miércoles, 15 de julio de 2020

FORTIFICACIONES AMERINDIAS. Las Grandes Llanuras


Recreación del poblado de Parkin, típica ciudad fortificada de las Grandes Planicies. Ocupaba una superficie de unas 7 Ha.
en la confluencia de los ríos San Francisco y Tyronza. Fue descrita por Hernando de Soto, y permaneció ocupada
durante unos 500 años. Obsérvese el gran número de torres que flanquean la empalizada de unos 4 metros de altura 

Bueno, como no sabía por qué sitio empezar lo he echado a suertes y ha tocado las Grandes Llanuras, llamadas así porque eran unas llanuras muy grandes. Pero además de ser una enorme extensión de territorio, estaba poblado por 29 tribus cuya distribución vemos en el mapa de la derecha. Ojo, algunas de ellas se dividían a su vez en otras tribus como, por ejemplo, los sioux, los lakotas, los pies negros o los wichita, por lo que aquello era un maremagno de ciudadanos-indígenas que se dedicaban principalmente en la siembra del maíz, legumbres, tabaco y la caza del búfalo. Los primeros europeos en trabar conocimiento con ellos fueron los españoles, concretamente de la expedición al mando de Francisco Vázquez de Coronado en 1540. Fue de los españoles de quienes tomaron conocimiento del caballo, bicho que hasta aquel momento desconocían y que, a pesar del empeño por parte de los conquistadores para que los ciudadanos-nativos se mantuvieran alejados de sus pencos, al final acabaron haciéndose poco a poco con algunos y ciertamente supieron sacarles jugo. Con los gabachos y los british (Dios maldiga al enano corso y a Nelson mogollón de veces) tardaron un poco más en trabar conocimiento, que tuvo lugar durante la primera mitad del siglo XVIII.

Los primeros turistas en visitar el Gran Cañón del Colorado al mando de
García López de Cárdenas, lugarteniente de Vázquez de Coronado
Por lo demás, los ciudadanos-nativos de esta zona del continente no tardaron en aprender de qué iba la cosa comercial, y rápidamente tomaron buena nota del desmedido interés del ojo blanco por las pieles, así que añadieron el trueque a sus actividades cotidianas para intercambiar pieles de búfalo y castor por herramientas y, sobre todo, armas e incluso caballos cuando vieron lo cómodo que era cazar o viajar a lomos de un penco y no gastando suelas de mocasines. Obviamente, la posesión de armas de fuego les dio una gran ventaja sobre sus enemigos si bien, aunque en las pelis nos ponen a los indios como tiradores infalibles, la realidad es que la escasez de pólvora y balas, así como su nulo entrenamiento, hacía que a la hora de la verdad prefirieran sus arcos que, aunque pequeños y con un alcance efectivo más bien corto, dominaban a la perfección. No obstante, siempre venía bien pegar unos cuantos tiros si veían a los vecinos aproximarse con aviesas intenciones porque, aunque no eran precisamente unos Záitsev, sí podían acertar en la caja del pecho a cualquiera a distancias razonables y dejarlo seco.

Poblado arikara, al norte de las Grandes Llanuras. Esta tribu se dedicaba
ante todo a la agricultura y la caza. Como podemos imaginar a la vista
de sus viviendas, eran una tribu sedentaria
Bien, este era, grosso modo, el modus vivendi de estas tribus. Por lo general, tanto las situadas al norte del Missouri como las del sur solían fortificar las poblaciones de cierta categoría, teniendo la opción de otras más pequeñas que solían usar de forma circunstancial como, por ejemplo, en sus movimientos en busca de caza. Con todo, había tribus como los omaha que solo fortificaban sus poblados cuando tenían noticia de algún peligro, y sus defensas eran de poca entidad y provisionales porque las abandonaban en cuanto los enemigos daban media vuelta. De hecho, grandes fortificaciones pre-colombinas fueron abandonadas incluso antes de la llegada de los europeos si veían que no tenían nada que temer, lo que no era óbice para, llegado el caso, recuperarlas y ponerlas nuevamente operativas o bien construir otras nuevas.

