sábado, 20 de noviembre de 2021

ORIGEN DEL SUBFUSIL

 

Por lo general, cuando se habla de subfusiles la imagen más difundida es la de tedescos empuñando sus MP-38 o MP-40, quizás las armas de este tipo más emblemáticas. Su elegante diseño y su proliferación durante todo el conflicto convirtieron estos modelos en un icono que aún perdura

Acabo de darme cuenta de que, tras diez años y medio dando cuenta de todo tipo de armas modernas, aún no se ha hablado para nada de los subfusiles. Hemos dado cuenta de diversos tipos de pistolas, fusiles, cañones, ametralladoras, carros de combate, lanzagranadas, lanzallamas y demás útiles para detener corazones de ciudadanos enemigos, pero nada sobre los subfusiles, esos chismes que actualmente forman parte del arsenal de ejércitos, policías e incluso guerrilleros de esos que siempre están cabreados con la humanidad independientemente de su ideología. En fin, tiempo es de hablar de ellos, que nunca es tarde si la dicha es buena. Pero antes de comenzar a publicar entradas sobre modelos específicos, creo que convendría explicar cómo y por qué surgieron estas armas, así como el desarrollo y evolución que tuvieron posteriormente. Advierto: este artículo está basado obviamente en términos generales para analizar de forma elemental el origen del concepto del subfusil, no es una tesis doctoral. Lo comento para que el cuñado de turno no me salga con las diferencias entre las fluctuaciones evanescentes del reflujo progresivo del fulminato de mercurio de los pistones en el desgaste del estriado de los cañones o cualquier chorrada por el estilo.

Bien, ante de empezar, una pequeña cuestión de tipo semántico. Es muy frecuente que los que no conocen estos temas, e incluso algunos que sí los conocen, denominen a estos artefactos con el odioso palabro "metralleta". De hecho, está reconocido por la RAE, que sabrá mucho de letras pero no sabe un carajo de armas, y se limitaron a incrustarnos un galicismo (Dios maldiga al enano corso): mitraillete. A la derecha pueden ver una captura de pantalla donde aparece tanto el palabro como su etimología. En cuanto a la definición, salta a la vista que es tan ambigua que hasta un cacho tubería cargada con cohetes verbeneros podría acogerse a ella si uno es especialmente diestro en el manejo de tan primitiva arma. Por otro lado, la entrada de la RAE para el término subfusil te redirige a la de metralleta, o sea, lo consideran un sinónimo. Bien, pues va a ser que no, y a la RAE pueden darle 200 higas esdrújulas. El término correcto es subfusil; es el que se emplea en el ejército, donde te corren a collejas como se te ocurra decir metralleta, y es el que emplearemos aquí, y las metralletas para los gabachos y la madre que los parió enhoramala a todos. Aclarado pues este punto, comencemos...

Avanzar a pecho descubierto mientras mogollón de probos homicidas
se dedican a practicar el tiro al blanco con el personal debía ser
una experiencia enormemente inquietante, las cosas como son

Antes de la Gran Guerra, básicamente había dos distancias de combate para las tropas de infantería: media-corta distancia y cuerpo a cuerpo. Los cuadros de sufridos infantes avanzaban hacia los enemigos con jeta de imperturbable frialdad mientras apretaban el culo para no ensuciarse en los calzones viendo caer a sus cuñados alrededor con unos enormes boquetes en el pecho o con un brazo colgando por unos jirones de carne sanguinolenta. Sin poder manifestar que deseaban darse de baja por depresión en aquel momento, seguían avanzando hacia el cuadro enemigo mientras que estos los fusilaban a su sabor hasta que, finalmente, se llegaba al contacto y uno podía hacer constar al enemigo lo cabreado que estaba repartiendo culatazos y hundiendo su bayoneta en sus abominables barrigas. A finales del siglo XIX las cosas no variaron mucho a pesar de la introducción de los fusiles de repetición. La única diferencia respecto a las batallitas que contaba el abuelo era que, en vez de caer 20 fulanos de la compañía antes del contacto, gracias a la precisión y a la mayor cadencia de tiro de las nuevas armas caían 60, pero el resto de la película se desarrollaba más o menos de la misma forma.

