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Gimnasio de la cárcel de Nuremberg donde se llevaron a cabo las ejecuciones de los jerarcas nazis en la madrugada del 16 de octubre de 1946 |
El pasado mes de octubre se cumplió el septuagésimo quinto aniversario de las ejecuciones de los diez mandamases nazis condenados a muerte durante el proceso de Nuremberg. En realidad debían haber sido doce, pero dos de ellos se escaquearon de pasar por las torpes manazas del sargento mayor Woods: Martin Bormann, juzgado y condenado a muerte en rebeldía y del que nunca más se supo y Hermann Göring, que hábilmente supo escamotear una cápsula de cianuro para, en las horas previas a la ejecución, hacerle dos higas al personal y privarles del placer de verlo colgando de una soga como un salchichón. En fin, reconozco mea culpa por no haber dedicado en su momento un articulillo a esta sonada efemérides, pero la verdad es que se me ha ido el santo al cielo, como suele ser habitual. De hecho, hasta había puesto un borrador solo con el título a modo de recordatorio, pero aún así me he despistado. En todo caso, mejor tarde que nunca, de modo que ahí va eso...
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Vista del tribunal con los jueces de las cuatro potencias vencedoras |
El 30 de septiembre de 1946 comenzó la penúltima sesión en la Sala 600 del juicio iniciado el 20 de noviembre del año anterior. Durante todo el día, salvo algunos recesos para descansar las lenguas y comer algo, se procedió a la lectura de los preliminares a la sentencia que, de forma minuciosa, daba pelos y señales de las conclusiones a las que los jueces (yankee, british, gabacho y bolchevique, con las maldiciones habituales a quienes correspondan) había llegado tras 217 días de proceso y 406 sesiones. A las 17:30 horas se suspendió la sesión porque estarían ya agotados de tanta lectura, para ser reanudada el día siguiente, 1 de octubre. Ese día, a las 14:45 horas, comenzó la letanía de las sentencias que recaerían sobre los acusados. En esta ocasión, en vez de estar todos juntos en el recinto situado frente a la tribuna de los jueces, irán pasando uno por uno a escuchar el veredicto final. Tras desalojar de periodistas la sala, en primer lugar entra Göring, considerado como el acusado de más categoría. Los fulanos de la policía militar yankee lo conducen hasta una poltrona situada ante el tribunal, donde el ciudadano Hermann se sienta y se pone los auriculares de la traducción simultánea. Sir Geoffrey Lawrence, presidente del tribunal y juez principal de los british empieza la lectura, pero Göring señala nerviosamente los auriculares porque no escucha una papa. Tras unos instantes de tensión en los que un técnico intenta solucionar el problema, Lawrence retoma la lectura en la que le se informa que ya puede despedirse de este mundo, porque ha sido encontrado culpable de las cuatro acusaciones y está condenado a la horca. Göring, sin inmutarse, se levanta y se larga por donde ha venido.
Una escena similar se repitió con el resto de los 24 acusados salvo Bormann, condenado IN ABSENTIA. Las penas que le cayeron a cada uno de los mandamases nazis están en la red repetidas unos cuantos millones de veces, así que no creo necesario repetirlas aquí. En todo caso, señalaremos solo que, de todos los acusados, 12 fueron condenados a muerte por alguno o todos de los cuatro cargos en los que se basó el proceso, a saber:
- Participación en un plan común o conspiración contra la paz
- Planificar e iniciar guerras de agresión
- Participar en crímenes de guerra
- Crímenes contra la humanidad
Así pues, los que acompañarían al otrora arrogante mariscal y mandamás de la Luftwaffe y sin contar con el desaparecido Bormann serían:
- Generaloberts Alfred Jodl, jefe de la División de Operaciones del OKW entre 1938 y 1945, culpable de los cuatro cargos.
- Feldmarschall Wilhelm Keitel, jefe del OKW entre 1938 y 1945, culpable de los cuatro cargos.
- Joachim von Ribbentrop, ministro de Exteriores entre 1938 y 1945, culpable de los cuatro cargos.
- Alfred Rosenberg, ministro de los Territorios Ocupados del Este entre 1941 y 1945 e ideólogo del partido, culpable de los cuatro cargos.
- Arthur Seyss-Inquart, artífice del Anschluss y Reichskommissar de los Países Bajos entre 1940 y 1945, culpable de los cargos 2,3 y 4.
- Wilhelm Frick, ministro del Interior desde 1933 a 1943 y Reichsprotektor de Bohemia y Moravia entre 1943 y 1945, además de coautor de las tenebrosas Leyes de Nuremberg, culpable de los cargos 2, 3 y 4.
- SS-Obergruppenführer Ernst Kaltenbrunner, jefe del RSHA entre 1943 y 1945, culpable de los cargos 3 y 4.
- Hans Frank, gobernador de Polonia entre 1939 y 1945, culpable de los cargos 3 y 4
- Fritz Sauckel, Gauleiter de Turingia entre 1927 y 1945 y Plenipotenciario General del Despliegue Laboral, suave eufemismo para referirse a la mano de obra esclava entre 1942 y 1945, culpable de los cargos 3 y 4.
- Julius Streicher, Gauleiter de Frankonia entre 1929 y 1940 y redactor de la publicación antisemita Der Stürmer, culpable del cargo 4.
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Otra vista de la sala. A la derecha el tribunal, a la izquierda, los procesados. Delante de ellos, sus abogados. En primer término, el cuerpo fiscal, y al fondo el estrado para los testigos. En el centro, donde vemos a un sujeto de pie, es donde se situaban fiscales y abogados para sus interrogatorios |
Curiosamente, mientras que otros acusados como Von Neurath o Funk habían sido declarados culpables de todos los cargos y de los cargos 2, 3 y 4 respectivamente y solo fueron condenados a penas de cárcel (15 años y la perpetua en estos casos), Streicher, cuya intervención real en el conflicto fue irrelevante y además perdió la confianza del ciudadano Adolf en 1940 y quedó relegado al ostracismo, acabó en el cadalso. Sí, ciertamente sus libelos contra los judíos eran tremebundos, pero ni remotamente perpetró las burradas de otros mandamanses que se libraron con penas de cárcel que, al cabo de pocos años, fueron conmutadas y quedaron en libertad. Más aún, la realidad es que se le consideró cómplice e instigador al asesinato por sus incendiarios libelos antisemitas, delitos por los cuales hoy se podría condenar a muerte a medio planeta o más porque las redes sociales son una cloaca donde la gente, amparada en el anonimato, vierte podredumbre a mansalva, deseando todos los males del mundo a quienes no piensan como ellos. Por otro lado, el concepto de obediencia debida al que lógicamente se acogieron todos los militares fue obviado, por lo que hombres como Dönitz, Raeder, Keitel, Jodl y muchos otros en sucesivos procesos fueron juzgados y condenados por acatar órdenes que no tenían otra opción que acatar si no querían verse entre un pelotón de fusilamiento y una pila de sacos terreros. En fin, de ese tema ya hablamos en mi artículo sobre crímenes de guerra y, a mi entender, cualquiera que participa en una es, obviamente, un criminal tanto en cuanto mata gente porque se lo ordenan.
