domingo, 14 de noviembre de 2021

CURIOSIDADES: LOS BOY SCOUTS VAN A LA GUERRA

 

Grupo de boy scouts mensajeros a comienzos del conflicto

Seguramente, a más de uno se le habrá puesto jeta de extrañeza ante el título del artículo de hoy. La imagen que todos tenemos de estos probos exploradores es las de nenes bondadosos, amantes de la naturaleza y de espíritus magnánimos que ayudan a las abuelitas candorosas a cruzar la calle o a llevarles la compra a casa. Bueno, en realidad, este movimiento creado por Baden-Powell en 1907 tenía otras finalidades, destinadas ante todo a inculcar en los chavales una serie de valores y desarrollar en ellos el sentido de la disciplina, la jerarquía y el deber hacia la patria y el rey. El escultismo, palabro que no es más que una corrupción fonética del inglés scouting (literalmente, exploración) era, por decirlo de una forma que se entienda claramente, una forma de vida que, entre otras cosas, abarcaba fomentar la camaradería, el espíritu de servicio, la destreza en diversas disciplinas, la vida en plena naturaleza y, naturalmente, lo de ayudar al prójimo empezando por los más débiles incluyendo a las abuelitas candorosas. En fin, en la red hay cantidades industriales de información sobre este movimiento, por lo que no vamos a contar cómo y por qué se crearon y, por otro lado, creo que básicamente todos sabemos lo que son los boy scouts

Cartel de alistamiento bajo el lema "¿Estás en esto?". En el mismo,
aparte de obreros, soldados y enfermeras vemos a un scout arrimando
munición a las tropas para que el fulano del sombrero se anime

Pero lo que probablemente muchos desconozcan es el importante, cuando no vital protagonismo que tuvieron durante la Gran Guerra, así cómo las tensiones que levantaron en determinados sectores de la sociedad por su actuación durante el conflicto. Como iremos viendo, hubo gente que vio con malos ojos el empleo de estos chavales en la ayuda al esfuerzo de guerra debido a que, paradójicamente, a pesar del cirio que se había organizado había ciudadanos que veían con malos ojos el belicismo imperante. Sí, los anglosajones son así de espesitos. Se zambullen de cabeza en una guerra apocalíptica de cuyo resultado dependía su misma existencia como nación y, a pesar de todo, aún había memos que consideraban que eso de las guerras era una cosa muy fea, y que solo debían tomar parte en ella el personal imprescindible para ganarla. Obviamente, unos isleños que lo más que padecieron fueron los imprecisos bombardeos por parte de los dirigibles y los Gotha tedescos habrían pensado de otra forma si hubiesen visto a los huns (hunos, el mote que daban a los tedescos) arrasando sus ciudades y a escasos kilómetros de la capital pero, claro, el Canal de la Mancha era una barrera complicada de cruzar en aquellos tiempos, y Alemania ya tenía bastante con mantenerse en las posiciones que conservaron durante la práctica totalidad de la guerra.

Las colas ante las oficinas de reclutamiento en los primeros días
de guerra daban cuatro vueltas a la manzana. Si hubiesen sabido
el infierno que les esperaba, seguramente se habrían quedado en
el pub trasegando cerveza con whisky apaciblemente
Como es de todos sabido, el estallido de la guerra fue recibido con grandes muestras de júbilo en todas partes. Aunque hoy nos pueda parecer algo grotesco, el personal se echó a las calles a celebrar el comienzo de la matanza más grande que registraría la historia hasta aquel momento, y todos los hombres acudieron en masa a alistarse en las oficinas de reclutamiento. Hasta los maduritos se teñían el pelo y los chavales mentían como bellacos, unos para quitarse años y los otros para aparentar los que aún no tenían. Entre los boy scouts, que a pesar de los pocos años que llevaban funcionando tenían ya miles de afiliados, la mayor parte de los líderes de sus tropas eran jóvenes en edad militar, así que esos fueron los primeros en ser enviados a Francia para palmar como auténticos y verdaderos héroes, susurrando "God save de king" mientras esbozaban una sonrisa orgullosa y las tripas se le terminaban desparramar a su alrededor. Pero el verdadero problema con el que se enfrentaban los british (Dios maldiga a Nelson) además de verse metidos en una guerra era que, además de los scoutsmasters (jefes de exploradores, los líderes de cada tropa) y sus asistentes, decenas de miles de jóvenes y no tan jóvenes abandonaron sus puestos de trabajo para zambullirse en la vorágine apocalíptica de fango, metralla y putrefacción del Frente Occidental. O sea, que muchos currantes, desde carteros a oficinistas pasando por obreros, agricultores, ganaderos, etc. dejaban las cartas sin repartir, las oficinas vacías, las cosechas sin recoger y las vacas sin ordeñar. Esta serie de circunstancias, que seguramente ni se nos han pasado por la cabeza, no eran un problema, sino un problemón, y gordo. El trasvase de hombres al ejército podía literalmente paralizar segmentos de la producción de importancia vital, empezando por lo tocante a las cuestiones alimenticias.