Batería británica de obuses de 8 pulgadas. Aunque se suele pensar
que la mayoría de las bajas producidas durante la Gran Guerra fueron
a causa de las ametralladoras, la realidad es que más del 50% de
las mismas las produjo la artillería

El estallido de la Gran Guerra trajo novedades importantes: la artillería se convirtió en la que cortaba el bacalao. Ya no eran piezas emplazadas a unos centenares de metros del frente de batalla, sino a varios kilómetros del mismo, y en vez de disparar granadas que detonaban con una carga de pólvora negra, pues hacían lo mismo pero con una carga de alto explosivo que mataba más y mejor. Y como contrapunto a los terroríficos bombardeos, las ametralladoras se dedicaban a segar miles de vidas en cuanto el personal osaba asomar la nariz por encima del parapeto o avanzar medio metro. En fin, ya sabemos de qué iba la cosa. Ambos bandos se tuvieron que sepultar en vida y así se pasaron cuatro laaaargos años. No obstante, las tácticas de infantería tampoco es que experimentasen unos cambios radicales. De hecho, la realidad es que seguían actuando igual que cien años antes: los oficiales ordenaban avanzar tras una preparación artillera para ablandar a un enemigo perfectamente protegido en sus trincheras y, en cuando empezaban a trotar hacia las posiciones enemigas, el tableteo de las ametralladoras indicaba que la carnicería daba comienzo. Entonces, en vez de caer 60 fulanos para avanzar cien o ciento cincuenta metros, caían compañías e incluso batallones enteros.

Bricolaje de primera línea. Bastaba un palo y un engranaje
viejo o unos clavos de herradura para blandir una maza
capaz de romper un cráneo como si fuera un huevo

Si llegaban al contacto, lo que no era fácil como vemos, el cuerpo a cuerpo no tenía lugar en campo abierto, sino en angostas zanjas en las que sus fusiles armados con largas bayonetas hacían bastante complicado finiquitar a los enemigos, ya fuesen agresores o defensores. Cualquier fusil armado con su bayoneta alcanzaba como poco 170 cm. de longitud, lo mismo que un hombre de estatura media-alta de la época, y manejarlo en una trinchera de metro y medio de ancho no era nada fácil. Ya sabemos, porque lo hemos detallado con pelos y señales, que precisamente por eso hubo un retorno al pasado, cuando los sufridos combatientes tuvieron que recuperar las armas de sus ancestros medievales para masacrarse bonitamente con más comodidad: cuchillos de trinchera, palas de trinchera, mazas de trinchera y muchas granadas de mano para limpiar trincheras y refugios donde podían aguardar varios enemigos esperándolos. En fin, muy desagradable todo, ya saben... Como recordarán, esta nueva forma de guerra obligó a crear un tipo de unidades especializadas en infiltrarse en las trincheras del adversario para dar violentos y fulgurantes golpes de mano con diversos fines: hacer prisioneros, destruir depósitos y repuestos de municiones o víveres o, simplemente, darles un susto de muerte, matar a todos los pardillos que pillaban medio dormidos y largarse a toda velocidad engullidos por las hediondas tinieblas del frente en plena noche, alumbrados solo por la fría y tenebrosa luz del magnesio de las bengalas que, durante unos instantes, dibujaban las siniestras siluetas de un paisaje lunar mezclado con los cadáveres insepultos que se pudrían en la tierra de nadie adoptando las posturas más grotescas. Qué espectáculo, ¿no?

Miembros de una Sturmkompanie con sus características bolsas
de lona en los costados llenas de granadas de mano

Hablamos de las Sturmtruppen tedescas y los arditi italianos, que como sabemos eran probos homicidas especialmente bragados y con sangre de lagarto que no dudaban en perpetrar sus pequeñas matanzas con armas seleccionadas especialmente para combatir en las angostas trincheras: mazas, palas, cuchillos, granadas de mano y, a modo de innovación, los tedescos empleaban pistolas semiautomáticas con más capacidad que las armas cortas reglamentarias por aquella época. Los gabachos seguían usando sus elegantes revólveres Lebel con capacidad para seis cartuchos; los british (Dios maldiga a Nelson) sus masivos Webley-Scott de armazón basculante y también seis cartuchos de capacidad, y los italianos sus Bodeo, también de seis cartuchos pero que aún había que recargar expulsando una a una las vainas servidas e introducir del mismo modo los cartuchos, o bien la pistola Glisenti 1910, con 7 cartuchos de calibre 9 mm. Glisenti, una versión "aligerada" del 9 mm. Parabellum. Los tedescos llegaron a la fiesta con la quintaesencia de la belleza hecha arma: la P-08 con cargadores para 8 cartuchos de 9 mm. Parabellum a las que adaptaron para estos menesteres que nos ocupan culatines similares a los de las Mauser C96 y cargadores de caracol para 32 cartuchos y, ya en las postrimerías del conflicto, los yankees con su fabulosa e incombustible Colt 1911 con un cargador de 7 cartuchos en calibre .45 ACP. En cualquier caso, una cosa sí aprendieron en poco tiempo: un pequeño grupo de hombres que se infiltrasen en una posición enemiga para combatir a muy corta distancia necesitaba, aparte de superávit de testiculina, potencia de fuego. Mucha potencia de fuego.

