viernes, 21 de octubre de 2011

Armas de circunstancias: El mayal



Como ya se comentó en la entrada referente al mangual, esta arma era una adaptación para uso militar del mayal o mallal, una ancestral herramienta agrícola destinada a separar el grano de la paja en la era. El término proviene, como tantos en nuestro idioma, del latín: "malleare", que significa golpear.

Los que me siguen con regularidad ya se habrán percatado que mi principal fuente de inspiración proviene de las representaciones gráficas que la época, que muestran con bastante fidelidad los usos y costumbres de cada momento de la historia. Así pues, y en base a ello, podría afirmarse que el mayal fue un arma de circunstancias para peones y milicianos mucho más difundida en Centroeuropa que en la Península. El motivo creo que es evidente: en nuestra piel de toro, el estado de guerra fue prácticamente constante durante siglos. Ello implicaba que las milicias concejiles no vivieran en una feliz Arcadia, donde una llamada a las armas tenía lugar de higos a brevas. Eso, a su vez, hacía que los hombres con edad para servir en dichas milicias se preocuparan de invertir dinero en mejorar la calidad de su armamento, y las casas nobles, la Iglesia y la corona de proveer de las mejores armas posibles a los villanos que, por vasallaje, debían acudir a su llamada.

Sin embargo, en Centroeuropa sí vemos representados muchos milicianos pobremente armados, en muchos casos con una panoplia basada en aperos agrícolas: címbaras, horcas, y los mayales objetos de esta entrada. Pero, eso sí, podían ser villanos pobretones, pero no memos de solemnidad dispuestos a entregar el pellejo en una escaramuza con el señor vecino, en disputa con el suyo por una cuestión de lindes. Así, en cuanto se percataron que sus pacíficos mayales hacían poco o ningún efecto sobre los caballeros y hombres de armas de las mesnada enemigas, aguzaron prontamente el ingenio para, dentro de sus escasos medios económicos, adaptarlos y convertirlos en armas bastante eficaces, cuando no demoledoras. He recabado algunos ejemplos en base a las representaciones artísticas en las que aparecen, y serán las que estudiaremos en esta ocasión.



De entrada, hay que comentar que su morfología original no la perdieron nunca. La variación consistió en hacer más contundentes sus cabezas, sustituto del simple palo con el que se desgranaba la mies. Dicho esto, ahí tenemos el primero. Como vemos, se han reforzado tanto el mango como la cabeza de armas con una sujección a base de barretas de enmangue, a fin de resistir los golpes contra los escudos, armaduras y cráneos enemigos sin que se rompieran al primer envite. Y, para hacerlos más mortíferos, se ha erizado la cabeza, que se ha regrosado un poco para darle más peso, con simples clavos de herradura, método simple, eficaz y barato para lograr un arma razonablemente contundente, muy capaz de partirle literalmente la cabeza a un peón mal armado, o causar fracturas de cierta importancia en articulaciones o en las manos. Una mano rota deja fuera de combate a cualquiera por razones obvias, ¿no?

Pero como el ingenio humano para hacer la pascua al prójimo es infinito, no se tardó mucho en dotar su cabeza de armas con erizadas puntas que, aparte de ser terriblemente eficaces, cabe suponer que ejercían un efecto psicológico de lo más persuasivo entre el enemigo. Ahí vemos el aspecto de uno de ellos. El palo claveteado ha sido sustituido por una porra en la que se han embutido cuatro (o seis) largas púas en forma de prisma cuadrangular. Sobre un combatiente mal armado, sus efectos debían ser bastante expeditivos ya que, al incuestionable efecto del porrazo, habría que añadir el producido por una herida abierta de consecuencias presumiblemente fatales por una infección o un tétanos. El largo de las púas podría no ser suficiente para alcanzar un órgano vital, pero, como ya he explicado varias veces, se buscaba más la herida abierta por las fatales consecuencias que solían tener. Además, la contundencia del arma podría incluso hacer posible perforar una cota de malla con una de esas púas, lo que significaba poder vulnerar las defensas de caballeros y hombres de armas.

Supongo que pronto se darían cuenta que uno de los inconvenientes de esa porra punzante radicaba en la facilidad con que se desprenderían las púas de la cabeza de armas, por lo que se optó por asegurarlas a base de fijarlas a un aro metálico que, a su vez, era clavado en la misma. Y en vez de una hilera de púas, pues qué mejor que añadir dos, tres o incluso cuatro. Como se ve, su aspecto es un tanto terrorífico. Su contundencia iba sobrada para dejar fuera de combate a un peón, e incluso para inquietar a un hombre de armas. Si este llevaba la cara descubierta y le acertaban de pleno, era hombre muerto. Hay que considerar que la energía cinética que le proporcionaba su larga empuñadura al voltearlo debía ser mucho más fuerte que la de una maza de armas.


