jueves, 24 de abril de 2014

Los odiados y temidos cómitres de galeras


Cómitre de galeras animando
amablemente al personal a darle
al remo con ímpetu y denuedo
Ilustración de ©
Eduardo Gutiérrez García
Como ya adelanté en la entrada anterior dedicada a los galeotes y sus míseras existencias, de todo el personal que nutría las tripulaciones de las galeras del rey eran los cómitres y sus ayudantes los sotacómitres, los sujetos más odiados, temidos y aborrecidos por la chusma que, como autómatas escuálidos, bogaban al ritmo implacable del silbato y sintiendo en sus lomos el brutal estallido del rebenque a la más mínima señal de flaqueza.

El cómitre, dueño y señor de la crujía de la nave que en su angosto reino longitudinal condenaba las espaldas de la chusma firmando la sentencia en sus costillas a golpe de corbacho, ha sido siempre un personaje denostado y visto poco menos que como un verdugo que se ensañaba con los penados con sádico afán. Pero en esto, como en tantas otras cosas, se parte de estereotipos y prejuicios infundados. El cómitre no solo desempeñaba uno de los cargos de más responsabilidad de la nave sino que, además, estaba entre los rangos más elevados de la misma, teniendo por superiores directos solo al capitán, al patrón y al piloto. O sea, que no era un pelagatos cualquiera, sino un tipo que, independientemente del aspecto amenazador y etílico con que nos regala el incomparable lápiz del Sr. Gatsby, tenía sobre sí muchos deberes relacionados con el buen gobierno de la nave.

Galera del siglo XIV
El término cómitre tiene una linajuda etimología ya que proviene del latín COMES, o sea, la misma que los condes. Las obligaciones de los cómitres ya aparecen en las Siete Partidas, concretamente en la cuarta ley del título vigésimo cuarto de la Segunda Partida y, curiosamente, en aquella época eran los que mandaban en las galeras reales. O sea, eran los capitanes. Y no era cosa baladí el cargo ya que, en agosto de 1253, Alfonso X contrata a 21 marineros procedentes de Cantabria, Francia e Italia a los que, aparte del salario, les otorga casas y tierras en Sevilla (con obvios intereses repoblacionistas por otro lado). A cambio del cargo, estos cómitres tenían la obligación de reponer la nave cada nueve años, para lo cual iban a partes iguales con la corona en el reparto de los botines que pudieran apresar. O sea, funcionaban a base de patentes de corso.

Dromon bizantino, de donde
surgió la galera medieval
Estos cómitres, elegidos directamente por el rey, eran unos caudillos de mar y guerra cuya misión iba encaminada tanto al combate como a la navegación, disponiendo para este segundo fin un subalterno denominado naochero, el cual era el que sabía de vientos, donde recalar, etc. Recordemos que las galeras de aquella época no se aventuraban muy lejos de las costas. Y, por otro lado, los remeros eran todos voluntarios que formaban parte de la tripulación, llevando a gala el bogar en las galeras del rey, oficio que, como ya sabemos, fue degradándose hasta que en el siglo XVI era sinónimo de lo más ruin y bajo a lo que un ser humano podía llegar. Pero en aquellos tiempos primigenios de la marina de guerra hispana no precisaban de nadie que los fustigase para echar los bofes al remo, sino solo alguien que se limitase a marcar el ritmo de boga ya que los remeros escupían el hígado bonitamente y de forma totalmente voluntaria.

Galeotes
A partir de 1529, el mando de las galeras pasa a ostentarlo el capitán, seguido en el mando por el patrón de la nave. Al ser cada vez más relevante el papel de los militares en la marina, en ausencia del capitán detentaban el mano el cabo o el alférez. De este modo, los cómitres quedaron relegados a lo que desde ese momento fueron sus cometidos principales: la maniobra de la galera y la vigilancia de la chusma asistido por su segundo, el sotacómitre. En 1587, el salario de un cómitre era de 1.500 maravedises al mes mientras el de su ayudante se quedaba en 1.050. Si los comparamos con los 7.000 que ganaba el capitán se comprenderá el por qué las untadas de mano y las mordidas eran la tónica habitual para todo aquel que estuviera por debajo de ambos en el escalafón. Por poner un ejemplo, los cómitres eran los encargados del reparto de leña para que la chusma pudiera prepararse su magra pitanza a base de caldero de habas por lo que, a pesar de tener derecho a la leña, debían soltar algún dinero para obtenerla si así lo estimaba oportuno el cómitre. Dicho dinero procedía de las ganancias en el juego o de las ventajas que pudieran obtener por determinados servicios con derecho a paga. Así mismo, el cómitre era el encargado de aposentar a la tripulación ajena al barco, como los infantes de marina, sus mandos y demás pasaje. Así pues, este era otro método para obtener un pequeño sobresueldo ya que todos, como es lógico, optaban a alojarse en los sitios menos asquerosos de la galera. La tropa de guerra optaba por dormir en las ballesteras, unas plataformas situadas entre los bancos de boga que eran lo que les permitía su peculio. 