Los fusiles más representativos. De arriba abajo: Mauser 98, Mosin-
Nagant 1891, Vetterli-Vitali 1870/87, Lebel 1886 y Lee-Enfield
Nº1 Mk III, 5, 5, 6, 8 y 10 cartuchos de capacidad respectivamente

Hablemos un poco del concepto de potencia de fuego para los que no lo tengan claro. Un hombre armado con un fusil de cerrojo con un depósito de munición con capacidad entre 5 (la inmensa mayoría) y 10 cartuchos (el Lee Enfield de los british) podría vaciar su cargador en unos 15 segundos en el primer caso y apuntando a bulto o, como se suele decir, tiro instintivo. La corta distancia permite acertar simplemente dirigiendo el cañón hacia el cuerpo del enemigo. Pero, aunque el fusil usa una munición muy potente, el soldado que lo maneja se encuentra con dos problemas, y gordos: uno, que una vez agotada la munición el tiempo de recarga es eterno en unas circunstancias en las que un segundo equivale a un año, y cinco segundos son la diferencia entre seguir en este mundo o convertirse en un ente eterno pasando a la eternidad por eternizarse el proceso de recarga. Literalmente no tiene tiempo de sacar un peine de la cartuchera, colocarlo en su sitio, introducir la munición en el depósito, retirar del clip, cerrar el cerrojo y abrir fuego, y todo ello bajo una presión bestial. Simplemente, repito, no le da tiempo, y cualquier enemigo le soltará un balazo, le estampará su maza en el cráneo o le hundirá su cuchillo en la boca del estómago. Y dos: la munición del fusil, aunque desarrolla una gran energía cinética, no es tan contundente como pueda parecer. ¿Por qué? No es difícil de entender sin tener que echar mano de un libro sobre balística terminal. La munición de guerra de los fusiles era y es blindada porque las convenciones internacionales así lo determinaron en su día. Una bala blindada de fusil disparada a corta distancia tiene una energía de, como poco, 2.500 julios o más.

Orificios de entrada y salida producidos en una
pantorrilla por una bala Dum-Dum. Si la bala
hubiera sido normal, el orificio de salida sería solo
un poco mayor que el de entrada

Para los que no estén al tanto, la energía cinética se calcula con la siguiente fórmula: masa (peso de la bala) por la velocidad (velocidad inicial) al cuadrado, y todo dividido por dos. Un ejemplo. Un cartucho tedesco de 8x57 con una bala de 150 grains a una V0 de 870 m/seg. tiene una energía cinética de unos 3.800 julios. Ojo, no son nunca términos absolutos porque la temperatura ambiente, del arma, la altitud, la dirección y velocidad del viento y mil factores más intervienen para que haya pequeñas variaciones, pero como referencia general nos vale. Bien, 3.800 julios suponen a algo similar a la coz de una mula en el pecho, pero con una diferencia: la potencia de la coz nos la tragamos enterita, mientras que la energía de la bala no porque nos atraviesa limpiamente de lado a lado, por lo que solo nos cede una parte de la energía que contiene, y el resto la consume mientras prosigue su trayectoria una vez que nos ha salido por la espalda. Y nos atraviesa limpiamente porque, al tener una cubierta de cobre, latón o hierro (full metal jacket, como la peli), no se deforman, ergo ceden una parte de su energía. ¿Recuerdan el artículo sobre la munición Dum-Dum? Pues eso, si la bala es expansiva, entonces su energía es cedida al cuerpo de la víctima, causando grandes destrozos y una muerte casi o totalmente instantánea.

Pero como la munición de guerra expansiva estaba y está prohibida, ¿qué consecuencias tiene esto? Pues, generalmente, salvo que la bala impacte en un órgano vital- léase cabeza, corazón o sistema nervioso central- o interese una arteria que produzca una hemorragia que dé lugar a un shock hipovolémico en cuestión de segundos, el herido no quedará en modo alguno fuera de combate. Podrá sufrir un aturdimiento momentáneo, pero el organismo dispone de medios para recuperarse o resistir a la muerte fabricando adrenalina a toda velocidad, y ese herido, aunque haya sido alcanzado órganos que derivarán en una muerte casi segura en minutos u horas- hígado o pulmones-, aún tendrá capacidad de respuesta para volarnos los sesos o reventarnos la jeta de un palazo. La adrenalina, el miedo y la furia son tres ingredientes capaces de alargar la vida de forma asombrosa, y ciudadanos con heridas que en teoría deberían haberle producido un deceso casi instantáneo se resisten a palmarla hasta que, finalmente, la pérdida de sangre y/o los daños orgánicos le superen y entregue la cuchara. Ya vemos como el probo serbio de la imagen, a pesar de que un balazo le ha arrancado media cara, aún tiene presencia de ánimo para que le saquen una foto para renovar el DNI. A pesar del destrozo y el evidente dolor que padecería, no quedó incapacitado de inmediato para seguir dando guerra.