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Erich Raeder (1876-1960). Condenado a cadena perpetua, fue liberado en 1955 |
Tras la lectura de las sentencias, los abogados de los reos se entrevistan con sus defendidos para proceder a presentar las peticiones de gracia, especialmente los condenados a muerte. Aunque algunos se negaron inicialmente, luego reconsideraron su postura y aceptaron dirigir sus peticiones de indulto a diversas personalidades. Solo dos se negaron: Kaltenbrunner, que se empecinó en no pedir clemencia a nadie, y el almirante Raeder, que condenado a cadena perpetua solicitó ser condenado a muerte y fusilado, obviamente como un acto de solidaridad con sus compañeros de armas Keitel y Jodl. Obviamente, podían esperar sentados porque aquellas condenas, justas o no, significaban un escarmiento y una forma de reparar las bellaquerías perpetradas por la Alemania nazi, y los que estaban en la cumbre eran los primeros que pagarían el pato. A partir de ahí, salvo los tres procesados absueltos- Hjalmar Schacht, Fritz von Papen y Hans Fritzsche- el resto se quedarían en la cárcel de Nuremberg. Los condenados a penas de prisión a esperar su traslado a la cárcel de Spandau, en Berlin, y los condenados a muerte a que se confirmasen las sentencias.
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El hotel Palace, reciclado en campo de prisioneros bajo el nombre clave de Ashcan, sirvió de alojamiento a 86 gerifaltes nazis |
Los reos quedaba pues en manos del coronel Burton Curtis Andrus, seleccionado personalmente por Eisenhower para coordinar todo el tema penitenciario de los detenidos. En mayo de 1945 recicló el hotel Palace, un lujoso spa en la población termal de Mondorf-les-Bains, en Luxemburgo, como centro de interrogatorio y de reclusión provisional de todos los picatostes nazis que iban cayendo en manos de los aliados. Luego, cuando comenzó el proceso, se ocupó de preparar las celdas de la vetusta cárcel de Nuremberg para alojar a los acusados mientras durase el juicio. Andrus no había pisado un frente de batalla en su puñetera vida. En ambos conflictos mundiales se dedicó a tareas de inteligencia y, al parecer, no gozaba de las simpatías de sus conmilitones, entre otras cosas por su excesivo ordenancismo y su obsesión por la meticulosidad. Se paseaba por sus dominios carcelarios con un bastón bajo el brazo y, en vez de gorra de plato o gorro cuartelero, un sotocasco pintado de color verde brillante, en plan Patton.
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Vista de la galería de la cárcel de Nuremberg. Como se puede ver, cada celda tenía asignado un guardia que vigilaba constantemente. Junto a las puertas se ven los focos con los que iluminaban el interior durante las revisiones nocturnas |
Las condiciones de vida que impuso a los acusados durante el proceso eran draconianas. Nunca debían dormir de cara a la pared, los brazos siembre debían estar a la vista, y se llevaban a cabo repentinas inspecciones aleatorias en busca de las famosas ampollas de cianuro que habían permitido "escapar" a más de un gerifalte, empezando por Himmler. Las puertas de las celdas tenían una mirilla por la que cada preso era constantemente vigilado por un policía militar yankee, y un potente foco podía iluminar el interior abriendo un portillo a la más mínima sospecha incluso en plena noche. Del mismo modo, durante el rato en que se les permitía salir a estirar las piernas se llevaban a cabo más inspecciones. Se preparó una sala de visitas en las que los presos no podían tener contacto físico con sus familias, permaneciendo separados por un cristal y una rejilla metálica, aparte de estar presente en todo momento un policía militar que, aunque no entendiera un carajo de lo que hablaban, al menos vigilaba que no pudieran pasarse cualquier objeto sospechoso.
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Vista de una de las celdas. Puro confort germánico |
En cuanto a las celdas, eran los típicos tabucos desangelados con una ventana alta, y por mobiliario un jergón, una mesa pequeña y una silla, aparte de un inodoro instalado a la derecha de la puerta, por lo que era el único lugar que quedaba fuera de la vista de los guardianes. La limpieza de las celdas debían realizarla los presos, a los que se les facilitaban los útiles necesarios. La ropa que usaban casi siempre era la misma. De hecho, acudieron a las sesiones con la misma indumentaria desde el principios hasta el final. Solo Keitel, Jodl y Göring vestían uniforme militar aunque desprovistos de distintivos de rango, mientras que los demás iban de paisano. El resto de su guardarropa, dinero, condecoraciones y demás objetos personales fueron depositados en una sala de equipajes donde el acceso estaba totalmente restringido salvo para algunos oficiales seleccionados por Andrus. Y aparte de sus abogados, las únicas visitas que recibían regularmente eran las de Gustave Gilbert, nombrado psicólogo de la prisión y encargado de hacer un seguimiento a los presos para estudiarlos como si fueran macacos de experimentación, y para la cosa espiritual dos clérigos, el luterano Henry Gerecke, de 54 años, y el católico Sixtus O'Connor, de 37, ambos yankees.
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Burton C. Andrus (1892-1977) |
Y mientras se gestionan las peticiones de clemencia que a todas luces nadie iba a conceder, Andrus puso en marcha los preparativos para llevar a cabo las ejecuciones. Como se detalló en el artículo dedicado al controvertido sargento mayor Woods, verdugo de circunstancias para despachar nazis tóxicos, este personaje, su ayudante, el cabo Joseph Malta, y cuatro guripas habían sido enviados a la cárcel de Landsberg a desmontar tres patíbulos para trasladarlos a Nuremberg, donde llegaron a lo largo de la tarde del 5 de octubre. Tras dejar el material en la cárcel fueron alojados con el mayor secreto en una dependencia del aeródromo de Fürth, donde nadie sabía absolutamente nada acerca de quiénes eran y qué pintaban allí. Los patíbulos, de 4'15 metros de altura y pintados de verde, fueron instalados en el gimnasio de la prisión, un edificio de 25 metros de largo por 11 de ancho con el suelo pavimentado de linóleo color marrón. Dos se irían usando alternativamente de forma que, mientras un reo pasaba un mínimo de 15 minutos colgando conforme al sistema penal yankee, el siguiente podía ser ejecutado de forma que no se eternizase el proceso. El tercer patíbulo quedaba de reserva en caso de avería de uno de los operativos. Cada patíbulo tenía delante una escalera con trece escalones que permitían acceder a la pequeña plataforma superior de apenas 5 m² de superficie en donde apenas cabían el reo, el verdugo y sus ayudantes. Tres lados de la parte inferior estaban cerrados por paredes de madera, mientras que un cuarto estaba cubierto por una cortina negra para que el personal médico pudiera entrar a certificar el deceso del reo.