El brigadier general Cruickshank pasando revista a unos scouts
en 1915. Obsérvese que los chavales de la izquierda son críos
de no más de 11 o 12 años
Sin embargo, los isleños contaban con un ejército de entusiastas chavales deseosos de, según les habían inculcado, servir a la patria y al rey mientras les llegaba la edad para cumplir su más ansiado anhelo: vestir el uniforme militar y largarse a pegar tiros y matar a muchos huns para ganar medallas a porrillo y que, a la vuelta, su amada Eleanor cayera rendida en sus brazos llenos de cicatrices causadas por la metralla. Y no hablamos de un ejército birrioso, sino de alrededor de 50.000 mozalbetes de edades comprendidas entre los 11 y los 16 ó 17 años que podían sustituir sin problemas a muchos de los que partieron al frente. ¿Que a quién se le ocurrió recurrir a los boy scouts para estos menesteres? Bueno, no se sabe a quién se le encendió la bombilla, pero lo cierto es que la mayor parte de los mandamases de la organización eran antiguos militares que, desde el primer momento, vieron que aquella masa de fervorosos mocitos tenían un potencial de primera clase para las mil y una tareas que, de la noche a la mañana, se habían quedado con los puestos vacantes y que había que reponer sí o sí, porque la escasez de hombres podía, como hemos dicho, paralizar sectores de importancia vital en una época en que quedarse paralizado tenía más peligro que un cuñado con la despensa llena de aire.

Scout encendiendo una farola en Londres
De hecho, lo tuvieron tan claro que a los pocos días de empezar la guerra, la War Office convocó a Baden-Powell para preguntarle si podían contar con su organización para contribuir al esfuerzo de guerra que, aunque en aquel momento se daba por hecho que sería cuestión de semanas, había que disponer de personal para trabajos que requerían atención cotidiana. Baden-Powell, que había sido un prestigioso militar y había arrostrado varias guerras, sabía sobradamente que sus muchachos vendrían de perlas para lo que le pedían y, además, sabía también que habría literalmente bofetadas para ser elegido para lo que fuera, así que ofreció un millar de scouts por condado para que se pusieran a las órdenes de los jefes de policía sin policías a los que dar órdenes para desempeñar lo que, de momento, era más imperativo: vigilar la posible infiltración de espías procedentes de Alemania, actuar como mensajeros entre los puestos de vigilancia y las estaciones de policía y, ya puestos, hasta dar parte hasta de los pájaros que se posaban en los cables telegráficos. Muchos de ellos estaban cualificados como señaleros, por lo que podrían vigilar las costas, mientras que otros podían controlar el contenido de camiones de transporte o, simplemente, cuidar enfermos o familias cuyos hijos habían marchado al frente, ayudar en dispensarios y hospitales, en los comedores de beneficencia, como guías en los tránsitos de tropas y mil chorradas más que, aunque parecían chorradas, cuando se vieron sin nadie disponible para llevarlas a cabo se dieron cuenta de que no eran precisamente chorradas. A modo de ejemplo, la chorrada de encender las farolas de gas, cuyo personal se había largado a Francia a tener una muerte heroica. Nadie se para a pensar que semejante chorrada deja de ser una chorrada cuando se da cuenta de que va caminando por una calle oscura como boca de lobo y no hay nadie que encienda las puñeteras farolas.

Patrulla de scouts vigilando unos túneles de
ferrocarril
Con todo, el problema que más acuciaba en aquel momento no era la escasez de mano de obra en determinados sectores. La guerra acababa de empezar y esa merma de personal aún tardaría unas semanas en hacerse notar. Lo que de verdad quitaba el sueño a los gerifaltes del ejército era la vigilancia de instalaciones o zonas de importancia estratégica que, en tiempos de paz, no precisaban de ningún tipo de vigilancia, pero que en aquel momento podían ser destruidas sin problemas. Bastaba con que un submarino tedesco emergiera en plena noche en cualquier costa solitaria y desembarcara a varios saboteadores para bloquear en un periquete a medio país volando centrales telefónicas, tramos de vías férreas o nudos ferroviarios importantes, puentes, túneles, instalaciones de electricidad, de telégrafos y, en resumen, lo que nadie se preocupaba de vigilar porque nadie tenía motivos para destruirlo, salvo el enemigo. Por lo tanto, los boy scouts eran el material humano perfecto para desempeñar estas tareas. Eran chavales habituados a vivir al aire libre, conocían las zonas donde serían destinados como la palma de la mano, se sabían de memoria todos los vericuetos y atajos, y mientras unos vigilaban las costas otros harían lo propio en las carreteras, las instalaciones ferroviarias, etc. A la más mínima sospecha, uno de ellos se encaramaba en una bicicleta y salía echando leches a dar parte al puesto de policía o de la guardia territorial más próximo. Y a todas estas cualidades, añadir que muchos de ellos se habían afiliado a los Sea Scouts, una rama de la organización dirigida a los amantes de la cosa acuática y que, por ende, les había permitido aprender a funcionar como señaleros con banderas o luces, sabían morse y sabían distinguir cualquier tipo de nave que avistasen en la costa. Está de más decir que en cuanto se hizo la convocatoria para reclutar voluntarios, la afluencia fue no masiva, fue literalmente una avalancha. Tardaron apenas 24 horas en cubrir todos los efectivos que necesitaban y ponerlos en funcionamiento.

