miércoles, 7 de agosto de 2013

Martillos de guerra. Evolución



Violento cambio de impresiones entre dos hombres de armas, uno de los cuales parece firmemente decidido a probar la calidad del bacinete de su enemigo con el pico del
martillo que empuña. Se masca la tensión, ¿no?

Ilustración de © Eduardo Gutiérrez García


Bueno, prosigamos...

Los martillos de guerra sufrieron una evolución paralela a la del armamento defensivo. Es como ocurre actualmente con la constante lucha entre la coraza de los carros de combate y las municiones capaces de perforarlas. Las primeras aumentan su resistencia y las segundas siempre intentando superar su resistencia. En la época en que, según vimos en la entrada anterior, el martillo comenzó a extenderse por Europa, el armamento defensivo era bastante variopinto. Desde un simple capacete o un capiello bajo el que se vestía un almófar mohoso en la testa de un miliciano, a sofisticadas y carísimas lórigas que cubrían todo el cuerpo de los caballeros y hombres de armas, pasando por perpuntes de mayor o menor calidad. Así pues, la morfología necesaria para vulnerar esas defensas abarcaban por igual le necesidad de contundencia y de hendir. Veamos por qué...



A la izquierda tenemos la que quizás sea la tipología más antigua que se conoce en Europa, y que casaría con el que muestra la efigie funeraria del ignoto caballero de la iglesia de Malvern. Se trata de un arma bastante rudimentaria y tosca fabricada en una sola pieza y provista de una especie de cachas de madera en los dos tercios del mango, al final del cual se observa un orificio para un fiador. La cabeza de armas tiene a un lado un pico y al otro un martillo, siendo ambas partes del mismo tamaño. 

Pero cabe suponer que era necesario refinarla un poco más para hacer de esta arma algo verdaderamente resolutivo y, sobre todo, apta para eliminar a cualquier tipo de enemigo en cualquier circunstancia, especialmente en los combates más cerrados en los que las largas espadas servían de poco. Por desgracia, no hay ejemplares de transición en los que podamos basarnos para tener claro cuando comenzaron a tener lugar estos cambios, así que tenemos que guiarnos por las representaciones artísticas de la época.



A la derecha tenemos un retablo que representa la Resurrección de Cristo, obra de Jaime Serra realizada entre 1361 y 1362 y ubicado en el monasterio del Santo Sepulcro de Zaragoza. Según podemos observar dentro del óvalo blanco, uno de los guardias durmientes del sepulcro porta un martillo que ya muestra algunas diferencias respecto a la tipología anterior: ha sido dotado de una pica en su extremo superior y el martillo ha ganado en tamaño y ha cambiado de forma. El que vemos aquí tiene una sección cuadrangular con aristas en cada ángulo, una morfología muy adecuada para, además de obtener contundencia, producir heridas abiertas muy susceptibles de convertirse en un foco de infecciones para el que las recibe. Así pues, podríamos decir que entre la primera tipología y la que vemos aquí habría transcurrido un lapso de unos cien años aproximadamente, en los cuales se produjeron los cambios señalados.



Pocas diferencias surgieron en los cien años siguientes, por lo que parece que el personal se lo tomó con cierta tranquilidad. A la izquierda tenemos un ejemplar francés datado hacia 1450 que, salta a la vista, en poco difiere del que aparece en el retablo de Serra. Solo el pico muestra algunas diferencias, ganando en masa y una forma de cuchilla. Se trata de un arma robusta, con una parte contundente muy adecuada para producir fracturas óseas y desgarros en peones y milicianos provistos de mal armamento defensivo o, simplemente, sin el mismo. El pico permite perforar la chapa de las cada vez más extendidas armaduras de placas o desmallar las lórigas. Y la pica superior va de perlas para introducirla entre las rendijas de las armaduras o los estrechos visores de los yelmos. 

Sin embargo, a pesar de su robustez estas armas tenían un punto flaco, que era el mango de madera. Aunque estaban fabricados de maderas resistentes como el roble o el nogal, un tajo de una espada o cualquier otro tipo de arma cortante podía dejarlo a uno desarmado el tiempo suficiente para que un peón cabreado por ver que sus cuñados seguían aún vivos en plena batalla le metiera la pica de su alabarda bajo el sobaco y le escabechase en un avemaría. 



