sábado, 28 de noviembre de 2020

6 CURIOSIDADES CURIOSAS SOBRE EL BARÓN ROJO

 

Foto coloreada por este menda de la época gloriosa
de Von Richthofen, cuando era la joya de la corona
de la propaganda alemana

Indudablemente, el Barón Rojo es con toda seguridad el personaje más conocido de todos los que intervinieron en la Gran Guerra, así como el más famoso as de todos los tiempos. No deja de ser curioso cómo un piloto con 80 derribos, una cifra notable en cualquier época, sea conocido hasta por los críos de teta mientras que sus colegas de la siguiente guerra sean ignotos incluso para ciudadanos aficionados a estos temas. De hecho, 108 aviadores alemanes superaron dicha cifra, empezando por el mayor Erich Hartmann, con 352 victorias y máximo as mundial de todos los tiempos, y acabando con el también mayor Heinrich, príncipe Sayn-Wittgenstein, con 83 victorias. Sí, sí, ya lo sé... en la Gran Guerra la aviación estaba aún en pañales y no intervinieron las escandalosas cantidades de aparatos que en la Segunda, pero no deja de resultar significativo que la figura de Von Richthofen se haya convertido en un icono planetario mientras que otros pilotos con más logros sean desconocidos para casi todo el mundo. Más aún, aunque la fama de piloto infalible la tuvo nuestro hombre, otros eran considerados técnicamente como más eficientes, empezando por su hermano menor Lothar a pesar de que solo alcanzó la mitad de victorias que Manfred si bien ocupó el doceavo puesto en la lista de ases tedescos. Por cierto, en Alemania no se llamaba "as" a los que derribaban mogollón de aviones, sino "Kanone", o sea, cañón.

Manfred y Lothar von Richthofen en una postal
de la época. Según se aprecia en las fotos, nuestro
hombre no era precisamente alto

¿Que por qué Richthofen se llevó la fama? Bueno, tuvo más suerte, era un joven y apuesto oficial cuya imagen fue muy aprovechada por la propaganda y, ciertamente, tenía un valor temerario, rayano al suicidio, y una agresividad en combate que lo convertían en un acosador implacable que no concebía otra opción que acabar con su enemigo a cualquier precio. En fin, solo sobre su personalidad se han escrito mogollón de libros, y podríamos decir que fue tocado con el gen de los héroes, esos ciudadanos que son encumbrados en la cúspide de la gloria aunque en realidad su vida no haya sido ese camino de éxitos y honores que solo se ven en las fotos de la propaganda. Por ejemplo, el joven que suele aparecer sonriente, con jeta de triunfador garantizado y que derrocha seguridad en sí mismo, vivió sus últimos tiempos sumido en la más negra depresión tras sufrir la herida en la cabeza que casi lo deja inútil para el servicio y le hizo ver muy de cerca la desagradable cara de la Muerte, y dejaba de lado la esplendorosa vida que llevaban los miembros de su unidad en el Château Bethune, el lujoso palacete que servía de cuartel general a la Jagdgeschwader 1, prefiriendo encerrarse en su alcoba reconcomido por los más lúgubres presagios. Solo cuando se montaba en su avión lograba ahuyentar sus fantasmas interiores y recuperar su carácter habitual, pero no deja de ser significativa la diferencia entre el mito y la realidad sobre este hombre.

Bien, tras este breve introito vamos al grano ante de que mis enemigas se levanten de nuevo en armas, que llevan unos días un tanto revueltas. Y aunque más de uno crea que lo sabe todo sobre nuestro héroe, posiblemente ignore muchas de las curiosidades curiosas que narraremos hoy.

