Hijos del padrecito Iósif armados con subfusiles PPSh-41 vacilando a un cuñado que intenta en vano que le regalen uno porque le han dicho que mata mucho y no se estropea nunca |
Por una vez y sin que sirva de precedente, cumplo lo dicho: el artículo anterior concluía afirmando que veríamos en breve lo tocante a los subfusiles soviéticos, así que vamos a ello. Hoy hablaremos del que, sin duda, fue el modelo más representativo de estos probos bolcheviques y que, de la misma forma que los MP-38 y MP-40 se asocian de inmediato con los homicidas del ciudadano Adolf, este chisme, con su característico tambor y la carcasa de refrigeración que envuelve el cañón, se convirtió en el símbolo del soldado de infantería del Ejército Rojo: el PPSh-41. Pero antes de entrar en el meollo de esta arma, no vendría mal ponernos al corriente de la evolución previa de los subfusiles en la URSS hasta llegar al modelo que nos ocupa.
Como ya anticipamos, los soviéticos se retrasaron un poco a la hora de incluir en su arsenal los subfusiles. No fue hasta 1926 cuando el prolífico Fiódor Vasílievich Tókarev desarrolló un primer prototipo que podemos observar en la foto de la izquierda. Como vemos, su aspecto es bastante novedoso para la época si bien su morfología se asemejaba más a la de una carabina que a un subfusil. No dejen de observar el curioso detalle de la empuñadura semienvolvente que rodea la parte delantera de su cargador de 21 cartuchos de calibre 7'62x38R, o sea, el mismo que usaba el revólver Nagant. El arma, como se puede apreciar, disponía de un selector de tiro consistente en dos gatillos: uno para tiro automático y otro para semiautomático. Su cadencia de tiro en modo automático era similar a la de una MG-42, uséase, entre 1.100 y 1.200 dpm, lo que se traducía en que un probo mujik con un entrenamiento más bien escaso vaciaría el cargador en apenas un segundo, antes siquiera de acordarse que tenía que aflojar la presión del dedo. Este detalle, sumado a un proceso de fabricación complejo y una munición totalmente inapropiada que produjo cantidad de interrupciones durante las pruebas, hicieron que el diseño de Tókarev fuese desechado pero, al menos, la simiente ya había caído en tierra fértil. Solo había que regarla un poco para que germinase.
De izda. a dcha. Tókarev (1871-1968) Degtyarev (1880-1949) y Korovin (1884-1946) |
El grifo de la manguera lo abrieron en 1929, cuando el Consejo Militar Revolucionario reconsideró la conveniencia de retomar el desarrollo de un subfusil, que obviamente no estaría inicialmente destinado a las tropas, sino a los suboficiales. Entre los años 1932 y 1933 se desarrollaron de forma simultánea tres proyectos para fabricar un subfusil decente que, al menos, sirviera de base de partida. Tókarev presentó otro diseño, al que se sumaron los de Sergei Aleksándrovich Korovin, un ferviente bolchevique que diseñó la primera pistola semiautomática rusa, la Tula Korovin 1926, y el del no menos polifacético Vasili Alekséyevich Degtyarev, al que imagino recordarán por sus famosas armas automáticas. El calibre elegido sería el 7'62x25 Tokárev, que no era más que una copia del 7'63x25 Mauser al que se limitaron a reducirle una centésima de milímetro para que nadie pudiera decir que habían fusilado literalmente el cartucho tedesco. El motivo de decantarse por dicha munición es lógico: era el calibre de la pistola TT-30, diseñada por Tókarev y que se convirtió en la primera pistola semiautomática del ejército soviético. Por lo tanto, a nivel logístico era más viable que tanto pistola como subfusil funcionaran con la misma munición que, por otro lado, ofrecía unas prestaciones muy adecuadas para ese tipo de arma y no producía fallos de alimentación.
En esta ocasión se llevó el gato al agua el diseño de Degtyarev, cuya arma recibió la denominación oficial de Pistolet-Pulemyot Degtyareva 1934, que traducido en cristiano significa Pistola Ametralladora Degtyarev 1934, abreviado como PPD-34. En honor a la verdad, Degtyarev no inventó nada especialmente novedoso. Basó su diseño en el mecanismo de retroceso de masas y de percusión avanzada del MP-18/I si bien le añadió un selector de tiro situado en la parte delantera derecha del guardamonte. El alza era un modelo tangencial de corredera graduada de 50 a 500 metros con escalas de 50 metros. Su cadencia de tiro era de 800 dpm. y, a simple vista, lo que lo diferenciaba del modelo tedesco era que el cargador con capacidad para 25 cartuchos estaba situado en la parte inferior del guardamanos. El arma se empezó a fabricar en la Planta de Kovrovsky Nº 2 en 1935 y, la verdad, no dio mucho de sí porque de inmediato surgieron algunos problemas, sobre todo en lo referente al mecanismo de retención del cargador, no muy fiable al parecer. Vamos, que se caían solos.