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Woods preparando el nudo de una soga. Esa foto fue tomada al parecer poco antes de empezar las ejecuciones y colijo que debe ser cierto ya que tanto el gorro como la gabardina están mojados, y esa noche llovía |
Las sogas fueron encargadas a la firma John Edgington & Co. de Londres, una empresa que llevaba más de cincuenta años dedicada a la elaboración de carpas, tiendas de campaña y cordelería náutica. De forma totalmente discreta, también eran los proveedores de las sogas destinadas a las prisiones británicas para ejecutar al personal. Para esta ocasión, uno de sus operarios, Harry Moakes, había fabricado un lote de 40 sogas de 3'10 metros de longitud con cáñamo italiano, especialmente idóneo para estos lúgubres menesteres por ser un material con muy poca elasticidad, lo que favorecía una caída con una parada seca, que rompiese el cuello del reo a la primera y evitase un prolongado estrangulamiento. Aunque las normas británicas obligaban a que las sogas tuvieran un dogal forrado de badana de cordero para evitar roces en el cuello de la víctima, dogal que se cerraba contra una pesada argolla de bronce, en este caso se mandaron sin ningún tipo de modificación, o sea, las sogas mondas y lirondas ya que en el sistema yankee se seguía usando el nudo corredizo con entre 7 y 9 vueltas. Como ya se explicó en su día, los british disponían una tabla con las longitudes a aplicar en función del peso y la estatura del reo, pero los yankees pasaban de filigranas y, en este caso, optaron por la standar drop, la caída estándar, de entre 120 y 180 cm. según la estatura del fulano a ahorcar e independientemente de su peso. Esto, como ya se explicó, dio lugar a comentarios bastante sensacionalistas acerca de la supuesta crueldad de Woods que, según los cuentistas de turno ávidos de titulares, hizo todo lo posible para alargar la agonía de los reos. En cualquier caso, la vigilancia alrededor del gimnasio era absolutamente férrea y, por órdenes estrictas de Andrus, allí solo entraba personal expresamente autorizado por él además del verdugo y sus ayudantes que, una vez completada la instalación de los patíbulos, se dedicaban a probar el funcionamiento de las trampillas con sacos de arena de 90 kilos. Con todos los preparativos en marcha, comienza la siniestra cuenta atrás.
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El ciudadano Hermann haciendo como que lee el índice de un libro en su gélida celda. Digo yo que para la pose podría al menos haberlo abierto por la mitad |
A los pocos días y como era de esperar, tanto las peticiones de clemencia como la extravagante petición de Raeder fueron rechazadas. Se fijó el día de las ejecuciones a partir de las 00:00 horas del miércoles, 16 de octubre, así como el orden en que se llevarían a cabo. En el gimnasio se habían dispuesto una quincena de ataúdes sencillos pintados de negro, y tanto alrededor del edificio como del perímetro de la prisión se redoblaron los efectivos de policía militar armados hasta los dientes, incluyendo vehículos blindados por si a elementos especialmente fanáticos les daba por intentar un asalto para liberar a sus antiguos jefes. Durante la noche del día 15, víspera del día señalado, se informaría a los reos de que sus apelaciones habían sido rechazadas y que en breve serían ejecutados. Esa misma noche, hacia las 22:20 horas, el coronel Andrus, acompañado de su lugarteniente, el coronel Selby Little, permitió a los ocho periodistas acreditados que presenciarían las ejecuciones echarles un rápido vistazo postrero a los condenados a través de las mirillas de sus celdas. Todos los reos miran hacia las puertas, intrigados por la visita a horas tan intempestivas ya que habían oído en el silencio de la noche la puerta de hierro que daba acceso a la galería abrirse y cerrarse. Solo uno de ellos estaba tumbado en su jergón, aparentemente dormido de la forma reglamentaria, o sea, tumbado boca arriba y con los brazos fuera. Era el ciudadano Hermann con su pijama de seda azul.
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Guardia inspeccionando una de las celdas con el foco. A pesar del riguroso sistema implantado por Andrus, Göring supo eludirlo de forma sutil, en plan mago, el muy puñetero |
Tras la rápida revista, Andrus y sus acompañantes abandonaron la galería para ir disponiendo las ejecuciones. Previamente, uno de los periodistas preguntó al coronel si se les había informado ya del fracaso de sus apelaciones. Andrus respondió que no, que lo haría antes de media noche para proceder de inmediato a los ahorcamientos, y que por eso les había anticipado que la visita sería breve, para no poner la mosca detrás de la oreja a los que en breve serían ya difuntos. Pero el ciudadano Hermann se había propuesto darle a Andrus el mayor berrinche de su vida.
A las 22:47, el soldado de 1ª clase Harold Johnson, encargado de vigilar la celda 5 donde se encontraba Göring, echó el enésimo vistazo del día para controlar sus movimientos, pero lo vio tumbado de espaldas a la puerta y, de repente, ponerse rígido mientras emitía resoplidos y daba muestras de ahogo. Jonhson salió echando leches y llamó al suboficial de guardia, el sargento Tymchyshyn (vaya apellido, carajo), que acudió al galope. Sin abrir la puerta, vieron al ex-mariscal bastante perjudicado, con espasmos y convulsiones que no auguraban nada bueno precisamente. El sargento, que prefirió pasarle la patata caliente a otro, no se complicó la vida y dio aviso al teniente Norwood Croner, el oficial de la prisión, y al capellán Gerecke. Croner pensó que sería un ataque cardíaco o algo por el estilo, así que se largó en busca del médico alemán, el doctor Pflücker. Cuando llegó, el capellán había entrado junto a otro oficial, el teniente McLinden, que contemplaban la escena alumbrados por el foco que sujetaba el soldado Johnson. Pflücker tomó el pulso a Göring, que se estaba poniendo de un preocupante color azulado, exclamó que el reo estaba muriéndose y pidió que avisaran al teniente Roska, oficial médico de la prisión y encargado de certificar la muerte de los reos aquella noche. Pflücker, que como alemán no quería comerse solo aquel marrón, prefería que hubiera presente un yankee para dar cuenta de lo sucedido por si a alguien se le ocurría culparle de negligencia o algo similar.
