domingo, 15 de julio de 2018

AQUILA LEGIONIS


Probos ciudadanos recreacionistas encabezados por el AQVILIFER, el legionario sobre el que recaía una de las más
grandes responsabilidades del ejército romano: portar y defender el águila de su legión. A su izquierda marcha el
PRIMVS PILVS, y detrás el SIGNIFER de la 1ª cohorte, que por norma era la depositaria del águila

Shhhhhhist... Ni una palabra. Todo el mundo como si tal cosa, no sea que la agquegoza de la musa haya venido solo a cambiarse las bragas y no a quedarse tras su interminable periplo del que hoy, casualmente, se cumplen ya dos largos meses. No conviene darle a entender que su presencia es de vital importancia para la continuidad del blog, así que actuemos como si tal cosa, en plan fray Luis de León cuando volvió a su cátedra tras cinco años en la trena y soltó su famoso "como decíamos ayer", ¿entendido? Bien, a lo que vamos...

Fragmento de la Paleta de Narmer (c. 3050 a.C.) en la que aparece el
faraón homónimo precedido por cuatro enseñas de su ejército
Desde los tiempos más remotos los ejércitos han hecho uso de un extenso surtido de símbolos con diversos fines, desde algo tan práctico como facilitar a sus jefes el conocer su posición en el campo de batalla como para anunciar al enemigo que tenían muy mala leche y que se mearían en sus míseras calaveras si no se largaban de inmediato camino de vuelta a su territorio. Ídolos antropomorfos, animales de aspecto feroz o incluso la jeta de algún cuñado mostrando sus fauces ávidas de vísceras permitían distinguir una unidad de otra o la situación del comandante del ejército durante la batalla. Sin embargo, las profundas connotaciones de tipo religioso o espiritual que incluso hoy día tienen las enseñas de los ejércitos fueron creadas, como no, por los insignes hijos de la augusta Roma que, como en tantas otras cosas, han sido los que dieron forma a nuestra civilización moderna.

Denario de plata de Heliogábalo en el que se puede ver
un AQVILA con sendos SIGNAS a cada lado, lo que
denota la importancia simbólica de los estandartes que
hasta aparecían en las monedas
Las SIGNA MILITARIA, las enseñas militares, ya no solo servían para que el general pudiera constatar que tal o cual unidad no había tomado las de Villadiego, o que permanecían clavados al terreno combatiendo al enemigo con la furia y el denuedo que se esperaba de ellos, sino que fueron envueltas en un halo glorioso, una mezcla de superstición y religiosidad y, lo más importante tal vez, permitieron crear lo que hoy conocemos como "espíritu de cuerpo", un sentimiento de camaradería y unidad bajo un símbolo común que convertía a una legión en una bloque monolítico dispuesto a entregar gustosamente el pellejo en el campo de batalla con tal de no dejar a parte de los suyos a merced de los enemigos y, aún más importante quizás, a no permitir que su prestigio como guerreros fuera puesto en entredicho. La cosa evolucionó de tal forma que la sola perspectiva de perder los estandartes en manos del enemigo les provocaba vahídos de terror porque eso solo significaba una cosa: eran unos mierdecillas que no habían puesto toda la carne en el asador, habían sido vilmente acoquinados por una caterva de bárbaros y todas las maldiciones y castigos tanto divinos como humanos serían pocos para purgar semejante felonía. De hecho, la posibilidad de perder los estandartes en combate era tan terrorífica que se dieron casos de comandantes de unidades que, al ver flaquear a sus tropas, tomaban las enseñas y las arrojaban hacia las filas enemigas para obligar a sus hombres a revolverse y a recuperar el empuje para rescatarlas como fuese.

