viernes, 4 de abril de 2014

Lanzallamas, el infierno en la tierra


Víctima de un ataque con lanzallamas

Todos los animales que se pasean por este palpitante mundo sienten pavor ante el fuego, incluyendo al hombre, naturalmente. De hecho, no se de nadie que no sienta un temor reverencial por las llamas excepto los bonzos esos que se autoinmolaban en plena calle en plan protesta, si bien su sacrificio no servía más que para verse convertidos en momias ennegrecidas con un aspecto de lo más desagradable.

Ya desde tiempos remotos se crearon artefactos capaces de achicharrar bonitamente a los enemigos para, además de hacerlos sufrir con saña bíblica, sembrar tal pánico entre los que salían ilesos que optaban por poner tierra de por medio. Ya los bizantinos idearon como lanzar chorros de su temible fuego griego, pero tras un lapso de varios siglos fueron los germanos, como no, los que retomaron la idea de calcinar al personal con armas ígneas. Veamos como fue la cosa...

La idea de crear un arma incendiaria la tuvo un ingeniero berlinés llamado Richard Fiedler, el cual estaba desarrollando diseños para boquillas pulverizadoras de líquidos allá por los albores del siglo pasado. Y, mira por donde, se le ocurrió que si inventaba un trasto capaz de lanzar un chorro de gasolina inflamada a una distancia aceptable, sería una genial idea para convertir en torreznos al personal. Se puso manos a la obra y, el 25 de abril de 1901 patentó su primer lanzallamas, o sea, el primer lanzallamas de la era moderna. Tras presentarlo en 1905 en los organismos militares pertinentes y llevar a cabo las modificaciones que le fueron encomendadas, se fabricaron dos tipos: uno pesado denominado Grosses Flammenwefer o, de forma abreviada, Grof, y otro ligero llamado Kleine Flammenwerfer o Kleif.


En la misma época, Bernhard Reddemann (foto de la izquierda), otro germano que, ironías del destino, era el jefe de la brigada de bomberos de Leipzig aparte de mayor de la reserva, tuvo una idea similar tras tener noticia de que, en la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, los nipones hicieron una barbacoa de rusos a base de rociarlos con keroseno con simples bombas manuales, como esas que se usan para fumigar para, a continuación, arrojar sobre el personal tacos de trapos ardiendo. El espectáculo debió ser dantesco, porque los rusos salieron bastante quemados de la guerra aquella. Total, que a la vista de que aquellas dos mentes eran muy proclives a la piromanía, tanto Fiedler como Reddemann se reunieron para crear y dar forma a su proyecto común con las bendiciones del Estado Mayor del ejército imperial, al que la idea no solo les había entusiasmado, sino que aportaron los fondos necesarios para el el mejor desarrollo del mismo.


En 1912 se presentó un modelo ligero, el Kleif mod. 1912, el cual, si nos ceñimos a la realidad, de ligero no tenía mucho ya que para su manejo eran precisos dos hombres. El Kleif era un lanzallamas tipo mochila que constaba de dos depósitos dentro de la misma bombona: uno de propelente, por lo general una mezcla de aire comprimido y dióxido de carbono o nitrógeno, y otro con 15 litros de combustible. La ignición se realizaba con un frictor acoplado en la boquilla de la lanza, la cual iba unida al depósito mediante un tubo de goma de metro y medio de largo. Un zapador portaba el depósito a la espalda mientras que otro se encargaba de freír al personal. Su capacidad no daba para mucho, ya que en apenas unos 15 segundos se agotaban los depósitos. Eso obligaba a realizar disparos de corta duración, de no más de uno o dos segundos, para poder aprovecharlo al máximo. Su alcance oscilaba entre los 18 y los 20 metros y, para dispararlo, bastaba abrir la llave de paso que se aprecia en la unión de la manguera con la lanza. Como salta a la vista, no era un prodigio de sofisticación mecánica, pero funcionaba. 

Hubo más modelos ligeros, ideados principalmente para que pudieran ser manejados por un solo hombre. Era obvio que si el portador caía herido o muerto, el tirador lo tenía complicado para ponerse el chisme a la espalda en pleno tiroteo. En las fotos de abajo podemos ver dos modelos de ese tipo. El de la izquierda lleva el depósito de combustible en el rosco grande, mientras que el propelente va en la bombona esférica del centro. La lanza, como se ve, es la misma que la del modelo mostrado arriba.




Preparando el ataque con un Grof
Su hermano mayor, el Grof, era un trasto que inicialmente se ideó como arma estática si bien, a la vista del empleo táctico que se dio a estas armas, pronto tuvieron que usarla en movimiento. Ello lo lograban mediante el concurso de tres zapadores: dos de ellos para arrastrar y manipular el depósito de cien litros de combustible más el de propelente, y otro para manejar la lanza unida a una manguera que podía alcanzar los 30 metros de longitud. Eso sí, sus efectos eran espectaculares: una llamarada de unos 40 metros de largo y 45 segundos de duración. O sea, suficiente para incinerar a media compañía de enemigos si estos no andaban listos y no salían echando leches de las trincheras.