Abro un paréntesis para comentar, y no se me caen los anillos por ello, que a pesar de mi proverbial abominación hacia los anglosajones, no puedo dejar de reconocer y admirar que su espíritu de unidad en los momentos de peligro les han sacado las castañas del fuego en cantidad de ocasiones, y llegado el caso han arrimado el hombro desde los críos de teta a los tatarabuelos. Cierro el paréntesis y prosigo.

Dos Territoriales junto a tres sea scouts de vigilancia
costera. El chaval de arriba lleva sus banderas de
señales para informar de cualquier incidencia
La cosa es que una de las brillantes ideas que había tenido Baden-Powell desde que fundó la organización fue estimular el ansia de superación de los chavales instituyendo una serie de distintivos que los distinguían como especialistas o cualificados en las habilidades más dispares, aunque todas relacionada con el escultismo: leer mapas, morse, señales, rastreo, nudos, etc., habilidades estas que, como veremos, les resultaron de gran utilidad en el desempeño de sus actividades en la ayuda al esfuerzo de guerra como, posteriormente, en los frentes de batalla cuando les llegaba la hora de ingresar en el ejército o la marina. De hecho, el gobierno británico no tardó ni dos minutos en declarar a los boy scouts como una organización de interés público ajena al ejército si bien, como ya comentamos anteriormente, su estructura y su jerarquía paramilitar fue desde el primer momento motivo de suspicacias por parte de los tontainas de turno. Más aún, el hecho de ser destinados a vigilancia costera o de instalaciones de interés estratégico ya les confería de facto una condición militar aunque, desde el principio hasta el final de la guerra, la misma organización con Baden-Powell a la cabeza se negaron a reconocer otra cosa que no fuera su estatus como civiles que ayudaban al esfuerzo de guerra y punto. En todo caso, cualquier organismo o incluso personas particulares podían solicitar la ayuda de los scouts ante la falta de hombres que habían sido enviados al continente.

Scouts adscritos como mensajeros a una estación
de policía. Obsérvese que llevan sus cornetas para
dar la alarma en caso de bombardeo
Con todo, lo cierto es que tanto sus primeros destinos como su organización eran innegablemente paramilitares. Para una mejor distribución de los servicios se formaron tropas al mando de un scoutmaster que, a su vez, se dividían en dos patrullas de ocho o más scouts, cada una con un líder al frente. Los scoutsmasters eran ya mozalbetes a punto de cumplir los 19 años mínimos que se exigían para unirse a las fuerzas armadas, mientras que los líderes eran adolescentes más aventajados y, obviamente, con la capacidad y las dotes de mando necesarias para que ninguno de sus colegas le desobedeciera si bien, eso debemos tenerlo claro, el espíritu de servicio y de acatamiento a las jerarquías establecidas los tenían todos tan inculcado que raro es que hubiese algún tipo de enfrentamiento. Y, por otro lado, sus destinos iniciales eran, como se ha dicho, la vigilancia de instalaciones estratégicas, así como de ordenanzas y mensajeros entre los distintos organismos civiles o militares. Algunos incluso habían obtenido su cualificación como impresores, así que los mandaron a paso ligero a las imprentas estatales o locales para sustituir a los currantes enviados al frente. Gracias a ellos se pudieron seguir publicando bandos, boletines, notificaciones y demás papeleo burocrático. La eficiencia y el entusiasmo de estos chavales en todo lo que les encargaban llegó hasta el extremo de que solo en la War Office, que no era precisamente una dependencia municipal, tenían a 150 de ellos, aparte de los que fueron enviados como mensajeros a Scotland Yard, la Oficina de la India, la Oficina Central de Reclutamiento y demás organismos que manejaban información confidencial y que, sin embargo, no tuvieron reparos a la hora de ponerla en manos de estos diligentes mozuelos.

Dos sea scouts disparando un cohete de aviso a los guardacostas
tras avistar un barco en peligro de hundimiento
Otra de las obsesiones que persiguieron a los mandamases fue la posibilidad de que los sempiternos saboteadores, que nunca aparecían pero que eran una amenaza latente que quitaba el sueño a más de uno, envenenaran el agua potable vertiendo cualquier porquería en los embalses y depósitos que suministraban a las poblaciones. Esta paranoia fue puesta en tela de juicio por algunos gerifaltes porque, obviamente, para envenenar un embalse o un lago hasta el extremo de convertir sus aguas en algo verdaderamente tóxico hacía falta algo más que un tonel de lejía, por lo que afirmaron que los scouts destinados a esta misión- ojo, hablamos de turnos de guardia de 24 horas- serían más útiles en otros cometidos. Sin embargo, el pánico a verse tragando agua con más amebas de la cuenta prevaleció, y durante meses se distribuyeron por todo el país patrullas destinadas a vigilar cualquier fuente de agua potable que suministrase a una población.

