He estado dándole vueltas a como acometer el tema de las armaduras de placas. Pero, aún dentro de cada tipo, según la época, hay tantas variantes que, al final, he creído más adecuado hablar de las partes de las mismas, dejando para el final ir estudiando cada armadura a nivel global. De ese modo, los profanos en la materia ya sabrán de qué va la cosa, y entenderán mejor el como y por qué de su evolución. Entiendo que carece de sentido diseccionar una armadura completa cuando no se sabe siquiera de qué estaba compuesta, ¿no?
Ya hemos estudiado todos y cada uno de los yelmos usados desde el siglo X hasta la extinción de los mismos en el siglo XVII. Obviamente, el yelmo siguió en uso más adelante en las unidades de caballería de línea y en algunas de lanceros pero, al pertenecer a la Era Moderna, serán estudiados en otra serie de entradas. Así pues, ya tenemos el detalle de los yelmos. Ahora es el turno de las protecciones para las manos: el guantelete o manopla. Vamos a ello.
Hacia mediados del siglo XIV, cuando apareció la armadura de placas, obviamente estas fueron dotadas de protecciones para las manos. En aquel momento, los conocimientos de los armeros no daban para elaborar piezas excesivamente complicadas, como ocurrió un siglo después, así que los guanteletes eran una pieza más bien básica.
En la lámina izquierda tenemos un guantelete de esa época. Como se ve, solo protege el dorso de la mano. Aún no se fabricaban con los pequeños artejos articulados que daban protección a los dedos. Así mismo, carece de posibilidad de articular la mano. Es por eso por lo que la guarda es corta y con la boca muy ancha, ya que de otra forma apenas se podría mover la muñeca. Bajo el guantelete se calza un guante que queda fijado al mismo mediante una correa ajustada a la muñeca, como podemos ver en el dibujo de la derecha. En ella se puede apreciar que, a veces, la guarda de estos guanteletes no siempre iba cerrada, a fin de facilitar la entrada de la mano. Además de proteger, el guantelete podía servir para golpear al contrario con efectos bastante contundentes. Debemos observar las púas de bronce que hay en los nudillos, lo que lo convierten en una especie de llave de pugilato medieval. Un golpe de lleno en la cara desprotegida de un enemigo podía ser suficiente para dejarlo fuera de combate.
Ya avanzado el siglo XIV se añadieron a estos guanteletes protección para los dedos. Como vemos en la lámina derecha, la pieza va provista de artejos articulados que, sin alcanzar la complejidad alcanzada años más tarde, ya permite al menos una protección completa. El dorso de la mano sigue sin poder articularse, por lo que la guarda del guantelete sigue siendo como la anterior, ancha y corta para permitir movilidad en la muñeca. Debemos observar los nudillos de los dedos, en forma de pirámide cuadrangular. En este caso, además de para golpear, reforzaban esa parte de los dedos contra golpes o cortes. Cada dedo se compone de apenas cuatro artejos lo que, aún permitiendo una movilidad aceptable, no alcanzaba la de modelos posteriores, como el de la lámina siguiente.
En este caso, se trata de un guantelete de principios del siglo XV, y que ya dispone de capacidad para articular la muñeca, lo que le permite por tanto alargar la guarda y estrecharla. La pieza consta de dos launas sobre el dorso de la mano para permitir su movimiento, una sola pieza que cubre la primera falange de los dedos, y tres artejos más por dedo hasta cubrirlos totalmente. En este caso, y ya en todos los modelos posteriores, el guante de cuero forma parte del guantelete.
En este caso, se trata de un guantelete de principios del siglo XV, y que ya dispone de capacidad para articular la muñeca, lo que le permite por tanto alargar la guarda y estrecharla. La pieza consta de dos launas sobre el dorso de la mano para permitir su movimiento, una sola pieza que cubre la primera falange de los dedos, y tres artejos más por dedo hasta cubrirlos totalmente. En este caso, y ya en todos los modelos posteriores, el guante de cuero forma parte del guantelete.
Es en ésta época cuando aparecen los arneses góticos, verdaderas maravillas, no sólo de la estética, sino de la elaboración más compleja y delicada. Buena muestra de ello es el que aparece en la lámina de la izquierda, perteneciente a un arnés del emperador Maximiliano. Para su elaboración fueron precisas más de treinta piezas, primorosamente cinceladas y ensambladas.