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Fotograma de la espléndida cinta "El hundimiento" (2004), que muestra a Eva Braun sacando una ampolla de cianuro de un recipiente como el que vemos en el detalle. Se fabricaban partiendo de vainas de fusil de calibre 8x57. Otros, como Himmler, preferían llevarla siempre encima, ajustada entre las muelas. En caso de necesidad, bastaba dar una dentellada fuerte para romper el vidrio y adiós muy buenas |
Mientras Roska llegaba, Pflücker apartó la manta para auscultar al moribundo y vio que tenía un sobre en la mano. Sin atreverse a tocarlo sin testigos le pidió al capellán que recordara que había cogido el sobre de la mano de Göring para revisar su interior. Dentro había una vaina con un tapón y tres hojas de papel. Abrió la vaina y vio que dentro no había nada. Recordando el final de Himmler, en cuanto apareció Roska le pidió que revisara la boca del moribundo por si veía astillas de vidrio. Roska le tomó nuevamente el pulso y le miró el interior de la boca. En efecto, había restos de vidrio muy fino, el corazón de Göring se acababa de gripar para siempre, y un penetrante olor a almendras amargas salía de las fauces del ex-mariscal cuyo rostro, como divirtiéndose por haber gastado una postrera broma de mal gusto, se había quedado congelado esbozando una leve sonrisa y con un ojo abierto y otro cerrado, a modo de siniestro guiño. Eran aproximadamente las 23:00 horas, y el reo que debía inaugurar el patíbulo nº 1 acababa de palmarla sin que nadie pudiera imaginar de dónde leches había sacado el puñetero veneno, y más si consideramos que se realizaban a diario minuciosos registros que volvían literalmente las celdas como un calcetín. Pero del resto de los pormenores del suicidio del ciudadano Hermann hablaremos con más detalle en otro artículo porque, la verdad, lo merece. Así pues, seguiremos con el desarrollo de los acontecimientos.
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Cadáver de Göring una vez trasladado al gimnasio. Su rictus mortuorio parece decir algo así como: "Andrus, te jodes como Herodes, y a ratos como Pilatos" |
Cuando Andrus fue informado del suceso casi le da un chungo y se larga a hacerle compañía al ciudadano Hermann. Ya se le había escapado otro preso de primera clase: Robert Ley, que se ahorcó de la cisterna de su celda con una toalla hacía un año justo, antes siquiera de empezar el proceso. Y ahora, nada menos que Göring se escaqueaba de la quema y, para colmo, él quedaba como un incompetente porque, a pesar de sus constantes registros, inspecciones y el rigor disciplinario impuesto a los presos, no había sido capaz de evitar que el astuto Hermann lograse introducir una ampolla de cianuro para largarse de este mundo haciéndole dos higas. Muy sumamente bastante cabreado, ordenó una inspección a fondo en las celdas de los demás reos por si alguno tenía prevista una despedida inesperada, y mientras sus policías militares cacheaban hasta a las moscas que habitaban en las mismas, una Junta de Investigación convocada a toda prisa y formada por el coronel Hurless, el teniente coronel Tweddy y el mayor Rosenthal entraron en la celda nº 5 para constatar que, en efecto, el ciudadano Hermann ya no figuraba en la lista de vivos. Su piel había adoptado un tono gris azulado propio de una cianosis, y se tiraron nada menos que dos horas registrando un cuchitril de menos de 6 m² para no encontrar absolutamente nada. Quién y/o cómo había sido introducido el veneno era de momento un misterio.
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Streicher en su celda durante el juicio. Fue un fanático nazi hasta el último segundo de su existencia |
Andrus echaba espumarajos de ira porque, aunque la investigación no había empezado siquiera, al cabo el responsable final sería él, y su carrera pendía de un hilo por la postrera broma macabra que Göring acababa de gastarle. Por otro lado, recibió la orden de que los reos, que inicialmente irían al gimnasio libremente con su correspondiente escolta, debería ser esposados, y los grilletes no se abrirían y se quitarían hasta que estuvieran ante el patíbulo, donde serían maniatados con una de las tres correas de cuero previstas para inmovilizar a los reos: una para las muñecas y dos para las piernas. Finalmente se optó por dejar el asunto de Göring para más adelante y comenzar las ejecuciones. Poco antes de la media noche, Andrus, acompañado de dos testigos alemanes, irá celda por celda anunciando a los reos que sus apelaciones han sido rechazadas y que se preparen para palmar en breve. Los dos tedescos son Wilhelm Högner, presidente de Baviera, y Friedrich Leistner, fiscal de la República. Ambos han sido conducidos a Nuremberg en el más absoluto incógnito para impedir posibles represalias por parte de nazis irredentos que veían a todos los que colaboraban con los aliados como viles traidores. El primero en recibir la infausta noticia es Streicher, que no se sorprende en absoluto porque daba por hecho que no habría clemencia. Finalmente, Andrus se larga a darse cabezazos contra un muro porque prefiere no presenciar las ejecuciones, mientras que Högner y Leistner se marchan al gimnasio donde, según se ha establecido, habrá presentes 45 testigos.
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Crónica del 16 de octubre del Daily News en la que Kingsbury Smith, el corresponsal que cubrió el proceso, narra todo lo sucedido. Cuando llegó la noticia del suicidio de Göring, hubo que rehacer las portadas en las que se anunciaba que había sido ahorcado. En la página aparece también una foto de Woods con su amada soga en las manos |
Como delegados de las cuatro potencias aliadas asistirán los generales Richard (USA), Walsh (R.U.), Morel (Francia) y Molótov (URSS), los ocho periodistas especialmente autorizados, cuatro fotógrafos militares, uno por cada potencia aliada, y demás personal médico, funcionarios y algunos soldados encargados de mover los cadáveres tras las ejecuciones. Se han dispuesto ocho mesas pequeñas para los periodistas, donde teclean con sus respectivas máquinas de escribir la relación de lo que va sucediendo. La madrugada del 16 de octubre es de perros. Lleva una semana lloviendo y hace dos grados bajo cero, por lo que el ambiente en el gimnasio, aparte de reinar un silencio sepulcral, es similar al de una cámara frigorífica a pesar de los potentes focos que cuelgan del techo, iluminándolo todo con una luz intensa y fría. Sobre el patíbulo 1 esperan Woods con sus ayudantes, y la tensión se masca en el ambiente. A las 01:11 horas se oyen tres golpes en la puerta de hierro del gimnasio. Un policía militar de guardia junto a la misma mete la llave en la cerradura, abre y deja paso al coronel Little, un oficial y, tras ellos, dos PM escoltando a un Ribbentrop amarillento como un muerto, mojado y engrilletado. La distancia desde el pabellón de las celdas al gimnasio es de unos 50 metros que, con la noche que hacía, no era un paseo agradable. Al llegar al patíbulo le quitan los grilletes y un oficial le pregunta su nombre, una de las muchas estupideces que hacen los anglosajones, como si decir un nombre falso lo librara de la horca o como si no supieran de sobra a quién iban a colgar.
