Puede que muchos consideren algo contradictorio el hecho de convertir un templo en un castillo. En teoría, no casa bien ver un edificio dedicado al recogimiento y la oración provisto de los elementos defensivos típicos de cualquier fortificación, tales como almenados, matacanes, aspilleras o incluso fosos.
Sin embargo, esta práctica se generalizó a partir del siglo XII por diversas causas, a saber:
1. Los edificios religiosos albergaban en su interior objetos de valor, sumamente codiciados para cualquier saqueador: cálices, copones, reliquias y demás objetos de culto, o incluso sus bien provistas bibliotecas, prácticamente las únicas existentes en aquellos turbulentos tiempos. Debemos recordar que por un libro se pagaban fortunas, y que solo los monarcas y nobles muy pudientes podían permitirse tener algunos ejemplares. Por otro lado, eran también objeto de codicia el ganado y las provisiones de grano, aceite, etc. que se guardaban en los establos, silos y almazaras de los monasterios, y más en tiempos de hambruna.
2. Las iglesias y monasterios situados a extramuros de las poblaciones, que eran muchos, se podían convertir en refugio para la población cercana en caso de ataque. Y no ya contra la morisma, sino contra las numerosas y bien armadas bandas de salteadores de la época o las mesnadas de los señores durante sus interminables luchas nobiliarias en las que no se respetaba a nada ni a nadie.
3. Fortificarlas era además un método bastante eficaz para la Iglesia y las órdenes militares de dejar claro tanto a la realeza como a la nobleza que sus prebendas y fueros eran intocables. El temor a las anatemas pontificias no siempre suponían un freno ante reyes o señores que, bien por codicia, bien por enemistad, bien por cuestiones de dominios, no dudaban en entrar a saco en las posesiones eclesiásticas.
Así pues, como vemos, fortificar los recintos religiosos era una necesidad que, en no pocas ocasiones, sirvió para que una población indefensa, sin un castillo cercano en el que refugiarse, se librase de ver esquilmadas sus posesiones. De entrada, basta con observar algunos detalles que, aunque hy día son aparentemente irrelevantes, provienen de dicha necesidad.
Uno de ellos es el cercar completamente la iglesia de turno. Actualmente no quedan ya apenas restos de estas murallas por las transformaciones sufridas en el caserío urbano de las poblaciones, pero en aquella época era habitual disponer una cerca en todo el perímetro del recinto, situada entre 30 y 70 pasos del mismo, distancia esta última marcada en el concilio de Oviedo de 1115, y que era la que se consideraba jurídicamente como inalienable para cualquiera que no perteneciera al estamento eclesial, y el amplio espacio disponible hacía las veces de albácar para, además de la población, dar cabida a sus pertenencias y ganados. Sin embargo, vemos que en los actuales monasterios aún perduran las antiguas cercas, dentro de las cuales no solo se desarrolla la vida monástica, sino que incluso permanecen en su interior sus huertos, corrales, etc. En algunos casos incluso fueron dotados de fosos, como la basílica de San Prudencio de Armentia (Vitoria) o la iglesia de Santa Cecilia (Palencia).
En lo referente al edificio en sí, el elemento defensivo principal era, como se puede suponer, el campanario. Estas altas torres actuaban como atalayas desde las que, en caso de avistar enemigos, se tocaba a rebato para poner sobre aviso a la población y, si era preciso, se convertía en una torre de defensa similar a una torre del homenaje de un castillo. En la foto de la izquierda podemos ver la torre del reloj de la iglesia de Santiago el Mayor (Hinojos, Sevilla), provista de un almenado que se extiende al ábside del edificio. Aparte de las almenas, la torre dispone de aspilleras desde las que hostigar al enemigo. El acceso a estas torres solía llevarse a cabo bien mediante angostas escaleras, o bien desde borjes adosados a la torre. En ambos casos, la estrechez del acceso, cuya anchura no daba para más de un hombre, facilitaba enormemente su defensa.