Scouts recogiendo lino, material de una importancia vital para
la industria textil de la época. Según los propietarios, su rendimiento
superaba al de los jornaleros convencionales
Las primeras controversias surgieron cuando llegó la hora de recoger las cosechas. No olvidemos que la guerra estalló en agosto, o sea, con todos los campos a punto para pasar las segadoras. Obviamente, los scouts se ofrecieron para echar una mano a los agricultores que precisasen de mano de obra, pero la picaresca, que no solo existe en España, hizo que más de uno se frotara las manos pensando que gracias a los probos nenes bondadosos dispondrían de mano de obra gratuita. Por otro lado, los hombres con algún defecto menor que habían sido rechazados para servir en el ejército pero eran perfectamente válidos para trabajar, vieron su sustento amenazado ante la avalancha de chavales dispuestos a pasar la guadaña desde Escocia a Gales de forma gratuita. De hecho, eran tan asquerosamente serviciales que muchos de ellos iban a las granjas en sus propias bicicletas para no ocupar sitio en unos ferrocarriles que, por lo general, iban atestados de tropas. En resumen, las autoridades, a la vista de que aquello amenazaba con ser una vil explotación por la cara, emitieron un bando en el que exigía a los peticionarios que justificasen que, en efecto, no disponían de nadie para la recogida de sus cosechas. Y, por supuesto, no les saldría totalmente gratis: a cambio del trabajo debían facilitar sustento y un techo a los scouts y, de forma voluntaria, un pequeño estipendio que nunca se quedaron para ellos, sino que lo entregaban a la organización para que dieran a ese dinero el mejor uso posible, ayudando a familias necesitadas o a las tropas. De verdad, provoca nauseas esta gente tan solidaria, carajo. Le hacen sentirse a uno un Mr. Scrooge miserable y cicatero.

Banda de gaiteros y tambores del 5º de Brockley. Al frente marcha la mascota de la tropa, un bull-dog llamado John. Con estas bandas desfilando marcialmente por las calles, los scouts lograban animar a muchos chavales a unirse a la organización. No hay que ser especialmente observador para darse cuenta de que, aunque ellos lo negaron en todo momento, su aspecto y comportamiento era paramilitar


Dos mensajeros de los Territoriales
Otro de los cometidos que rápidamente aceptaron fue ayudar a las organizaciones femeninas vinculadas a la Cruz Roja. Para estos menesteres se recurrió a los más mayores ya que los destinaron como conductores de los camiones que iban de un lado a otro recogiendo pedidos de suministros sanitarios para el frente. Luego, en los barracones, ayudaban a las mujeres a la elaboración de paquetes de curas individuales, preparación de vendas, apósitos, férulas y, en fin, la enorme cantidad de cachivaches que requerían los miles de heridos diarios que eran evacuados a los hospitales de sangre y, posteriormente a la isla. Otros fueron enviados como colaboradores de los Territoriales, lo que luego sería la Home Guard dedicada a ejercer un verdadero control militar en el país. Sin embargo, y para evitar las suspicacias antes mencionadas, no eran destinados a misiones que pudieran ser consideradas de tipo castrense, sino para servicios mecánicos: cocineros, limpieza de barracones, mensajeros, telegrafistas o incluso jardineros de sus acuartelamientos. Y mientras tanto, grupos de scouts organizaban desfiles y convocatorias para animar a la chavalería a apuntarse en la organización, que eso de quedarse en casa en vez de servir a la patria y al rey estaba feo. Además, se crearon nuevas especialidades que, no solo serían de utilidad en el país, sino también cuando les fuese llegando la hora de ser enviados al frente. Así pues, recibieron instrucción como camilleros, bomberos, mecánica y demás conocimientos que, obviamente, podrían sacar las castañas del fuego al personal.

Tropa de scouts haciendo prácticas como camilleros. En segundo
término a la izquierda vemos a su scoutmaster, uno de los muchos
que estaban a punto de cumplir la edad mínima para ir a la guerra
Sin embargo, los tocapelotas de turno seguían chinchando para cuestionar la desinteresada labor de los scouts. Igual que unos los consideraban como una organización paramilitar, otros salieron por peteneras afirmando que eran todo lo contrario, o sea, unos pacifistas que rayaban en la objeción de conciencia, y que se habían convertido en refugio de cobardes que aprovechaban su condición de scoutsmasters para escaquearse del frente cuando, en realidad, era algo completamente falso. De hecho, todos los que cumplían la edad militar se presentaban de inmediato en las oficinas de alistamiento. Pero los boquiflojos de turno aducían que muchos de los mandos eran muchachos y hombres entre los 17 y los 30 años. Obviamente, esa difamación fue inmediatamente derrumbada por la prensa que, sabedora de la labor que estaban llevando a cabo, señaló que, en efecto, había scoutsmasters en edad militar, pero eran hombres que habían sido declarados como no aptos para el servicio. Hay que tener en cuenta un detalle: hasta 1916, las fuerzas armadas británicas eran un ejército profesional nutrido por voluntarios, por lo que los requerimientos físicos se regían por unos baremos más exigente que los de dos años más tarde, cuando se estableció el servicio obligatorio ante el abrumador índice de bajas y en el que el nivel físico del personal ya no se miraba con lupa, sino con gafas sin cristales. En todo caso, lo cierto era que, chinchantes y boquiflojos difamadores aparte, en el primer año de guerra la organización contaba con unos efectivos de 200.000 chavales entre scouts y wolf cubs (lobatos). Estos últimos eran los críos entre 7 y 10 años que aún no tenían la edad mínima para ser scout. Bien, pues de esos 200.000, alrededor de la mitad ya habían prestado algún tipo de servicio a su país.