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Joachim von Ribbentrop (1893-1946). Antes y después |
Ribbentrop responde y, acompañado del oficial y el intérprete, sube los trece escalones, para que adelgaces un poco antes de palmarla. Insisto, pero qué ridículos son los yankees. ¿No podían ser doce escalones? El oficial le pregunta si quiere decir unas últimas palabras. Tras dudar un momento, Ribbentrop articula con voz débil su despedida diciendo: "Dios salve a Alemania. Espero que Alemania recobre su unidad, y que el Este y el Oeste se unan, y que la paz reine en el mundo". Ciertamente, sus deseos tardaron un poco en cumplirse, concretamente hasta la caída del Muro en noviembre de 1989, pero bueno... Sin decir nada más, los ayudantes inmovilizaron las piernas del reo y lo maniataron con las correas de cuero mientras Woods le cubría la cabeza con una capucha negra. A continuación le colocó el dogal en el cuello y, sin más demora, accionó la palanca. Eran las 01:14 horas. El reo fue engullido por el patíbulo con un chasquido, quedando la soga vibrante y balanceándose un poco. El elegante y cosmopolita ministro de Exteriores ya era historia.
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Wilhelm Keitel (1882-1946). Antes y después |
A las 01:20 horas vuelve a sonar la puerta. Era el turno de Keitel, con el que se repite exactamente el mismo ritual tras ser conducido ante el cadalso nº 2. Pálido, pero sin mostrar el más mínimo síntoma de flaqueza, sus últimas palabras fueron: "Invoco al Omnipotente para que tenga compasión del pueblo alemán. Más de dos millones de soldados alemanes han muerto antes que yo. Ahora sigo a mis hijos ¡Dios proteja a Alemania!". A partir de aquí, se repite la escena anterior y Keitel cae por la trampilla golpeándose en la cara con fuerza, lo que le provoca una profusa hemorragia. Hay que despejar el cadalso nº 1, por lo que dos médicos entran bajo el mismo y comprueban que Ribbentrop está definitivamente muerto, siendo certificado su deceso a las 01:30 horas. Uno de los ayudantes de Woods corta la soga, que es rápidamente sustituida por otra, y se llevan el cadáver del reo detrás del patíbulo nº 3, donde se han colocado los féretros. Dejan el cuerpo sobre uno de ellos y depositan en su pecho una etiqueta con su nombre para la posterior sesión fotográfica.
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Ernst Kaltenbrunner (1903-1946). Antes y después |
A las 01:36 horas llega al gimnasio el enorme Kaltenbrunner, que con sus casi dos metros de estatura, su mandíbula desafiante y su jeta llena de cicatrices debía tener aspecto de cuñado de Frankenstein. Sin embargo, se muestra ausente y asustado cuando mira el patíbulo nº 1 y a Woods y sus ayudantes esperándolo. Una vez cumplimentado el ritual, el sucesor de Reinhard Heydrich se dirige a los presentes diciendo: "He amado a mi patria y a mi pueblo. Siempre he cumplido con mi deber. No he tenido parte alguna en los delitos de los que me habéis acusado". La trampilla se abre a las 01:39 horas, y el corpachón de Kaltenbrunner cae a plomo. A continuación, los médicos entran en el patíbulo nº 2 para comprobar el estado de salud de Keitel, que es declarado muerto a las 01:44 horas. Como se hizo con Ribbentrop, uno de los ayudantes corta la soga, se sustituye por otra y el cadáver es enviado a hacer compañía al del ex-ministro. Kaltenbrunner queda colgando del patíbulo nº 1.
Abro paréntesis: Como verán, los médicos no comprobaban la muerte de los reos nada más caer por la trampilla, sino cuando el patíbulo donde habían sido ejecutados debía quedar libre para el siguiente. Esto debe tenerse siempre en cuenta para que, como ya se comentó en el artículo dedicado al sargento Woods, nadie piense que algunos reos tardaron hasta 20 minutos en palmarla sino que, en realidad, no se procedió a comprobar el deceso hasta varios minutos después de caer por la trampilla, que no es lo mismo. Cierro el paréntesis.
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Alfred Rosenberg (1893-1946). Antes y después |
A las 01:40 horas, Alfred Rosenberg entra en el gimnasio con paso decidido y la mirada fija en el suelo mientras es conducido ante el patíbulo nº 2. Cuando llega ante el mismo, con un gesto de rabia niega en silencio con la cabeza cuando se le aproximan los dos clérigos. Es el único reo que rechaza los auxilios espirituales. Del mismo modo, cuando se le invita a decir sus últimas palabras se limita a murmurar "¡No!", y cierra los labios con fuerza. Woods le pone la capucha, la soga y la trampilla se abre. A continuación, los médicos entran bajo el patíbulo nº 1 y certifican la muerte de Kaltenbrunner a las 01:52 horas. Su cadáver es depositado sobre un ataúd, se le etiqueta y como el ambiente está un poco cargado se permite a los asistentes beber y fumar. Es el turno de Hans Frank.
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Hans Frank (1900-1946). Antes y después |
El ex-gobernador de la vapuleada Polonia entra en el gimnasio acompañado por el capellán católico, que murmura por lo bajini las preces adecuadas para semejante trance. No parece asustado ni nervioso. Camina despacio y cabizbajo hasta el patíbulo nº 1 del que hasta hace escasos minutos pendía el corpachón de Kaltenbrunner. Tras repetir de nuevo el ritual jurídico, sus últimas palabras fueron: "Agradezco a todos las atenciones que han tenido conmigo en la prisión. Dios os tome bajo su guía y su santa protección". Muy guay, pero ya es tarde para ponerse en plan espiritual, herr Frank. Tras su piadoso discurso empieza a mover los labios en silencio, echando unos rezos finales mientras que Woods le planta la capucha en la cabeza. Un instante después, el temible Generalgouverneur pasa del Más Acá al Más Allá. Tras ser devorado por las fauces de la trampilla, los médicos entran en el patíbulo nº 2, certifican el deceso de Rosenberg a las 01:59 horas y es trasladado a la apartado forense del gimnasio antes de que entre el siguiente reo.
