro protagonista de esta historia, el soldado que llamaremos Obtuso. El soldado Obtuso era un ciudadano extremadamente enjuto, de esos que cuando caminan parecía que el uniforme flotaba solo. Piel tan pálida que podría leerse la Biblia a través de su mano y un bigotito que más bien parecía un desfile de hormigas que la densa pelambre subnasal del sargento Mostachos. Obtuso estaba destinado en el tercer turno, que era el que entraba de guardia a las 23:00 horas y era relevado a las 07:00. Dentro del turno, Obtuso estaba destinado precisamente a Acceso Base, por lo que tenía garantizados dos períodos de dos horas cada uno en los que ni siquiera podía sentarse dentro de la garita ante el riesgo de quedarse dormido y ser despertado con el colchón a cuestas camino del caleto (el calabozo), donde pasaría un mes entero mirando al techo y con la fecha de la licencia tres meses más lejos. 

Aparte de eso, Obtuso era de esos malos ciudadanos que detestaban el servicio militar, y si se alistó como voluntario fue para quedarse en Sevilla y no verse enviado a la otra punta de España. Y encima de que odiaba profundamente la mili, van y lo destinan a la Policía, y dentro de la Policía al tercer turno, y dentro del tercer turno, a Acceso Base. Es obvio que el karma del soldado Obtuso se cebó con él, porque hasta los guripas de Torre Cooperación o Garita Sur- que eran como estar en mitad de la nada- lo pasaban mejor con sus transistores y fumando Celtas o Winston de contrabando a porrillo.

Un mal día, no quedó claro si como consecuencia del aburrimiento o con la intención de obtener una baja prematura en el ejército, a Obtuso no se le ocurrió otra cosa que comprobar si aquella historia que contaba el sargento Mostachos acerca de que, si se apretaba la corredera, la pistola no disparaba, era cierta. Pero Obtuso, haciendo honor al mote que le he puesto, no se limitó a amartillarla con la recámara vacía, sino que la cargó. A continuación apoyó la palma de la mano derecha- ojo, era diestro, por lo que era su mano útil- empuñando la pistola con la izquierda. Apretó la corredera, apretó el gatillo y, no se sabe cómo, la advertencia del sargento Mostachos se mostró totalmente invalidada. Un estampido, aumentado por el silencio de la noche, se vio seguido de los alaridos de Obtuso, que con los ojos abiertos como platos contemplaba su mano hecha una auténtica mierda.

Movida gorda. El teniente, el sargento, los dos cabos de guardia y resto del personal salieron en tromba del cuerpo de guardia por si el enemigo había hecho acto de presencia, pero lo único que vieron fue al memo de Obtuso dando berridos y chorreado sangre. Tras unos breves balbuceos con los que Obtuso quiso explicar que las clases del sargento Mostachos eran falsas, llamaron a la ambulancia, le envolvieron la mano con una toalla y se lo llevaron echando leches al hospital militar porque aquello no se solucionaba en la enfermería cuartelera echando un par de puntos. 

Colijo que Obtuso no debió calcular acertadamente las consecuencias de su absurdo experimento. Imagino que pensó que la bala le atravesaría limpiamente la mano y que se tiraría un mes o dos de baja. Luego, siempre podría alegar que no podía moverla bien, que le dolía mucho y blablabla. Uséase, pasar las revisiones en base a síntomas que nadie podría rebatirle y cumplir lo que le quedaba de mili de baja ambulatoria, es decir, quedarse en su casa rascándose los cojones hasta que llegase la fecha para recoger "la blanca" (en argot, la cartilla militar) y licenciarse. Sin embargo, aquella malvada recubierta de latón y con un peso de apenas 125 grains (8'10 gramos) le hizo puré la mano. Aunque, por ser munición blindada, la bala no se deformó al atravesar la mano, sí le hizo un desgarro bestial, llevándose por delante la maraña de tendones, huesecillos y ligamentos que tenemos en las manos hasta el extremo que de que le hizo un orificio de salida en estrella.

