jueves, 25 de octubre de 2012

El perfil de la espada






Bueno, tiempo es de retomar la temática habitual del blog. Para ello, qué mejor que las caballerescas espadas, ¿no? Esta entrada servirá para explicar algo que puede que más de uno desconozca, y es la importancia de la sección de la hoja a la hora de cumplir el cometido para el que fue diseñada. Es posible que algunos no hayan reparado en ese pequeño detalle que, sin embargo, convierte la hoja de una espada en un instrumento de clavar, de cortar, o de ambas cosas. Veamos de qué va la cosa...



El origen de la espada medieval tal como la conocemos no es otro que el diseño creado por los vikingos en la Alta Edad Media. Esta espada tenía una hoja ancha, de entre 70 y 90 centímetros de longitud, punta poco aguzada y una ancha acanaladura longitudinal que casi siempre rondaba entre 1/3 de su longitud a todo el largo de la hoja. La sección de la misma era lenticular, o sea, en forma de lente o de una lenteja tal como vemos en el croquis de la derecha, y los filos corrían paralelos al menos en las 3/4 partes de la hoja. Se podría decir que este tipo de hoja permaneció casi invariable hasta allá por el siglo XII, y se expandió por toda Europa desde los centros espaderos del norte de Francia y Renania. A pesar de su aspecto masivo, no eran unas hojas pesadas. De hecho, la espada completa rara vez superaba los 1.000 - 1.200 gramos. Ello, unido a un perfecto contrapesado logrado con la aplicación de un pomo de generosas dimensiones (véase foto de cabecera), hacían que su manejo fuese más fácil de lo que la gente suele imaginar. Pero en lo tocante a esta entrada, donde quiero hacer más hincapié es en la morfología de la hoja.



En la época en que este tipo de hoja fue usada predominaba el golpe de filo. Cabe suponer que esta forma de combatir iba encaminada a eliminar enemigos provistos de un armamento defensivo más bien pobre, compuesto generalmente de un escudo, un yelmo y poco más. Así pues, un tajo de una de estas hojas en el cuello, la cabeza, el hombro o un miembro podía ser literalmente demoledor. Pero para lograr una buena hoja para golpear de filo era preciso que tuviese un determinado grado de elasticidad lo que se lograba, aparte de aplicando determinadas técnicas metalúrgicas, haciendo las hojas de poco grosor y una sección que le diese buena flexibilidad. Y ello se conseguía precisamente con esa forma de lente, aligerada además por la generosa acanaladura que la hacía aún menos pesada. A lo largo del tiempo solo varió el ancho de la misma ya que, al ser tan amplias, limitaban mucho la vida operativa de la hoja debido a los constantes afilados a que eran sometidas, por lo que dicha acanaladura tendió a estrecharse con el paso del tiempo. Lo que sí mantuvo fue su punta poco aguzada que, aunque capaz de clavar, era un elemento secundario tanto en cuanto su función primordial era herir de filo.



Fue a partir del siglo XIII aproximadamente cuando los guerreros empezaron a equiparse con un armamento defensivo cada vez más complejo. A las tradicionales cotas de malla le fueron añadiendo poco a poco piezas rígidas, como las aletas que cubrían los hombros, branfoneras y yelmos que cubrían enteramente la cabeza. Y las cotas de malla cubrían enteramente el cuerpo del guerrero, por lo que cada vez era más difícil dejarlos fuera de combate con una espada (recordemos que las armas como el martillo de guerra o la maza surgieron precisamente por este motivo). Así pues, se fue imponiendo un tipo de hoja cuyo aspecto podemos ver a la derecha. Como podemos comparar, su aspecto difiere del anterior. En este caso, la ancha y larga acanaladura se ha  reducido notablemente, lo que da un poco de rigidez a la hoja para poder herir de punta. Ésta, además, se ha aguzado bastante para poder penetrar en las lórigas y piezas rígidas al uso en la época, bien de metal, bien de cuero hervido. Sin embargo, conserva su sección lenticular que le permite también herir de filo. De ese modo, tenemos una hoja polivalente: flexible y con capacidad de corte para herir a peones mal armados y con la suficiente rigidez y punta como para ser capaz de hendir una cota de malla. Ojo, hablamos de forma genérica en lo tocante a morfologías ya que el largo y ancho de la acanaladura podía variar, así como el ancho y largo de la hoja, etc., en función de los gustos de su usuario. Recordemos que las espadas se hacían por encargo conforme al diseño que prefería su dueño, y que en pleno siglo XIV aún se veían espadas con hojas como la que aparece en primer lugar. En aquellos tiempos, los cambios eran muy lentos, y en muchos casos la espada heredada del padre que a su vez la recibió del suyo podía estar operativa durante décadas.



Pero los avances en lo tocante a armamento defensivo obligó a modificar aún más las hojas de las espadas al uso en la Baja Edad Media. La generalización de la armadura de placas y de las protecciones rígidas incluso entre la tropa hizo preciso una hoja totalmente diferente. En éste caso, la añeja espada de corte estaba ya totalmente obsoleta porque, además, los avances en lo referente a la metalurgia hicieron que estas protecciones ya no solo fuesen de hierro, sino de acero. O sea, que un golpe de filo simplemente rebotaba en el yelmo o la coraza sin que su portador se enterase siquiera. Así pues, se impuso un tipo de hoja rígida, estrecha, y sin acanaladuras de ningún tipo. Para ello, la sección lenticular dio paso a una romboidal o hexagonal, que convertía la hoja en una larga y aguzada punta que apenas se doblaba cuando se clavaba en un peto o una cota de malla. Su estrechez le permitía colarse entre las rendijas de las armaduras de placas, y su aguda punta podía desmallar una lóriga sin problemas. Si observamos el dibujo superior, vemos que incluso iban provistas de nervaduras, o sea, lo contrario a la acanaladura, a fin de aumentar aún más su rigidez. 

Estas hojas fueron las que vieron el final de la Edad Media para, ya en el Renacimiento, ir dando paso a las espadas roperas. Como hemos visto, no todas las hojas son iguales, y de hecho se fabricaron gran cantidad de variantes conforme a los usos y las modas de cada momento si bien, de forma general, podemos resumirlas en estos tres que se han mostrado. Finalizo comentando que también se daba el caso de que era habitual realizar ciertas modificaciones en las hojas heredadas, si bien estas estaban encaminadas a aligerar la hoja estrechándola un poco ya que la longitud de la acanaladura no se podía acortar, lo que tampoco permitía hacerlo con la longitud total de la hoja en un momento dado. Este tipo de modificaciones era más habitual en lo referente a sus guarniciones: pomo y cruceta, más susceptibles de cambiar con las modas. De ese tema ya hablaremos otro día.

Bueno, ya vale por hoy, que me ha costado la propia vida convencer a la musa.

Hale, he dicho...