viernes, 20 de julio de 2018

Carros de guerra micénicos

Dramático momento en que el peleida Aquiles arrastra el cadáver del priamida Héctor ante las narices de los troyanos
tras escabecharlo bonitamente en combate singular. El carro que conduce, aunque no es una réplica exacta ya que los
carros que nos ocupan iban provistos de lanza en vez de balancines, se aproxima bastante a la tipología empleada por
los aqueos y demás tribus griegas allá por el siglo XII a.C.

En su día ya pudimos estudiar con detenimiento la aparición y el desarrollo es estos artefactos de la mano de hititas y egipcios, que los emplearon con bastante regularidad durante mucho tiempo ya que, en aquella zona del planeta, las extensas llanuras permitían su uso masivo sin que la orografía del terreno supusiera un inconveniente a la hora de maniobrar en los campos de batalla. Por mera proximidad geográfica y, obviamente, por el contacto entre distintas culturas que facilitaba el comercio, los probos ciudadanos helénicos no tardaron mucho en apoderarse de la idea y diseñar sus propios carros de guerra adaptándolos tanto a su forma de combatir como al terreno donde serían desplegados, mucho más abrupto y menos llano que en Oriente Próximo. 

La famosa máscara funeraria de oro que Schliemann halló
en Micenas y que atribuyó sin dudarlo ni un instante a
Agamenón. Al día de hoy aún no se sabe de quién fue.
Pero antes de entrar en materia conviene aclarar un detalle, y es que no existió un "imperio micénico" ni nada semejante. Es más, Micenas, como designación de una cultura situada en los confines de Europa, ni siquiera aparece en las fuentes clásicas, donde los habitantes de esta región eran denominados como aqueos, acayos o dánaos, en resumen, griegos. Fue en el siglo XIX, cuando Schliemann descubrió, ademas de Troya, la tumba situada en Micenas que atribuyó sin más al atreida Agamenón y sus compañeros de armas, cuando lo "micénico" dejó de ser una mera leyenda para convertirse en realidad. Así pues, esta cultura micénica comprendía los territorios de la actual Grecia y demás islas del Egeo que durante un período de unos 500 años, desde los siglos XVI al XII a.C.- Edad de Bronce Media y Tardía-, tuvieron su máximo esplendor. Bien, aclarado este punto, al grano pues...

Vasija micénica en la que vemos un carro con sus dos
tripulantes (c. siglo XIII a,C,)
No ha llegado a nuestros días ningún resto de algún carro micénico que nos permitan conocer de primera mano su apariencia real como el caso de los carros egipcios. No obstante, hay abundantes testimonios gráficos en la cerámica de estos probos ciudadanos lo que, además de conocer su morfología de forma razonablemente precisa, nos permite datar cada tipología en función de la vasija, crátera o cacharro mondo y lirondo en los que aparecen pintados los carros que nos ocupan junto a sus tripulantes. Por otro lado, la profusión de piezas cerámicas en las que el protagonista es el carro de guerra es un indicio evidente de la importancia que los griegos daban a estos chismes a pesar de que su proliferación no alcanzó en modo alguno a las del ejército egipcio. Finamente, tenemos las fuentes escritas, en las que Homero se preocupó de relatar con detalle la forma de empleo de estos artefactos, así como su despliegue en el campo de batalla.

La tipología más antigua se remonta aproximadamente al año 1550 a.C., cuando el ejército aqueo adopta un carro de guerra basado en un diseño posiblemente sirio, concretamente un modelo datable hacia el siglo XVIII a.C. No obstante, este carro sufrió una serie de modificaciones para reforzar su estructura ya que no rodaría sobre arenales o terrenos prácticamente sin ningún tipo de obstáculos, sino por zonas llenas de baches y con abundantes piedras que, lógicamente, acelerarían el desgaste del vehículo y harían su vida operativa muy corta. Básicamente, era un carro de dos caballos (esto permaneció invariable en todos los modelos surgidos a lo largo del tiempo) provisto de ruedas de cuatro radios, que fue en realidad lo único que conservó inalterable de la tipología original, cuyo eje estaba situado muy cerca del centro de la caja por lo que el peso tanto del carro como de sus tripulantes no recaería en los caballos, aminorando así el esfuerzo que debían hacer para tirar del mismo. Dicha caja, de forma rectangular, estaba recubierta inicialmente de algún material ligero, seguramente un trenzado de mimbre o piel de vacuno. Pero lo más significativo fue la adición de una barra o pértiga de madera que unía el yugo con la parte superior de la caja, quedando unida sólidamente a la lanza del carro en toda su longitud. Podemos verlo, si bien de forma un tanto esquemática, en el bajorrelieve de la ilustración superior. 