La cosa alcanzó un arraigo tan profundo entre los supersticiosos romanos que veneraban a sus enseñas como objetos divinos, las ungían como si de dioses se tratase e incluso hacían sacrificios en su honor, juraban por ellas como se juraba por los dioses y eran guardadas celosamente en los SACELLI, unos pequeños santuarios ubicados en el centro de los campamentos durante los períodos de paz como si fueran las imágenes de sus deidades, y hasta los manes y lares del personal quedaban relegados a un segundo plano cuando se alistaban en el ejército. Cuando un romano se enrolaba en una legión su principal objeto de adoración eran las SIGNA, a ellas se debía por encima de todo, y se dejaría arrancar las tiras de pellejo defendiéndolas hasta el final de su existencia. No debe de extrañarnos esta actitud ya que hoy día se sigue jurando defender la bandera "hasta la última gota de nuestra sangre", y perderla o verla en manos del enemigo es aún la mayor deshonra y la más tremenda humillación que puede sufrir un ejército. Solo en contadas ocasiones el pánico se apoderó de las tropas y estas abandonaron sus enseñas, como en el episodio que vemos a la derecha, donde aparece el mismísimo César intentando detener a sus tropas en fuga que, sorprendidas por las tropas pompeyanas cuando atacan el campamento enemigo en Dirraquio, salieron en desbandada abandonando hasta la cartera con el DNI. No fue una jornada gloriosa precisamente, pero la falta de decisión de Pompeyo para rematar su victoria le impidió acabar con su enemigo para siempre, lo que con el tiempo acabó costándole a él la vida. Otro caso sonado fue el de la tremenda derrota sufrida por Varo en Teutoburgo, donde naturalmente las águilas volaron, y nunca mejor dicho.

Gaio Mario, inventor del AQVILA
Bien, sirva este breve introito para ponernos en situación de poder calibrar adecuadamente la enorme importancia que tenían para los romanos sus enseñas, de las que iremos dando detalles en sucesivas entradas. La de hoy estará dedicada a la más importante de todas, el águila, plumífero que quedó unido de forma indeleble a las legiones y que llegaron a ser consideradas como los verdaderos dioses guardianes de las mismas desde su adopción hasta el final del imperio. Porque a pesar de que Constantino declaró el cristianismo como la religión oficial de sus vastos dominios, el ejército no se resignó a borrar de un plumazo el símbolo que durante siglos les había precedido en todas y cada una de las batallas en las que habían tomado parte desde la guerra civil entre Gaio Mario y Lucio Cornelio Sila y, no lo olvidemos, independientemente de que el paganismo había sido oficialmente abolido no por ello desapareció como por ensalmo, y muchos legionarios seguían siendo fieles a la religión de sus ancestros y, por ende, mantenían de forma discreta su veneración por los SIGNA y demás dioses como Mithra, por el que los legionarios siempre habían tenido especial predilección. Y dicho esto, vamos sin más dilación al grano que para luego es tarde.

El origen del águila como emblema único de las legiones se debe a Gaio Mario, que en el 104 a.C. unificó en este símbolo los otro cuatro que hasta aquel momento habían sido los que representaban a las legiones. Además del águila estaban el lobo, el toro y el caballo. Al parecer, estos animales tenían su origen en las cuatro legiones consulares que formaban el núcleo del ejército romano en los albores del imperio, cuando los ciudadanos solo eran llamados a las armas cuando la cosa se ponía chunga y solo se mantenían esas cuatro legiones como una especie de fuerza de intervención inmediata en caso de emergencia mientras se procedía a la leva de las tropas necesarias para rechazar a posibles invasores o para invadir un territorio enemigo. La ilustración superior nos muestra a los cuatro SIGNIFER de cada legión con sus respectivos SIGNA con los bichos de cada una de ellas y una cartela con su número identificativo: la primera ostentaba el lobo, la segunda el toro, la tercera el caballo y la cuarta el jabalí.

Parece ser que la decisión de Mario de unificar todos los símbolos en uno solo no obedecía a un mero capricho, sino a una costumbre que las legiones habían empezado a adoptar por su cuenta unos años antes. Según Plinio el Viejo, "...en su segundo consulado asignó el águila exclusivamente a las legiones romanas. (...) Algunos años antes de su tiempo había comenzado a ser costumbre llevar solo el águila a la batalla, dejando los otros estandartes en el campamento. Sin embargo, Mario abolió el resto". A partir de aquel momento, el águila se convertiría en el símbolo exclusivo de cada legión, por encima de los SIGNA y los VEXILLA que eran los que distinguían a manípulos y luego cohortes de cada legión. Al ser el más preciado emblema de cada unidad, el AQVILA era entrega a la custodia de la 1ª cohorte, la más poderosa de todas, bajo el mando del PRIMVS PILVS, la primera lanza, el centurión de mayor rango de toda la legión. El encargado de portarla no podía ser un pelagatos cualquiera, sino un hombre cuyo valor y capacidad de sacrificio estuviera por encima de toda duda ya que su misión principal no era combatir, sino impedir que el AQVILA cayera en manos del enemigo, dando la vida para ello si era preciso. De ahí que el AQVILIFER fuera todo un personaje en su legión, absolutamente respetado por todos y, a pesar de su rango menor equiparable a lo que actualmente sería un suboficial, era tenido en cuenta incluso en los consejos de guerra. Parece ser que el rango no se obtenía a la primera, sino que se establecía un escalafón entre los SIGNIFERI de cada legión por el que iban ascendiendo hasta llegar al grado máximo que, en su caso, sería AQVILIFER. Una prueba de ello sería la el bajorrelieve que vemos arriba, un altar votivo como acción de gracias a los dioses y perteneciente a un personaje anónimo que empuña un águila mientras que a su izquierda vemos el SIGNVM que posiblemente ha estado paseando hasta su ascenso.