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Wilhelm Frick (1877-1946). Antes y después |
Es Wilhelm Frick. Entra con paso decidido y se detiene en seco ante el patíbulo nº 2, al que acaban de poner una soga nueva tras quitar de en medio a Rosenberg. Da su nombre al fulano que va pasando lista y, como queriendo acabar pronto, empieza a subir con tanto ímpetu que tropieza y los dos PM que lo escoltan tienen que sujetarlo para que no se parta la jeta de un trastazo, arruinando la ejecución como hizo el alevoso Göring. Una vez recuperada la estabilidad no pierde el tiempo y sube los escalones de dos en dos. Su discurso final es igualmente breve y rotundo: "¡Viva siempre la eterna Alemania!" La trampilla se abre y, al igual que le ocurrió a Keitel, Frick se da un fuerte golpe en la cabeza que le provoca una intensa hemorragia hasta el extremo de que, en la foto post-mortem, se ven sus manos manchadas de sangre, por lo que una herida en la parte posterior de la cabeza le empaparía la espalda, e incluso se aprecia como chorrea por el féretro sobre el que depositarían su cadáver. En todo caso, mientras Frick cuelga de la soga los médicos entran en el patíbulo nº 1 para comprobar el estado físico de Frank, que es declarado muerto a las 02:08 horas.
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Julius Streicher (1885-1946). Antes y después |
El siguiente es el furibundo Streicher que, como no podía ser menos, tiene que hacer gala de su incontenible iracundia nazi hasta el final. Han pasado varios minutos desde que Frick cayó al interior del patíbulo, por lo que cabe suponer que el paseo desde su celda hasta el gimnasio debió ser un espectáculo. De hecho, se había negado a vestirse y le tuvieron que poner la ropa a la fuerza. Es introducido en el siniestro recinto literalmente en volandas por sus dos escoltas mientras ruge como una fiera "¡Heil, Hitler!" Eso es fidelidad y lo demás son tonterías. Al ver que lo llevan derechito al patíbulo nº 1 del que pendía el cadáver del Frank hasta hacía escasos minutos, se para en seco y forcejea. Es hasta el momento el reo más peleón y el que parece no haberse resignado a su destino. Pero los dos PM, unos fulanos cachas elegidos para someter reos remisos o desmadejados, lo agarran y lo plantan ante el patíbulo donde Woods lo espera imperturbable. Se niega a dar su nombre al oficial, pero finalmente accede porque, total, ya no le sirve de nada ponerse chulo.
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Que nadie se quede con la intriga de quién era la parienta de Streicher. Ahí la tienen, Adele Tappe, su segunda mujer y su secretaria desde 1940. Se había casado con ella en mayo de 1945 |
Sube los trece peldaños con cuidado porque tenía una lesión en una rodilla y no quería acudir a su cita final con el bastón que se veía obligado a usar. Una vez arriba se vuelve hacia la audiencia y larga un discurso en el que deja bien claro que los hebreos le siguen cayendo fatal y que no se arrepiente de nada. "Este año los judíos celebrarán de verdad la festividad del Purim. Esta es una alegre fiesta judía, ¡pero es mi fiesta del Purim! ¡Llegará el día en que los bolcheviques os ahorcarán a todos!". Luego se vuelve hacia Woods y le espeta con furia: "¡A ti también te ahorcarán!". Pero a Woods le da una higa las dotes de adivino de Streicher y, sin inmutarse, le enfunda su cabezón redondo y calvo. Su última frase justo antes de abrirse la trampilla a las 02:14 horas la dedicó a su mujer: "Adele, meine liebe Frau!" (¡Adele, mi amada esposa!"). Streicher está dispuesto a dar la nota hasta el último momento, porque nada más caer sale del patíbulo un lamento. Todos los presentes se quedan un poco petrificados, como cuando en las pelis el empleado de la morgue ve como un ciudadano recién sacado de la nevera se incorpora con los ojos inyectados en sangre. Uno de los periodistas cae redondo al suelo de la impresión, pero el imperturbable Woods sabe lo que ha pasado: el cuello de toro de Streicher ha resistido la caída y no ha palmado en el acto. Baja rápidamente y entra en el patíbulo. Nadie ve lo que hace, pero es evidente que se ha agarrado al cuerpo del reo para, con su peso añadido, fracturarle las vértebras. Streicher fenece, y para aplacar los ánimos y las conciencias del personal los médicos entran de inmediato a certificar su muerte, y a asegurar que ha sido instantánea. Evidente. Fue instantánea en el momento en el que Woods añadió sus arrobas a las del ex-Gauleiter. Sin duda, fue la ejecución más escabrosa de todas.
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Fritz Sauckel (1894-1946). Antes y después |
Tanta movida demoró el rápido ritmo que llevaban las ejecuciones, y tras certificar la muerte de Streicher a las 02:23, los médicos entran en el patíbulo nº 2, donde Frick se aburre como un galápago. Trasladan su cadáver junto a los de sus conmilitones, cambian la soga y esperan al siguiente, Fritz Sauckel. A Streicher lo dejan colgado a pesar de que los médicos han afirmado que ha muerto, no sea que resucite y organice otro escándalo. Sauckel tampoco ha querido vestirse. Aparece en el gimnasio con unos simples pantalones y un jersey. También se niega inicialmente a decir su nombre, y también debe ser forzado a subir la escalera del patíbulo. Y también, siguiendo el manual de Streicher para reos disconformes, soltó su postrero discurso con ira contenida: "¡Muero inocente! ¡La sentencia ha sido demasiado dura! ¡Dios proteja a Alemania y la haga de nuevo grande! ¡Dios proteja a mi familia!". La trampilla se abrió a las 02:26 horas y, como colofón, también sigue puntualmente el manual de Streicher, porque un gemido profundo y tenebroso emerge del cadalso cuando la soga detiene en seco la caída de Sauckel. No obstante, Woods no intervino en esta ocasión, por lo que es probable que viese que el estertor que había emitido era su último hálito de vida.