Poblado fortificado pawnee hacia 1820
Como ya anticipamos en el artículo anterior, su sistema de castramentación era básico pero de manual: buscar posiciones elevadas fácilmente defendibles y realizar obras exteriores como fosos y/o barreras de arbustos. Los fosos eran generalmente secos pero si coincidía con que el lugar elegido disponía de un curso fluvial cercano lo inundaban como si estuvieran en la Alemania medieval. Así mismo, sus empalizadas disponían de torres de flanqueo y taludes, así como de aspilleras. Sin embargo, los accesos eran muy rudimentarios ya que solían carecer de puertas. Recordemos que esta gente no tenía puñetera idea de qué era un serrucho y cómo usarlo, y menos aún de carpintería de armar por lo que una puerta a base de troncos sujeta por "bisagras" fabricadas con cuerdas no debía ser muy eficaz. Pero no por ello sus fortificaciones eran fáciles de invadir porque, en primer lugar, los enemigos tendrían que cruzar el foso por una pasarela que, obviamente, era retirada en cuanto empezaba la fiesta pero, si lograban alcanzar la puerta, se encontraban con una empalizada desdoblada sumamente angosta, con una anchura máxima como para que pudiera entrar un jinete a caballo y, en algunos casos, solo un hombre. 

A la derecha podemos verlo mejor. En el detalle tenemos una perspectiva de una empalizada con este tipo de puerta que apreciamos con más detalle en el gráfico inferior. Como podemos ver, el muro de troncos se desdobla formando un pasillo más o menos largo que, por su estrechez, impedía el paso de más de un hombre. Intentar entrar por ahí era simplemente suicida y más si tenemos en cuenta que, aunque no había una puerta propiamente dicha, los defensores ponían obstáculos de cualquier tipo, como una espesa barrera de matorral, estacas o incluso troncos. No olvidemos que estas fortificaciones estaban concebidas para defenderse de enemigos con su mismo nivel de conocimientos sobre poliorcética, o sea, mínimos. Con todo, hay que reconocerles la ingeniosa solución para no verse arrollados por una fuerza superior y que, de hecho, resultó satisfactoria incluso contra enemigos europeos mucho más preparados en establecer un asedio o un asalto en toda regla.

Choza de tierra pawnee
En octubre de 1759, el coronel Diego Ortiz de Parrilla, capitán general de Sinaloa y Sonora, tuvo ocasión de conocer estos peculiares accesos en su expedición a lo largo del río Rojo cuando atacó la aldea de Taovaya, donde se habían atrincherado grupos de diversas tribus, teniéndose que retirar tras cuatro horas de intentonas para tomarla por asalto. Según dejó escrito, "el camino de entrada (...) zigzagueaba intrincadamente". Además, en la empalizada le hacían frente mogollón de indios armados con mosquetes, así que optó por lo más sensato: largarse. Más prolijo fue fray José de Calahorra cuando describió la fortificación, especificando que los troncos de la empalizada estaban un poco separados para poder disparar a través de ellos, y que todo el perímetro estaba rodeado por una cerca de tierra de "más de una vara y un tercio" (aprox. 130 cm.) de altura, y al este y el oeste de la misma una profunda trinchera para impedir que se pudieran acercar jinetes. En el interior había cuatro chozas en cuyo interior habían excavado para que sirvieran de trinchera o refugio a los no combatientes. Estas chozas, como ya anticipamos en el artículo anterior, consistían en una estructura de madera y ramas que recubrían con tierra. De ese modo, disponían de una vivienda cálida en invierno e incombustible ante un ataque enemigo. En caso de peligro excavaban el suelo un metro o más, quedando sus ocupantes fuera de peligro ante los disparos que se cruzasen en el combate.