Escena de la Columna de Trajano en la que vemos los estandartes de una
legión cruzando un puente de barcas. Junto al águila marcha un estandarte
a modo de amuleto con un carnero, y a continuación los SIGNA de la unidad
El AQVILIFER, junto al SIGNIFER y al VEXILLARIVS, eran selecionados, además de por su VIRTVS (valentía, arrojo) por tener un nivel cultural superior al de las tropas ya que cuando no combatían eran los encargados de llevar las cuestiones administrativas y contables de su legión, por lo que debían saber leer, escribir y tener nociones de números. Su rango, por debajo del PILVS y por encima del OPTIO, les proporcionaba un estatus bastante sólido en su unidad y, por supuesto, beneficios de tipo pecuniario ya que eran DVPLICARIVS, o sea, cobraban el doble de la paga de un legionario raso. El prestigio del AQVILIFER llegaba al extremo de ser personas cuasi intocables. Un buen ejemplo lo cita Tácito en sus "Anales del imperio romano" cuando relata como Lucio Munacio Planco, llegado a la ciudad de los Ubios (la actual Colonia) al frente de una embajada del senado para solventar los disturbios provocados por las tropas de Germánico, tuvo que recurrir a abrazarse a las enseñas para no ser linchado allí mismo ya que su DIGNITAS le impedía largarse echando leches. Fue Calpurnio, AQVILIFER de la LEGIO I, el que le sacó las castañas del fuego ya que si "... no lo hubiera defendido de la última fuerza, un embajador del pueblo romano, cosa execrable aun entre enemigos, hubiera en el campo romano manchado con su sangre el altar de los dioses", o sea, el SACELLVM donde se custodiaban el águila y demás enseñas de la legión. En resumen, el prestigio de los portaestandartes era capaz de someter a una turba cabreada mientras que esta no se privaba incluso de desobedecer a sus legados.

Estela funeraria de Tito Flavio Surilio,
AQVILIFER dela LEGIO I ADIVTRIX
empuñando el asta del estandarte que,
en este caso, presenta curiosamente las
alas bajadas. Obsérvese la PARMVLA
a la izquierda de la imagen, escudo
habitual de los portaestandartes
Durante los desplazamientos, las águilas de las legiones que formaban parte de un ejército marchaban todas juntas al frente del mismo formando un grupo que, a a su vez, era rodeado por los VEXILLARI de las mismas. A continuación iban los músicos para darle ambientillo a la cosa, mientras que los SIGNIFERI permanecían con sus respectivas unidades. Una vez en combate, la misión de los abanderados y, por supuesto, la del AQVILIFER no era en modo alguno permanecer como postes junto al comandante de su unidad, limitándose a vigilar que ningún enemigo se acercase con intenciones aviesas. Antes al contrario, su cometido era de suma importancia ya que eran los que guiaban los movimientos de sus  cohortes- o de toda la legión en el caso del AQVILIFER- en función de las órdenes que recibían del legado. Mediante un sistema de señales ideado por César, cuando recibían una determinada orden movían su enseña para darse por enterados, y a continuación se ponían en movimiento siguiendo las órdenes de sus respectivos mandos para evolucionar por el campo de batalla. Así se puede uno hacer una idea de que la eficacia de las legiones no solo estaba basada en su disciplina o su destreza, sino en el adiestramiento para moverse siguiendo las instrucciones de su comandante que, colocado en una posición desde la que dominaba todo campo de batalla, podía hacerlos maniobrar como si de una partida de ajedrez se tratase mientras que sus enemigos se limitaban a atacar como energúmenos pero sin una idea clara de lo que pasaba a su alrededor.