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Alfred Jodl (1890-1946). Antes y después |
Streicher ya ha dejado libre el patíbulo nº 1, donde es conducido el penúltimo reo de aquella interminable noche, el general Jodl. Este aparece en el gimnasio con un inmaculado uniforme luciendo en sus pantalones jodhpur las franjas rojas propias de su rango. Calza unas botas absolutamente pulidas y brillantes, como mandan los cánones. Como buen soldado, pasa de escandaleras y de pasar a la historia como protagonista de una ejecución truculenta, así que actúa con decisión y rapidez. Está pálido, pero no muestra miedo o nerviosismo. Cuando llega ante el patíbulo da su nombre sin más, sube la escaleras y, una vez arriba, se limita a exclamar: "¡Yo te saludo, Alemania mía!". La trampilla se abre y, cumpliendo su decisión de palmarla de forma breve y concisa, queda colgando en silencio. Por penúltima vez, los médicos entran en el patíbulo nº 2 y certifican la muerte de Sauckel a las 02:40 horas.
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Arthur Seyss-Inquart (1892-1946). Antes y después |
Llega el momento supremo del último reo, Arthur Seyss-Inquart, que entra en el gimnasio a las 02:45 horas. Lo conducen ante el patíbulo nº 2 con paso cansino. Cojea un poco y camina como un sonámbulo. Dice su nombre al oficial y sube la escaleras peldaño a peldaño, deteniéndose varias veces, como si fuera un anciano agotado aunque solo tiene 54 años. Una vez arriba, uno de los ayudantes le quita la gafas sin que el reo parezca darse cuenta de nada. Cuando le indican si quiere decir algo parece bajar del limbo y suelta un breve y beatífico discurso: "Espero que esta ejecución sea la última tragedia de la 2ª Guerra Mundial, y que la lección de esta guerra sirva para la paz y la comprensión entre los pueblos. ¡Creo en Alemania!". Ya es un poco tarde para soltar discursos llenos de amor al prójimo, pero al menos se ha portado dignamente, no como el energúmeno de Streicher. La trampilla se abre a las 02:48. Imagino que por abreviar y acabar de una vez con aquella consumación justiciero-vengativa, los médicos no esperaron los 15 minutos de rigor y certificaron la muerte del reo a las 02:59 horas.
-Ten men in 103 minutes!- exclamó jubiloso Woods tras saber que pasaría a la historia a pesar de ser un don nadie-. That's fast work!
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Hermann Göring (1893-1946). Antes y después |
Tras sacar a Seyss-Inquart del patíbulo fue conducido a la hilera de féretros y etiquetado. Doce minutos más tarde, el cadáver de Göring fue trasladado en una camilla al gimnasio para que los delegados de los aliados y del gobierno provisional alemán pudieran comprobar que, en efecto, estaba más muerto que Carracuca. No era plan de que a los dos días empezaran a propalarse teorías conspiranoicas como ocurrió con Bormann o el mismo ciudadano Adolf, que hoy día aún sitúan en Argentina su destino postrero tras ser evacuado en un submarino. Solo los cuatro fotógrafos del ejército estaban autorizados a sacar fotos de los cadáveres. Se hizo una primera tanda con los cuerpos vestidos. A continuación fueron desnudados y vueltos a fotografiar para, finalmente, ser introducidos en los féretros, cargados en dos camiones y partir camino de Dachau, donde un horno crematorio los esperaba para correr el mismo destino que sus víctimas. Los periodistas tenían terminantemente prohibido salir del gimnasio hasta pasadas al menos dos horas para que nadie pudiera saber lo ocurrido hasta que los cuerpos hubieran sido quitados de en medio. Era evidente que si se corría la noticia cualquier grupúsculo de nazis irredentos podría intentar apoderarse de ellos para levantarles un altar o algo por el estilo.
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Uno de los hornos de Dachau. Igual es donde fueron a parar los 11 reos de Nuremberg |
Hacia las 05:30 horas, dos camiones escoltados por vehículos blindados salieron de la prisión de Nuremberg en dirección al aeródromo de Fürth, donde los esperaba un avión de transporte que los llevaría hasta Dachau, donde un fulano que paradójicamente se llamaba Richard Wagner ya tendría encendido desde horas antes el horno que reduciría a pavesas a los otrora poderosos gerifaltes. Varios periodistas siguieron el cortejo con la intención de sacar fotos chulas del traslado y copar las portadas de sus respectivos periódicos pero, de repente, uno de los vehículos de la escolta giró bruscamente, quedándose atravesado en la carretera. La torreta giró en dirección de los automóviles del personal y un oficial asomó la jeta por la escotilla de la misma avisándoles amigablemente que mejor daban media vuelta. Está de más decir que aceptaron de buen grado la sugerencia del oficial y volvieron a Nuremberg a enviar sus crónicas, pero sin fotos. Una vez en Dachau, se hace recuento de los féretros y el primero de ellos, con Keitel en su interior, es introducido en el horno. El último es el del fiero Streicher.
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El Isar a su paso por Munich. Como ven, actualmente sus orillas se usan como playa fluvial para solaz de los ciudadanos. Igual se están remojando en cenizas nacionalsocialistas, quién sabe... |
Una vez convertidos en cenizas calentitas se apagó el horno y se extrajeron las mismas, que fueron introducidas en dos cubos de basura metálicos. Nuevo papeleo, firmas y demás burocracia, además de una cláusula de confidencialidad, como se dice actualmente, por la que todos los que han intervenido en la cremación juran por sus muelas que jamás dirán a nadie una palabra sobre lo ocurrido allí, lo cual ciertamente cumplieron a rajatabla porque no se sabe en qué horno fueron introducidos, y menos aún el lugar donde fueron arrojadas las cenizas salvo que fue en el río Isar. Nadie, imagino que incluyendo muchos tedescos, desearía ver como al cabo de una temporada, cuando se enfriasen los ánimos, la orilla del río fuese un santuario con un monumento convertido en lugar de peregrinación de todos los nazis que aún seguían creyendo que el ciudadano Adolf era muy buena persona. De hecho, los cuatro fósiles que aún perduran de aquella época lo siguen creyendo, y no se cortan un pelo a la hora de manifestarlo con voces marchitas cuando los entrevistan en los documentales que los rescatan de las telarañas y el hedor a cadaverina.