Pequeño poblado de lakotas con sus tipis y tal. En caso de alarma, ya vemos
que eran capaces de convertir su pequeño espacio en un reducto bastante
decente, cuando no incluso persuasivo
El mismo Álvar Núñez Cabeza de Vaca, que pasó una larga temporada como invitado forzoso de los ciudadanos-nativos, relató cómo eran capaces de fortificar un campamento ante una alarma repentina, rodeando las chozas con barreras de matorral y un pequeño foso. Este no estaba destinado a impedir el paso a los combatientes a pie, para lo que no valía, sino para que sus pencos se partieran las patas si las metían dentro sin darse cuenta. Si se encontraban en campo abierto, colocaban la barrera de matorral delante del foso, que en este caso era más profundo para convertirlo en una trinchera desde la que disparaban a sus atacantes. Un sistema más sofisticado para las tribus que usaban tipis como vivienda consistía en levantar un terraplén de alrededor de 120 cm. de altura con el que rodeaban el poblado. A continuación clavaban los palos de los tipis en el parapeto formando un entramado sobre el que colocaban las pieles con que estaban fabricados los mismos, abriendo con sus cuchillos hendiduras que hacían las veces de aspilleras. De ese modo obtenían una pantalla que impedía a los enemigos saber dónde estaban situados los defensores, que cambiaban de posición constantemente. Dentro del recinto cavaban una trinchera para las mujeres y los críos. En fin, como vemos no carecían de recursos, y cuando llegaba la hora de la batalla eran capaces de fabricar defensas que, aunque muy rudimentarias, eran sumamente eficaces contra enemigos armados como ellos.

Llegada de Lewis y Clark a un poblado de las Planicies durante su
expedición en busca de la costa del Pacífico entre 1804 y 1806.
Obsérvense las chozas de tierra y el amplio foso que defendía el poblado
En cuanto a la zona norte de las Grandes Planicies, los primeros que contactaron con los ciudadanos-nativos fueron los gabachos que bajaron desde Canadá. Las tribus que habitaban ese territorio llevaban desde mucho antes de la llegada de Colón fortificando hasta el cuarto de baño porque tenían entre ellos unas malquerencias bastante chungas, y no les quedaba otra que fortificarse a fondo si no querían verse bonitamente masacrados o esclavizados. Al parecer, el detonante de esta enemistad se debía principalmente a la aparición de tribus procedentes del sur en busca de tierra fértil que, como podemos imaginar, los naturales del lugar no estaban por la labor de cederlas a nadie. Hacia el siglo XIV buscaban lugares fácilmente defendibles para levantar sus poblados, generalmente en sitios elevados y/o apoyados por un curso fluvial que, además de permitirles moverse de un lado a otro con sus canoas, actuaban como un foso natural. Las empalizadas eran flanqueadas por torres que podían avanzar entre 6 y 9 metros de las mismas, por lo que su función era básicamente similar al de una albarrana europea; es decir, permitían atacar por la zaga a posibles agresores. A veces, para impedir que estos las quemaran- obviamente no tenían claro qué era un ariete- las edificaban sobre montículos de tierra compactada con piedras, y los fosos que precedían a las empalizadas tenían hasta 1,80 metros de profundidad  y entre 3 y 3,5 metros de ancho.

Yacimiento de Crow Creek en el que aún se puede observar el trazado de la
empalizada, así como el foso y las torres. Como se ve en el plano de la
derecha, estaba rodeada por tres lados por un profundo precipicio, quedando
libre solo el lado norte. El punto rojo marca el lugar donde apareció la fosa
común con los restos de la población masacrada 
Como ya se ha comentado, en tiempos de paz solían relajar un poco la vigilancia, y si un poblado crecía de tamaño no se preocupaban por proteger las chozas que construían fuera del perímetro. Sin embargo, si los tambores de guerra sonaban de nuevo les faltaba tiempo para levantar una nueva empalizada que envolviera las nuevas construcciones. Un caso así ocurrió en un lugar llamado Crow Creek, en el actual estado de Dakota del Sur. Crow Creek, ubicado junto al Missouri, era una ciudad fortificada construida hacia 1325 que, tras un tiempo prolongado de paz, fue reforzada  con una nueva empalizada provista de doce torres y un nuevo foso de 3,5 metros de ancho y 1,80 de profundo. De ese modo, el poblado contaba con dos cinturones defensivos. Sin embargo, esto no impidió que fuese tomado y su población masacrada. En las excavaciones realizadas en el lugar se ha hallado una fosa común con los restos de 486 ciudadanos-nativos de todas las edades y ambos sexos convertidos en comida para gatos. En fin, no se andaban con tonterías y, como vemos, la mala leche no solo la desfogaban contra los colonos europeos, sino también entre ellos.