PPD-34/38 montando su nuevo cargador de tambor |
Degtyarev se puso manos a la obra para solucionar los defectos que presentaba el modelo que, aparte de los fallos percibidos en el cargador, era complejo de fabricar por su elevado número de horas de mecanizado. Esto, en un país en el que tanto la maquinaria como los niveles de productividad no brillaban por su presencia, sino por su ausencia, suponía todo un reto. Las fábricas bolchevique estaban a años luz de los baremos de calidad que se exigían en otros países, empezando por la vapuleada pero siempre elitista Alemania. Durante un par de años, Degtyarev se dedicó a realizar diversas pruebas para mejorar el arma, las cuales acabaron siendo mínimas, pero las suficientes para eliminar los problemillas que arrastraba. Esencialmente, se cromó el ánima del cañón, lo que alargaba de forma significativa su vida útil; modificó la carcasa de envuelta del cañón, que se fabricó con menos orificios pero más grandes y de forma alargada, y se añadió un cargador de tambor copiado del que usaba el Suomi KP-31 con una pequeña modificación: al tener el arma un guardamanos corrido de una sola pieza, hubo que añadir al tambor una extensión que podemos ver claramente en la foto superior. Estos cargadores, con capacidad nominal para 71 cartuchos (dependiendo de la potencia del muelle podían introducirse entre 70 y 73), daban una mayor autonomía al arma si bien los cargadores de petaca de 25 cartuchos se mantuvieron en servicio. Por cierto que al selector de tiro se le añadieron unas marcas para que el personal no se despistase. En un lado tenían grabado un "1" o la palabra "один" (odin = uno) para indicar modo semiautomático, mientras que en el otro aparecía la cifra "71" o bien las letras "непр." ("cont.", abreviatura de непрерывный, "nepreryvnyy" = continuo) para modo automático. El modelo modificado recibió le denominación de PPD-34/38.
Un operario controla el acabado de un PPD-34/38 |
Con todo, los mandamases bolcheviques no acababan de tener clara la utilidad del subfusil. De hecho, a pesar de que el nuevo modelo funcionaba perfectamente, su producción fue bastante birriosa, 4.174 unidades (5.084 según otras fuentes) entre el PPD-34 y el PPD-34/38 que, además, solo fueron distribuidas poco menos que a nivel testimonial entre algunas unidades fronterizas y del NKVD. Básicamente, las dudas acerca de la implantación del subfusil de forma generalizada radicaban en que era un arma cara y compleja para ser fabricada en masa y, por otro lado, las reticencias a poner en manos de una tropa cerril un chisme que gastaba munición a porrillo y que precisamente por ello eran necesarias muchas horas de entrenamiento, ergo de gasto de munición, para hacer que un hijo del padrecito Iósif supiera sacarle partido a su subfusil. Por todo ello, en febrero de 1939 se canceló la producción, se anularon los pedidos pendientes y optó por enviar las unidades fabricadas a los arsenales del ejército, manteniendo unas pocas en servicio como ya se ha dicho. Sin embargo, en breve sufrirían en sus propias carnes un revulsivo que les hizo reconsiderar su postura respecto a estas armas.
En noviembre de 1939, el padrecito Iósif, decidido a emular al ciudadano Adolf, inició una invasión contra sus vecinos finlandeses. La disparidad de fuerzas era abrumadora y, aunque el conflicto duró apenas tres meses y se saldó con una victoria soviética que supuso la anexión de un 10% del territorio finlandés incluyendo bastantes zonas de su tejido industrial, lo cierto es que los bolcheviques cayeron como moscas. De hecho, la diferencia de bajas entre los dos bandos fue abismal en detrimento de los soviéticos, que no se podían imaginar que los bravos finlandeses les harían pasar un quinario con sus tácticas de guerrilla y sus subfusiles Soumi, precisamente cuando pocos meses antes los mandamases soviéticos habían mandado almacenar los suyos. Hablamos de que solo los considerados como completamente muertos, pero sin incluir los que palmaron congelados más los heridos y tal, la diferencia fue de cinco a uno a favor de los finlandeses. Está de más decir que los soviéticos no solo desembalaron a toda prisa sus subfusiles para mandarlos al frente, sino que pusieron en marcha el desarrollo para reciclarlos en un arma que fuese más fácil de fabricar.
PPD-40 y su tambor, una copia cuasi fiel del que usaba el Suomi finlandés |
Degtyarev empezó por simplificar el diseño para eliminar horas de mecanizado. Para ello, el cajón de mecanismos fue sustituido por un simple tubo en vez de partir de una pieza maciza que había que tornear y fresar. Modificó el cañón, el cierre y, lo más importante, dividió el guardamanos en dos mitades para alojar la tolva de alimentación entre ambas, pudiendo así eliminar la extensión del tambor del PPD-34/38. El alza de los primeros modelos era el tipo tangencial graduado de 50 a 500 metros, si bien en la versión posterior y para ahorrar tiempo y mano de obra se limitaron a colocar un alza fija con una muesca en forma de V. Total, a las distancias de combate habituales no hacía falta mucho más, y las tropas pronto aprendieron a corregir a ojo, o sea, apuntando más alto o más bajo en base a la distancia al objetivo. Este modelo, denominado como PPD-40, entró en producción en febrero de 1940 en los arsenales de Sestroryetsk
y Tula, fabricándose un total de 86.986 unidades hasta que cesó la producción al año siguiente, cuando entró en funcionamiento nuestro protagonista de hoy.
Fervientes nenas bolcheviques dando los toques finales a un lote de subfusiles PPD-40 en la fábrica de Sestroryetsk, en Leningrado |
Con todo, el repaso que los finlandeses le dieron a los hijos del padrecito Iósif fue tremebundo a pesar de su victoria y, sobre todo, tomaron muy buena nota del uso táctico que sus enemigos habían hecho del subfusil, ese chisme al que tantos reparos habían puesto anteriormente. Tanto les escoció la cosa que, nada más acabar la fiesta, se dispusieron a acometer el desarrollo de un nuevo modelo más eficiente, más barato y más adecuado para la producción en masa. Porque la cuestión es que el PPD-40, por mucho que el camarada Degtyarev quiso simplificarlo, aún era demasiado complejo para el nuevo concepto que se habían planteado. Fabricar una de estas armas requería 13'7 horas de mecanizado, y su costo no era precisamente barato: 900 rublos incluyendo un juego de piezas de repuesto, o sea, 250 rublos menos que una DP-27 (la ametralladora de infantería Degtyarev), que era más grande y mataba más. Era pues necesario buscar un diseño que sustituyera al PPD-40 que, aunque como arma era fiable y robusta, ya no cumplía con los baremos señalados por los mandamases.