Potencia de fuego unipersonal ¿Se imaginan ese chisme
barriendo trincheras en la Gran Guerra?

Esta pequeña filípica sobre la potencia de fuego podemos concluirla con solo una máxima: un grupo de hombres armado con fusiles carece de potencia de fuego. Diez hombres pueden agotar su munición efectuando cincuenta disparos en unos 15 segundos con un nivel de fallos importante, mientras que una ametralladora efectúa en el mismo tiempo unos 300 disparos concentrados en un objetivo o, si se desea, abarcando un arco más o menos amplio para alcanzar a más objetivos. Eso es potencia de fuego, pero lo complicado era trasladarla a un grupo de belicosos soldados que, obviamente, no podían ir cargados con una máquina de más de 60 kilos incluyendo el afuste más la munición para corretear por la red de trincheras enemigas. Alguien podrá pensar que una ametralladora ligera como la Lewis o la LMG-08/15 servirían para este caso, pero no. Ambas fueron concebidas como armas de apoyo cercano a la infantería, pero no para la guerra trincheril pura y dura. La primera pesaba 12 kilos, y la segunda 18, y debían ir acompañadas de acarreadores para transportar la munición, y el tiempo necesario para recargar era también inasumible cuando estabas en una zanja lloviéndote tiros y garrotazos por doquier.

P-08 de artillería con funda-culatín y cargador de caracol. A mi
entender, el germen del subfusil

Por todo lo expuesto, una P-08 o una Mauser C96 eran mucho más prácticas a la hora de dar un golpe de mano. La munición que disparaban tenía mucha menos potencia que la de un fusil- ambas, el 9mm. Parabellum y el 7'63x25 Mauser estaban entre los 450 y los 500 julios-, pero precisamente por ser menos potentes era más factible que la bala no atravesara el cuerpo de la víctima, quedándose alojada en su interior. ¿Qué supone esto? Pues que la totalidad de la energía cinética del proyectil era absorbida por su cuerpo, lo que, aunque pueda parecer paradójico, podría neutralizar con más facilidad al enemigo ya que la bala de fusil, como hemos explicado, solo dejaba una parte que, si no impactaba con un hueso que la obligara a ceder más energía, pasaría de lado a lado como si tal cosa de la misma forma que si nos atraviesan con una aguja de hacer punto. Por otro lado, mientras que un probo homicida acciona a toda prisa el cerrojo de su fusil para realizar un segundo disparo, el que va armado con una pistola puede efectuar tres o cuatro sin problemas, y casi con seguridad acertando todos. Como es obvio, cuatro o más impactos de 9 mm. Parabellum tienen más probabilidades de acertar en algún sitio capaz de incapacitar de inmediato al enemigo, mientras que un único disparo de fusil tiene lógicamente menos opciones. Esto se traduce simplemente en que, en un combate en una trinchera, una pistola puede desplegar más potencia de fuego que un fusil, y un grupito de probos homicidas armados con pistolas equipadas con cargadores de 32 cartuchos serían una puñetera plaga bíblica comparados con un número similar de hombres armados con fusiles.

Probo ciudadano recreacionista actuando de sobrino del tío Sam
en la Gran Guerra. Empuña una escopeta Winchester modelo 1897
armada con una bayoneta modelo 1917

Los yankees optaron inicialmente por otro tipo de arma: la escopeta de combate, a la que también dedicamos un artículo en su día. Como recordaremos, los tedescos hasta protestaron enérgicamente por la devastadora eficacia de estas armas que, en la estrechez de las trincheras, tenían unos efectos extremadamente contundentes. Pero la escopeta no era la solución para disponer de esa potencia de fuego capaz de abatir varios enemigos a la vez. ¿Por qué, si un postazo forma un cono de proyectiles a modo de trabuco decimonónico? Veamos... Las escopetas de combate suelen tener el cañón sin choke, uséase, sin el estrangulamiento al final del ánima que hace que los perdigones se abran más o menos en función de la distancia a la que esté el objetivo a batir. Por lo tanto, un cañón cilíndrico implica ser el que abre un cono de mayor diámetro a menor distancia, por lo que, en teoría, si disparamos un cartucho con 9 postas del 00 (9 bolas de 8'38 mm. de calibre), podrían alcanzar a más de un oponente con un solo tiro. Ciertamente, no tienen la potencia de una bala de pistola, pero sí la suficiente como para introducirse en el cuerpo y provocar una herida mortal. 