Por otro lado, esa pértiga se prolongaba hacia el interior de la caja más o menos de la forma que vemos en la ilustración de la derecha marcado de rojo, con lo que se perseguían dos fines: uno, hacer más resistente la estructura del carro y reforzar el punto débil de estos vehículos, la lanza; por otro, ofrecer un punto de apoyo al tripulante-combatiente que, armado con una lanza de empuje, debía disponer de una sólida plataforma para afianzarse a la hora de ensartar enemigos sin salir disparado hacia atrás. El resto de la estructura estaba fabricada con palos de sección circular moldeados con vapor, y el suelo de la caja consistía en una plataforma a base de gruesas tiras de cuero entrelazadas entre ellas. De esta forma no se añadía peso extra al vehículo y, además, actuaba como una rudimentaria suspensión que daba un mayor confort de marcha a los tripulantes. Pasar un largo rato circulando por un terreno relativamente accidentado en un carro cuyo eje y ruedas eran rígidos debía ser agotador, por lo que la plataforma de cuero ayudaría a mitigar esa sensación de ir botando constantemente. 

Esta ilustración nos permitirá ver con más detalle el refuerzo que unía
la caja con el yugo y que, como vemos, estaba además sólidamente unido
a la lanza.
En cuanto al tipo de maderas empleadas en la manufactura de carros, y esto permaneció invariable a lo largo del tiempo, eran el olmo, el sauce, el tejo, el boj y el ciprés. Las unidades disponibles las conocemos por las Tablillas de Cnosos, datadas entre los años 1400 y 1200 a.C. y que consisten en unas 3.000 piezas escritas en Lineal B, una forma de griego arcaico, que contienen entre otras cosas inventarios de armas y bastimentos del ejército. En una de ellas se especifica que, el menos en aquel lapso de tiempo, se disponía de unos 550 armazones de carros y un número similar de pares de ruedas para los mismos. Obviamente, esta cifra queda muy lejos de los efectivos de que disponían los ejércitos egipcio e hitita, pero no por ello deja de ser una cantidad importante. Entre estos se incluirían algunas decenas de ellos, según las Tablillas de Cnosos 33 unidades, provistos de un acabado más lujoso para los mandos y la élite militar y que, posiblemente, no estaban concebidos para entrar en combate, sino para transportar a estos personajes al campo de batalla o para uso ceremonial. 

La vida operativa de este tipo fue de unos 100 años aproximadamente. Entre 1450 y 1200 a.C. entró en servicio una versión mejorada del modelo inicial a la que se había alargado la caja por la parte trasera, formando dos alas semicirculares como las que vemos en el carro de la derecha. Estas alas o extensiones no suponían una ampliación del suelo, que permanecía del mismo tamaño y forma, pero facilitaba enormemente al tripulante-combatiente subir con el vehículo en marcha, y además protegía a sus dos ocupantes de la entrada en la caja de barro, piedras lanzadas a gran velocidad por  las ruedas e incluso para evitar que salieran despedidos en caso de un movimiento brusco del carro. La estructura estaba forrada de piel de vacuno o de lino, y posiblemente pintadas con distintas tonalidades de rojo quizás para hacerlos más vistosos en el campo de batalla. Por lo demás, como vemos en la ilustración, el resto de sus componentes permanecía inalterable, incluyendo la pértiga de refuerzo que dividía el interior de la caja en dos mitades para mejorar la estabilidad de la tripulación que, como en el tipo anterior, era de dos hombres, el conductor y el combatiente.