En el centro vemos a un Manfred que apenas está entrando en la
adolescencia con su uniforme de cadete. A la derecha aparece su
hermano Lothar, dos años más joven, y en el trineo está el más
pequeño, Karl, nacido en 1903

1. Manfred Albrecht, freiherr von Richthofen. Ese era su nombre completo. Freiherr significa literalmente "señor libre", y se equipara al título de barón que usan otras naciones. No obstante, en puridad, freiherr no es en realidad un título nobiliario, sino una especie de estatus o rango familiar, como por ejemplo el de los inzanfones o hijosdalgo españoles. O sea, eran miembros de la baja nobleza y de ahí que todos los componentes de la familia hiciesen uso del, llamémosle, título. Me explico: solo una persona puede ostentar un condado, marquesado, etc.: el heredero de la familia, y solo cuando su predecesor pasa a mejor vida. Solo puede haber un conde, un duque o un marqués. Pero un rango familiar era extensivo a todos los miembros del clan, y de ahí que su padre, Albrecht Philip, y sus otros dos hermanos varones, Lothar Siegfried y Karl Bolko, también fuesen freiherren; del mismo modo, su madre Kunigunde y su hermana mayor nacida en 1890 Elisabeth Therese, recibían el tratamiento de freifrauen (en singular freifrau, señora libre).

Blasón de los Richthofen

Los Richthofen descendían de un tal Johann Praetorius (1611-1664), natural de Bohemia, que alcanzó el rango de caballero en 1661 de manos del emperador Leopoldo I. Este probo bohemio germanizó su apellido, transformándolo de su forma latina Praetorius- casa del pretor o tribunal donde ejerce su oficio el pretor- a Richthofen, que viene a significar lo mismo que en latín (richter = juez, hof = corte, o sea, corte de justicia o tribunal). Fue Federico II de Prusia el que concedió a los Richthofen el título de barón si bien, como hacían muchos nobles, preferían seguir haciendo uso del freiherr, quizás porque así todos los miembros del clan podían hacer gala de su rango mientras que de otra forma solo sería posible cuando papá palmara, y aún así, solo el mayor que, en este caso, sí era Manfred. Por cierto, Wolfram Von Richthofen, el mandamás de la Legión Cóndor, era primo carnal suyo por ser hijo de Karl Friederich, hermano de Albrecht Philip. Esta familia eran ricos terratenientes que, como en el caso del padre de nuestro hombre, combinaba la cosa agraria con la milicia ya que sirvió en el ejército prusiano, concretamente en el Leib-Kürassier Regiment nº 1, acantonado en Breslau (actual Wroclaw, Polonia).

2. El Barón Rojo. Este apodo, por el que es universalmente conocido, fue creado por los aliados. Como ya se comentó en su día, los pilotos adoptaron la costumbre de pintar sus aparatos de colores vistosos, por un lado para poder identificarse entre ellos cuando se enzarzaban en aquellos combates aéreos que más bien parecían enfrentamientos entre enjambres de avispas cabreadas. Y por otro, por mera cuestión de vanidad, en plan caballero medieval que pinta en su escudo algo que acojone al enemigo y que haga que su fama trascienda. En el caso de nuestro hombre, fue hacia finales de 1916 cuando mandó pintar de rojo su Albatros D.III nº 789/17 (foto de la derecha). Aunque él mismo afirmaba que lo hizo sin tener un motivo claro, lo más probable es que optara por ese color para ser especialmente visible tanto a amigos como enemigos. El mismo Richthofen tuvo noticia del nacimiento del apodo tras su 18ª victoria, que tuvo lugar a las 12:15 horas del 24 de enero de 1917, al oeste de Vimy. Se enfrentó contra un Farman F.E. 2b del 25º Escuadrón pilotado por el capitán Oscar Greig y con el 2º teniente John MacLean como ametrallador/observador.

El 2º teniente John Eric MacLean (1896-1961)

Tras un largo rato dándose estopa mutuamente, Richthofen obligó a aterrizar a sus enemigos, que fueron hechos prisioneros justo después de meter fuego al aparato para que no pudiera ser aprovechado por los tedescos. Nuestro hombre, que tuvo que aterrizar de mala manera porque le habían hecho polvo el plano inferior de una de las alas de su Alabatros, al saber que los british (Dios maldiga a Nelson) estaban ilesos quiso conocerlos ya que eran los únicos enemigos que hasta el momento habían sobrevivido a un combate contra él. Ya saben que en esa época los pilotos se tomaban sus movidas poco menos que como un torneo entre caballeros donde, ante todo, primaba la cortesía y tal. Muy interesado, les preguntó si habían visto antes su avión rojo revoloteando por el frente, a lo que MacLean respondió que sí, que lo conocía de sobra, y que entre ellos lo llamaban "le petit rouge", el pequeño rojo en francés.