Orondo ciudadano que muestra los contundentes efectos de un
disparo de postas. A efectos prácticos era lo mismo que recibirlos
de una pistola
Sin embargo, la distancia de combate habitual en las trincheras era demasiado corta como para permitir que el cono se abriera lo suficiente como para alcanzar a más de un hombre y, por otro lado, la estrechez del espacio interior de la trinchera tampoco permitía avanzar a más de uno o dos hombres de frente. Así pues, los efectos de la escopeta eran definitivos, pero contra un solo hombre, que era el que recibía el postazo. De hecho, algunos disparos serían efectuados tan cerca que las postas aún irían entacadas, o sea, sin haber tenido tiempo de empezar a separarse, por lo que en vez de nueve orificios harían un boquete del tamaño de un puño. El fulano quedaba listo de papeles sí o sí, pero ese enemigo había consumido un 20% de la capacidad de un depósito de munición de 5 cartuchos. Y tras gastarlos, el tiempo de recarga era lento como un purgatorio, porque meter uno a uno cinco cartuchos en un depósito tubular es como que bastante desesperante cuando se hace bajo presión. De ahí que muchas escopetas de combate modernas hayan optado por usar cargadores de petaca e incluso de tambor. Resumiendo: la escopeta era un arma muy eficaz, pero a efectos prácticos ofrecía poco más que un fusil, y su recarga era mucho más lenta.

Cargador de tambor de 71 cartuchos de un PPSh-41, la mejor opción
para no verse comprometido en un momento decisivo.

Ya vamos perfilando el tipo de arma necesaria para perpetrar canalladas en las trincheras enemigas, pero aún queda un pequeño detalle por dirimir: el calibre. Pero, ¿cuál sería más conveniente? Obviamente, tenemos que ceñirnos a calibres de pistola, pero hay infinidad de ellos, por lo que los dividiremos en dos grupos: calibres gruesos y calibres medios. Un calibre grueso de más de 10 mm. ideal sería el .45 ACP (11'43x23 mm. según el sistema europeo). En la época que nos ocupa, disparaba una bala estándar de 230 grains a una V0 de 255 m/seg. que nos da una energía de unos 480 julios. Los calibre medios, como el 9 mm. Parabellum, el 9 mm. Bergmann (9 Largo en España) o el 7'62x25 Mauser disparaban una bala más ligera (de 115, 124 y 85 grains respectivamente), pero a mayor velocidad por lo que la energía cinética era similar ya que, según la fórmula mostrada más arriba, compensamos un peso menor con más velocidad. O sea, que un .45 y un 9 Parabellum tienen una potencia similar por lo que, en teoría, cualquiera de ellos sería válido para alimentar un arma que proporcione potencia de fuego. Sin embargo, hay un segundo factor a considerar y que puede ser determinante: en un cargador de una determinada longitud- o diámetro si es de tambor- cabe más munición de 9 mm. que del .45. Ejemplos: el MP40 tedesco usaba cargadores de 32 cartuchos. El PPSh-41 soviético, tambores de 71 cartuchos o cargadores de petaca de 35. El Thompson del ejército yankee no usaba cargadores de tambor, sino de petaca con capacidades de 20 y 30 cartuchos. Sí, alguno dirá que una diferencia de dos o cinco cartuchos es irrelevante, pero dejará de decirlo si alguna vez se ve con el cargador repentinamente vacío y un barbudo ciudadano con turbante muy cabreado apuntándole a la frente con un Kalashnikov mohoso comprado en un zoco de Kabul por 30 dólares incluyendo un Corán de regalo. Conclusión: mejor nos inclinamos por un calibre medio, por si las moscas.