Otros optaron por dejarse de tanta púa y, simplemente, mejorar su contundencia a base de hacer las cabezas de armas más pesadas, posiblemente buscando, no la herida abierta, sino la lesión interna aún teniendo el cuerpo protegido por una lóriga o un perpunte o, caso de llevar armadura de placas, vulnerar las zonas débiles de las mismas: corvas de las rodillas, entrepierna, cara interna de codos o la parte trasera de los muslos. Y para ello, que mejor que aumentar de forma ostensible el diámetro de la cabeza de armas, haciéndola ganar peso, como el que vemos a la derecha. En este caso se han sustituido las barretas de enmangue por un cubo metálico que va provisto de una gran anilla que gira libremente, lo que impide que la cabeza de armas se trabe a la hora de voltearlo. Dicha cabeza va fijada por una anilla similar, y clavada a un aro metálico. Hay que recordar que las cadenas de este tipo de armas no podían ser demasiado largas, y no ya para evitar golpearse uno mismo, sino para que no fueran trabadas por las alabardas, bisarmas, etc. del enemigo.

Cabe suponer que esas cabezas de madera podían mejorarse y hacerlas más resistentes, ya que golpear con ellas a un hombre cubierto por una armadura de placas, aparte de hacer poco daño, las estropearía en pocos golpes. Así que hubo quien la sustituyó por una cabeza enteramente metálica, más pesada, ergo más contundente, que podría hundir sin problemas un yelmo o producir fracturas en las extremidades, donde la chapa metálica era siempre más fina. En este caso, la cadena ha sido sensiblemente acortada, quizás para mantener un mejor control del arma, o impedir que la pesada cabeza de armas golpease el mango, partiéndolo o dañándolo. En cierto modo, este mayal se aproxima bastante al concepto del mangual. Bastaría acortarle la empuñadura. Pero claro, los peones lo que buscaban era mantener a una distancia prudencial a los hombres de armas que, más diestros en el combate, eran casi invencibles en un cerrado cuerpo a cuerpo.

Y finalmente, ahí tenemos una opción que sustituyó las porras punzantes o contundentes con la clásica y conocida cabeza de armas esférica y erizada de cortas púas troncopiramidales, más destinadas estas a impedir que la bola resbalase cuando golpeaba las defensas del enemigo que a causar heridas abiertas en sí.
Este peculiar mayal aparece en un grabado de Martin Schongauer, concretamente en una serie sobre la pasión de Cristo. Su morfología no lo debía hacer especialmente útil en un campo de batalla, por lo que no sería raro que estuviese más bien ideado como arma de brecha. Además, el hecho de ir provisto de la bola indica que ya no hablamos de un arma de peones con mínimos medios económicos, y que se trata de un arma más especializada.

Como colofón, algunas observaciones finales. La primera es que la cronología de la vida operativa de estas armas es muy difícil de concretar. Si acaso, podemos tener una idea clara de su ocaso, que debió tener lugar durante el siglo XVII, en manos de las tropas que participaron en la Guerra de los Treinta Años, conflicto que asóló Centroeuropa en esa época, y en la que los ejércitos de las partes en conflicto se nutrieron de todo aquel capaz de manejar un arma. O incluso como arma defensiva usada por los habitantes de las ciudades alemanas víctimas de los constantes saqueos por parte de las hordas de mercenarios y ejércitos en liza que, faltos de paga y de provisiones, esquilmaban regiones enteras.

En definitiva, podemos hablar de que estuvo en uso durante siglos, casi siempre, por no decir siempre, en manos de los componentes de milicias concejiles o urbanas que no disponían de medios para hacerse con otro tipo de armas, especialmente en Centroeuropa por las razones comentadas al principio de esta entrada. Pero, a pesar de su origen como útil de labranza, es obvio que dio un juego aceptable en los conflictos que intervino. Ahí quedan pues esa serie de ejemplos que he puesto, los cuales pueden hacer las delicias de los recreacionistas que quieran añadir a su panoplia una simpática colección de mayales. Su fabricación no entraña ninguna dificultad, ya que esos chismes tenían menos mecanismos que un chupete.

Bueno, con esto vale por hoy. Dixit est...


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