Y no solo se las dotaba de almenas, sino incluso de dispositivos de tiro vertical, como cadalsos o matacanes. A la derecha tenemos un claro ejemplo. Pertenece a la iglesia de San Lorenzo (Garganta la Olla, Cáceres). A media altura de ve un matacán cubierto y aspillerado que defiende la puerta de acceso al templo, situada justo al lado del campanario. Obsérvese la enorme altura de la torre, que descolla ampliamente sobre el caserío urbano, permitiéndole avistar todo el entorno para caso de peligro. Aunque el resto de la iglesia carece de elementos defensivos, la torre podía ser de por sí bastante persuasiva para cualquiera que intentase saquear el templo. Además, la estrechez de las calles adyacentes tampoco permitía grandes movimientos de tropas, lo que facilitaba aún más la defensa.
En esa otra imagen, perteneciente a la catedral de Braga (Portugal), podemos ver que no solo se limitaban a la utilización de los campanarios para la defensa de los edificios religiosos, sino que también adosaban a los mismos torres de flanqueo convencionales y murallas en toda regla. Conviene recordar que las altas jerarquías de la Iglesia, tanto en cuanto también eran señores seculares, disponían de tropas a sueldo para defender sus dominios como si de un noble más se tratase. Así mismo, los constantes pleitos entre los obispos y las casas nobiliarias podían acabar en verdaderas guerras en las que, aunque parezca extraño en una época en que la religión lo dominaba todo, no se tenía el más mínimo miramiento hacia la dignidad eclesiástica del obispo de turno, entrando a saco en sus tierras y posesiones y saqueando todo lo habido y por haber. Al fin y al cabo, siempre se podía pagar para ver levantado el entredicho papal caso de que la excomunión tuviera lugar.
En cuanto a los monasterios, algunos de ellos eran verdaderas fortalezas. En la foto de la derecha tenemos el de Flor de Rosa, cerca de Crato (Portugal). En este caso, no solo dispone de torres y almenas, sino que incluso aparece en la derecha de la imagen un matacán corrido que ocupa todo el perímetro del ábside de la iglesia. En el interior de la misma se abren aspilleras desde las cuales se podía hostigar desde las zonas altas del recinto a posibles atacantes. El edificio estaba enteramente rodeado por una cerca de la que apenas quedan restos. Concretar que las ventanas que vemos en la zona izquierda del monasterio son de reciente creación, ya que han cometido la monstruosidad de convertirlo en una...hospedería (sin comentarios).
Finalmente, ahí tenemos otro ejemplo de monasterio fortificado. La foto corresponde al convento santiaguista ubicado en Calera de León (Badajoz), cabeza de la vicaría de Tudía y dependiente del priorato de San Marcos de León. Aparte del parapeto almenado, podemos ver en el centro de la imagen el borje de acceso a la zona alta del edificio, circunvalado por un adarve. En el mismo, se abren varias aspilleras. Por lo general, eran los monasterios de las órdenes militares los mejor dotados, por razones obvias, para la defensa. Para ellos, además de lugar de alojamiento, eran verdaderos cuarteles generales provistos de todo lo necesario, no solo para el mantenimiento de la comunidad, sino para la guerra.
En fin, esto viene a ser lo más significativo de esta peculiar morfología de edificios religiosos adaptados para la defensa. Curiosamente, mientras en España son relativamente abundantes, en Portugal son muy escasos. Ello quizás sea debido a que sus poblaciones medievales solían estar casi siempre al abrigo de un castillo, lo que no hacía necesario fortificar las iglesias. En cualquier caso, cuando veáis algún templo medieval coronado de almenas, no penséis que son un mero adorno. Es que fueron fabricadas para convertirlo en una fortificación en toda regla. Puede que nunca lo hayáis observado, o si lo habéis hecho no se os ha ocurrido pensar que eran para tal fin, así que ya lo sabéis.
Hale, he dicho...
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