P-08 desmontada. Estaba tan primorosamente fabricada y con un
ajuste tan impecable que bastaba una cagada de mosca para que se
encasquillara debido a la suciedad. Para garantizar el ajuste, en cada
pieza se punzonaban los dos últimos números de serie del arma

Metamos todo lo explicado hasta ahora en una batidora y veamos qué nos da la combinación de estos ingredientes para elaborar el arma ideal: debía ser de un tamaño que la hiciera ligera y manejable para moverse con facilidad en lugares angostos o para reptar como culebras sin que fuese un estorbo. Debía disparar un calibre capaz de incapacitar al enemigo pero, al mismo tiempo, debía ser pequeño para poder usar cargadores donde cupiera el mayor número posible de cartuchos, y además tener la posibilidad de hacer fuego automático para aumentar las posibilidades de acertar al enemigo con varios proyectiles prácticamente al mismo tiempo; otrosí, su diseño debía ser fiable, robusto y apto para soportar las duras condiciones de la guerra de trincheras, requisitos estos que la P-08 no cumplía ni remotamente. Su meticuloso acabado con ajuste manual que la convertían en una maravilla mecánica era absolutamente incompatible con la mugre trincheril, y sus mínimas tolerancias daban lugar a interrupciones en un momento en el que ver el arma encasquillada suponía llevarse el último berrinche de la vida antes de que el gabacho o el british de turno te hundiera su bayoneta en el duodeno. O sea, el concepto de arma corta provista de culatín desmontable y cargador de alta capacidad cumplía los requisitos, pero la P-08 estaba tan asquerosamente bien terminada que no era ni remotamente la mejor candidata y, además de ser un arma muy cara por el elevado número de horas de mecanizado que requería, su ajuste era tan fino que hasta podían producirse interrupciones si se usaban cargadores distintos a los que traía de fábrica. En resumen, una joya para adorarla con veneración, pero la más inapropiada para sumergirla en un charco fangoso y que luego siquiera funcionando.

Ametralladora ligera Fiat 1915. El bípode fue un invento
añadido por el capitán Bassi en 1917 para facilitar su uso
a los arditi en campo abierto

Bien, en este caso, la criatura primigenia no surgió de la cuadriculada mentalidad tedesca, sino de los italianos, y antes de lo que muchos imaginan. En 1914, el coronel Abiel Revelli diseñó un curioso chisme que fue incluso patentado antes de empezar la contienda, concretamente el 8 de abril de aquel mismo año. Hablamos del Villar Perosa, considerado como el primer subfusil de la historia aunque, a mi modo de ver, en realidad era una ametralladora ligera, y como tal fue concebida en base al uso táctico con que se planteó el diseño. Debemos tener en cuenta que el invento de Revelli no había sido concebido como arma de trinchera ya que por aquel entonces aún no se tenía ni idea del infierno en que se convertiría la inminente guerra. El arma, cuya denominación oficial era Fiat modelo 1915, tomó su apodo por el que es más conocida debido a que su fabricante, la Officine Villar Perosa, de Turín, era en su mayor parte propiedad de Giovanni Agnelli, mandamás de la FIAT; el coronel Conso, jefe técnico del Comando Supremo Militare Italiano, la describió como "la mitragliatrice leggera Revelli...", o sea, una ametralladora ligera pasa uso tanto ofensivo como defensivo a distancias cortas. Es decir, cuando Revelli concibió su peculiar arma no estaba pensando en la guerra de trincheras que aún no existía, sino en una pequeña ametralladora multiusos que podía usarse en un aeroplano, sobre el manillar de una bicicleta, un automóvil o, por supuesto, por la infantería, para lo cual bastaba acoplarle un práctico bípode. De hecho, incluso se le podía añadir un escudo que la convertían en una ametralladora estática y protegía a sus servidores contra los disparos o la metralla enemigos, incluso a cortas distancias.

El Villar Perosa instalado sobre su peculiar afuste corporal. Nada
práctico, nada cómodo, nada de nada, vaya...

Los primeros en hacer uso de la Villar Perosa bajo el concepto de subfusil fueron los arditi. En junio de 1917 y bajo la dirección del capitán Giuseppe Bassi, se formó la primera compañía experimental de estos belicosos latinos fuertemente armados, contando cada pelotón con dos "subfusiles" Villar Perosa instalados en un armazón de madera que el tirador portaba colgando del cuello mediante una correa y apoyado en el vientre, formando así una especie de plataforma. Como vemos, el arma era en realidad un dos en uno, dos ametralladoras unidas mediante una abrazadera en el  centro y una empuñadura con dos asas típica de este tipo de armas en el extremo trasero. En la empuñadura había dos pulsadores que podían presionarse al unísono o por separado, y se alimentaba mediante dos cargadores de 25 cartuchos de calibre 9 mm. Glisenti. Obviamente, este chisme no era precisamente manejable ni ligero (su peso descargado era de 7'6 kg. incluyendo el soporte), y tampoco era fácil de manejar en lugares angostos. Sin embargo, su cadencia de tiro era bestial: 1.500 dpm por arma. Si un ardito enfilaba una trinchera apretando los dos pulsadores, en menos de un segundo la barría con 50 proyectiles, por lo que si pillaba a un austriaco despistado le metía 50 tiros antes de darse cuenta de que estaba completamente muerto.