Georgii S. Shpagin (1897-1952) |
Para ello se presentaron dos competidores: uno era Georgii Semiónovich Shpaguin, un cuasi autodidacta que desde 1920 curraba junto a Degtyarev y Vladímir Grigórievich Fiódorov, que en una fecha tan temprana como 1905 ya había desarrollado una versión semiautomática del Mosin-Nagant que, a la vista del excesivo retroceso que tenía, la recamaró para el más flojito 6'5x50SR japonés. En la época que nos ocupa, Shpagin ya se había convertido en un experto en diseño de armas automáticas y tenía claro, a la vista de lo que ya se fabricaba en otros países como Alemania, que si querían un arma barata y fácil de producir el futuro estaba en las piezas obtenidas mediante estampación y luego soldadas. Ese método permitía reducir de forma notable las horas de mecanizado que traían de cabeza al personal, tanto por lo complejo como por lo caro. Además, la simplicidad del diseño permitía producirla en pequeñas fábricas sin necesidad de tener que recurrir a un batallón de personal altamente cualificado como torneros fresadores para acabar un producto razonablemente válido. Eso, en caso de guerra, podía ser vital ya que las grandes fábricas capaces de manufacturar un arma más elaborada serían, como es lógico, el principal objetivo de la aviación enemiga.
Boris G. Shpitalny (1902-1972) |
El competidor de Shpagin era Boris Gavriilovich Shpitalny, un polifacético bolchevique que, antes de dedicarse a diseñar máquinas de matar ciudadanos, empezó a currar como ferroviario y, posteriormente, se graduó como ingeniero aeronáutico en el Instituto Mecánico de Moscú en 1927. Entre 1934 y 1953 fue director y diseñador jefe de la Opitnoye Konstruktorskoye Biuro 15 (Oficina de Diseño Experimental 15) o, en forma abreviada, OKB-15, en Tula. Posiblemente, por el nombre pocos conocerán a este probo inventor, pero si les digo que fue el que diseñó las ametralladoras ShKAS y ShVAK que armaron diversos aeroplanos soviéticos, fijo que ya saben de quién hablamos. Obviamente, Shpitalny no era ningún novato en estos temas, así que su subfusil no fue un rival fácil de batir. El arma de Shpitalny, no se sabe por qué, no recibió en el papeleo burocrático del momento la denominación de pistola ametralladora, sino ametralladora de infantería. Igual era para despistar a los espías, vete a saber. Estos fulanos estaban un poco paranoicos con el espionaje y tal... Bueno, el subfusil que diseñó estaba en la misma línea que lo que ya había, o sea, un arma claramente inspirada en el diseño finlandés si bien en este caso Shpitalny había optado por un concepto distinto al de su colega, buscando unos niveles de acabado mucho más cuidadosos. Sin embargo, esto le supuso más un inconveniente que una ventaja porque si el PPD-40 ya se consideraba como excesivamente complejo y caro, el arma de Shpitalny le echaba la pata con creces: nada menos que 23'5 horas de mecanizado. Aparte de eso, tanto el Shpitalny como el PPD-40 también tenían una clara desventaja: ambas constaban de 95 piezas, mientras que el diseño de Shpagin solo 87 (ojo, en el despiece se incluyen hasta los tornillos, pasadores y piezas menores).
No obstante, el arma se tomó en consideración, y durante la segunda quincena de noviembre de 1940 se llevaron a cabo las pruebas en el NIPSVO (Nauchno-Issledovatelskiy Poligon Strelkovogo Vooruzheniya, espantoso galimatías trabalenguas que viene a significar Polígono de Investigación Científica de Armas Ligeras), en Shchurovo, cerca de Moscú. A la derecha podemos ver los dos modelos. En la parte superior, la inconfundible silueta del PPSh-41, y debajo la "ametralladora de infantería" de Shpitalny que, como salta a la vista, era de unas dimensiones más generosas, de 98'3 cm de largo contra los 84'3 del PPSh. Al igual que su competidora, tenía una cadencia de tiro de unos 800-900 dpm. con posibilidad de fuego semiautomático o automático accionando un selector de tiro. El tambor de la Shpitalny tenía una capacidad mayor, de 93 cartuchos. Se tenía previsto otro de 100, usándose ambos en las pruebas. No obstante, el cargador del PPD-40 era compatible llegado el caso. El peso del arma era notable, ya que hablamos de 6'8 kg. con el cargador contra los 5'3 del PPSh-41. Por lo demás, el alza estaba graduada hasta los 1.000 metros.