Grupo del Cuerpo de Defensa aprendiendo a fabricar
pasarelas
No obstante, la obsesión de que los tedescos intentaran un desembarco seguía atornillada en el magín de muchos altos mandos. El mismo Baden-Powell estaba convencido de que, llegado el caso, las playas de la costa oriental de la isla serían el objetivo del enemigo ya que era una zona despoblada donde un ataque podía llevarse a cabo con más facilidad que en el sur, donde por lógica era más fácil. Vamos, algo así como el desembarco de Normandía, pero al revés. Más aún, ante una hipotética amenaza, el mismo Baden-Powell insistió en que se debía reforzar al máximo la vigilancia de esas costas con sea scouts colaborando con los efectivos de los Territoriales. Sin dejar de pensar en esa posibilidad, Baden-Powell no dudó en plantear la creación de un Cuerpo de Defensa Scout basándose en el hecho de que, en caso de una invasión, un chaval de 16 años con un mínimo de entrenamiento como fusilero y habiendo aprendido el manejo de su arma era de más utilidad de una docena de hombres adultos sin entrenar, por lo que animó a todos los scouts con edades comprendidas entre los 15 y 17 años para presentarse voluntarios y estar dispuestos a detener esa hipotética invasión llegado el caso. Está de más decir que los pacifistas empezaron a graznar, protestando por el creciente militarismo de la organización, pero estaba claro que vivían en un universo paralelo y no se acababan de enterar de que la amenaza era real y posible. Por otro lado, algunos scouts que estaban a punto de cumplir la edad para servir en el ejército vieron la oportunidad de quedarse en casita alistándose en el Cuerpo de Defensa, por lo que finalmente se tomaron dos medidas para acabar con posibles triquiñuelas. Por un lado, los candidatos debían presentar una autorización paterna, y los que estaban a punto de cumplir la edad militar eran rechazados. Si querían pegar tiros, a tomar por saco a Flandes y punto. El argumento que finalmente acalló a duras penas las protestas fue que servir en el Cuerpo de Defensa era un adiestramiento preliminar al puramente militar, por lo que los chavales que formasen parte del mismo contarían con una preparación básica que les sería muy útil llegado el momento, y a la que habría que añadir las especializaciones adquiridas como scouts a lo largo de su trayectoria en la organización.

Patrulla de los sea scouts pasando revista por el comandante
de puesto, obviamente un militar de la armada
Pero, ojo, que nadie piense que el Cuerpo de Defensa era una panda de críos con bordones y una navajita en el bolsillo. Hablamos de una organización totalmente militar cuya unidad básica eran secciones de ocho miembros; cuatro secciones formaban una compañía, y cuatro compañías un batallón al mando de un comisionado. Esto suponía una fuerza de 512 ojos y dedos que podían apuntar y apretar el gatillo, o sea, que bien atrincherados podían ejercer cierta presión sobre unos tedescos empapados y helados por las frías aguas del Mar del Norte. La oficialidad la componían antiguos militares con sobrada experiencia bélica que no estaban por la labor de perderse la última fiesta antes de que la vejez los postrase delante de la chimenea. El entrenamiento, aunque básico, era más que suficiente para enfrentarse a una invasión: tiro al blanco, aprender a calcular distancias, exploración en terreno hostil, hacer prisioneros, primeros auxilios y cocina de campaña. Para lo primero, los comisionados se encargaron de hacer acopio de armas largas de pequeño calibre con los que adiestrar a los chavales. Si llegaba la hora de la verdad, todos recibirían su Enfield y su dotación de cartuchos de guerra, lógicamente. También se recurrió a guardabosques y cazadores para servir como instructores de tiro y a antiguos deportistas para ponerlos físicamente en forma. En fin, ya vemos que la capacidad de estos isleños para que todos arrimasen el hombro era incuestionable.