Ardito haciendo juegos malabares con su pequeña ametralladora.
Me pregunto qué pasaría cuando tropezaba o se caía y, por
despiste, no dejaba de apretar los pulsadores enfilando a sus
colegas. Varios goles en propia puerta en dos segundos, ¿no?

Sí, muy guay, pero esa cadencia tan elevada no era precisamente un regalo. Antes al contrario, suponía un enorme gasto de munición y un tirador muy bien entrenado para controlar el arma. Además, tenía que ir acompañado por tres colegas cargados cada uno con dos macutos que contenían 30 cargadores para ir reponiendo munición, lo que suman 4.500 cartuchos. A estos habría que añadir los que llevaba el tirador, por lo que la dotación del arma podía alcanzar los 5.000 cartuchos. Por otro lado, una cadencia de tiro tan elevada producía un recalentamiento muy acusado, que a su vez se traducía en interrupciones llegado el caso. Resumiendo: aunque muchos se empeñan en afirmar que el Villar Perosa fue el primer subfusil de la historia, a mi entender fue la primera ametralladora ligera, que no es lo mismo. De hecho, y según hemos ido analizando, esta peculiar arma solo cumplía dos de los mandamientos del arma de trinchera: disparaba un calibre de pistola y desplegaba una potencia de fuego bestial. Demasiado bestial para que fuese práctica, y más si consideramos que el tirador debía llevar tras de sí tres fulanos arrimando cargadores sin descanso. ¿Qué pasaba si el enemigo se cargaba a uno de ellos? ¿Y si liquidaban a los tres? En fin, aquello no era en realidad el arma de fuego ideal para la guerra de trincheras a pesar de que en octubre de 1917 se diseñó un retardador de cadencia con tres opciones: 1.500, 500 y 300 disparos por minuto, y al año siguiente se le añadió una culata de madera para eliminar el armatoste que se usaba inicialmente, pero lo que estaba claro es que el Villar Perosa tenía menos futuro que un pavo en Navidad.

Hugo Schmeisser (1884-1953) mostrando una de sus creaciones,
en este caso un MP-28

Al final, el que dio con la clave fue, como está mandado, un tedesco, si bien su creación no vio la luz hasta las postrimerías del conflicto de la mano de Hugo Schmeisser, un probo armero que curraba en la Theodor Bergmann Waffenbau Abteilung (carajo con los interminables nombres empresariales tedescos), de Suhl. Schmeisser, por mucho que protesten los defensores de la primacía del Villar Perosa, sí captó en su totalidad el concepto de lo que debía ser un subfusil. Aunque basó los mecanismos de su diseño en los del arma del coronel Revelli y de la Walther modelo 4, el resto era algo completamente novedoso. Aunque ahora no entremos a detallar en profundidad cuestiones mecánicas de las que ya iremos hablando cuando se estudien determinados modelos, el subfusil de Schmeisser funcionaba mediante un sistema de retroceso directo (o inercia de masas, como prefieran) y percusión avanzada. Grosso modo, esto viene a querer decir que el automatismo lo producen los gases de la deflagración de la pólvora, cuya inercia desplaza el cierre hacia atrás y, aprovechando el movimiento, extrae la vaina servida. El muelle recuperador empuja a continuación el cierre hacia adelante, empujando un cartucho desde el cargador hacia el cañón y, cuando finaliza su recorrido, un percutor fijo detona el pistón y se produce el disparo. Es el sistema de repetición no manual más básico que existe y, por ende, el menos proclive a dar problemas. De hecho, se ha usado y se usa en infinidad de armas de este tipo.