Una última versión surgió hacia el siglo XIII a.C. que supuso un cambio radical tanto en la estructura como el empleo táctico de estos carros. Se redujo de tamaño la caja, se suprimió la pértiga de refuerzo y, lo más significativo, se eliminó la cubierta, quedando a la vista un mínimo armazón formado por palos de sección circular, lo justo para que los tripulantes no se dieran una costalada de aúpa en la primera curva. A la derecha podemos ver el aspecto de dos de ellos, reconstrucciones basadas en representaciones artísticas de la época que solo se diferencian en la distribución de las barras que forman el armazón de la caja. En este caso cabe pensar que una reforma tan radical obedecía a algo más que a un método para aligerar de peso un vehículo que, de por sí, no era excesivamente masivo ya que solo se eliminó la cubierta de la caja y la pértiga superior de refuerzo. Basándonos en los relatos de Homero, parece ser que la incorporación de este modelo estaba orientada a un despliegue distinto en el campo de batalla por el que la figura del tripulante-combatiente dejaba de luchar a bordo del carro para, simplemente, usar el vehículo como medio de transporte. De ese modo se podían desplazar con prontitud a los puntos más comprometidos del campo de batalla a contingentes de tropas que, una vez llegados a destino, se apeaban de los carros para combatir a pie mientras que los conductores se retiraban a una distancia prudencial a la espera de acontecimientos: en caso de lograr poner en fuga al enemigo, recoger a los combatientes para comenzar una persecución, y en caso de verse arrollados recogerlos y batirse rápidamente en retirada a zona segura para reagruparse. Esta tipología estuvo operativa entre los años 1250 y 1150 a.C., cuando comenzó el declive de la cultura micénica.

Recreación de un carro de barras según el magistral lápiz de Angus
MacBride. En la ilustración vemos a los dos tripulantes con el armamento
propio de la época
El abandono del carro de guerra de debió ante todo al elevado costo tanto de su construcción como de mantenimiento, además del personal necesario para el mismo. Según las Tablillas de Cnosos, los vehículos se manufacturaban por separado, es decir, las cajas se fabricaban en un taller y las ruedas en otro, ambos anejos al palacio real y, posteriormente, eran almacenados en arsenales. Pero además del costo de la madera y la mano de obra había que añadir el de los caballos, los domadores para adiestrarlos como animales de tiro, cuidadores, caballerizos, instalaciones para el alojamiento de los caballos y, por supuesto, el adiestramiento de los tripulantes ya que no era lo mismo pasearse en un carro tirados por dos pacíficos bueyes a paso de tortuga que avanzar a toda velocidad por un campo de batalla con cientos de enemigos intentando por todos los medios acabar con ellos. Es más que probable que la carga financiera del mantenimiento de las unidades de carros más el imparable declive de Micenas acabara por desechar el carro de guerra. Al cabo, los aqueos eran ante todo un pueblo de infantes, y como mostraron en siglos posteriores su verdadera fuerza radicaba en el uso racional de los cuadros de infantería que, por cierto, supieron dar buena cuenta de los carros persas en tiempos del macedonio Alejandro. 

Bueno, estos fueron grosso modo los tres tipos de carros de guerra usados por los aqueos hasta que se dieron cuenta de que la caballería era más barata y rentable, y que una fuerza de infantería bien entrenada era un muro infranqueable para estos vehículos. No obstante, y como ya sabemos, el uso del carro de guerra prosiguió en las naciones de Oriente Próximo, donde el terreno facilitaba los ataques en masa que aún eran capaces de desbaratar cuadros enteros salvo que mantuviesen una disciplina férrea obtenida a base de un entrenamiento exhaustivo. Con esto concluimos, que la musa me está lanzando una mirada aviesa y no quiero contristarla nada más retornar de su periplo. En la próxima entrada hablaremos de los tripulantes, el armamento que usaban y el despliegue en el campo de batalla de estos chismes.

Hale, he dicho

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