Lady Webster alternando con unos scouts en un festejo patriótico
en Battle Abbey. Estas escenas, en una sociedad clasista hasta la
médula como la británica, abrían a veces un foso insalvable entre
las personas de distintas clases sociales
Curiosamente, los que más enfrentamientos tuvieron con los scouts y los que los hicieron más veces blanco de sus burlas eran los chavales de las clases bajas. Por lo general, los boy scouts procedían de forma mayoritaria de la clase media, y entre sus miembros había incluso jovencitos de la aristocracia. Esto no se debía a que la organización tuviera unas normas clasistas que discriminasen a nadie por su posición social ya que solo ese detalle contravendría uno de los más arraigados valores del escultismo, sino a algo más material: el uniforme y el equipo, incluyendo el famoso sombrero de cuatro bollos que hizo mundialmente famoso Baden-Powell cuando sirvió en las Guerras Bóers, se lo tenían que pagar de su bolsillo, y las familias más desfavorecidas no podían arrostrar el gasto que suponía tanto la indumentaria como las aportaciones que de vez en cuando había que realizar para cualquier actividad especial. Esto provocó que en más de una ocasión, cuando celebraban desfiles o tomaban parte en eventos para animar al personal a unirse a ellos, aprovecharan para hacerles burlas y arrojarles objetos de forma que, cansados de tanta mofa, acabasen a tortas entre unos y otros. Esta lacra la tuvieron que soportar durante toda la guerra porque, como es de todos sabido, el rencor y la envidia son unos sentimientos bastante chungos, y ninguno de los chavales que acosaron a los scouts debieron pararse a pensar que las vendas que curaron a sus hermanos en el frente, o los envíos de cartas y paquetería, aparte de mil servicios más, se habían podido hacer gracias a ellos.

Haciendo prácticas de lucha contra-incendios. En segundo
término, controlando el adiestramiento, el scoutmaster de turno
Como dijimos más arriba, en 1916 hubo que implantar por primera vez en la historia de los british el servicio militar obligatorio. El Frente Occidental era un pozo sin fondo que no paraba de cobrarse vidas y los jóvenes se mostraban cada vez más remisos a alistarse, por lo que hubo que dictar una ley que obligara al personal a ponerse el uniforme quisieran o no. En enero de ese año se presentó un proyecto de ley por el que los hombres solteros o viudos sin hijos entre 18 y 41 años debían presentarse, bien para ser reclutados, bien para presentar las alegaciones pertinentes para ser excluidos, y en mayo hubo que incluir los hombres casados comprendidos en esas edades. En los últimos meses de guerra las cosas habían llegado a un extremo tal que hubo que aumentar el ratio de edad hasta los 50, y si no había bastantes hombres se alargaba hasta los 56. Vamos, que si la guerra dura un año más tienen que sacar a los abuelos de sus mecedoras y mandarlos a palmarla a Francia en vez de hacerlo en sus piltras, como Dios manda. Pero esta ley no supuso ningún quebranto a los scouts que, deseosos de unirse al ejército, fueron a alistarse de inmediato. Y ciertamente el entrenamiento adquirido en el Cuerpo de Defensa les fue extremadamente útil, hasta el extremo de que alrededor de diez mil antiguos scouts alistados bajo el nuevo sistema, en pocos meses habían sido ascendidos a suboficiales e incluso enviados a las academias para obtener el rango de 2º teniente. La opinión generalizada sobre ellos fue en todos los casos muy favorable, las cosas como son.

Baden-Powell durante su periplo en Sudáfrica, luciendo ya
el cuatro bollos típico de los scouts. A la derecha, el Stetson
original de donde surgió este popular sombrero
Abro otro paréntesis para comentar una curiosidad curiosa para devastar cuñados que presumen de haber sido boy scouts cuando estaban en el cole, y lo más que hicieron fue participar en una colecta para comprar una papelera para la sede de su tropa local. El sombrero, que también se asocia con la Real Policía Montada del Canadá, era en realidad un modelo elaborado por la archifamosa firma Stetson, fabricante yankee conocido en el mundo entero por los sombreros que aparecen en las pelis del Oeste. Al parecer, Baden-Powell lo tomó de los bóers, concretamente un modelo llamado "Boss of the Plains" (Jefe de las Llanuras), un sombrero de ala ancha y recta y copa alta fabricado con fieltro, lo que lo hacía más ligero que la piel al uso hasta hacía pocas décadas. Este sombrero salía de fábrica con el ala recta y la copa redondeada, tal como los vemos en las pelis donde aparecen amish y similares, y luego cada cual le daba la forma que quería. Baden-Powell optó por los cuatro bollos que lo hicieron famoso. Cierro paréntesis y prosigo.

La Scout Hut construida en Étaples financiada por los scouts
Con la guerra ya mediada, los scouts seguían aportando incansablemente sus servicios a la comunidad. A finales de 1915, Baden-Powell había establecido contacto con la YMCA, que se estaba encargando de la construcción de las recreation huts (cabañas de recreo) para las tropas. Estas eran unos barracones destinados al solaz y entretenimiento del personal cuando le tocaba descanso en retaguardia. Disponían de comedores, sala de lectura y como lugar de reunión para charlar, echar una partida de lo que fuera, tomar unas copas y, en resumen, olvidarse del apocalipsis que habían estado viviendo hasta ayer mismo durante su estancia semanal en primera línea. Los scouts se pusieron en movimiento para realizar una cuestación que permitió que a finales de año se pudiera construir en Étaples-sur-Mer la primera cabaña financiada por los scouts. Étaples era el centro de tránsito del ejército británico en la costa norte de Francia, donde atracaban y desembarcaban hombres, bastimentos, armamento, etc. del el ejército british.