Vista de ambos lados de un MP-18-I. Como salta a la vista, su diseño
no tenía nada que ver con el de la Villar Perosa

En cuanto a los demás aspectos del arma, cumplía con las recetas que metimos en la batidora: era manejable, con una longitud de 81'5 cm. contra los 125 cm. del Mauser 98; usaba un calibre de pistola, en este caso el inmortal 9 mm. Parabellum; el cargador del modelo inicial era el Trommelmagazin de 32 cartuchos que usaba la P-08, pero posteriormente se fabricaron cargadores de petaca para 20, 30 y 50 cartuchos y, lo más importante, ofrecía una cadencia de tiro potente, pero sin llegar a la lluvia desenfrenada de plomo del Villar Perosa: 350 disparos por minuto. Aunque el primer modelo carecía de selector de tiro y solo funcionaba en automático, su cadencia moderada permitía a un tirador entrenado efectuar un solo disparo aflojando la presión sobre el gatillo de forma casi instintiva. Por lo demás, era un arma sólida, muy bien fabricada y provista de una culata enteriza que permitía disparar cómodamente en cualquier posición incluyendo cuerpo en tierra ya que la tolva del cargador estaba situada en el costado izquierdo del arma. Su cañón estaba envuelto en una camisa perforada para facilitar la refrigeración sin que el guripa que lo manejaba se achicharrase una mano en un despiste, y en manos de un sturmsoldat bien entrenado podía perpetrar suntuosas escabechinas cuando invadían una trinchera de forma sorpresiva. Era la Maschinenpistole 18/I, MP 18/I para los amigos.

Sturmsoldat con su MP-18 bajo el brazo. La foto
nos permite apreciar el compacto tamaño del arma,
ideal para moverse en trincheras, ruinas o edificios
ocupados por el enemigo

Por desgracia para los tedescos, el MP 18 entró en servicio cuando el ejército imperial estaba ya dando las últimas boqueadas. Las unidades fabricadas fueron inicialmente distribuidas entre los suboficiales de ametralladoras, que antes iban armados solo con una pistola, y las Sturmtruppen creadas por el capitán Rohr, donde pudieron demostrar su eficacia y que, en efecto, el MP 18 era el arma que se adaptaba a la perfección a la guerra de trincheras. Sin embargo, los tedescos estaban ya en las últimas. La Kaiserschlacht consumió sus últimas energías y recursos y, aunque pareció en principio que la ofensiva podría decantar la balanza a su favor, finalmente se quedaron sin fuelle y todo se fue al garete. Sin embargo, en lo tocante al tema que tratamos hoy, fue el pistoletazo de salida para una nueva arma que alcanzó un desarrollo pleno tanto a nivel técnico como táctico en la 2ª Guerra Mundial, donde ya no había tantas trincheras pero sí se habían reducido de forma drástica las distancias de combate. En ese conflicto primaban de forma mayoritaria los enfrentamientos a no más de 100 o 200 metros, cuando no a corta distancia cuando se luchaba casa por casa y no se necesitaba un cartucho de largo alcance, como ocurría en el Frente Occidental de 1914, sino potencia de fuego y armas fiables que no dejaran al personal tirado en el momento clave.

Los subfusiles también llegaron a España, donde a partir
de los años 30 se fabricaron y diseñaron cantidad de
modelos. En la foto vemos a un benemérito con su
Naranjero, una copia del MP-28 alemán
recamarado para nuestro 9 Largo.

En el período de entreguerras el subfusil evolucionó sobre todo en lo referente al abaratamiento de costos, recurriendo a diseños a base de chapa estampada que, además, permitían su fabricación en masa. El arma que en principio estaba destinada a selectas unidades de asalto acabó siendo la herramienta de trabajo de conductores, carristas, enlaces y unidades de élite que precisaban un arma ligera y manejable, como paracaidistas y comandos. Y, por otro lado, distribuyendo varias unidades en cada compañía permitía disponer de potencia de fuego si se veían repentinamente envueltos en una emboscada o un combate casa por casa.

En fin, criaturas, así se gestó el subfusil. Actualmente, es compañero inseparable de las unidades de intervención, tanto militares como policiales, cuando llega el momento de actuar en alguna de sus fulgurantes operaciones para acabar con terroristas, secuestradores o cualquier ciudadano delincuente cuya existencia en este mundo sea, no solo prescindible, sino también bastante nociva. Al día de hoy, el subfusil aún no tiene sustituto. Los modelos en uso ofrecen tamaños muy compactos, una potencia de fuego y una fiabilidad espléndidas y unas colecciones de accesorios en lo tocante a supresores de sonido, sistemas de puntería e iluminación que los asemejan a armas de ciencia ficción. Pero son bastante reales, y sino que se lo pregunten a cualquier terrorista que haya recibido la visita de una unidad de élite, si es que vive para contarlo, naturalmente.

Hale, he dicho


Joven homicida soviético sumamente contentito porque el padrecito Iósif le ha regalado un PPS-43 para que asesine tedescos a porrillo. Los rusos, aunque se apuntaron un poco tarde al club del subfusil, a lo largo de la 2ª Guerra Mundial se doctoraron CVM LAVDE en lo referente a su diseño y empleo táctico, como veremos en breve

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