Estimulando al personal a lo largo de la crujía
Con el reparto del agua ocurría lo mismo: era el cómitre el que se encargaba de estibarla y de repartir las raciones, poniendo buen celo en que nadie desperdiciara ni una gota ya que escupirla o derramarla estaba penado con una multa de un real. Otro de sus cometidos era mantener a la chusma en un estado higiénico aceptable, lo cual no dejaba de ser todo un mérito considerando las condiciones de vida de estos forzados, los cuales dormían bajo el mismo banco de boga o cuartel, recibiendo de lleno los vapores pútridos que manaban de la sentina de la nave. De hecho, según un bando del marqués del Viso fechado en 1663, se castigaba con una multa de un mes de sueldo a los cómitres que no velaran por el buen cumplimiento de esta norma, para lo cual ordenaban también al barbero y al cirujano que ayudasen en este cometido al cómitre. Así, además de mantener al personal en estado de revista, una vez al mes se llevaba a cabo una limpieza a fondo de toda la nave, tras lo cual se frotaba con romero para eliminar los malos olores. Supongo que debían gastar quintales de esa hierba aromática para eliminar el aroma a galeote pútrido. Por cierto que también se hacía por una pequeña superstición, ya que se consideraba que el romero traía buena suerte.

Don Álvaro de Bazán y Guzmán
I marqués de Santa Cruz
La elección del cómitre ya no era como antaño, dictada por el rey y tras una consulta con otros doce cómitres expertos (un método similar al seguido para los adalides, como se vio en la entrada sobre este rango militar). En el siglo XVI, tanto a cómitres como sotacómitres los nombraba el capitán general de la flota en base a su experiencia como gente de mar, siendo imprescindible haber ejercido de marineros si bien tenían adjudicado un arcabuz y su munición porque, si había fiesta, entraban en combate si era preciso. Por su rango, formaba parte de la junta o consejo de guerra convocado por el capitán y, en definitiva, la importancia de este cargo era de tal envergadura que en las Ordenanzas de 1607 se estipuló que hubiese un cómitre de respeto por cada tres galeras en caso de que alguno cayera enfermo, herido o, simplemente, estirara la pata. El sueldo en esta época era de entre tres y cuatro ducados al mes, dependiendo del tipo de galera en la que sirvieran, y un ducado menos el sotacómitre. 

Vista por la aleta de babor de una galera 
española del siglo XVII
En el siglo XVII aparecieron las figuras de cómitres secundarios a fin de ayudarle en sus múltiples obligaciones. De ese modo surgió el cómitre de medianía, el cual se encargaba de dirigir la boga. En casos así, el cómitre pasaba a llamarse cómitre mayor. También existía un cómitre de popa y uno de silencio, que era elegido entre la marinería y ambos bajo el mando del sotacómitre. Por último, tenemos al cómitre real el cual iba, como podemos imaginar, en la galera capitana. El cómitre, como responsable de la maniobra de la nave, debía responder ante el capitán general de los posibles desperfectos que surgieran a raíz de sus errores, generalmente roturas de remos y cosas así. En esos casos, tanto el capitán como el cómitre eran obligados a pagar los daños ocasionados según una orden dada por el marqués de Santa Cruz en 1620. En el caso de los remos, por ejemplo, debían pagar el importe de dos de ellos por cada uno roto. Vamos, que no se andaban con tonterías a la hora de mantener la disciplina a todos los niveles. En esa época, el salario del cómitre había ascendido hasta los seis ducados al mes. Por último, comentar que los cómitres se alojaban en la cámara de velas, situada en la parte central de la nave, junto al piloto y dos consejeres. El sotacómitre lo hacía en otra cámara situada más a proa, donde se guardaban las medicinas y la cual compartía con el botero, el artillero, el barbero y el alguacil del agua. Como se ve, ni en un crucero de cinco estrellas.

Las postrimerías de los cómitres
En el siglo XVIII comenzó el ocaso de las galeras y, del mismo modo, la importancia del cómitre en favor de la oficialidad de mar y guerra. Finalmente, este cargo que durante siglos tuvo tanta preeminencia en la marina española acabó desapareciendo, siendo sustituidos por los contramaestres, encargados del manejo de la jarcia y de la disciplina entre la marinería. Pero los que jamás pudieron olvidar en sus míseras vidas a cómitres y sotacómitres fueron los galeotes que tuvieron que sufrir la brutal e implacable disciplina que era capaz de convertir al más rebelde en un auténtico autómata a golpe de rebenque. Bastaba un pitido y la voz de "¡Fuera ropa!" para que, todos a una, se despojaran de camisa y calzones, agarraran el remo y esperaran tensos la orden para iniciar la boga de arranque. Nadie mejor que Covarrubias lo pudo describir:

"Sólo un silbo del cómitre ponen tan gran presteza por obra lo que se les manda, que parecen un pensamiento, sin discrepar uno de otro, como si todos ellos fuesen miembros de una sola persona y se gobernasen por ella."

Bueno, ya está.

Ah, por cierto... ¿cómo es posible que a estas alturas aún no se haya hecho una película como Dios manda sobre la batalla de Lepanto? Se llenan los cines para ver cagadas made in USA sin el más mínimo rigor histórico y aún no se le ha ocurrido a ninguno de nuestros "artistas" recrear una de las mayores victorias de las armas hispanas y de la historia.

Hale, he dicho

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