Para las pruebas se presentaron 2 PPD-40, tres modelos de Shpitalny y tres de Shpagin. Grosso modo, que no es plan de narrar con pelos y señales el proceso selectivo, el Shpitalny se mostró más preciso que su competidor, sobre todo a partir de 200 metros de distancia por una razón obvia: su cañón era 8 cm. mas largo (35 contra 27 cm.), y acusaba menos el retroceso por ser más pesado. Sin embargo, a efectos de fiabilidad el modelo de Shpagin se mostró superior. El Shpitalny, tras 68.000 disparos vio como se le rompía la culata y varias piezas salían disparadas por la potencia del muelle recuperador, por lo que hablamos de una avería que dejaba totalmente inutilizada el arma. La de Shpagin llegó sin problemas a los 70.000 disparos, entre otras cosas porque se había preocupado de cromar el ánima, lo que disminuía como sabemos los niveles de fatiga del cañón. El PPD-40 acabó mostrándose solo como un arma más compacta y ligera, pero ahí terminaban sus ventajas. En todo caso, lo que acabó decantando la balanza a favor del Shpagin era la enorme disparidad en las horas de mecanizado, apenas 5'6, una diferencia tremebunda respecto a los otros dos modelos. De hecho, solo tenía dos piezas obtenidas mediante torneado: el cañón y el cierre. Básicamente, el resto eran piezas producidas mediante estampación unidas con puntos o cordones de soldadura, era muy robusto, fiable y, como se acabó convirtiendo en dogma en el material de la URSS, funcionaba aunque lo patease un elefante después de tenerlo un mes metido en un pozo. Una vez concluidas las pruebas se decidió que el Shpagin ganaba por goleada, así que fue adoptado por el Comité de Defensa del Consejo de Comisarios del Pueblo el 21 de diciembre de 1940. La producción comenzó en otoño del año siguiente, cuando el ciudadano Adolf ya se había presentado sin avisar, la Wehrmacht avanzaba como un tren imparable hacia el interior de Rusia y sus Einsatzgruppen se dedicaban a masacrar probos hijos del padrecito Iósif, que tardó semanas en reaccionar mientras se le pasaba la sorpresa al verse agredido por el que creía su aliado.
Bien, tras este interminable introito ya podemos hablar del Пистолет Пулемёт Шпагинa 1941, que transliterado al alfabeto latino sería Pistolet-Pulemyot Shpáguina 1941 y que traducido a algo razonablemente inteligible es la Pistola Ametralladora Shpagin modelo 1941, PPSh-41 para los amigos. El arma, como ya se ha dicho, era de una simpleza absoluta. El cajón de mecanismos albergaba las piezas habituales en un arma de inercia simple y percusión avanzada: un cierre masivo (Fig. A) accionado por un muelle recuperador helicoidal (Fig. B), el cual estaba instalado en una varilla en cuyo extremo posterior había un tope amortiguador (Fig. C) que, inicialmente, estaba fabricado con un combinado de cuero y tela y en versiones posteriores se sustituyó por una pieza de fibra. En el cierre había dos piezas más: la uña extractora (flecha negra) provista de un muelle de fleje, situada en la parte superior, y la palanca de carga (flecha roja) que, a su vez, también servía como seguro, como veremos más adelante. En la parte inferior del bloque de cierre había una acanaladura que se deslizaba sobre el expulsor, una simple pieza colocada en la parte delantera del cajón de mecanismos.
El interior del cajón de mecanismos era aún más espartano. Contenía el gatillo (flecha negra), el desconector (flecha roja) y el expulsor (flecha blanca). Para los que no sepan qué leches es eso del desconector, básicamente es la pieza que permite hacer fuego automático o semiautomático. Si colocamos el selector de tiro en posición de automático, cuando apretamos el gatillo el desconector baja, y queda en esa posición mientras mantengamos el gatillo apretado. Si por el contrario colocamos el selector en posición de tiro semiautomático, cada vez que apretamos el gatillo el desconector bajará, permitiendo que el cierre avance, pero tal como baja, vuelve a subir por la acción de un muelle, reteniendo el cierre cuando retrocede tras producirse el disparo aunque mantengamos apretado el gatillo.
El PPSh-41 había sido concebido con un elemental y, a la vez, práctico sistema para facilitar la extracción de mecanismos y para su limpieza. En la secuencia de la derecha podemos verlo con detalle. En la foto A se muestra cómo abrir el cajón de mecanismos. Para ello, bastaba presionar con el dedo en la superficie estriada al final del mismo, liberando así el retén que mantenía cerrado el conjunto. La parte superior del cajón y el conjunto formado por la carcasa de refrigeración y el cañón pivotaban sobre un único pasador situado en el extremo de la culata, delante de la tolva del cargador. Una vez abierto, deja a la vista el cierre con el muelle recuperador y su amortiguador (foto B). En la foto C tenemos el arma desmontada para su limpieza cotidiana. Si fuese necesaria una limpieza más a fondo o una reparación, bastaría sacar el pasador para extraer todo el conjunto. El tema de la limpieza no era baladí en un entorno como el Frente Oriental, donde a diario había que repasar el estado del arma. En las épocas húmedas, el fango se colaba por todas partes, pudiéndose congelar y bloquear los mecanismos. En verano, el polvo hacía lo mismo, pero sin congelación. Se insistía mucho al personal en todo lo tocante al mantenimiento de sus armas en perfecto estado. La higiene ante todo.
El selector de tiro estaba ubicado en el guardamontes, delante del gatillo y, como hemos dicho, era el mecanismo que actuaba sobre el desconector. Como vemos, era una pieza bastante burda formada por una simple chapa doblada con una prensa y atornillada al desconector sin más historias. Si la empujamos hacia adelante, tendremos la posición de tiro automático. Si la empujamos hacia atrás, semiautomático. El mismo guardamonte era igualmente más básico que los conceptos morales de un político. Era una tira de metal obtenida mediante troquelado que, a continuación, pasaba por una plegadora que le daba la forma adecuada, pero con un acabado un tanto burdo. Estos procesos eran tan básicos y rudimentarios que no precisaban de maquinaria sofisticada. En cualquier taller había lo necesario para ello, y cualquier currante, aunque fuese un mujik que no sabía ni escribir su nombre con la ayuda de una plantilla, podía fabricar estas piezas sin ningún problema. Esta simplicidad permitió que en la primavera de 1942, cuando la producción apenas llevaba unos cuatro meses en marcha, la cifra diaria de unidades terminadas alcanzase nada menos que los 3.000 ejemplares. A la sencillez de producción se sumó la advertencia a los responsables del partido de cada distrito para que acicatearan adecuadamente a los obreros si no querían verse en un vagón de ganado a 50º bajo cero camino de algún lugar en mitad de la nada en Siberia, pero sin billete de vuelta.