Recolectando periódicos y revistas para las tropas del frente
Para obtener los fondos para la construcción de estos barracones recurrían a diversos medios ya que su reglamento les impedía pedir dinero a cambio de nada, por lo que optaban por pedir materiales de desecho que luego vendían para su reciclado, concretamente botellas y papel o cartón. Como esta mandado, a los listos de turno se les ocurrió hacerles la competencia, yendo casa por casa pidiendo botellas, frascos y papeles viejos en forma de periódicos y revistas atrasados, etc. haciéndose pasar por scouts. Al percatarse de la suplantación, las autoridades anunciaron que solo los scouts vestidos de scouts y provistos de una autorización oficial que mostrarían a los ciudadanos eran los únicos que podían recibir los donativos. Con el dinero obtenido no solo se pudieron construir más cabañas de recreo, sino material sanitario para la Cruz Roja e incluso una ambulancia.

Aprendiendo a transportar heridos con unas parihuelas de
circunstancias. Esto formaba parte de un entrenamiento
militar puro y duro, obviamente
Aunque en 1916 lo de la posible invasión había sido ya totalmente desechado, el Cuerpo de Defensa permaneció en activo porque se consideró que, aunque no existiera ya un peligro real, la preparación que recibían los jóvenes era muy adecuada para convertirlos en futuros soldados. Además, la rebaja de edad de admisión a los 14 años había permitido aumentar sus efectivos hasta los 6.000 chavales que, siempre con un entusiasmo inagotable, absorbían como esponjas todo lo que les enseñaban. A las antiguas especialidades establecidas cuando se creó el Cuerpo se añadieron las de señalización, construcción de puentes, transporte de materiales y bastimentos, transporte de heridos e incluso trabajo de mantenimiento en los parques de artillería. Los críos de menos edad que aún no podían participar en el Cuerpo de Defensa seguían con sus tareas más pacíficas, como la ayuda a la recolección de cosechas. 

Cosechando nabos
Ante los buenos resultados de campañas anteriores, en vez de alojarse en las granjas se organizaron campamentos divididos por sectores en los que, además de alojarse, recibían clases por parte de profesores que acudían de forma voluntaria para que los nenes no se retrasaran en sus estudios. Como el sustento ya no corría por cuenta de los propietarios, estos tenían que pagarles 14 chelines en concepto de dietas, más un jornal de 11 peniques por seis horas de trabajo que, como no podía ser menos, los scouts donaban a la organización. No obstante, los comisionados de distrito podían alcanzar acuerdos con los agricultores y ganaderos en lo tocante al transporte, mantenimiento y salario de los voluntarios de la forma que resultase más ventajosa para ambas partes. Por cierto que una de las recolecciones más peculiares que llevaron a cabo fue la de huesos de ciruela. Se había descubierto que el carbón obtenido de la combustión de las semillas de estas frutas tenía unas propiedades más absorbentes para su uso en los filtros de las máscaras antigás, por lo que pusieron a mogollón de chavales a recoger ciruelas en cantidades industriales.

Ambulancia donada por los Boy Scouts
Ya en 1917, una de las actividades más peligrosas a las que se tuvieron que enfrentar los scouts fueron sus misiones como guías del vecindario durante los bombardeos aéreos. Mientras que unos se dedicaban a hacer sonar trompetas en plan apocalipsis inminente cuando se daba aviso de la proximidad de dirigibles o bombarderos, otros se encargaban de impedir que el pánico hiciera que la gente saliera desperdigada como conejos sin saber hacia donde ir cuando empezaban a caer bombas, encargándose los scouts de señalarles la posición del refugio más cercano. Obviamente, estos chavales se jugaban el pellejo porque las bombas empezaban a caer y ellos debían permanecer en la calle mientras hubiera algún despistado corriendo no sabía dónde, pero la cosa es que le echaban valor y aguantaban estoicamente hasta ver las zonas asignadas despejadas de civiles para meterse en un refugio. Y a cambio de todos los riesgos y trabajos que llevaban a cabo solo esperaban ser premiados con alguna de las distinciones que se otorgaban a los más abnegados scouts para lucirlas en la pechera.

Un scout recibe una distinción. Los que vemos a la izquierda
sujetan los Certificados al Mérito con que han sido distinguidos 
La más codiciada era la Insignia de Servicios de Guerra, que se otorgaba tras veintiocho días, luego alargados hasta los cincuenta, de servicios no remunerados. O sea, los que iban a cosechar no podían optar a la medallita porque cobraban un estipendio, independientemente de que luego lo donasen si querían. Se entregaron un total de 80.000 de estas insignias, que no es moco de pavo considerando que hablamos de adolescentes dando el callo como hombres. Luego estaban el Certificado al Mérito, la Medalla al Mérito y el Lobo de Plata, esta última solo concedida cuando se habían ganado previamente doce insignias de competencia, dos años de servicio y haber llevado a cabo algún acto heroico, como salvar una vida o repetidos actos de valor. El premio supremo era la Cross for Gallantry in Saving Life, la Cruz al Valor por Salvar Vidas, de la que había tres grados, de mayor a menor: la cruz de bronce con cinta roja para los que habían actuado con un heroísmo especial; la cruz de plata con cinta azul para los actos de valor con un riesgo considerable y, finalmente la cruz dorada con cinta azul con rayas rojas para actos excepcionales durante una emergencia pero sin riesgo.