En cuanto al aspecto de las AQVILÆ, debido a los escasísimos ejemplares que han llegado a nosotros precisamente por el temor de los legionarios a perderlas, tendremos que guiarnos por las representaciones gráficas y artísticas de la época, básicamente las estelas funerarias de AQVILIFERI difuntos y monumentos como la Columna de Trajano. Básicamente se puede decir que su diseño permaneció inalterable a lo largo del tiempo. El águila era una pieza de plata, plata dorada o bronce dorado que, en base a un ejemplar conservado en el Museo Arqueológico Nacional de los Abruzos que podemos observar a la derecha, tenía unos 25 ó 30 cm. de altura, y solía representarse con las alas abiertas o levantadas hacia arriba. Las patas podían reposar sobre unos rayos en referencia a Júpiter y que solían ser de oro o plata, y no ya por una mera cuestión ornamental, sino para que su brillo ayudase a distinguirla en la distancia. A veces llevaban en el pico algún objeto como bellotas u hojas de olivo o laurel para diferenciarlas unas de otras. Del mismo modo, rodeando las alas podían llevar coronas de laurel o murales. 

El conjunto estaba rematado por su parte inferior por una pieza metálica en forma de pirámide truncada con la punta hacia abajo, aprovechando el estrechamiento de la misma para ajustarla al asta. Esta podía ser de metal plateado o de madera, y solía estar provista de un asa para facilitar su transporte. En algunas representaciones aparecen fijadas al asta tres PHALERÆ, posiblemente a modo de condecoración colectiva de la unidad. En la parte inferior había una contera o regatón de hierro con una cruceta en forma de T para poder clavarla en el suelo durante las paradas. Un ejemplo bastante ilustrativo lo podemos ver en la imagen de la derecha. Pertenece a la estela funeraria de Gneo Musio, AQVILIFER de la LEGIO XIIII GEMINA MARTIA, que palmó con 32 años no sabemos si heroicamente o a consecuencia de una apuesta con su cuñado a ver quién se comía antes un quintal de higos. No obstante, el bueno de Gneo Musio debió ser un sujeto valeroso, y no ya por ostentar el rango de AQVILIFER que, como comentamos anteriormente, solo podía ser concedido a tipos bragados, sino por las PHALERÆ y torques que muestra sobre su LORICA. Con su mano derecha sujeta el AQVILA de su legión, cuyas alas en este caso están rodeadas por una corona de laurel.

Otro ejemplo, en este caso de la estela de Lucio Sertorio Firmo, AQVILIFER de la LEGIO XI CLAVDIA PIA FIDELIS. El AQVILA aparece con las alas levantadas, pero no las envuelve ninguna corona. Sus garras, al igual que la anterior, agarran firmemente un haz de rayos. En la parte inferior podemos ver el regatón metálico y la cruceta que permitía clavarla al suelo. En cuanto al equipo de los AQVILIFERI, parece coincidir más con el de los PILVS, o sea, una LORICA SCAMATA o PLVMATA en vez de la SEGMENTATA propia de la tropa. Así mismo, la espada la llevaban en el costado izquierdo, y en vez del enorme SCVTVM reglamentario usaban una PARMULA, una pequeña rodela más cómoda, manejable y ligera ya que su misión no era combatir en primerísima línea. Conviene también aclarar un detalle acerca de las pieles de leones, lobos u osos con que se suelen cubrir los ciudadanos recreacionistas o que vemos en muchas ilustraciones modernas. Según los testimonios gráficos de la época, este complemento en forma de pellejo disecado era propio de los SIGNIFERI y VEXILLARI, pero no de los AQVILIFERI. De hecho, estos no aparecen en ningún momento con su cubierta peluda mientras que los otros sí, como se puede ver por ejemplo en la Columna de Trajano. No hay constancia del por qué era así, pero es un hecho que no disponemos al día de hoy un solo testimonio que diga lo contrario.

Bueno, vale de momento que no conviene abusar después de tanto tiempo aletargado. En sucesivas entradas ya iremos explicando los demás estandartes usados por las legiones a través del tiempo ya que el advenimiento del principado implicó la creación de otros nuevos como complemento a los SIGNA de siempre. En fin, esperemos que la musa de los cojones no de la espantada de nuevo, porque esta vez no se lo perdonaría a la muy...

Hale, he dicho

Probos ciudadanos recreacionistas mostrando un extenso surtido de estandartes de la época imperial. Ya los iremos
viendo con detenimiento

No hay comentarios: