viernes, 18 de marzo de 2016

Obispos guerreros: Arnaud Amalric, abad de Cîteaux


El asedio de Béziers magistralmente reflejado por el portentoso lápiz de José Daniel Cabrera Peña. Arnaud Amalric
aparece a la derecha, montando su caballo de batalla y cubierto con los atributos de su rango bajo los que viste una loriga.

Aparte del armamento empleado, los horrores
de la guerra son siempre iguales
Es innegable que la sola mención del nombre de este sujeto ya produce cierto repullo entre las almas más sensibles. Y no es para menos ya que la persona de Arnaud Amalric, o Amaury en francés, estará para siempre unida de forma inexorable a una de las más terribles matanzas habidas en Europa contra cristianos dentro del contexto de la Cruzaba Albigense. No obstante, y como suelo hacer cuando tratamos determinadas formas de conducta que nos resultan aberrantes bajo nuestros principios y valores, antes de proseguir debemos detenernos un momento en analizar los motivos que impulsaron a este hombre a involucrarse en cuerpo y alma en un conflicto que, durante décadas, asoló la rica Occitania durante la primera mitad del siglo XIII.

Hoy día, en que la tolerancia religiosa es uno de los principales valores occidentales, nos resulta surrealista que fuesen precisamente los clérigos los que con más denuedo se entregaron a las mayores tropelías en nombre de la pureza de la fe católica y, lo que nos parece aún más trágico, no dudar en enviar a la peor de las muertes a todo aquel que se opusiera a los designios del pontificado. Sin embargo, debemos despojarnos de nuestros valores y prejuicios modernos para poder entender la conducta de estos hombres que, aunque nos parezca lo contrario, actuaron de buena fe conforme a sus convicciones más profundas. O sea, no engañaron a nadie, y se enfrentaron con todas sus energías a lo que creían era una abominable herejía que había que exterminar en bien de la Iglesia a la que servían y para mayor gloria de Dios.

El mariscal sir Arthur Harris. Su defensa a
ultranza de los bombardeos de alfombra
produjeron muchísimas más muertes de
inocentes que las resultantes de cualquier
matanza medieval. Sin embargo, la historia aún
lo trata con benevolencia y justifica sus actos
Los que consigan despojarse de sus elevados principios morales de hombres del siglo XXI posiblemente puedan darse cuenta de que individuos como el abad no buscaban con su conducta el poder o la fama personal, sino servir a sus ideas que, en aquella época, eran perfectamente justas y válidas de la misma forma que también era justo el derecho de conquista y hoy no lo es. En todo caso, lo cierto es que no actuaban como los grandes genocidas del siglo XX, que solo buscaban su gloria personal y ejercer abyectas tiranías, sino que, en muchos casos, llevaban a cabo una labor oscura y reservada en bien de su congregación. Y si alguien persiste en ver a estos hombres como antecesores de Hitler o Stalin, pero me temo que se equivocan de medio a medio pero en fin, que cada cual piense lo que prefiera. En mi caso he preferido plasmar este introito para poder ver la historia bajo los ojos de los que la vivieron y no bajo los nuestros. Y dicho esto, vamos al grano...

Prácticamente no se sabe nada de los orígenes de nuestro hombre. Aunque en alguna que otra reseña en la red mencionan que era natural de Narbona, no hay nada que lo demuestre, así como su fecha de nacimiento o sus datos familiares. El hecho de que su nombre aparezca en occitano no demuestra nada tanto en cuanto desempeñó cargos de relevancia en esa región, primero como abad de Poblet entre los años 1196 y 1198, y luego en la abadía de Grandselve, al NO de Tolosa entre 1198 y 1202. Lógicamente, en las crónicas de ambas aparecería su nombre en lengua occitana. No obstante, algunos autores sugieren que bien podría ser natural de la Occitania por su conocimiento de la situación política y religiosa de su época pero, en todo caso, eso es lo de menos. La cuestión es que Arnaud Amalric no era ni remotamente el típico meapilas timorato ni tampoco el segundón de una poderosa casa nobiliaria metido a obispo para que tuviera un medio de vida asegurado tal como hemos visto en algunas de las entradas anteriormente dedicadas a los obispos guerreros.

Raimond de Saint-Gilles, VI conde de
Tolosa. Su actitud ambigua hacia la
herejía lo convirtió en uno de los más
enconados enemigos de Roma
Antes al contrario, Arnaud era lo que se consideraba en aquella época un hombre dotado de una fe inamovible, una fidelidad absoluta hacia el papado así como un fervor que iba más allá del miedo a la muerte o a las penalidades. Era en definitiva lo que actualmente se conoce como un fanático religioso, unos sujetos especialmente peligrosos ya que no se detienen ante nada en defensa de sus creencias. Y buena prueba de que su intención era formar parte en una orden dedicada a la predicación y la defensa de la fe es que se unió al císter, que contó entre sus filas con hombres tan preclaros como Bernardo de Claraval, que entre otras actividades se encargó de la redacción de la regla del Temple, o Domingo de Guzmán. Así pues, cabe suponer que Arnaud Amalric era un tipo decidido y, a la par, un desaforado enemigo de los que se consideraban en aquellos turbulentos tiempos como los peores herejes del mundo mundial: los cátaros, a los que había que destruir como fuese a fin de detener la peligrosa infección que, según Roma, iba in crescendo desde sus reductos de la Occitania, donde gozaban de las simpatías e incluso de numerosos adeptos entre el pueblo y la nobleza.

No vamos a entrar en detalles acerca de los orígenes y la evolución del catarismo en esta entrada ya que es un tema muy extenso y, además, sobrevivió al mismo Arnaud, así que solo se mencionarán los hechos en que tanto el uno como los otros estuvieron relacionados. 

La otrora archipoderosa abadía de Cïteaux
Bien, la cuestión es que la carrera religiosa de nuestro hombre debió ser bastante provechosa y, aún más importante, llamó la atención de los mandameses de la orden ya que lo sacaron de su abadía de Grandselve para ponerlo al frente de la de Cîteaux (del Císter en francés), lo que le convertía de facto en el jefe espiritual y material de su orden. Es indudable que su gestión al frente de sus diversos destinos tuvo que ser notable ya que, en 1204, el papa Inocencio III lo nombró legado pontificio junto a Ralph de Fontaine y Pierre de Castelnau, los cuales ya ostentaban dicho cargo desde hacía un año. Castelnau, un antiguo archidiácono de la diócesis de Maguelonne, y Arnaud formaron un incansable equipo dedicado a recorrer constantemente el Languedoc predicando, celebrando debates y procurando a toda costa dar a entender a los nobles y los burgueses que solo eran simpatizantes de los cátaros que debían alejarse de sus falsas creencias, y que su obligación era colaborar con ellos para eliminar la nefanda herejía. Pero no se dieron cuenta de que el tema del catarismo iba más allá de ser una mera cuestión religiosa, mezclándose con enjundiosos problemas políticos ya que se convirtió en una eficaz herramienta para que las ciudades y los señoríos dependientes del condado de Tolosa conservaran sus prebendas y libertades. Esto dio lugar a que Castelnau fuera escabechado en 1208, posiblemente por orden de Raimundo de Saint-Gilles, conde de Tolosa y que, aunque no era cátaro, su debilidad de carácter y su falta de resolución para poder tener contentitos a todos le arruinó la existencia.

Arnaud Amalric recibe de manos del papa
Inocencio III sus Sermones, una de sus
obras teológicas, para su difusión
Inocencio se cabreó horrores, y casi le da un soponcio al saber que uno de sus legados, personajes intocables de hecho, había sido vilmente asesinado. Eso supuso la predicación de la cruzada contra los herejes, otorgando la indulgencia a todo aquel que se uniera a la misma al menos durante 40 días, que era el tiempo de servicio habitual en aquella época. Y para demostrar su enojo puso al frente de la misma al que, hasta el momento, se había mostrado como el más sólido defensor de la ortodoxia y, aún más importante, su más fiel servidor: Arnaud Amalric. No sabían los herejes la que se les venía encima. Sin embargo, el papa no disponía de tropas propias así que envió a su fiel Arnaud a hablar con el rey de Francia y con los nobles franceses para convencerlos de que participar en la cruzada no solo era buen servicio a Dios y a la Iglesia, sino incluso a ellos mismos para impedir la propagación de la herejía en sus tierras. Para reforzar más sus argumentos, Arnaud no olvidó soltar la amenaza espiritual de turno, que siempre solían ser muy eficaces. Tras soltarles su discurso añadía que "quién no decida convertirse en cruzado nunca más beba vino, no vuelva a comer sobre mantel de noche o de día, nunca vuelva a vestirse de cáñamo o lino y sea enterrado a su muerte como un perro". Hoy día, una advertencia semejante nos daría una soberana higa, pero en aquellos tiempos era capaz de acojonar al mismo rey ya que eso de no comer sobre mantel o verse obligado a vestir con estameña era una humillación insoportable, y ser enterrado en tierra sin consagrar la mejor forma de irse al infierno de cabeza. Lo de beber vino creo, no obstante, que era la peor de todas las amenazas posibles ya que el bebercio siempre ha sido muy apreciado por el personal. Está de más decir que toda la nobleza francesa se hizo eco de la llamada a las armas, y el rey Felipe Augusto no dudó en rechazar el mando de la operación militar en favor del abad tanto en cuanto consideró que aquella guerra era de tipo religioso si bien siempre he pensado que lo que pretendía en realidad era que otros llevaran a cabo el trabajo sucio.