Está de más decir que, aparte de que su ego aumentase un 500%, eso de ser un fiero enemigo conocido en todo el frente era una formidable arma de propaganda, por lo que el Oberste Heeresleitung (OHL, el Mando Supremo del Ejército) le sugirió- léase le ordenó- que narrara sus batallitas en un libro que fue publicado a finales de aquel mismo año por la editorial Ullstein bajo el título "Der rote Kampfflieger", el Piloto de Combate Rojo, que fue un verdadero pelotazo. Un "best seller", como dirían actualmente. El libro, de apenas 185 páginas, formaba parte de una colección de bolsillo llamada Ullstein Kriegsbücher (Libros de Guerra Ullstein) en la que afamados militares tedescos contaban sus experiencias para fomentar los valores patrios y tal. Ojo, como ya podrán imaginar contaban experiencias gloriosas. De los pilotos que palmaban achicharrados por el aceite inflamado antes de estamparse contra el suelo, de los infantes berreando con las tripas fuera tirados en mitad del fango y de los marinos perdidos para siempre en el abismo no se decía ni pío, que la gente se ponía muy sensible con esas cosas. A la derecha podemos ver la portada de un ejemplar de la primera edición firmado por el mismo Richthofen.

Richthofen en el Frente Oriental, rodeado de escombros, o sea,
el peor sitio del mundo para que un fiero ulano pudiera desfogarse
3. El jinete aéreo. Como muchos ya sabrán, Richthofen procedía del arma de caballería. Como era habitual en las familias aristocráticas, su educación fue encomendada a tutores privados, pasando solo un año en la escuela pública de Schweidnitz antes de ser enviado con apenas once años a la Academia de Cadetes de Whalstatt para, posteriormente, ingresar en la academia de Groβ-Lichterfelde, donde se graduó en 1912 como Fähnrich (abanderado, equivalente a alférez en el arma de caballería) y enviado al Ulanen-Regiment nº 1. Como ya saben, los retoños de las familias de postín servían por lo general en la caballería o en la armada porque eso de la infantería era cosa de pobretones y, además, había que ir de un sitio a otro andando, y eso cansa mucho.  

Cuando empezó la fiesta, el joven Manfred, que apenas tenía 22 años, fue enviado a la zona de la frontera ruso-polaca ocupada por Alemania, donde al parecer se aburría como un galápago por la escasa actividad del sector. Meses más tarde fue destinado al Frente Occidental, donde la cosa estaba mucho más animada pero, ¡oh desilusión!, la guerra de trincheras era muy asquerosilla, le quitaron el caballo y lo pusieron a currar en destinos donde no había acción,  y eso no casaba para nada con el fogoso carácter del joven teniente así que pidió ser trasladado al Fliegertruppe, el germen del arma aérea alemana. Hay que tener en cuenta una cosa: durante todo el conflicto no hubo un ejército del aire propiamente dicho. Los pilotos procedían de cualquier arma o cuerpo e incluso, como recordaremos, los dirigibles dependían de la Kriegsmarine o del ejército. De ahí que, como en el caso de Richthofen, sus componentes conservaran el rango y el uniforme de su arma original. Por esa razón, nuestro probo homicida suele aparecer en las fotos con la casaca de doble botonadura propia de la caballería (foto de la derecha) y su rango no era el de hauptmann (capitán de infantería), sino rittmeister (literalmente, maestro de monta, capitán de caballería
)

4. El primer derribo. En mayo de 1915 el fogoso Richthofen pudo hacerle dos higas al ejército de tierra y largarse a la escuela de observadores de Colonia. Recordemos que las primeras misiones de la aviación no consistían en derribar colegas enemigos o arrojar bombas, sino sacar fotos y localizar objetivos adecuados para la artillería propia. Unas semanas más tarde, cuando acabó su cursillo de capacitación, fue destinado al Fledflieger Abteilung 69 que, para ocultar su verdadero cometido, era llamado Brieftauben-Abteilung Ostende (Sección de Palomas Mensajeras de Ostende), que sería enviado al Frente Oriental. Pero los rusos no daban guerra en el aire, así que a Manfred lo montaron en un biplaza Albatros B.II (foto de la izquierda) para que se hartase de sacar fotos a mansalva y enviar informes, lo que también le aburría soberanamente. De hecho, el aparato ni siquiera estaba armado, por lo que ya podemos deducir que volar en aquel sector era un gratificante paseo.