De ahí que se las dotase de barretas de enmangue, tal como podemos ver en ese ejemplar de la derecha, fabricado en Italia en 1510. Aunque su cabeza de armas es prácticamente igual que el mostrado más arriba a pesar de ser unos 60 años más antiguo, éste ya cuenta con mejoras para impedir que el mango se vea partido en dos. Así pues, en dos de sus caras se le han añadido dos largas barretas que llegan hasta la empuñadura, lo cual sirve además para reforzar la sujeción de la cabeza de armas al mango.


Estos mangos, generalmente de sección hexagonal, eran a veces reforzados incluso en cuatro de sus caras para asegurar su solidez. A la izquierda tenemos un ejemplo bastante ilustrativo: aparte de las dos barretas de enmangue ha sido provisto de otras dos que no están fijadas a la cabeza de armas, sino solo al mango con el único propósito de protegerlo. Todas están fijadas mediante tachuelas, y no por remaches pasantes a fin de no debilitar la madera por un exceso de perforaciones. Hay que tener en cuenta que el esfuerzo que soportaban estas armas era notable, golpeando constantemente sobre superficies duras salvo las ocasiones en que pillaban por medio la jeta de un miliciano despistado y le arrancaban media cara de un golpe.



Pero aún se idearon medios más resolutivos para proteger el mango sin que variara prácticamente nada la cabeza de armas. A la derecha tenemos un martillo cuyo mango ha sido enteramente recubierto por chapa de hierro en sus cuatro caras. Hay pocos ejemplares similares que yo sepa, supongo que a causa de ser un sistema bastante complicado ya que había que elaborar la chapa, que en aquellos tiempos era un proceso lento y delicado. Recordemos que las laminadoras estaban por inventar aún.

Así que lo más fácil era fabricar el mango enteramente metálico, con lo que se proporcionaba al arma una solidez a toda prueba, eran prácticamente indestructibles y no suponían un incremento notable en su peso. Así pues, durante la primera mitad del siglo XVI, en la que la nueva tipología convivió con la antigua, poco a poco los primeros fueron relegando al olvido a los segundos, favoreciendo la progresiva desaparición de los mangos de madera para ser fabricados con hierro de diversas secciones: cuadrados, redondos, en espiral o combinaciones de todos ellos. Al mismo tiempo, la parte contundente de las cabezas de armas fueron perdiendo masa ya que las tropas de la época, lejos de parecerse a los añejos milicianos mal armados, contaban con protecciones de calidad. Debido a ello, ganó protagonismo el pico, que era la parte capaz de hendir los yelmos y corazas de aquel momento. 



A la izquierda tenemos un ejemplar fabricado hacia 1530 que puede ilustrarnos perfectamente. Si observamos la cabeza de armas, podemos ver que ya hay diferencias substanciales con la tipología anterior. El martillo ha sido notablemente reducido de tamaño mientras el pico se ha alargado y ha adoptado una forma prismática cuadrangular, muy adecuada para hendir metal. En la misma cabeza se ha acoplado un largo gancho para colgar el arma del arzón de la silla de montar o del cinturón. Y en cuanto a la empuñadura, se trata de una pieza engrosada a base de unas cachas de madera envueltas en materiales diversos: terciopelo, seda, piel, un cordel o torzal de alambre, bien de plata o de acero. Por ambos extremos va cerrada por sendos varaescudos que mejoran el agarre, y en el superior vemos una pequeña uña destinada a mi entender a trabar las hojas de las espadas enemigas. 

A partir de ese momento ya no hubo variaciones salvo algunas muy localizadas en diversas zonas en función más de estilos o modas que de funcionalidad. En la imagen inferior podemos ver varios ejemplares de diversa procedencia datables entre inicios del siglo XV hasta la primera mitad del XVI y en los que se pueden observar los rasgos comunes de todos ellos a partir de la desaparición de los mangos de madera y el agrandamiento del pico. Solo sería mencionable el hecho de que algunos carecen del gancho para el arzón, lo que indicaría que eran piezas fabricadas para combatir a pie.





