jueves, 3 de febrero de 2022

COVID Y GUERRA BIOLÓGICA

 


Observen la foto. Da un poco de repullo, ¿no? Los más jóvenes la relacionarán posiblemente con algún video juego de esos que te enganchan como las drogas o, quizás, con alguna serie distópica sobre apocalipsis zombis o chorradas por el estilo. A los ya no tan jóvenes les traerá recuerdos bastante inquietantes, cuando la Guerra Fría estaba en su apogeo y la posibilidad de que una guerra total acabara con el planeta quitaba el sueño a la ciudadanía. Con todo, aunque lo más representativo de la época era la imagen de los ICBM's de ambos bandos cruzándose en su trayectoria para desencadenar el holocausto final, el miedo a ver tu ciudad y sus habitantes vaporizados en un nanosegundo no era lo único que provocaba sarpullidos en el personal. Hablamos de la guerra química y, lo peor de lo peor, la guerra biológica. 

Grabado de Leonardo da Vinci que muestra una rudimentaria pero
eficaz arma biológica. Ya que aún no se habían descubierto los virus,
pues te lanzaban una vaca entera con un fundíbulo

Ambas son como sabemos más antiguas que la tos. En las entradas que dedicamos a las mixturas incendiarias pudimos ver que hace siglos ya se tenían los conocimientos suficientes para, combinando diversas substancias, hacer la puñeta al enemigo y achicharrarlo bonitamente. El cénit llegó durante la Gran Guerra con el uso masivo de productos como el fosgeno, capaz de carbonizar los pulmones en un periquete, o la iperita, cuyo contacto convertía al desdichado que se viese afectado por esa porquería en una pústula andante. La guerra biológica también viene de antiguo. Los griegos bombardeaban a los enemigos con vasijas petadas de avispas y alacranes, y en la Edad Media se lanzaban cadáveres de animales o ciudadanos al interior de las poblaciones sitiadas para propalar enfermedades. En fin, es de todos sabido que no hay nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, hace 40 o 50 años la información que llegaba a la gente sobre estos temas era mayoritariamente la que ofrecían los medios de comunicación, que siempre adobaban las noticias relacionadas con las desavenencias entre el Este y el Oeste para acojonar a la peña y tenerlos a todos con el corazón en un puño, que es lo que vende. Solo algunas publicaciones dedicadas a la cosa militar, escasas y leídas por unos cuantos, entraban más a fondo en las consecuencias de una guerra total y, aunque te acojonaba lo mismo o más que la noticia en la caja tonta o el periódico, al menos te hacían saber de qué iba la cosa con mucha más precisión.

El miedo a ser víctimas de una guerra atómica hizo que muchas familias
yankees adquirieran su refugio antinuclear. En la prensa de la época
aparecían mogollón de anuncios donde los ofrecían prefabricados,
bastando abrir un hoyo para sepultarlos y, en teoría, tener dónde
meterse si al camarada Kruschev le daba un avenate de los suyos

Por todo ello, en el magín de la abnegada ciudadanía que vivía pensando si podría celebrar su próximo cumpleaños sin verse reducido a pavesas, se formaron una serie de estereotipos alimentados por los bulos, las películas cathastróphicas y los cuñados sabihondos que disfrutaban como enanos encogiéndote el ombligo ante la enésima amenaza por parte de la URSS de apretar el botón (los hijos del padrecito Iósif siempre estaban en plan chulo y desafiante) y la inmediata respuesta de los sobrinos del tío Sam. Resultado: nuestro amado y vapuleado planeta se convertiría en una bola radioactiva durante los próximos 40 siglos, no quedaría bicho viviente salvo las cucarachas y alguna que otra bacteria, y la posibilidad de sobrevivir en un refugio antinuclear era tanto o más aterradora que acabar de una vez en menos de lo que dura un parpadeo. ¿No han visto la película "El día después", rodada en 1983? ¿No? Pues véanla. Cuando por fin salían los títulos de crédito estaba uno más mustio que un concejal acusado por su secretaria de machista, homófobo y maltratador, porque la cinta mostraba de forma cruda e implacable cómo sería un primer ataque nuclear y las consecuencias del mismo a corto plazo. Y te dejaba con la moral por los suelos porque lo que mostraba no iba de cosas imposibles, como ver al abuelo pútrido salir de la fosa dando trompicones y con hambre atrasada, sino algo escalofriantemente real, algo que podía ocurrir en cualquier momento. En resumen, las perspectivas no eran nada halagüeñas, y la posibilidad de un choque OTAN Vs. Pacto de Varsovia irritantemente cercana.