Albatros D.I. Aunque pueda parecer lo contrario, el artillero podía
causar un serio disgusto al que lo persiguiera. Su ametralladora
podía barrer casi toda la zona trasera del avión, y si alcanzaba de lleno
el motor del aparato enemigo adiós muy buenas.
De vuelta en el Frente Occidental, tuvo su primera escaramuza yendo como observador/ametrallador en un Albatros C.I con el que, según él y su piloto, logró derribar a un Farman gabacho (Dios maldiga al enano corso). Pero a pesar de que lo vieron caer y quedarse con el morro metido en el cráter de una explosión, no hubo testigos que confirmaran la victoria, así que se quedó con las ganas. El
 26 de abril de 1916, tripulando un Albatros C.III de su nuevo destino, el Jasta 8 al mando de Wilhelm Boelcke, hermano de Oswald, volvió a reclamar una nueva victoria, en este caso sobre un Nieuport Scout sin que, una vez más, lograra testigos para poder apuntarse el derribo. La ofensiva del Somme en el verano de 1916 fue el punto de inflexión, cuando Boelcke fue reclamado para formar el Jasta 2 y, mira por dónde, se acordó del belicoso prusiano y le preguntó si se quería unir a la nueva unidad. Richthofen no lo dudó ni un nanosegundo. No obstante, el día glorioso no llegaría hasta el mes de septiembre. El día 26, la 3ª Brigada del Royal Flying Corps organizó una operación de bombardeo sobre la estación de Marcoing, en Cambrai. El grupo de ataque lo formaban cuatro B.E. 2d del 12º Escuadrón escoltados por seis F.E. 2b del 11º Escuadrón. Los bombarderos iban en esta ocasión sin observadores para aumentar la carga de bombas. Casualmente, ese día era el estreno del Jasta 2, y la mayoría de sus pilotos eran novatos que aún no se habían enfrentado a un aparato enemigo de igual a igual. Como no podía ser menos, en cuanto los tedescos avistaron a los british se abalanzaron sobre ellos como lobos sedientos de vísceras británicas. 

Richthofen pilotaba
 el Albatros D.II 491/16 (foto de la izquierda), un potente aparato armado con dos ametralladoras LMG 08/15. A las 11:00 horas se topó con un F.E. 2b de la escolta. Previamente, Boelcke ya había mandado a paseo al líder del grupo tripulado por el capitán Gray y el teniente Helder. Al belicoso Manfred le debieron palpitar peligrosamente las arterias del pescuezo, porque se lanzó contra su enemigo y abrió fuego a apenas diez metros de su cola, queriendo asegurar como fuera el derribo. Repentinamente, al avión británico se le paró el motor y empezó a descender suavemente sin que el prusiano dejara de seguirlo y no dejando de disparar hasta que alcanzó al ametrallador situado en la proa. A partir de ahí, el F.E. 2b empezó a caer describiendo curvas cerradas. El remate lo llevó a cabo otro avión alemán que apareció a unos 1.200 metros y abrió fuego contra el inglés, que acabó estrellándose cerca de Villers Plouich. Obviamente, la victoria era para el aguerrido Manfred, que no dudó en aterrizar en el prado donde había caído su enemigo para hacerse con un trofeo. 

