jueves, 20 de octubre de 2011

Armamento medieval: Lanzas en la Biblia Maciejowski



Decididamente, si bicheara la biblia normal las mismas veces que la Maciejowski, sería teólogo por lo menos. O incluso santo, quien sabe...

Bueno, a lo que vamos. La lanza es el arma que con más profusión aparece en las iluminaciones de dicha biblia. Hay diversos tipos, en los cuales no voy a detenerme de momento por ser piezas sin nada relevante ni que las diferencie de la miríada de tipologías que se suelen ver. Sin embargo, hay tres que sí me llaman poderosamente la atención, y es a esas tres a las que dedicaré esta entrada, entre otras cosas porque su morfología no me cuadra con la época en que se elaboró la biblia en cuestión, hacia 1250. Veamos...


Ahí tenemos la primera de ellas. Su hoja tiene la apariencia de una pequeña archa o un cuchillo de un solo filo. Por comparación, diría que su hoja mide alrededor de los 25 cm. No es un error de los iluminadores porque aparece en diecisiete ocasiones, y diecisiete errores son muchos errores.
Aparentemente, van fijadas al asta mediante un cubo de enmangue, y la portan tanto peones como tropas a caballo. O sea, era un tipo de moharra válida para cualquier cometido. Tras rebuscar largo y tendido en mi bibliografía y no dar con ella, tras dos crisis de ansiedad y una taquicardia de caballo, cinco lágrimas sobre mi curtida jeta de castillero y algunos aullidos de angustia, hela ahí:

A: Moharra de lanza franca, datada entre los siglos VIII y IX. La diferencia principal con las que aparecen en la biblia es que esta, al parecer, no lleva cubo de enmangue, sino un vástago para embutirlo en el asta. Aunque el dibujo es mío, doy fe de que es un réplica exacta de la ilustración que obra en mi poder, que no puedo escanear porque sale fatal, lleno de sombras raras.

B: Esas dos piezas pertenecen al yacimiento de un cementerio anglosajón en Sarre, Kent (R.U.), datado en el siglo VII d.C.. Dicha excavación, realizada en 1863, dejó a la vista un buen número de ajuares funerarios entre los cuales aparecieron multitud de espadas y moharras de lanza. Es de todos sabido que, desde la más antiguas culturas, ya se tenía por norma enterrar a los guerreros con su panoplia de armas para seguir masacrando ectoplasmas en el Más Allá. Pero, aunque figuran como moharras de lanza, su similitud con los sax de la época es muy aproximada. ¿Acaso se usaron estos sax como moharra añadiéndoles un cubo de enmangue? 
En todo caso, no deja de llamar la atención que esta tipología aún estuviera en uso seis siglos después, o incluso más, porque aunque el hallazgo esté datado en el siglo VII, es más que probable que ya estuvieran vigentes desde mucho antes.



Ahí tenemos otra: una moharra pistiliforme con una punta muy aguzada, de clara inspiración vikinga o celta. Nueva búsqueda, porque la pajolera moharra es rarita de verdad.
En nuestra biblia aparece catorce veces, ergo en aquella época no era tan infrecuente, pero tampoco aparece por ninguna parte.
Finalmente, diana:




Ahí tenemos dos ejemplares: la de la derecha está expuesta en el Real Museo del Ejército e Historia Militar de Bruselas. La otra, en un sitio tan inadecuado como una web de un anticuario. Pero, en cualquier caso, son idénticas a las que aparecen en la Maciejowski, y ambas son de origen vikingo, o sea, cronológicamente también muy anteriores a la biblia.
Como podemos ver en ambas, la punta tiene una sección prismática cuadrangular, ideal para perforar cotas de malla o perpuntes. Las dos aletas, posiblemente muy afiladas en origen, se abrían camino en el cuerpo del enemigo una vez perforadas sus defensas, provocando una severa hemorragia. En ambos casos, el enmangue se realiza mediante un cubo.


Y ahí tenemos la tercera. Si apareciera en manos de un legionario romano, cualquiera diría sin dudar que se trata de un pilum. Pero los señores que las portan en un número de seis veces (es la más escasa de todas), son de unos siglos después.
Se trata de un venablo de origen anglosajón dotado de un largo hierro rematado por una punta prismática, típica arma arrojadiza que ya estudiamos en una entrada anterior y destinada a perforar lo que le pusieran por delante. Su mínima punta, dotada de un poder de penetración muy superior, la hacían un arma inmejorable para liquidar enemigos bien protegidos. Fue usado por francos, germanos, ingleses y centroeuropa en general. Hablamos del angón, una lanza arrojadiza muy propalada durante siglos. Podían tener varios tipos de puntas, pero ya las estudiaremos en una entrada posterior.


Y aquí tenemos dos ejemplares procedentes, como las pequeñas archas, del cementerio anglosajón de Sarre. En la más larga aún quedan incluso restos de madera de la asta, sobresaliendo del cubo de enmangue.
Lo más curioso no es ya el hecho de que se trate de tipologías muy anteriores a la época de la biblia, sino que estas son en realidad originarias de tiempos aún más remotos. Concretamente, podrían ser datadas en la época de Hallstatt, un período histórico de finales de la Edad de Bronce comprendido entre los años 1000 y 700 a.C.. O sea, que este tipo de diseño tuvo una vigencia de siglos.

Pero lo más sugerente es poder corroborar, una vez más, la asombrosa fidelidad mostrada por los ilustradores de la Maciejowski que, pudiendo limitarse a poner el mismo tipo de lanza, se molestaron en legarnos un amplio surtido de las mismas y, lo más importante, comunicarnos que tipologías que podrían considerarse como superadas o simplemente olvidadas siglos antes, estaban aún vigentes a mediados del siglo XIII. Francamente, la labor que hicieron estos iluminadores anónimos no tiene precio.

Dicho esto, insisto una vez más a los que se inician en el estudio de las armas de antaño que no dejen de lado la detenida observación de las representaciones artísticas de la época. Aunque su apariencia sea a veces tosca, o sus dibujos parezcan realizados por un crío, su valor gráfico es incalculable. En ellos está fielmente reflejado el modo de vida de la época, lo que comían, como vestían, como luchaban, y hasta como nacían y morían. Un capitel románico o una iluminación de cualquier manuscrito de la época tiene en sí mismo más valor testimonial que muchas de las chorradas sin fundamento que, como dice el Sr. Tormenta, propalan los "grandes autores", a los que nadie suele corregir porque se toma todo lo que dicen como artículo de fe. Cuestionadlo todo, observadlo todo, y seguro que os lleváis más de una gratificante sorpresa.

Para la próxima, el Tapiz de Bayeux, que también alberga mogollón de información. Hale, he dicho...


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