Interior de una cabaña de tierra mandan como las que vería el ciudadano
Pierre en su periplo hacia el sur. Básicamente era el tipo de vivienda más
habitual en las tribus sedentarias de las Planicies
El primer europeo que apareció por allí fue, como hemos avanzado, un gabacho, concretamente Pierre Gautier de Varennes, señor de la Vérendrye, un quebequés que en 1738 inició una larguísima excursión en busca de una ruta hacia el Pacífico con la ayuda de guías de la tribu assiniboine, un grupo tribal de los sioux que habitaba en el norte de la Grandes Planicies. El ciudadano Pierre entabló contacto con los mandan, que vivían en un gran poblado que describió minuciosamente. Decía que en contaba con 130 chozas, y que la empalizada estaba apoyada en travesaños embutidos en postes de 4,5 metros. Cada cortina tenía cuatro torres de flanqueo, y rodeaba el conjunto un foso  de más de 4,5 metros de profundidad y entre 4 y 5,5 metros de ancho. Con la tecnología de los ciudadanos-nativos y según afirmaba el ciudadano Pierre, una fortificación semejante era prácticamente inexpugnable ya que la altura a superar contando el foso y la empalizada era de unos 9 o 10 metros. En el interior, además de las cabañas, habían excavado silos que servían tanto como almacenes como para que las mujeres y los críos pudieran refugiarse en caso de ataque. 

Otro tipo de fortificación de las Grandes Planicies la describió Jean Baptiste Trudeau, un comerciante que arribó a un poblado arikara en 1795. Como vemos en el gráfico, era un parapeto formado por una sólida empalizada consistente en gruesos postes bifurcados dispuestos a una distancia de entre 4,5 y 6 metros unos de otros. En la bifurcación se colocaban travesaños "tan gruesos como un muslo, y a continuación colocaban postes de sauce o álamo tan gruesos como la pierna de uno, descansando sobre el travesaño muy juntos". Estos postes tenían una altura aproximada de 1,5 metros, y tras formar la empalizada se apilaban fajinas de ramas y arbustos contra la misma que, finalmente, eran recubiertas por una capa de tierra de medio metro. De este modo, los defensores podían disparar a pecho cubierto, mientras que los atacantes lo tenían complicado para aproximarse, y más aún para intentar trepar por el talud. 

Bueno, con esto vale de momento. Resumiendo un poco lo dicho, las fortificaciones de las Grandes Planicies por lo general estaban concebidas para albergar poblaciones de gran tamaño si bien se tiene constancia de aldeas fortificadas que, al parecer, solo eran usadas cuando había peligro. Da la impresión de que a esta gente no le hacía mucha gracia eso de vivir encerrados, pero las circunstancias les obligaban a ello debido a las constantes agresiones entre tribus. Primero por simples cuestiones territoriales, y tras la llegada de los europeos aliándose a ellos para tener el favor del poderoso ojo blanco y, más importante aún, comerciar con ellos y obtener armas y caballos para poder chinchar aún más a sus enemigos de siempre. Debemos insistir en desterrar el concepto del ciudadano-nativo pacífico y bondadoso que solo sacó a relucir su crueldad por culpa del ojo blanco invasor. Siempre fueron así, y buena prueba es la foto de la izquierda, que muestra la fosa común de Crow Creek y es testimonio del ensañamiento con que acababan con todo bicho viviente.

En fin, ya'tá.

Hale, he dicho

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