Lionel Morris (1897-1916) y Thomas Rees (1895-1916)
El ametrallador, el capitán Thomas Rees, del Real Rgto. de Fusileros Galeses nº 14, había palmado como un auténtico y verdadero héroe, siendo enterrado con honores por sus caballerosos enemigos. Por cierto que, cosas del hideputa destino, ese mismo día un rayo dejó frito a su hermano. Ya es mala suerte, ¿que no? En cuanto al piloto, el 2º teniente Lionel Morris, del Real Regimiento de West Surrey nº 3, lo encontraron malherido, pero entregó la cuchara antes de que una ambulancia pudiera trasladarlo al hospital de sangre cercano. Fue enterrado en el cementerio de la Puerta de París, en las afueras de Cambrai. Ambos tenían 21 y 19 años respectivamente, y su matador 24. Manda cojones, ¿que no? ¿Se imaginan hoy día a un chaval de apenas 19 años con las dos estrellas de teniente pilotando un avión, y  otro con las tres de capitán y solo dos años más como ametrallador? Por cierto que Richthofen tuvo que esperar unos días a que, como era costumbre, Boelcke recabara testimonios que corroborasen la victoria para entregarle la Ehrenbecher, la Copa de Honor que se concedía a los que obtenían su primera victoria.

4. Los amoríos de Richthofen. Un héroe sin damisela es como unas judías pintas sin chorizo, así que se han atribuido amoríos como Dios manda a nuestro probo homicida, como no podía ser menos. No obstante, lo cierto es que, al menos oficialmente, no se le conoció ningún idilio, ni siquiera el típico noviazgo pactado propio de las familias de fuste. No deja de ser extraño que, en una época en que la gente matrimoniaba a edades tempranas y que en la aristocracia era obligado por aquello de mantener el linaje, Manfred pasara del tema o, al menos, no se le conociera ninguna novia o prometida independientemente de que se diera sus revolcones con las complacientes gabachas si se terciaba. En todo caso, el hipotético romance más difundido es el que supuestamente mantuvo con Käte Otersdorf, la enfermera que lo cuidó durante su convalecencia cuando fue herido en la cabeza el 6 de julio de 1917. Sin embargo, no parece ser que, al menos en público, se les notara absolutamente nada que diese a entender que había un idilio por medio, cosa que, como sabemos, no se puede ocultar y menos cuando se es joven y se puede palmar en cualquier momento. Como vemos en la foto, Fräulein Otersdorf no era precisamente una mujer arrebatadora. Su rostro de rasgos vulgares, su rictus serio y su mirada llena de cansancio, así como su pose, forzada y como deseando que acabe, no parece dar el tipo para una futura freifrau. Richthofen, por el contrario, aparece razonablemente jovial a pesar de la herida, firmemente apoyado en su bastón y con su sempiterno aire de seguridad en sí mismo. Esta foto, tomada para la voraz propaganda, muestra solo una enfermera harta de ver palmar gente joven y un joven habituado a posar, pero no hay nada que indique que pueda haber algo más salvo que ambos lo disimularan muy bien. Al cabo, la diferencia de estatus social también era en aquella época algo que se tenía muy en cuenta, y para trincar a un aristócrata había que ostentar apellidos. Sea como fuere, lo cierto es que tras la larga estancia hospitalaria de Richthofen la persona de Käte Otersdorf desaparece y no se supo más de ella.

Siempre seria la Otersdorf. Lánguida, triste...
No se me antoja la candidata ideal, pa qué mentí...
Por otro lado, Richthofen era un ídolo del mujerío tedesco. La enorme difusión que se hizo de su persona y su aspecto indudablemente atractivo causó furor, y las postales en las que aparecía con su elegante uniforme de ulano adornado por las más preciadas condecoraciones debían derretir a las damiselas germanas que, al parecer, lo enterraban literalmente en cartas que, por desgracia, no han llegado a nuestros días, pero que serían sumamente interesantes de leer para conocer a fondo la impresión que causaba nuestro hombre en sus paisanas. Sin embargo, solo prestaba especial atención a las de una mujer cuyo nombre no ha llegado a nosotros pero que, según su madre, la freifrau Kunigunde, era la única receptora de la pasión de su amado Manfred. Según le confesó al periodista estadounidense Floyd Gibbons tras la guerra, "Manfred amaba a esta chica. Tenía para ella el amor de un hombre honorable por la mujer que quería que fuera la madre de sus hijos. Yo sé que ella lo amaba". Pero la Kunigunde no dijo quién era la amada, así que nos quedaremos con la intriga. 
En mi opinión, puede que Richthofen tuviera ese apasionado romance con alguien que su madre ocultó. Puede que ni siquiera tuviera conocimiento del mismo hasta después de la muerte del héroe, cuando le enviasen sus pertenencias a casa y descubriese en su correspondencia que, en efecto, su retoño andaba encandilado por alguna damisela. 