Escena totalmente cuartelera que ponía de los nervios a los pacifistas:
un grupo de scouts pelando patatas en la cocina de campaña de
una unidad de artillería
En fin, así fue la intensa y valiosa contribución de los boy scouts al esfuerzo de guerra, que por cierto no se saldó de forma gratuita para ellos porque tuvieron que sufrir heridos y algún que otro muerto en el desempeño de sus funciones sin que por ello mermara su espíritu de sacrificio. Las autoridades, tanto civiles como militares, solo tenían boca para elogiar su comportamiento y su entrega pero, sin embargo, durante todo el conflicto tuvieron que enfrentarse con los sectores pacifistas del país que veían con malos ojos cómo una organización aparentemente dedicada a salir de excursión los fines de semana se habían convertido en una fuerza paramilitar. Aunque las comparaciones son odiosas, lo cierto es que, salvo en la cuestión puramente ideológica, la guerra los había convertido en muchos aspectos en unos precursores de las Hitlerjugend: su organización era militar, su jerarquía era militar, sus premios y distinciones eran militares, sus mandos eran o habían sido militares y, para colmo, el Cuerpo de Defensa se había convertido en un pequeño ejército cuyos miembros tenían entrenamiento militar, estaban preparados para usar armas y, lo más inquietante para ellos, tenían muy claro que primero y ante todo debían obedecer sin rechistar las órdenes que recibían. Esto producía ataques de ansiedad en sectores de la sociedad en los que los conceptos de derechos civiles y tal se podían ver vulnerados, llegado el caso, por esa fuerza paramilitar a las órdenes de un gobierno que quisiera meter en cintura a la población.

Señalero de los sea scouts. Por mucho que
graznasen los pacifistas, lo cierto es que la
actuación de estos chavales salvaron a mucha
gente, y eso es lo único que cuenta
Sin embargo, lo cierto es que los scouts no solo no dieron jamás un motivo de queja, y su entusiasmo y su dedicación fueron una de las claves que permitieron, entre otras cosas, que la nación no se colapsara en los peores momentos. Los sea scouts llevaron a cabo infinidad de avistamientos de naves en peligro, así como de buques enemigos merodeando por las costas e incluso labores de salvamento en mercantes torpedeados por los submarinos tedescos. Y en cuanto al comportamiento de los antiguos scouts que habían pasado a servir en el ejército, la mayoría de ellos recibieron menciones y medallas ya que, como hemos comentado, el adiestramiento recibido en los años o meses previos a su ingreso en filas les permitió ir por delante de sus compañeros, que no sabían por qué lado del fusil salía la bala cuando los reclutaron. En todo caso, los que en todo momento tuvieron claro el enorme potencial de los boy scouts- las autoridades civiles y militares- pasaron de las paranoias del personal y supieron sacar provecho a unos muchachos cuya mayor ilusión fue servir a su país, primero pedaleando como mensajeros o yendo puerta por puerta recolectando botellas, y luego en las trincheras batiéndose el cobre. Los antiguos scouts cayeron como moscas. El penúltimo de ellos fue el cabo Joseph Weatherly, del 9º de Húsares de Northumberland, muerto el 24 de octubre, apenas dieciocho días antes de la firma del armisticio. El último, paradójicamente, palmó dos días después del mismo a consecuencia de las heridas recibidas anteriormente. Fue el cabo Frederick Stanley Spurin, de 22 años de edad, perteneciente al 4º Batallón del King's Royal Rifle. Durante su permanencia en los boy scouts había estado afiliado en la 110ª Tropa de North London. Pero no se fue solo de este mundo. Junto a él, otros 691 hombres del ejército aliado entregaron la cuchara ese mismo día en los distintos hospitales donde habían ido a parar tras ser heridos.

Bueno, ya ven como estos probos exploradores de fin de semana se zambulleron sin dudarlo en una guerra tremebunda, y dieron lo mejor de sí para ayudar a su país y su pueblo. Por desgracia, me temo que gran parte de las juventudes de estos tiempos, no es que no estén por la labor de arrostrar ese tipo de privaciones, es que no serían capaces ni de entender cómo chavales de tan temprana edad estuvieran dispuestos a todo tipo de sacrificios por su patria, término y concepto que quienes ya sabemos se han encargado de borrar del vocabulario del personal.

Hale, he dicho

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El príncipe Arthur, duque de Connaught, revistando a una tropa de Boy Scouts en el patio de la War Office tras la entrega de unas ambulancias donadas por la organización el 22 de noviembre de 1917

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