Para la limpieza, llevaba los accesorios habituales del armamento ruso. La baqueta (fig. F), dividida en dos piezas, iba junto a su empuñadura en un alojamiento situado en la culata, al que se accedía mediante un pequeño portillo circular situado en la cantonera de acero. El resto se llevaba en una pequeña bolsa de tela guardada en un bolsillo lateral de una de las fundas para los cargadores de tambor. Contenía una llave para regular el punto de mira (fig. B), una grata (fig. C), un destornillador plegable (fig. D), un botador (fig E) y una aceitera (fig. A) compartimentada en dos partes señaladas con las letras Щ y Н. La primera corresponde a щелочной состав (shchelochnoy sostav = solución alcalina), un disolvente para eliminar los residuos de pólvora. La segunda a нейтральное масло (neytralnoye maslo = aceite de pH neutro) o sea, el aceite lubricante. También se recomendaba que, en caso de hacer un frío mortífero, se recurriere al queroseno ya que la temperatura de congelación de este producto es de -47º. Si se mantenía un fuego prolongado se recomendaba que cada 500-1.000 disparos se realizase una limpieza parcial, eliminando restos de pólvora y lubricante congelado. Caso de ser imposible, se sacaba el cargador, se colocaba el selector en posición de tiro automático y se impregnaba el cierre con una mezcla de queroseno y grasa para ejes a través de la ventana de expulsión. Luego se apretaba el gatillo y se accionaba varias veces el cierre para eliminar la mugre y, por decirlo de algún modo, se autoengrasase. La proporción adecuada era de un 20% de grasa y un 80% de queroseno.
Veamos el sistema de carga y los seguros. En la figura 1 aparece el arma en estado de reposo, con el cierre avanzado. Es la posición para introducir el cargador en la tolva de alimentación. Observemos los detalles A y B, que pertenecen a la palanca de carga. Como vemos, en la parte superior hay un pequeño pestillo estriado que se empujaba hacia dentro para bloquear la posición de la palanca y evitar que por un movimiento o un golpe ocurriera un desastre. La pesada masa del cierre podría, en caso de golpear la culata, retroceder debido a la inercia y, al avanzar por la acción del muelle recuperador, arrastrar un cartucho y producirse un disparo fortuito. Esa es la precaución que tomamos en la figura 2, en la que se ha introducido la palanca en una muesca situada un poco más atrás y se ha empujado el pestillo de seguridad para bloquearla (fig. B). La figura 3 muestra la posición de seguro cuando la acción es inminente. Se coloca en la muesca trasera y se corre el pestillo para bloquear la palanca. Finalmente, en la figura 4 hemos desbloqueado la palanca y la hemos sacado de la muesca, por lo que el arma está lista para abrir fuego.
En cuanto al rellenado de los cargadores, obviamente el más fácil era el de petaca para 35 cartuchos al tresbolillo o doble columna. Nos obstante, debido a la potencia del muelle se acompañaba de una herramienta (había tres tipos que vemos en las fotos de la derecha) para facilitar la recarga, que solía complicarse a partir de los 20 cartuchos. Una vez introducidos algunos cartuchos, se colocaba en la boca del cargador (fig. C) y, a continuación se presionaba el empujador que hacía bajar la columna de cartuchos (fig. A), tras lo cual se introducía un nuevo proyectil (fig. B), y así hasta llenar el cargador. Por otro lado, y muy importante, el cargador de petaca facilitaba un mejor agarre y control del arma que el de tambor, aparte de pesar mucho menos, 340 gramos vacío y 700 lleno contra los 1'1 kg. vacío y 1'8 kg. lleno respectivamente. La producción inicial estaba fabricada con chapa de o'5 mm. de espesor, lo que dio lugar a no pocos problemas a causa del maltrato en combate, con abolladuras y/o deformaciones que los inutilizaban. Por lo tanto, se optó por un material de 1 mm. de espesor, y con el cambio se solucionó este defecto.
El cargador de tambor tenía más enjundia y, como vimos más arriba en la descripción de las pruebas, un tirador entrenado necesitaba dos minutos y cuarto para llenarlo, y eso siempre y cuando no llovieran las bombas alrededor. Cada arma se suministraba con tres cargadores, por lo que hablamos de una dotación mínima de 213 cartuchos, pero parece ser que muchos infantes preferían llevar uno de tambor para empezar la fiesta y luego ir recargando con cargadores de petaca, mucho más rápidos de recargar con las cajas de munición extra que llevasen encima. En fin, cada cual se la montaba como creía más adecuado. Veamos el proceso de carga:
Fig. 1: Para abrir la tapa hay que presionar el bulón que asoma por la parte trasera. En la delantera lleva una muesca que bloquea el pestillo de cierre.
Fig. 2: Al sobresalir el bulón, giramos el pestillo en sentido horario y extraemos la tapa.
Fig. 3: La rueda interior hay que girarla en sentido anti-horario hasta oír ocho clics, lo que indicará que se ha "dado cuerda a tope". Estos cargadores funcionaban gracias al impulso que ese resorte ejercía sobre el empujador marcado con la flecha blanca.
Fig. 4: El interior del tambor está dividido en dos hileras separadas por sendas láminas de metal. Primero llenamos la hilera interior, con capacidad para 32 cartuchos.