Los soviéticos debían tener el suelo de la Plaza Roja
rehundido de tanto pasear su vistosa colección de ICBM's,
que mostraban al mundo cada vez que tenían ocasión en
sus imponentes paradas militares

La cuestión es que, de los tres tipos de guerra que se contemplaban aparte de la convencional, la omnipresente era la nuclear. Eso del hongo atómico vendía más que el gas venenoso o el virus malvado que matarían discretamente, sin alharacas ni de forma ruidosa, pero sumamente eficaz. Por otro lado, la escasa información al respecto no permitía hacer muchas cábalas sobre esos temas y, a lo sumo, la imagen más difundida era la de un perverso agente enemigo arrojando cepas de ántrax o viruela en el suministro de agua de cualquier gran ciudad, lo que provocaría una epidemia masiva que nadie podría detener. No obstante, la visión de tropas vestidas con trajes NBQ daban a entender que, salvo los obsesionados con palmarla víctimas de un microbio con muy mala leche, ese tipo de guerra se libraría en los frentes de batalla y no contra la población civil, que era reservada para la combustión instantánea del apocalipsis final. Obviamente, en un mundo sin internet que, a pesar de las "feiknius" y las trolas palmarias proporciona unas cantidades de información impensables hace pocas décadas, el concepto de guerra biológica era bastante difuso y, como vemos, basado también en algo capaz de causar una mortandad tremebunda, rápida y definitiva. El enemigo llevaría a cabo un ataque biológico para matar ejércitos o poblaciones enteros, pero nadie se preguntaba qué sentido tendría eso habiendo armas que, de un plumazo, dejarían Nueva York o Moscú convertidas en unas escombreras y al 50% de sus habitantes desintegrados al instante, el 80% del resto palmando al cabo de un par de semanas devorados por el cáncer, y a los escasos supervivientes arrastrando de por vida las consecuencias de la exposición a la radioactividad en forma de enfermedades chungas y engendrando hijos con aspecto de cuñados de La Cosa.

Bien, este introito lo he soltado para que vuecedes se hagan una idea clara del concepto que se tenía de la guerra biológica cuando la guerra biológica se consideraba una amenaza latente, pero que podía manifestarse en toda su crudeza en cualquier momento. Sin embargo, colijo que esa terrorífica imagen de ciudadanos muriendo por las calles es más digna de una serie televisiva que real, y que la verdadera guerra biológica la estamos viviendo actualmente sin darnos cuenta o, al menos, sin llegar a entender que estamos siendo víctimas de un ataque en toda regla, y no de un bicho que se ha presentado de sopetón como en su día lo hizo el de la peste. ¿Que soy un conspiranoico? Bueno, al final me lo cuentan...

Laboratorio de Wuhan. Aquí se gestó todo

Según Alina Chan, una eficiente genetista canadiense aunque tanto su jeta como su apellido denotan claramente su origen oriental, el Covid 19 fue creado en el puñetero laboratorio de Wuhan con fines inconfesables. En la red hay información de sobra sobre dicho laboratorio, sus actividades y cómo salió el virus de las cajas de Petri para cebarse en los humanos, pero la afirmación de la pseudo-canadiense fue tomada a broma tanto por sus colegas como por los gobiernos del mundo. Las revistas científicas más prestigiosas la pusieron de vuelta y media, de la noche a la mañana se convirtió en una apestada y el gobierno chino la acusó de todo lo acusable, jurando por sus muelas que la seguridad del laboratorio de Wuhan era de primera clase y que sus afirmaciones solo eran una vil difamación propia de traidora capitalista para desacreditar a los honrados trabajadores y ciudadanos proletarios de la China-na-na, China-na-na, Chi-na-na. Pero lo cierto es que el virus, procedente de los murciélagos- esos animalitos siempre me han resultado poco recomendables-, no podía hacer tanto daño sin haber sido previamente manipulado. De hecho, ese microbio malvado existe hace años. Apareció en 2012 en una mina de cobre, donde media docena de currantes del laboratorio fueron a recoger caquita de murciélago para sus estudios sobre las enfermedades que propagan esos siniestros mamíferos volantes. Al cabo de unos días se pusieron malitos con los síntomas propios de un gripazo de aúpa y palmaron tres de ellos. Sin embargo, se corrió un tupido velo, nadie dijo ni pío y todos contentos. Total, morirse de gripe tampoco es tan raro...

Los chinos son máquinas. Los yankees usaron a 20.000 de ellos
para construir el ferrocarril transcontinental, obra faraónica ante la
que no se amilanaron. Lo de "trabajar como un chino" creo que
es un dicho más que conocido por todos, ¿no?