No deja de causar asombro de ver el grado de precisión alcanzado por los armeros de la época en la manufactura del metal, y basta ver la pieza en cuestión para imaginar el precio astronómico que debió tener el arnés completo.
Ya en el siglo XVI, el grado de perfección en la manipulación del acero permitió lograr piezas que, además de dar la protección adecuada, permitían una movilidad que no tenía nada que ver con los guanteletes de apenas un siglo antes. Además, la generalización del uso de armas de fuego requería el uso de guanteletes rajados para poder disparar las pistolas de arzón que comenzaron a usar los caballeros. Por ello, como se ve en la lámina de la derecha, las launas que cubren la mano son tres, y los artejos que protegen los dedos, entre siete y cuatro. Eso permitió alargar aún más la guarda, que en estos casos llegaba casi hasta el codal. Eso implicaba una doble protección en el antebrazo de sus usuarios lo que, teniendo en cuenta que el uso del escudo quedó obsoleto con la aparición de la armadura de placas, permitía poder parar con el brazo cualquier golpe con la seguridad de que no se sufriría daño alguno.
La lámina de la izquierda muestra un modelo aún más elaborado, con cinco launas para articular la mano, y una bisagra en el pulgar para permitirle movimiento lateral. Aún cuando la proliferación de armas de fuego en los campos de batalla relegó al olvido los arneses de placas, aún se siguieron usando guanteletes como complemento de los petos y borgoñotas usados por la caballería del siglo XVII.
Finalmente, en la lámina derecha aparece un guantelete para justas a caballo que ya se mencionó por encima en la entrada correspondiente a la tarja. Estas piezas, llamadas manifer, se usaban solo para la proteger la mano izquierda de un posible lanzazo, por lo que carecían de cualquier tipo de articulación que debilitase su estructura y se fabricaban de una sola pieza. Al no tener que realizar más movimientos con la mano que sujetar las riendas, solo protegían el dorso de la misma, cuya parte, como se ve, es más amplia de lo normal. Solían llegar hasta el codo o, como éste caso, tener el codal incluido en él. Por lo general, cuando adoptaban esta forma, tampoco cabía la posibilidad de mover el codo. Se introducía el brazo y quedaba como si se tuviera en cabestrillo. Este tipo de guantelete solo se usaba en el momento del lance a caballo. Para justar a pié se sustituía por el habitual, idéntico al derecho.
Fabricación:
Como se puede imaginar, los guanteletes eran de las partes del arnés más complicadas de elaborar debido al pequeño tamaño de las piezas que los formaban, así como por el cada vez más elevado número de ellas. Para montarlo se ensamblaban las diferentes piezas mediante tiras de cuero remachadas. Para unir el guante al guantelete se actuaba de distinta forma, en función de éste, a saber.
Los más primitivos no llevaban el guante unido al mismo, sino que, como ya se comentó más arriba, se fijaba el guantelete a la muñeca mediante una correa, como se explicó anteriormente.
Cuando iban provisto de dediles, se cosía el guante a las tiras de cuero que unían los artejos para, a continuación, coserlo también a otra tira de cuero remachada en el interior de la guarda. De esa forma, en caso de tener que sustituir el guante, sólo había que descoserlo, y cambiarlo. Cuando se trataba de un mitón podía actuarse de la misma forma, o bien sujetando los dedos al guantelete mediante una correa fina que no impedía un buen empuñe. En la lámina superior podemos verlo más claramente.
Finalmente, en el caso de los guanteletes de armaduras góticas que llevaban la guarda abierta por detrás, se sujetaba a la muñeca mediante una correa y los dedos se cosían como ya hemos visto.
El peso de estas piezas oscilaba entre los 400 gramos de los modelos más primitivos a los 1300 de los más sofisticados de los siglos XV y XVI. El manifer podía alcanzar más de tres kilos.
Bueno, ya está todo dicho. Añadir que el guantelete no solo desapareció con las armaduras de placas, sino que la proliferación de las armas de fuego los convirtió en un accesorio más molesto que otra cosa. Y para proteger la mano de los golpes del enemigo se crearon espadas provistas de cazoletas o de lazos, lo que los hacía igualmente inservibles. A partir de ese momento, ya solo tuvieron lugar los guantes de cuero de siempre, siendo por lo visto especialmente cotizados los de piel de perro por su resistencia. Supongo que de ahí proviene el dicho de ser "carne de perro" cuando nos referimos a algún objeto que aguanta todo tipo de trabajos sin desgastarse o romperse. Hale, he dicho...
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