Richthofen en unas carreras de caballos en Grunewald donde, como vemos,
acudió sin compañía femenina. Era 
público y notorio que se trataba de
un sujeto cortés y educado con 
las señoritas, pero en modo alguno
un mujeriego y bastante 
reticente a aparecer en público como no fuese solo
Por otro lado, también es lógico que prefiriera mantener en secreto su nombre porque darlo a conocer no solucionaba nada y, además, ya sabemos que en aquellos tiempo se respetaba la intimidad de las personas, no como hoy día, que te levantas estreñido y a la media hora lo sabe medio planeta. Puede que fuera una chica de su misma alcurnia, razón de más para callar ya que podría chafarle algún pretendiente posguerra. Y puede que Richthofen no hubiese dicho nada porque, como sabemos, su profunda depresión y el estado de ánimo tan penoso que arrastró tras la herida en la cabeza lo tenían convencido de que no conocería el fin de la guerra, por lo que preferiría no ir más allá del mero carteo para no causar mayores pesadumbres si, en efecto, acababa de mala manera. En fin, un misterio misterioso más para añadir a la lista de misterios sin resolver. Por cierto, su hermano Lothar, que se estrelló en un accidente aéreo en 1922 pocas semanas antes de cumplir los 28 años, sí tuvo tiempo de casarse en junio de 1919 con Doris Katharina,
gräfin (condesa) Von Keyserlingk, e incluso de hacerle dos críos, Carmen Viola y Wolf Manfred. No perdió el tiempo, vaya...

El Fokker Dr1 425/17. Estaba pintado enteramente de rojo excepto el
timón de cola, que iba de blanco. Así mismo, la cruz de hierro fue
sustituida por una cruz balcánica tanto en el fuselaje como en la cola
5. Su última victoria. El 20 de abril de 1918, Richthofen logró su octogésimo derribo pilotando el Fokker Dr1 425/17. Bueno, en realidad fueron dos en uno ya que el septuagésimo nono tuvo lugar apenas tres minutos antes. El encuentro debió tener lugar casi de noche, porque el primer derribo del héroe fue constatado a las 18:40, que en esa época del año y conforme al horario solar que aún se usaba por aquellos tiempos sería casi la anochecida. La escabechina la protagonizó el 3er. Escuadrón, equipado con aparatos Sopwith Camel y cuyo comandante, el mayor Richard Raymond-Baker, había sido promocionado aquel mismo mes tanto al rango como al mando de la unidad con solo 24 años. Hacia las 18:00 horas avistaron al este de Villers-Bretonneux media docena de Fokkers Dr1 pintados de vivos colores y, entre ellos, uno rojo. Chunga perspectiva, ¿no?

El mayor Raymond-Baker, la penúltima
víctima de Von Richthofen
A las 18:40 ya estaban en plena refriega, y de momento se vio caer sobre el bosque de Hamel el Camel de 
Raymond-Baker envuelto en llamas. Era la septuagésimo nona víctima de Richthofen, que abrió fuego contra él a cierta distancia pero con mortífera precisión ya que le bastaron unos cuantos disparos para acabar su enemigo. En su ayuda había acudido el 2º teniente Kinney, que logró ponerse en la cola del Fokker de Richthofen y dispararle unos 150 cartuchos que no lograron acertar al "Kanone" tedesco. De inmediato, otro Fokker pintado de verde y blanco se puso a las seis de Kinney, que prudentemente optó por largarse echando leches para no acabar como su comandante, del que ni siquiera se pudo recuperar la momia calcinada en que se habría convertido. Raymond-Baker no tenía un historial precisamente brillante. A pesar de estar volando desde octubre de 1915, cuando fue derribado solo tenía en su haber media docena de victorias volando con un observador- o sea, el que de verdad había derribado los aviones enemigos era su colega-, si bien fue premiado con la Cruz Militar. El 17 de septiembre, apenas tres días antes de ser abatido, le fue concedido el mando del escuadrón, que como vemos le duró menos que a un político un maletín lleno de billetes morados. 

