viernes, 10 de junio de 2011

Heridas de Guerra II


En la entrada anterior ya se hizo referencia a las producidas por proyectiles disparados por arcos o ballestas. Ahora profundizaremos un poco en las causadas por armas de corte, producidas generalmente por espadas o hachas.

En la foto de la derecha podemos ver los escalofriantes efectos de un tajo que prácticamente ha partido la cabeza en dos. Por el ángulo de corte, demasiado oblícuo para hacerlo estando ambos contendientes frente a frente, me da la impresión de que fue hecha desde atrás y con el agresor montado a caballo. O sea, que o perseguía a ese hombre, o se le echó encima en la vorágine de la batalla. A la vista de imágenes como esta, me remito a mi comentario en la entrada sobre las cotas de malla y su vulnerablidad a las armas de filo. Como se recordará, cuestionaba la verosimilitud de las pruebas que se hacen hoy en día, entre otras causas, por la diferencia de fuerza y pericia de los hombres de hoy y los de aquella época, así como la ausencia de la agresividad del combate a la hora de realizar dichas pruebas. Creo que es más que evidente que hay que tener una fuerza más que notable para, propinando un golpe así, cercenar limpiamente una de las osamentas de más grosor del cuerpo humano. Un cráneo de un hombre normal viene a tener por las zonas del corte alrededor de 1 cm. de grosor, y si miramos el maxilar superior, bastante más.


Otra herida similar la tenemos en la foto izquierda. El cráneo perteneció a un varón de unos 20 años de edad, y la lámina de plexiglás simula la hoja de la espada que le partió en dos la cabeza. Cabe pensar que ese desdichado no la llevaba protegida para que se produjera una herida tan terrorífica, si bien no deja de asombrar el poder destructivo de una espada en manos de un hombre de armas adiestrado en su manejo.
En este caso, por el ángulo de entrada de la hoja, el agresor debía estar en un nivel superior a la víctima. O sea, o iba a caballo o se limitó a rematar de forma contundente a un hombre que estaba de rodillas, quizás ya herido.


Pero no todas las heridas producidas en la cabeza acababan resultando mortales. Hay bastantes ejemplos de heridas que no llegaron a finiquitar al que la recibió dejando solo su marca indeleble. En la foto de la derecha vemos un ejemplo. Ese hombre, de unos 45 años de edad, no murió en combate. Recibió una herida longitudinal en la cabeza que no llevó a acabar con su vida. Esto se sabe porque, aparte de haber sido encontrado en un enterramiento en un cementerio, aunque la hoja llegó a traspasar el hueso, se produjo con posterioridad una soldadura del mismo. El tiempo necesario para ello deja claro que su muerte se debió a otras causas ajenas a esa herida, y bastante tiempo después.

No siempre se producían heridas en la cabeza, si bien, como cabe suponer, era el mejor sitio para acabar con un enemigo. También hay bastantes testimonios de profundos cortes en las extremidades, como el fémur que aparece en la foto izquierda. En este caso, el filo de una espada o un hacha penetró profundamente en la pierna y cercenó limpiamente el hueso. En un caso así, la víctima tenía nulas posibilidades de salir vivo, y no ya por la gravedad de la herida y la hemorragia que conllevaba, sino porque al quedar imposibilitado para huir del campo de batalla, era inmediatamente rematado.
La brutalidad de los combates de aquella época y el ensañamiento con que se luchaba llegaba a veces a extremos inconcebibles. En uno de los esqueletos procedentes de la fosa común de Towton se llegaron a contabilizar nada menos que trece heridas, y eso que solo pudieron corroborarse las que dejaron marcas en la osamenta. Otras posibles heridas producidas en zonas blandas del cuerpo, como el abdómen, o en extremidades sin llegar al hueso, por razones obvias no han dejado su tétrico testimonio.
A la vista de todo esto, creo que ya queda claro el motivo del porqué los hombres de armas de la época invertían cuantiosas sumas de dinero en proporcionarse elementos de defensa pasiva de la mejor calidad posible. Las probabilidades de acabar muerto o tullido de por vida en los combates de la época eran demasiado altas como para no poner todos los medios posibles para intentar salir vivos y enteros de semejante trance.
Bueno, para una próxima entrada sobre este tema se comentarán las heridas producidas por armas contundentes, como mazas y martillos, que tampoco eran moco de pavo...
Hale, he dicho.

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