Fig. 5: Una vez llena la hilera interior, hacemos lo propio con la exterior. Esta tiene capacidad para 39 cartuchos. La flecha blanca señala la posición que debe ocupar el primer cartucho de la serie.
Fig. 6: Ya hemos llenado la hilera exterior. Los últimos dos o tres cartuchos hay que introducirlos por la tolva, por lo que hay que forzar un poco el muelle del cargador, ayudándose con la mano izquierda.
Fig. 7: Ya hemos completado la recarga.
Fig. 8: Colocamos la tapa y echamos el pestillo empujando el bulón central. O sea, el proceso inverso del principio.
Una vez lleno el cargador, ya fuese de petaca o de tambor, se introducía por la tolva del arma. Uno de los problemillas que arrastraba el diseño inicial era la escasa fiabilidad del sistema de retención, hasta el extremo de que en plena refriega se te podía caer el cargador al puñetero suelo. Por lo tanto, el sistema de bloqueo se modificó con un mecanismo más elaborado. En la figura A vemos como se acciona la palanca de retención, que por norma iba plegada contra el guardamanos. Una vez bajada (fig. B) se introduce el cargador, sea cual sea. Una vez colocado en su sitio, la palanca se pliega hacia atrás (fig. C) para asegurar el bloqueo. En la figura D vemos el aspecto del arma con su correspondiente cargador y la palanca plegada hacia atrás. ¿Qué por qué una palanca tan aparatosamente grande? Fácil: debía ser manipulada por tropas equipadas con gruesos guantes. Una palanca pequeña no sería fácilmente manejable, y una tan grande, si no tenía esa opción de plegarse, podría engancharse o ser presionada de forma involuntaria con las consecuencias que se pueden imaginar.
Bien, volvamos a algunas cuestiones mecánicas. El mejor ejemplo de una pieza obtenida por estampación es sin duda la carcasa de refrigeración. Su proceso de fabricación era mínimo: troquelar la chapa, troquelar los orificios, plegarla y, como vemos, ni siquiera era necesario soldar todo el tubo resultante. Bastaba con un pequeño cordón en el extremo y santas pascuas. Luego se tapaba el extremo con un disco perforado que se convertía en la boca de fuego y que también era soldado; luego se eliminaban los restos del cordón y la pieza estaba terminada. En el detalle vemos el punto de mira, que en la versión inicial carecía de cubrepunto. Está fabricado partiendo de una pequeña chapa, también troquelada y plegada, y unida a la carcasa mediante tres puntos de soldadura en sendos orificios practicados en cada solapa lateral. Luego se eliminaba el sobrante de cada punto y terminado.
La peculiar forma de la boca de fuego, con dos salidas hacia los lados, otra arriba y el extremo formando un plano inclinado, era un eficaz freno de boca, imprescindible para controlar un arma con una cadencia de tiro tan elevada. Esa cámara de expansión tenía pues como misión desviar los gases de la deflagración de la pólvora, de forma que estos empujaran hacia adelante y hacia abajo el extremo del cañón. No obstante, el freno de boca delataba al que usaba un PPSh-41 si disparaba en ambientes de poca luz. En la imagen de la derecha hemos recreado el efecto que se produciría, con tres llamaradas saliendo por cada orificio del freno. Obviamente, solo el sonido producido por la rápida cadencia de tiro era suficiente para saber que el enemigo estaba armado con un subfusil, pero esta característica llamarada facilitaba su localización.
En cuanto a los elementos de puntería, como ya se comentó más arriba, la versión inicial estaba provista de un alza tangencial de 50 a 500 metros con escalas de 50 metros. La posterior, mucho más extendida, era un alza de librillo que se implantó en el momento en que tuvieron claro que las distancias de combate habituales raramente alcanzaban más de 200 metros, por lo que un alza graduada a más distancia y que, además, era más compleja y cara de fabricar, sobraba. El alza de librillo estaba formada por dos hojas con sendas muescas en U. La primera (fig. A) tenía marcada la cifra "10", equivalente a 100 metros. La segunda (fig. B), marcada con un "20", era para 200 metros. Con todo, los mandamases aprendieron que la instrucción de tiro era de vital importancia, y que no por ir armado con una máquina capaz de disparar 15 tiros en un segundo ya se tenía garantizado abatir al enemigo. Antes al contrario, un soldado mal entrenado solo quemaría munición sin darle ni a un mamut a 10 metros, por lo que se enseñó a las tropas a calcular el avance del tiro cuando el enemigo iba andando, corriendo, o las posibles variaciones del punto de impacto en caso de viento lateral. Además, se distribuyeron tablas de tiro para que cada cual aprendiera a hacer las correcciones oportunas en base a las circunstancias de cada momento.
Infante soviético en un combate callejero. En estos combates a corta distancia era donde el PPSh-41 se mostraba como un enemigo temible por su alta cadencia de tiro |
Bien, grosso modo estos son los aspectos técnicos más relevantes del PPSh-41. Como dijimos en su momento, la producción comenzó en el otoño de 1941, concretamente en la ciudad de Zagorsk, cerca de Moscú, de donde tuvo que ser evacuada antes de acabar el año ante la inquietante proximidad de los tedescos. Solo en ese breve período de tiempo se fabricaron unas 90.000 unidades, lo que nos da una idea de la viabilidad del diseño para la producción en masa. Además, para no tener concentrado en un solo punto la producción, docenas de fábricas secundarias se dedicaron a la manufactura de piezas sueltas, por lo que en 1942 la producción había alcanzado el millón y medio de unidades. Al término de la guerra se habían fabricado cinco millones de subfusiles, de los que 2'3 millones salieron de la Planta de Construcción de Máquinas Vyatsko-Polyanskiy.