Amalric recibe el encargo de organizar la Cruzada.
A la derecha aparece entrevistándose con el rey
de Francia Felipe Augusto
De sus actos durante la cruzada,  el asedio de Béziers fue el que se llevó la palma como ya anticipamos. Para ilustrarse adecuadamente, sírvanse pinchar aquí, donde en su momento se habló con todo detalle acerca de aquellos luctuosos hechos. Béziers, defendida por Raimond Roger de Trencavel, vino de perlas a Amalric para dejar bien claro que todo aquel que no se aviniese a someterse a la autoridad pontificia sería literalmente exterminado. Sin embargo, la espeluznante matanza llevada a cabo dentro de sus muros no supuso cambios verdaderamente significativos en el desarrollo de la cruzada tanto en cuanto los cátaros siguieron practicando su fe y los nobles y burgueses provenzales siguieron prestándoles su apoyo. Todo ello conllevó un aumento progresivo de la brutalidad por parte de los cruzados, y más cuando se puso frente a ellos el desmedido Simón de Montfort.

La matanza de Béziers que, según algunos autores,
fue propiciada por los ribaldos aragoneses a sueldo
de la Cruzada sin que mediara orden alguna por
parte del abad.
Conviene abrir un paréntesis acerca de la autenticidad de la famosa frase pronunciada por Arnaud cuando se le preguntó cómo podrían distinguir a los herejes de los buenos cristianos, a lo que replicó la tristemente célebre sentencia: "Tuez-les tous! Dieu reconnaîtra les siens!", "¡Matadlos a todos! ¡Dios reconocerá a los suyos!". Según algunos autores, esta brutal orden es producto de la leyenda alegando que sólo una fuente la menciona, concretamente el cronista cisterciense Cesáreo de Heisterbach (c. 1181- c. 1240) que, como vemos, fue contemporáneo a estos ominosos hechos por lo que no habría que cuestionar sus palabras. De hecho, este monje menciona la frase en latín como CÆDITE EOS. NOVIT ENIM DOMINVS QVI SUNT EIVS, la cual forma parte de una cita de una epístola de Pablo a Timoteo, lo que la hace propia de un clérigo bien formado como era Arnaud, y no propalada por parte de gente inculta.  Además, conviene señalar un curioso detalle, y es el empleo del término CÆDERE en vez de NECARE, y es que el primero significa masacrar o exterminar, mientras el segundo es matar a secas. Eso corroboraría el hecho de que el abad deseaba llevar a cabo un escarmiento  definitivo entre los vecinos de Béziers ya que, aunque no fueran herejes, habían tolerado e incluso defendido a ultranza a estos a pesar de las anatemas de la Iglesia. 

Estatua de Simón de Montfort en la fachada de la
torre del reloj de la catedral de Leicester
A pesar de la aplastante derrota sufrida por Trencavel, éste siguió en sus trece desafiando a los cruzados y su comandante, el cual se la tenía jurada y no paraba de urdir mil y una formas de acabar con su poder. De hecho, llegó a ofrecer a los nobles que participaron en la cruzada la posesión de sus tierras, a lo que se negaron alegando que ellos combatían en nombre de Dios, y que les daba una higa enorme adueñarse de un territorio donde la herejía seguía campando a sus anchas a pesar de que el abad no se cortaba un pelo a la hora de poner freno a los cátaros. Al final, el que sí aceptó fue Simón de Montfort, si bien inicialmente hizo como que rechazaba la oferta. Pero la perspectiva de ver notablemente aumentados sus dominios y, por otro lado, el convertirse en un figurón de la cruzada, acabaron por convencerle de que lo mejor era convertirse en vizconde de Béziers y de Carcassonne. Pero que nadie piense que Montfort era el típico noble cerril ávido de dinero y tierras. Antes al contrario, era un hombre inteligente, astuto y sagaz que, además, estaba poseído de una fe inamovible y, quizás lo más relevante, era francés, por lo que le importaban un rábano los escrúpulos de conciencia de los nobles occitanos a la hora de adueñarse del patrimonio de uno de sus pares.