Lo que a partir de ahí se coció en Wuhan es un arcano dentro de un enigma encerrado en un misterio, y está de más decir que los chinos jamás reconocerán nada tanto en cuanto los convertiría en los mayores genocidas de la historia. Más aún, la pseudo-canadiense afirma incluso que había más gente en el ajo, gente poderosa con intereses ocultos que tenían los medios para desencadenar la plaga y ganar miles y miles de millones con la cura del mal que ellos mismos habrían creado. Sin embargo, mi teoría conspiranoica es más modesta y localista porque creo o, más bien, estoy convencido, de que la pandemia ha sido creada por China, el Dragón Dormido que se ha dado cuenta de que tiene potencial de sobra para mandar callar a los yankees y su falsa moralina y al inefable Vladímir Vladímirovich Putin y sus anhelos imperialistas del pasado. China se ha convertido en una megapotencia. Hay chinos hasta en la sopa, todo se fabrica en China, dependemos de ellos para los microchips de los automóviles, para decorar los árboles de Navidad y para comer rollitos de primavera. En 20 años han pasado de tener una tecnología tercermundista a ser punteros en lo que quieran y, lo que es peor, disponen de una fuente de mano de obra inagotable que si hace falta curra 16 horas al día por una loncha de chopped caducado y una taza de arroz, mientras que el coetáneo occidental no se mueve de la butaca sino gana al mes lo mismo que un chino en dos años, y protesta o inicia una huelga de vez en cuando para que nadie piense que se conforma con lo que tiene. El chino no protesta y no tiene sindicatos que alienten huelgas porque al que rechiste lo mandan a un campo de trabajo para ser reeducado por saltarse las consignas del partido. Resumiendo: mal que me pese reconocerlo, China es al día de hoy la dueña del mundo, y lo están demostrando con claridad meridiana aunque muchos no lo vean.

Aunque no lo parezca, esta foto pertenece a un polígono industrial
en España. Observen la matrícula de la furgoneta. Se han adueñado
de polígonos enteros donde no ves un solo letrero en español, entre
otras cosas porque sus clientes son los minoristas chinos de los
bazares que han proliferado como hongos

Ahora me harán la pregunta evidente. ¿Qué leches tiene todo esto que ver con el Covid y la guerra biológica? Pues todo, criaturas. Piensen un poco, alejen de sus magines los estereotipos y practiquen el sentido común que, como decía mi abuelo, es el menos común de los sentidos.

Díganme... ¿para qué querrían los chinos llevar a cabo una guerra biológica conforme al cliché que tenemos de ella? ¿Qué ganarían matando a millones de personas? Obviamente nada. Más aún, no les interesa porque China vive de la incompetencia, los complejos, la desidia y la complacencia de Occidente. Si nos matan a todos se quedan sin clientes porque ya nadie iría a sus bazares, nadie pondría el árbol de Navidad que fabrican ellos, bolas y guirnaldas incluidas, y nadie comería rollitos de primavera. ¿Qué es entonces lo que le interesa a China desencadenando una guerra biológica disimulada bajo el disfraz de virus que se ha salido de madre? Es tan evidente que, por lo que salta a la vista, nadie se percata de ello. Es como cuando buscas por toda la casa las llaves que has dejado encima de la mesa y no las ves porque no se te ha ocurrido mirar en la puñetera mesa. Bien, la respuesta es la que es: destruir la economía de Occidente de forma que nuestra dependencia hacia ellos sea absoluta.

Una UCI cualquiera en plena efervescencia. Dejando por un momento
de lado la catástrofe humanitaria, ¿saben cuánto ha costado esto a
Occidente? ¿Cuánto dinero ha costado mantener con vida, no siempre
con éxito, a cada paciente? ¿Qué economía podría resistir semejante
gasto de forma continuada? Captan ya de qué va la cosa, ¿no?

No, no, nada de eso, dirán algunos. El virus ha matado cientos de miles de personas, afirmarán. Cierto, pero en este caso los muertos por el Covid son simples víctimas colaterales. Se han muerto porque sus organismos no han podido con el bicho, pero que mueran diez, cien o mil es lo de menos, y a los chinos les da una higa vender mil árboles de Navidad y mil rollitos de primavera menos. A ellos lo que les importa, y ciertamente lo han logrado, es paralizar la actividad económica de Occidente provocando una pandemia peor que la mal llamada gripe española surgida en los Estados Unidos y que mató a más de 50 millones de personas entre 1918 y 1920. Algún remiso que no ve el bosque porque se lo impiden los árboles aún protestará diciendo que también han muerto ciudadanos chinos. Sí, claro... ¿y qué? ¿Creen que a un gobierno heredero del mayor criminal de la historia planetaria, Mao Zedong (Mao Tse-Tung en los años 70), responsable de la muerte de decenas de millones de paisanos suyos va a preocuparle que palmen diez, veinte o cien mil chinos si sus muertes sirven de excusa para asegurar que el virus no lo han creado ellos? Todo obedece a un plan trazado con meticulosidad oriental, como quien caza mosquitos con unos palillos.

Cuando empezaron a saltar las alarmas, este botarate incompetente
afirmó que "... en España, como mucho no habría más allá de algún
caso diagnosticado
". Aparte de no saber un carajo de nada, lo cierto
es que no sabía un carajo de nada porque colijo que ni se le pasó
por la cabeza que a lo que nos íbamos a enfrentar no era una simple
pandemia, sino un ataque biológico en toda regla

Recuerden el desarrollo de los acontecimientos. A finales de 2019 empiezan a saltar las alarmas. Los políticos, a los que les importan más sus poltronas que sus gobernados, quitan hierro al asunto porque habría que tomar medidas impopulares y, lo que es peor, no tienen ni idea de lo que se nos viene encima. Se limitan a plantarnos algún "experto" que asegura que no hay nada que temer, que es una nueva cepa de gripe o algo por el estilo, y que si hay víctimas serán los abuelos que todos los años caen como moscas por el maldito virus inmortal. Pero al cabo de pocas semanas la cosa se desboca. Miles de contagios, los hospitales abarrotados, los ancianos de las residencias se mueren por centenares, las UCI's colapsadas... y nadie sabe cómo detener la propagación de la enfermedad. En Amazon, los desaprensivos de turno venden una mascarilla de 50 céntimos por 1.000 dólares, los laboratorios se ponen las pilas, pero de entrada ya nos hacen saber que antes de un año no habrá vacuna. Los gobiernos, totalmente desbordados, no tienen más remedio que tomar medidas drásticas para impedir que las víctimas se conviertan en cientos de miles.

Sevilla. Avda. de la Constitución un día cualquiera durante el
confinamiento. Esa calle es un hervidero de gente a diario, sobre
todo turistas. Ya ven el panorama: tiendas y bares cerrados,
desolación, pobreza en ciernes...

Todo quisque encerrado en casa salvo para ir al súper, a la botica, a sacar el chucho a pasear y- manda cojones- al estanco, para que los que no palmen del virus se sigan buscando un cáncer de pulmón o un EPOC como Dios manda. Solo determinados currantes pueden acudir a sus puestos de trabajo. ERTES a mansalva. Mogollón de autónomos y pequeñas empresas al garete. La hostelería al borde de la quiebra total. Miedo. Depresiones. Familiares que se mueren en las UCI's más solos que la una sin que permitan a sus deudos darles un entierro decente. Los escasos botes de gel desinfectante a precio de oro. No hay ni mascarillas para todos. Caos. Pánico. Desesperanza. La guerra biológica empieza a producir sus efectos. La economía se resiente, la productividad baja, los gobiernos no pueden ordenar más recortes porque la gente se les echa encima, y tienen que tragar sapos a causa de su incompetencia y falta de previsión. Se politiza todo, y hasta a la tal Ayuso la acusan de populista por montar un hospital en un tiempo récord para aliviar la presión sobre los hospitales (para mear y no echar gota).

Interminables colas para administra la primera dosis. Pero el bicho
es tan cabrón y está tan bien diseñado que personas con la pauta
completa de tres pinchazos se contagian. ¿Alguien puede creer
aún que es casualidad?

Salen las vacunas. El maná llovido del cielo. Pero somos millones de personas, y los laboratorios no dan abasto. Seguimos confinados, la economía sigue resintiéndose, el PIB disminuye, la deuda del estado aumenta, la inflación sube de forma inquietante, como no se veía desde hace muchos años. Sin embargo, los chinos no parecen acusar estos problemas. Lógico. Ellos ya sabían lo que vendría, y estaban preparados para seguir el guion dando la apariencia de que también se han visto afectados. Crecimiento económico de China en 2020: un 2'2%. En 2021, un 8%. Mientras tanto, el crecimiento económico de USA en 2020 se contrajo un 3'4% para subir un 5'7% en 2021, y en la Eurozona se desplomó un 6'8% en 2020 para recuperarse hasta un 5% en 2021. ¿Quién ha ganado la guerra? China. Y no solo por haber logrado poner de rodillas a Occidente, sino porque nuestras vapuleadas economías son cada vez un enemigo más fácil de batir porque, entre otras cosas, dependemos más de ellos. Pero los chinos no tiene prisa. Se lo toman con filosofía, como buenos orientales, y tras dos años del inicio de la plaga aún seguimos con nuevas mutaciones, con restricciones de movimientos, con las putas mascarillas y sin ver la luz al final del túnel. Gente con la pauta de vacunación completa se contagia; la nueva variante, el Omicron, nos ha vuelto a poner en estado de alarma, y nadie tiene ni pajolera idea de cuándo se acabará esto, si es que se acaba, que está por ver. Un panorama desolador, pero es el que hay.

¿Recuerdan la peli esa de "28 días después"? No sería la primera
vez que una cinta de ciencia-ficción se convierte en una predicción
inexorable. Si Julio Verne vaticinó algo tan imposible en su época
como viajar a la Luna, es más fácil intuir lo que nos espera a la
vista de los últimos acontecimientos

Conclusión. Como ven, una guerra biológica se aleja bastante de la imagen que todos solemos tener in mente. No hemos visto calles llenas de cadáveres, ni saqueos, ni bandas de pirados dedicándose al pillaje y robando la gasofa de los coches abandonados. Nadie nos ha lanzado una bomba llena de porquerías, y menos aún nos han envenenado el agua. Simplemente han dejado suelto un virus especialmente diseñado para que la propagación entre humanos fuese increíblemente rápida. Un virus que se contagia por el aire y que, debido a la globalización y la movilidad de la población, es capaz de extenderse por todo el planeta en cuestión de días, cuando no horas. Las horas que tarda un fulano que viaja en avión en llegar de un continente a otro. En el avión contagiará a medio pasaje, que a su vez transmitirán la enfermedad a todo aquel que se les acerque nada más bajar del aparato. Esto, y no otra cosa, es la verdadera guerra biológica. Silenciosa, taimada y, lo más importante, nadie puede demostrar quién ha sido el que la ha propagado. Un régimen autoritario o una dictadura tiene medios de sobra para callar las bocas que puedan delatarlos, y carecen de escrúpulos para cerrarlas para siempre si creen que alguien se irá de la lengua. Y a todo ello podemos añadir que les ha salido baratísima. Se han ahorrado los miles de millones que cuesta una guerra convencional que, además, siempre pueden perder. Pero con su malévolo virus que les ha costado dos perras gordas han devastado a Occidente sin ningún esfuerzo. Sus bajas, los chinos que hayan palmado de Covid, son irrelevantes. A diario nacen mogollón de chinitos para cubrir las pérdidas, así que no verán su monstruosa demografía afectada en lo más mínimo.

¿Alguien podía imaginar hace dos años que nos veríamos así a todas
horas y, encima, sin saber hasta cuándo durará este mamoneo?

En fin, dilectos lectores, esta es mi teoría de la conspiración viral china. Llegados a este punto, es posible que más de uno piense que ya solo me queda empezar a oír voces o pasar el rato dando pellizcos a los cristales con la mirada perdida en el infinito. Otros se darán cuenta de que no han caído en la inquietante posibilidad que acabo de detallar. De hecho, aunque muchos ya admiten de forma más o menos abierta que el Covid es un virus manipulado, nadie parece atreverse a reconocer que es un arma. Pero la pregunta es: ¿quién fabrica un arma si no es para usarla? ¿Qué sentido tiene manipular genéticamente un virus, con el peligro que conlleva, como no sea para darle uso? Sea como fuere yo lo tengo claro, y además añado un detallito final: las mutaciones del bicho perverso, que se propagan a más velocidad que un bulo en mentidero de comadres, no solo viaja más rápido que un tren de alta velocidad, sino que se torna insensible a las vacunas existentes para que la fiesta no se acabe y tengamos que estar hasta vete a saber cuándo poniéndonos un pinchazo tras otro y con restricciones de movimiento cada vez que una nueva cepa hace acto de presencia que, como es evidente, darán como resultado la enésima contracción económica. A mi entender, el experimento de Wuhan ha sido todo un éxito, y ha dejado claro a sus perpetradores que la guerra biológica es extremadamente fácil de desencadenar, muy difícil de combatir y da unos resultados totalmente satisfactorios a muy corto plazo. Ah, y encima super barata. El enano corso (Dios lo maldiga) decía que para ganar una guerra solo hacen falta tres cosas: dinero, dinero y dinero. Ahora solo se necesita un laboratorio y unos cuantos bichólogos para crear un arma perfecta.

Ahí lo dejo. Sirva de aviso.

Hale, he dicho 

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