El arrollador avance alemán permitió a los invasores apoderarse de ciertas cantidades de este subfusil, que rápidamente reutilizaron en cuanto se dieron cuenta de que era un arma más fiable en las duras condiciones del Frente Oriental que sus Schmeisser de dotación. Algunos fueron recamarados al 9 mm. Parabellum reglamentario y modificados para usar los cargadores de los MP-38/40, adoptando la denominación de MP-41(r) si bien la mayoría permaneció con su calibre original con el nombre de MP-717(r). Siendo totalmente compatible con el 7'63x25 Mauser no tuvieron problemas para suministrarles munición. Los finlandeses, que tras la Guerra de Invierno se sumaron a la fiesta organizada por el ciudadano Adolf, se apoderaron de unas 2.500 unidades que, como está mandado, se plantearon reutilizar a la vista del buen rendimiento del diseño del camarada Shpagin. Sin embargo, su intención era recamarar las armas y cargadores para el 9 mm. Parabellum, por lo que decidieron almacenarlas hasta disponer de tiempo y medios para ello, limitándose de distribuir unas cuantas unidades entre tropas de segundo escalón usando la munición original. La guerra terminó sin que se llegaran a emplear, así que permanecieron en los arsenales hasta que en la segunda mitad de la década de los 60 decidieron librarse de ellos vendiéndoselos a sus propios militares por si les daba un avenate al ver que sus cuñados se habían ventilado sus reservas de vodka.
Bien, con todo lo explicado imagino que si lograsen trincar uno de estos chismes podrían manejarlo con la misma destreza de un Ivan Ivanóvich Ivánov, así que veamos a continuación los detalles más relevantes sobre el uso táctico que los bolcheviques dieron a los otrora menospreciados subfusiles y que, tras la redención a la que fueron sometidos por sus vecinos de Finlandia, reconsideraron su fabricación hasta convertirlos en una de las principales herramientas para derrotar a la poderosa Wehrmacht.
Digamos que el punto de inflexión en este contexto comenzó en Stalingrado, un interminable asedio que se prolongó entre agosto de 1942 y febrero de 1943. Fueron cinco meses y medio en los que tuvieron tiempo de sobra para aprender a mantener a raya a un enemigo inicialmente superior en armamento y preparación, pero no tardaron mucho en dar forma a una serie de tácticas que hizo imposible a los tedescos apoderarse de la ciudad.
Los hijos del padrecito Iósif recurrieron a buscar la máxima aproximación posible con el enemigo, lo que les impedía pedir apoyo artillero o aéreo para rechazarlos so pena de palmarla bajo su propio fuego amigo. En un campo de batalla formado por edificios en ruinas y montañas de escombros, las patrullas de asalto acosaban sin descanso a los tedescos día y noche, sin darles una pausa ni para echar una cabezada hasta llevarlos a un grado de agotamiento físico y psicológico abrumador. Agobiados por ver sombras y fantasmas por doquier, la única opción que les quedaba era abrir fuego contra todo lo que se movía, llegando al extremo de que, solo en septiembre de 1942, cuando se cumplía el primer mes mes del inicio del asedio, los tedescos gastaron la friolera de 25 millones de cartuchos. Sí, casi un millón diario en un frente de unos cuantos kilómetros. Manda cojones, ¿qué no? La culpa la tenían esas patrullas de asalto, pequeñas unidades formadas por 6 u 8 hombres armados con subfusiles y entre seis y doce bombas de mano que se infiltraban entre los escombros buscando la aproximación. Una vez consolidada su posición les seguía un grupo de refuerzo provisto de armamento adecuado para resistir un ataque en toda regla a base de ametralladoras, fusiles anticarro y morteros. Así, de forma sutil y taimada, los bolcheviques lograron establecer decenas de posiciones incluso por detrás de las líneas alemanas, viéndose así hostigados por todas partes las 24 horas del día los siete días de la semana.
Así pues, tras formar esos reductos en las zonas que estimaban más ventajosas, se apalancaban en ellos convirtiendo la posición en un erizo de armas automáticas capaces de repeler un ataque salvo que el enemigo estuviese dispuesto a asumir un elevadísimo índice de bajas o lograran desalojarlos con carros de combate o cañones e asalto. La lucha entre escombros siempre favorece al defensor porque nunca presenta batalla en una línea claramente marcada, sino que se mueve, cambia de posición, ataca y se repliega, etc. Los grupos de asalto se aproximaban a las posiciones tedescas de forma sinuosa y reptiliana. Seis o siete fulanos se pueden mover por una escombrera como Pedro por su casa en plena noche sin que nadie los detecte. Una vez alcanzada la distancia adecuada, abrían fuego, un fuego de saturación proporcionado por la elevadísima cadencia de tiro de sus armas que, o mataba a los enemigos, o acababa poniéndolos en fuga porque no sabían ni de dónde les llovían los palos ni a cuántos hombres se enfrentaban. Tras la consolidación de la posición con la llegada del grupo de refuerzo, aún les quedaban los llamados grupos de reserva, destinados a acudir donde fuera preciso aumentar el número de defensores o bien para formar nuevos grupos de asalto. En resumen, esta táctica combinada con el inteligente uso del subfusil más el implacable acoso de los francotiradores sirvieron para, a costa de mucho esfuerzo y muchas bajas, romper el férreo asedio tedesco. Stalingrado, aparte de su posición estratégica y tal, ya se había convertido en una cuestión de amor propio. Para los hijos del padrecito Iósif era la ciudad que llevaba el nombre de su amado líder, y para los tedescos eran la prueba de que nada ni nadie podía detenerles. Pero las calles de Stalingrado no eran las inmensas llanuras de Ucrania donde sus todopoderosas divisiones acorazadas eran simplemente imparables al comienzo de la guerra.