Todos estos martillos son de origen alemán o italiano. Están colocados en orden cronológico, tal como se ha dicho, siendo especialmente reseñables el primero de la izquierda y el gran martillo central, un ejemplar con una descomunal cabeza de armas fabricado en Alemania en el siglo XVI. Ojo, es para ser usado con dos manos, aunque su mango mide poco más de un metro. El otro ejemplar que llama la atención es una pieza cuya cabeza de armas está claramente inspirada en los picos de cuervo (bec de corbin), los cuales iban provistos de un asta para dos manos. Las cuatro aristas que sustituyen a la parte contundente estaba destinada a producir heridas abiertas y tremendos desgarros. 




Así pues, a partir de ese momento ya no se producen más variaciones en los países occidentales salvo una peculiar excepción creada en Alemania y cuya vida operativa se extendió a lo largo del siglo XV e inicios del XVI. Hablamos de un martillo provisto de una curiosa cabeza de armas en forma de puño que agarra una especie de cincel, siendo el extremo romo el martillo y el opuesto el pico. A la derecha podemos verlo. El puño estaba siempre fabricado con bronce, y el pico de acero. Cabe suponer que la pieza de bronce era vaciada alrededor de dicho pico a fin de que quedara perfectamente embutido. El mango, en este caso, es de madera si bien se conserva algún ejemplar fabricado de acero. Por otro lado y según se desprende de los ejemplares que se conservan, así como las representaciones artísticas de la época, no iban provistos de gancho de arzón. Sus medidas eran las convencionales para este tipo de armas: alrededor de los 50-60 cm. de largo y entre los 1.500 y 2.000 gramos de peso. Eran armas muy contundentes gracias a la masa que aportaba el bronce, si bien no ofrecían la resistencia de los tipos provistos de barretas de enmangue ya que la tipología que mostramos siempre se engarzaba al mango mediante un cubo. Puede que ese detalle no favoreciera su difusión. En cuanto a su denominación, parece ser que eran llamados con un palabro difícilmente pronunciable para un humano hispano: dolchstreithammer, que viene a querer decir algo así como martillo de combate con daga o algo por el estilo. En cualquier caso, es indudable que eran chulísimos de la muerte. Abajo dejo algunas fotos de los mismos para deleite de la peña y sufrimiento de los que no podemos poseer uno.






Como conclusión a esta entrada, un par de martillos digamos, exóticos. Porque, como en todo, siempre había lugar a la creatividad o a la fabricación de piezas exclusivas con las que sus propietarios indicaban claramente al resto de los humanos que eran más chulos y, sobre todo, más ricos que los demás.





A la izquierda tenemos un curioso ejemplar fabricado en bronce mediante una técnica similar a los dolchstreithammer que hemos visto más arriba, solo que en este caso la cabeza de armas muestra dos cabezas de monstruos de cuyas fauces emergen el pico y el martillo, en este caso dentado. Del cuerpo de bronce emerge un gancho de arzón. Esta pieza, de origen alemán, está datada hacia la segunda mitad el siglo XV. Las letras que vemos escritas en una espiral a lo largo del cubo de enmangue dicen: Ave Maria Gratia Plena Helf Maria. El ejemplar de la derecha, de manufactura similar, muestra también un animal monstruoso, en este caso un dragón al parecer, está fabricado en Venecia entre finales del siglo XV y principios del XVI. La morfología de la cabeza de armas, o sea, el pico y la parte contundente, es prácticamente idéntica a la de los martillos normales de ese período, como vimos al comienzo de la entrada. 

Bueno, con esto vale de momento. La próxima entrada tratará de la evolución sufrida por estas armas a partir del siglo XVI en los países del este de Europa.

Hale, he dicho...



Continuación de la entrada pinchando aquí


Retablo del altar de la iglesia de los dominicos de Dormunt, obra de Derick Baegert (c.1475). En el detalle
podemos observar el dolchstreithammer que porta en la cintura uno de los sayones que, en plena reyerta
 con sus compinches, se están jugando las ropas de Cristo.