David Lewis (1898-1978)
Pero la fiesta aún no había terminado. Tres minutos después de que Raymond-Baker obtuviera la jubilación anticipada, Richthofen se abalanzó contra otro Camel del escuadrón, en este caso el pilotado por el 2º teniente David Greswolde Lewis, de solo 20 años, y al que se le apareció la Virgen y medio santoral porque tuvo una potra incuestionable. Intentando zafarse del tedesco, que como era habitual se pegaba a la cola de sus enemigos como una lapa, zigzagueaba mientras descendía para quitarse de encima al insaciable Manfred. Le bastaron 50 disparos para incendiar el depósito de reserva de 32 litros de gasolina, y las llamas empezaron a consumir el fuselaje del avión mientras que Lewis intentaba aterrizar antes de que el fuego alcanzara la alas y se fuera definitivamente a hacer gárgaras. En un alarde de suerte poco vista y con el aparato ardiendo pudo hacerlo aterrizar a apenas 40 metros de donde aún se quemaba el de su comandante. Al salir del avión en llamas vio como el Fokker de Richthofen se aproximaba volando a baja cota para comprobar ambos derribos. Al ver a Lewis parado como un pasmarote lo saludó balanceando las alas y se largó tranquilamente mientras que el perplejo Lewis comprobaba que, ciertamente, había vuelto a nacer porque vio que tenía agujeros de bala tanto en los pantalones como en la cazadora que no llegaron a rozarle siquiera. Al suertudo piloto lo apresó un grupo de tedescos, si bien su cautiverio fue breve: el 1 de diciembre de 1918 fue repatriado a su natural Rodesia con el dudoso honor de haber sido la última víctima del infalible "petit rouge" o, como también lo llamaban los british, "the Red Battle Flyer".

6. El Museo Richthofen. Quince años después de la muerte de nuestro hombre, la familia montó un pequeño museo en el domicilio de los Richthofen en Schweidnitz, ubicado en el número 10 de la calle Striegauer (foto de la izquierda), rebautizada tras la guerra con el nombre del héroe. En la puerta del palacete, un conserje vendía las entradas y ofrecía a los visitantes postales de Manfred y Lothar en su época gloriosa, así como un folleto escrito de su puño y letra por la freifrau Kunigunde en el que narraba con pelos y señales cómo fue el controvertido final de su hijo. La aristocrática señora mostraba a los visitantes los pasillos repletos de trofeos de caza de la familia, así como el dormitorio de Manfred, donde aparecían mogollón de objetos personales de su actividad como piloto en forma de matrículas cortadas de los fuselajes de los aviones que derribaba, las copas de plata que se mandaba hacer cada vez que lograba una victoria y demás chismes y recuerdos.  No debió ser agradable para la pobre mujer tener que recurrir a ganarse unos marcos mostrando los recuerdos y objetos personales de sus hijos muertos y tener que mercadear con ellos con gente que, en muchos casos habían sido sus enemigos durante la guerra. Colijo que las madres de los héroes sufren mucho más que las de los cobardes.

En fin, con estas seis curiosidades van listos por hoy. Sí, ya sé que tocaba la segunda parte de los fundíbulos, pero tengo atascados los dibujitos de turno, qué le vamos a hacer. En todo caso, les garantizo que lo que hemos narrado no aparece en ningún documental, así que a saco con sus miserables cuñados.

Hale, he dicho

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El clan Richthofen al completo. De izquierda a derecha tenemos a Manfred, su madre Kunigunde, Lothar, Karl Bolko e Ilse. Sentado aparece el patriarca, que por aquella época ya había pasado a la
reserva y palmaría en 1920 con 60 años.


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