Otro quebradero de cabeza para los tedescos fueron los tankodesantniki (literalmente, paracaidistas de tanques), los grupos de asalto encaramados en los T-34, una imagen bastante recurrente en el Frente Oriental. Desde 1941, las brigadas acorazadas ya disponían de compañías armadas con subfusiles, pero a partir de 1943 se dotó a cada brigada de todo un batallón, o sea, 280 hombres armados con PPSh-41 y algún que otro PPD-40 de los que aún quedaban en activo. Cuando los T-34 se abalanzaban contra las líneas alemanas, los tankodesantniki usaban los carros como los dragones de las guerras napoladrónicas, o sea, como jinetes que se valían de sus pencos para acudir rápidamente donde se les requería pero, una vez llegados a destino, se apeaban y luchaban a pie. Bien, pues lo mismo hacían estos probos jinetes de carros: cuando estaban a una distancia próxima a las posiciones enemigas se bajaban, y proseguían el avance protegidos por sus monturas acorazadas, sirviendo además de escolta cercana para impedir que los frieran por los lados o la zaga los malvados tedescos que, desde pozos de tirador avanzados, les dispararan con un Panzerfaust. Una vez alcanzadas las posiciones enemigas, los carros no podían ocuparlas, sino solo abrirse paso. Para aniquilar a la infantería que aún permanecía en las trincheras estaban los tankodesantniki, que con sus subfusiles se convertían en ángeles exterminadores.
Patrulla de esquiadores finlandeses armados con subfusiles. Esos dos probos nórdicos podían cerrar el paso a una pequeña unidad enemiga barriéndolos con sus armas |
Para concluir y no extenderme en demasía, debemos hacer también referencia a las unidades de esquiadores, lección también aprendida de los belicosos finlandeses en sus propias carnes. Estas unidades, aunque creadas a principios de 1940 como respuesta a las de sus enemigos durante la Guerra de Invierno, no acababan de tener claro su uso táctico. De hecho, al estar basadas en la rapidez y el uso de armas capaces de desplegar una gran potencia de fuego, el Suomi en este caso, los soviéticos se limitaron a añadir hombres armados con fusiles semiautomáticos como el SVT-38 y el SVT-40, pero estas no eran precisamente las mejores armas para ese tipo de guerra. Era pesados, grandes, se enganchaban en las ramas de los árboles y por su calibre se podía transportar menos munición. En septiembre de 1942, con la llegada de otro invierno, ya habían tomado buena nota de sus errores y cambiaron radicalmente su empleo táctico.
Las unidades de esquiadores se emplearon de una forma similar a los grupos de asalto destinados al combate callejero, pero con una salvedad: ellos no contaban con grupos de refuerzo, o sea, que su misión no se basaba en el establecimiento de posiciones a retaguardia del enemigo, sino de hacerles la puñeta desde la retaguardia y, aprovechando su superioridad sobre el terreno y el clima, hacer de moscas cojoneras, cargándose a todos los que podían y destruyendo si era posible depósitos de municiones, víveres, etc. Y como su armamento se limitaba a lo que podían transportar ya que no era posible hacerles llegar material más pesado, sus batallones iban armados de forma que podían desplegar una potencia de fuego arrasadora. Cada batallón se dividía en tres compañías de 129 hombres y 7 oficiales, cada una de las cuales contaba con 43 fusiles SVT, 55 subfusiles, 7 fusiles de francotirador, 6 ametralladoras DP y 3 morteros de 50 mm. Como vemos, una de estas compañías contaba con más potencia de fuego que un batallón de infantería convencional. Su modus operandi era simple, pero muy eficaz: valiéndose de las brechas en las líneas enemigas a causa de los accidentes del terreno y las zonas pobladas por densos bosques, se infiltraban hasta superar las posiciones tedescas, momento en que los atacaban por la zaga de forma sorpresiva para, nada más acabar la fiesta, desaparecer como fantasmas entre la bruma. Eso desmoralizaba al más pintado, ya que nunca se sabía de dónde les vendrían los palos. Aparte de su acción destructiva, las compañías de esquiadores eran muy útiles para recabar información sobre las posiciones enemigas, situación de sus parques móviles, depósitos, etc., que serían luego el blanco de la artillería o la aviación.
Tropas vietnamitas desfilando con sus vetustos pero aún perfectamente operativos PPSh-41, que superan en longevidad al AK-47 |
Bueno, ya me he enrollado en demasía, pero creo que lo más importante ha quedado claro, ¿no? Como hemos visto, los soviéticos supieron sacarle jugo a sus subfusiles. Al PPSh-41 le sucedieron versiones más simplificadas aún, el PPS-42 y el PPS-43, de los que ya hablaremos en su momento. A niveles prácticos, ya sabemos que el subfusil fue cediendo terreno al fusil de asalto tras la aparición del StG-44 tedesco y, pocos años más tarde, el incombustible AK-47. No obstante, la vida operativa del diseño de Shpagin fue mucho más larga que la de su creador. De hecho, no solo combatió en Corea, Vietnam, Cuba, y demás conflictos de la posguerra en manos de los aspirantes a ser fagocitados por el régimen comunista, sino que incluso fue fabricado bajo licencia en varios países de su órbita, como China, Corea del Norte, Vietnam, Polonia, Rumanía y la antigua Yugoslavia. Actualmente sigue operativo en Siria, Corea del Norte, Albania y algún que otro grupúsculo de defensores de la libertad deseosos de hacerse con el poder para administrar la libertad a su antojo.
En fin, me he quedado ya sin pilas.
Hale, he dicho
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