Castillo de Minerve
En 1210, el belicoso abad tomó parte en el asedio de Minerve, otro conocido reducto cátaro, logrando la rendición de la plaza si se avenían a someterse a la Iglesia. A los herejes, faltaría más, se les dio a elegir: o abjuración o a la hoguera. Curiosamente, el abad no pretendía con esto lograr conversiones sino más bien lo contrario: sabía que los cátaros solían preferir la muerte a renegar de su fe, de modo que así podría acabar con ellos para disminuir el censo de "infectados", que era como los llamaban. De hecho, un tal Robert de Mauvoisin, un oficial de las tropas de Montfort, sugirió al abad si no sería posible que hubiese herejes que abjurasen falsamente con tal de escapar de la pira, a lo que Amalric respondió que estaba seguro de que muy pocos se convertirían, por lo que no debía preocuparse. De esa forma, el abad liberaba su conciencia de la masacre ya que sabía que las conversiones serían mínimas, y que si los cátaros acababan incinerados era responsabilidad de ellos ya que él les había ofrecido generosamente renegar de su herejía. Los más de 140 cátaros quemados allí mismo le dieron la razón.

Blasón de Arnaud Amalric como
arzobispo de Narbona
El 12 de marzo de 1212 es designado para sustituir a Berenguer, obispo de Narbona, siendo nombrado el 6 de mayo siguiente. De ese modo, Arnaud Amalric vio compensados sus denodados esfuerzos recibiendo sobre su testa el dulce peso de la mitra de la sede narbonense, así como el título de duque con el que tomó parte con su mesnada en la batalla de Las Navas de Tolosa en el mes de julio de aquel mismo año. De ese modo, aunque conservaba su cargo de legado pontificio y la autoridad espiritual de la cruzada, el mando militar pasaba a manos del siempre ávido Montfort. Pero, con el paso del tiempo, el rey de Francia pasó a convertirse en una amenaza para el Languedoc ya que, aprovechando las circunstancias, poco a podo se fue haciendo el amo del cotarro para anexionar aquel ubérrimo y extenso territorio a la corona francesa a costa del timorato y siempre indeciso Saint-Gilles, conde de Tolosa, cuya capital fue ocupada por nuestro hombre acompañado por Montfort y Luis, príncipe delfín, en 1215.

La abadía de Frontfroide, construida en el siglo XI
Los últimos años del abad no fueron precisamente apacibles. Montfort, su anterior aliado, acabó convirtiéndose en su más acérrimo enemigo al pretender éste arrebatarle el título de duque de Narbona alegando que, por norma, dicho título era para los condes de Tolosa, rango que había logrado alcanzar en su afanoso empeño por apoderarse de todas las posesiones de Saint-Gilles y los Trencavel. Está de más decir que Arnaud no se amilanaba lo más mínimo a pesar de la reconocida ferocidad de Montfort, y no dudó en amenazarlo con el entredicho si seguía fastidiándolo a todas horas. Paradójicamente, al final de sus días, Arnaud Amalric acabó poniéndose de parte del hijo del extinto Saint-Gilles, Raimond VII, cuando se dio cuenta de que el apoyo francés a la cruzada no había sido más que una hábil maniobra que solo buscaba apoderarse de toda la Occitania. De hecho, incluso intercedió para que la Iglesia reconociera a Raimond para que le fueran devueltas sus tierras, heredadas por el hijo de Montfort a la muerte del fiero Simón durante el asedio de Tolosa. 


Cruzados aliñando herejes. En el centro de la imagen aparece
Simón de Montfort, reconocible por su blasón en el que
luce un león rampante plata en campo de gules
Sin embargo, las energías del belicoso abad estaban ya bajo mínimos, y el 29 de septiembre de 1225 se largó de este mundo en la abadía de Frontfroide tras legar a esta su biblioteca, sus armas y su caballo de batalla. Sus restos fueron sepultados en la abadía de Cîteaux. Por desgracia, durante la Revolución francesa los enterramientos de dicha abadía fueron vilmente expoliados debido a que era desde hacía siglos sepulcro de la casa de Borgoña, por lo que los denodados defensores de la libertad, la igualdad y la fraternidad arramblaron con todo, expoliaron las tumbas y desparramaron los huesos de sus inquilinos. O sea, que vete a saber donde leches habrán ido a parar los restos de nuestro hombre. En todo caso, su nombre ha perdurado a través del tiempo para que sea asociado de forma indeleble al fanatismo y la barbarie en nombre de Dios.

Hale, he dicho


Vista de Béziers con el río Orb en primer término. El nombre de la ciudad estará siempre unido al del abad de Cîteaux

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