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Göring despojándose de su preciada quincallería. Imagino que esto debió sentarle como una patada en el hígado |
Como epílogo para esta historia he creído más adecuado narrar el destino de las posesiones de los reos, poca cosa para hombres que lo habían tenido todo y, por sus actos, habían quedado reducidos a nada. El 25 de octubre siguiente se dio orden al coronel Andrus acerca de cómo deshacerse de los efectos personales de los reos: todas sus medallas e insignias con emblemas nazis debían ser destruidas, su ropa y objetos personales como "joyas menos preciosas" debían entregarse a los familiares más cercanos junto con cualquier dinero en efectivo hasta mil marcos. El resto de las piedras preciosas y el dinero sobrante se entregarían a la dirección de finanzas. El dinero y los objetos de valor de los condenados a prisión debían congelarse y enviarse al Reichsbank, donde quedarían en depósito hasta el término de sus condenas o, caso de palmarla, de su deceso. Así pues, las condecoraciones de los militares, cuya posesión sería obviamente el sueño dorado de cualquier coleccionista ya fuese nazi o no, fueron divididas en dos grupos. Por un lado se seleccionaron las distinciones simples de uniforme de diario, o sea, medallas mondas y lirondas que nadie distinguiría de las que usaba el resto del ejército. Esas fueron todas destruidas sin más incluyendo la Orden Pour le Mérite ganada por el ciudadano Hermann durante la Gran Guerra. Por otro, se separaron las insignias del partido ornadas con piedras preciosas y demás objetos valiosos, que tras ser desmontados fueron vendidos para sufragar las costas judiciales que se calcularon en 4.435.719 dólares, un verdadero pastizal para la época.
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Hedwig Rosenberg y su hija Irene, ambas escoltadas por un british. Como todas las mujeres e hijos de los gerifaltes nazis, fueron detenidas y enviadas a campos de internamiento hasta que decidieran qué hacer con ellas |
Andrus entregó personalmente a Emmy Göring lo que quedaba de los objetos de su marido depositados en la sala de equipajes. Como veremos en breve, el ciudadano Hermann era bastante rumboso con sus carceleros y les había regalado varias de sus posesiones, además de otras que fueron sustraídas no se sabe cómo ni por quién. En todo caso, lo que el otrora todopoderoso Reichsmarschall y hombre más importante de Alemania tras el ciudadano Adolf dejó en este mundo fue: 750 marcos en efectivo, 1 reloj de viaje, 1 estuche de aseo, 1 petaca de puros de oro, 1 pitillera de oro, 1 pastillero, 1 reloj de pulsera, 1 reloj de bolsillo con cadena, 1 cortapuros y portalápices, 4 botones semipreciosos, 2 gemelos, 1 alfiler de oro, 1 alfiler con una perla, 1 cortapuros de plata, 1 alfiler antiguo, 1 reloj en una caja antigua, 1 alfiler de plata en forma de corazón, 1 reloj pequeño con diamantes engastados, 1 encendedor, 1 compás divisor de bolsillo, 2 hebillas de caballo, dos maletas grandes, una sombrerera y una bolsa flexible. La única que no quiso hacerse cargo de nada de su marido fue la mujer de Rosenberg, Hedwig Kramer. Por lo que se ve, tanto ella como su hija Irene no estaban por la labor de verse de por vida señaladas como mujer e hija de un gerifalte nazi, porque nunca aceptaron ser entrevistadas ni hablar de nada relacionado con el ideólogo principal del nazismo.
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Relevo de la guardia en la puerta de la prisión de Spandau, en este caso entre yankees y british. Cada guardia se turnaba mensualmente, alternándose entre las cuatro potencias aliadas. A medida que los presos eran liberados, finalmente todo el edificio se quedó vacío, con Hess como único huésped. A pesar de los intentos por parte de los aliados por soltarlo de una vez o, al menos, mandarlo a una prisión más pequeña y menos cara, los soviéticos siempre se negaron en redondo. Hess solo pudo salir de Spandau con los pies por delante en 1987 |
En fin, criaturas, así se llevaron a término las ejecuciones de Nuremberg. Fueron las que marcaron la pauta para procesar y ejecutar a muchos otros criminales de guerra, especialmente los guardianes de los campos de exterminio y los "médicos" que usaron a los prisioneros como conejillos de indias. También sentó el precedente jurídico para procesar a los honolables guelelos del mikado que habían osado enfrentarse a los yankees. En cuanto al resto de condenados, tuvieron que pasar aún varios meses en Nuremberg hasta que se puso a punto la prisión de Spandau, en Berlín, donde tras interminables debates los aliados decidieron que era el lugar más indicado para cumplir sus condenas. Fueron trasladados el 18 de junio de 1947. El personal que tomó parte en el proceso volvió a sus vidas normales, algunos de ellos un poco bastante hartos de aquello porque los meses dedicados al juicio les había costado una pasta gansa por ser letrados de prestigio que cobraban buenos dineros en su actividad profesional. De hecho, para Robert Jackson, que actuó como fiscal yankee y presidente del Consejo Fiscal durante el juicio, su permanencia en Nuremberg le impidió convertirse en Presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, uno de los trampolines usados por los yankees para, a continuación, intentar alcanzar la Casa Blanca.
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Tumba del coronel Andrus en el cementerio de la Academia de la Fuerza Aérea en Colorado Springs Posiblemente, su último pensamiento fue para Göring guiñándole un ojo y esbozando una sonrisilla burlona |
No obstante, el que de verdad salió perjudicado fue Andrus, al menos a nivel moral. La sombra de Göring le persiguió siempre, y nunca se perdonó a sí mismo que el arrogante mariscal hubiera podido fastidiarle sus meticulosos planes ejecutorios. Más aún, tras la larga madrugada del 16 de octubre aún tuvo que pasar una temporada dando explicaciones e investigando cómo leches pudo obtener el veneno su preso principal, pero de eso ya hablaremos en su momento. Concluiremos con un breve dato sobre el destino de la célebre prisión. La mayor parte de la misma, así cómo el gimnasio, fueron demolidos entre 1980 y 1986, quedando solo en pie el ala oeste. En 1995 se construyeron nuevas dependencias, y actualmente se usa como centro de detención de menores y como prisión preventiva.
Bueno, ya me he enrollado bastante, así que s'acabó lo que se daba.
Hale, he dicho
POST SCRIPTVM: Es evidente que, a pesar del tiempo transcurrido, todo lo hablado hoy es un tema que aún levanta pasiones. Ya conocen vuecedes mi abominación por los comentarios de tipo político, y más cuando algún lector especialmente vehemente se manifiesta de forma un tanto hostil, chabacana o desafiante. Por lo tanto, ya podrán imaginar que ni un solo comentario que se salga de lo puramente histórico será publicado. Sirva de aviso.
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Vista aérea del complejo de Nuremberg. En primer término, a la izquierda, aparece el palacio de justicia donde tuvo lugar el proceso. Este edificio aún existe. Detrás se ve la antigua prisión, actualmente desaparecida. La flecha señala el gimnasio donde se llevaron a cabo las ejecuciones |
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