Avanzando por una trinchera enemiga mientras
limpian el terreno con un Kleif.
Su uso táctico no era el que solemos tener in mente, o sea, como arma de apoyo de un pelotón o una sección, sino más bien lo contrario. O sea, los alemanes empezaron usando los lanzallamas como un arma ofensiva en la que toda una unidad armada con ellos procedía a iniciar un ataque con vistas a desalojar las trincheras enemigas y dar paso a la infantería propia. Su bautismo de fuego, nunca mejor dicho, tuvo lugar en Bagatelle-Pavillon, en el Argonne, a inicios de octubre de 1914. Fue llevado a cabo por la 4ª compañía del batallón de zapadores nº 29 de Posen, adscrito a la división nº 27. El ataque se realizó sin éxito contra unas posiciones francesas ya que, aparte del escaso entrenamiento de los zapadores que intervinieron en la acción, los lanzallamas perdían presión y apenas funcionaron. Pero la idea ya estaba lanzada, y los testarudos germanos se pusieron manos a la obra para mejorar el rendimiento de aquella horripilante arma. Así pues, tras las mejoras pertinentes y una reorganización a nivel de personal, se creó la Flammenwefer Abteilung Reddemann, formada por 48 efectivos pertenecientes al cuerpo de bomberos de Leipzig y de voluntarios procedentes de la infantería. Es evidente que los bomberos debían tener algún tipo de desequilibrio psicológico a causa de su profesión para, tras dedicarse a apagar fuegos, pretender provocarlos, digo yo.



Su estreno tuvo lugar el 26 de febrero de 1915 en Malancourt, equipados con 12 lanzallamas pequeños accionados por una bomba manual en vez de por el propelente habitual, y dos Grof. Pocos días después, llevaron a cabo otra acción similar en Vauquois, en las cercanías de Verdún. En ambas ocasiones las cosas fueron mucho mejor y ambos ataques se culminaron de forma exitosa. Tanto se entusiasmaron los tedescos que se dejaron de unidades a nivel de compañía y las fusionaron todas en un batallón, concretamente el 3er. Batallón de Zapadores de la Guardia, formado por 800 efectivos de los que cuatro compañías de 139 hombres cada una estaban equipadas con lanzallamas. Cada compañía se dividía en tres secciones armadas con 4 ó 6 Grof y 6 Kleif. Su primera acción tuvo lugar el 22 de mayo de ese mismo año en Neuville, siendo también un éxito. 


En plena acción en 1915
Su forma de llevar a cabo sus ataques era de una simpleza pasmosa, pero no por ello menos devastadora: aprovechando la noche, los pelotones armados con lanzallamas pesados emplazaban sus armas a apenas 40 metros de las trincheras enemigas (recordemos sus largas mangueras de 30 metros), mientras que el resto se desplegaban en un frente que, para una unidad tipo compañía, podía ser de al menos un kilómetro. Tras ellos iban unidades de asalto para explotar el éxito inicial. A la hora H, los Grof lanzaban sus salvas ardientes contra las posiciones enemigas, que se debían llevar un susto de muerte al ver aparecer de la nada aquellas masas de fuego y humo que apestaba a gasolina. Inmediatamente, el resto de lanzallamas intentaban abrir paso a la infantería colándose en las trincheras y abrasando al personal que no había tenido tiempo de salir de sus refugios, siendo incinerados en el interior de los mismos sin más. Como ya podemos imaginar, los alaridos de los que se quemaban vivos y el hedor a carne quemada también contribuían de forma notable a incitar al resto del personal a salir al galope de las trincheras.



La densa y fétida humareda también contribuía 
a sembrar el pánico entre el enemigo
Está de más decir que tanto británicos como gabachos copiaron la idea aprovechando los lanzallamas alemanes que cayeron en sus manos para diseñar los suyos propios, si bien los aliados nunca llegaron a sacarle ni remotamente el partido que le sacaron los tedescos. Hay que especificar que la verdadera efectividad de los lanzallamas radicaba en su aterrador efecto psicológico. La perspectiva de ser achicharrado por un chorro de gasolina añadía aún más presión a las ya de por sí averiadas psiques del personal, y eso que su principal "defecto" radicaba en que la gasolina no iba mezclada con alguna substancia de tipo gelatinoso que facilitara el adherirse a la ropa, como ocurría antaño con el fuego griego y, años más tarde, con el napalm. De ahí que, en realidad, era más el ruido que las nueces. En todo caso, las acciones llevadas a cabo para iniciar ofensivas solían saldarse con éxito e incluso el famoso Stürmbataillon Rhor, así como el Batallón de Cazadores nº 3 (era otro batallón de asalto) agregaron sendas compañías de lanzallamas a sus unidades para mejorar el nivel de sus cruentas escabechinas.

Emblema de los zapadores
lanzallamas. Se portaba en
la manga izquierda
Como colofón, señalar que las unidades de lanzallamas llevaron a cabo 653 acciones en toda la guerra, de las que resultaron exitosas 535, lo que supone un 82%, porcentaje muy respetable si se compara con otras unidades. A cambio, sufrieron un total de 890 muertos por causas diversas. Al finalizar la guerra, en una las cláusulas del Tratado de Versalles se prohibía al ejército alemán la tenencia de lanzallamas, lo que indica claramente que dejaron un "ardiente" recuerdo en las mentes de los aliados. 

Ya está.


Hale, he dicho...