Para los que no vean qué relación tienen las estrellas con el agujero que hace una bala, observen la foto de la izquierda. La bala, que sale a unos 350 metros por segundo, arrasa con todo, y más cuando se trata de un disparo a bocajarro. Todas las menudencias óseas y cartilaginosas de la mano son desgarradas, y la piel  se rompe en jirones de la forma que ven en la foto. A ello, sumarle el destrozo en los vasos sanguíneos que, aunque de poca relevancia en una mano, pueden provocar una severa hemorragia. Está de más decir que a Obtuso lo tuvieron un laaargo rato metido en un quirófano, donde un cirujano intentaba recomponer el puzzle en que se había convertido la manita del gilipollas aquel. Una vez recompuesto- más o menos- lo que quedaba medianamente entero porque tuvo pérdida de masa ósea y de tendones que hubo que empalmar, el diagnóstico no pudo ser más demoledor: aquella mano ya era historia. Tras un largo proceso de rehabilitación y dedicando todo el día a apretar una pelotita de goma, a lo más que llegaría, no sin esfuerzo, sería a coger un vaso sin derramar el agua o coger objetos ligeros, pero que si pretendía tocar el piano o, simplemente, escribir, ya se podía ir olvidando. Más aún, le recomendaron que se comprara varios cuadernos de esos de la Editorial Rubio para hacer palotes e ir aprendiendo a usar la mano izquierda, porque empuñar un simple lápiz con la derecha ya no sería posible.

Y, ojo, aún quedaba un hilo suelto que seguro que el soldado Obtuso no tuvo en cuenta. Fueran cuales fuesen sus intenciones- probar la veracidad de las teorías del sargento Mostachos o largarse del cuartel por la vía rápida- la cuestión es que Obtuso había perpetrado un delito severamente castigado por el Código de Justicia Militar: autolesionarse para eludir sus obligaciones. Eso podía saldarse con varios años de huésped en un castillo, y en caso de guerra ser pasado por las armas tras un consejo de guerra sumarísimo de apenas media hora de duración. La cosa estuvo bastante chunga hasta que, finalmente, los mandamases optaron por aceptar pulpo como animal de compañía. Al memo aquel le quedaban tres o cuatro meses de servicio, y para librarse de ellos se arruinó la mano de por vida, así que lo tomaron como una herida accidental y lo mandaron al carajo. Total, en el pecado llevaba la penitencia. Una vez dado de alta, solo tenía que ir al cuartel cada quince días a pasar una revisión en la enfermería para comprobar que, en efecto, la mano seguía hecha una mierda inútil, completamente muerta. Una vez comprobado que Obtuso no podía ni limpiarse el culo con esa mano le firmaban el parte y se largaba a su casa.

Y concluyo: uno de esos días coincidí con él. Yo estaba apostado precisamente junto a la garita de Acceso Base a la caza y captura de soldados desarrapados cuando vi venir a Obtuso, que hasta saludar militarmente le quedaba fatal cuando se llevaba al gorro aquella cosa achuchurría que tenía al final del brazo. Le pregunté por su salud y tal, y por lo visto tenía una depresión de caballo. Me enseñó la mano y se me pusieron los cojones del tamaño de perdigones cuando vi cómo le había quedado el dorso. Mostraba una estrella irregular de seis puntas que abarcaba desde los nudillos hasta la muñeca y desde la base del pulgar hasta el canto. Lo dicho, una mierda de mano. Me hice cargo de que tenía motivos para deprimirse pero, por consolarlo, le dije que peor habría sido perderla enterita o algo peor.

Poniendo jeta de pesadumbre, me replicó que se lo tenía merecido por imbécil, y más jodiéndose la mano derecha porque el trabajo que le esperaba una vez licenciado ya lo había perdido. ¿Qué cuál era? Taquimecanógrafo. 

Obviamente, un ciudadano con una mano muerta puede ejercer muchos oficios, pero la taquimecanografía o tocar el acordeón, como que no. Total, moví la cabeza solidarizándome con su pesadumbre, le estreché la mano ilesa y se largó cabizbajo. No volví a verlo más porque no tomó parte en el evento habitual que se organizaba para las licencias. La sombra de la duda siempre pesó sobre él, de modo que lo llamaron desde el CRM, le entregaron la blanca y un papel que lo eximía de pasar las revistas anuales porque lo declaraban ya inútil para el servicio PER OMNIA SECVLA SECVLORVM.

En fin, criaturas, ya vemos como hasta para escaquearse hay que tomar las debidas precauciones y no pasarse de listo, porque las consecuencias pueden tomar un cariz bastante chungo. Es más: si al coronel de la base se le cruzan los cables, al Obtuso le hubieran metido un paquete de antología, y habría salido años después del castillo con una mancha en la cartilla militar en una época en la que aún se miraba la puñetera cartilla para obtener un trabajo como funcionario, bedel o similares, de modo que contento se pudo ir con solo una mano tullida para siempre.

Sirva de aviso para listillos, enterados y demás morralla que eluden el cumplimiento del deber.

CETERVM CENSEO PETRVM SANCHODICI ESSE DELENDAM

Hale, he dicho

POST SCRIPTVM: Sí, la musa sigue en paradero desconocido. Ya volverá un día de estos, supongo...

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