sábado, 10 de mayo de 2014

Curiosidades. El estoque y el birrete




¿Han oído hablar vuecedes alguna vez de los estoques pontificios? ¿Sí? Vaya por Dios... Bueno, seguramente habrá otros que no tengan noticia de este tema, así que los que lo sepan ya pueden irse a ver una peli o a lo que les apetezca y el resto que se queden si les place y así se enteran. Veamos pues...

Es de todos sabido que la Iglesia ha sido desde siempre una institución dotada de una proverbial habilidad para, entre otras cosas, saber hacer la pelota a los prohombres a fin de ganarse su protección. Al mismo tiempo, estos prohombres ansiaban ver reconocidos sus méritos por la Iglesia ya que eso les daba, aparte de más prestigio de cara tanto a vasallos como enemigos, una especie de superioridad moral que les permitía llevar a cabo sus matanzas sin el más mínimo cargo de conciencia ni temor al castigo divino. Para eso disponían de bulas e indulgencias pagadas a precio de oro que, con efecto retroactivo, les eximían de toda culpa a fin de asegurarse su entrada directa al Cielo sin pasar por eso tan aburrido que debe ser el Purgatorio y, naturalmente, ni hablar del Infierno, lugar reservado solo para los herejes, los adoradores del falso profeta Mahoma, los enemigos de la Verdadera Fe Catholica, los cuñados y los políticos.

Una de estas recompensas, quizás una de las más preciadas, era la concesión del estoque y el birrete pontificios, la BENEDICTVS ENSIS (la espada bendita) y el CAPELLVS (birrete o capelo) o, dicho en italiano, el stocco y el berrettone. En la imagen de cabecera tenemos ambas piezas que, en este caso, corresponden a las regaladas por el papa Gregorio XIII al archiduque Ferdinand II de Austria en 1582. No se sabe con exactitud a qué fecha se remonta el origen de este peculiar regalo, barajándose épocas tan lejanas como el año 758, en el que el papa Pablo I obsequió una espada al rey Pipino el Breve, o tan tardías como el siglo XIV. La que se ve en la ilustración de la izquierda, obra de Francesco Bassano datada en 1592, se corresponde a la entrega de un stocco por parte del papa Alejandro III, que reinó entre los años 1159 y 1181, al dogo de Venecia Sebastiano Ziani por su apoyo en los conflictos entre la Santa Sede y el emperador Federico Barbarroja. En cualquier caso, a partir del siglo XV ya aparecían en los libros de cuentas vaticanos los gastos ocasionados por el encargo tanto de estas espadas como de los birretes.

Ojo, que nadie piense que estos objetos se regalaban así como así. De entrada, solo se otorgaban una vez al año, siendo por lo general beneficiarios del mismo los monarcas, grandes señores europeos y militares de rango, por supuesto católicos. La noche del día de Navidad, el papa, acompañado de toda la curia pontificia, procedía a la bendición del stocco y el berrettone, los cuales quedaban reservados hasta su entrega si llegaba el caso. O sea, no se fabricaban ni bendecían de cara a un candidato ya nominado, sino que quedaban a la espera de que el papa dijera a quién sería entregado a lo largo del año, no siendo obligado que fuera por norma destinado a alguien. Dicho en términos modernos, el galardón podría quedar desierto y en ese caso se volvían a bendecir tanto el stocco como el berrettone para el año siguiente. Ello ha dado lugar a ciertas confusiones debido a que un determinado estoque llevaba grabados tanto el nombre del papa de turno como su escudo de armas así que, caso de ser entregado tras la muerte de dicho pontífice, a lo largo de los siglos podía y, de hecho, así ha pasado en algunos casos, ser identificadas estas piezas como propiedad de tal rey o noble cuya vida transcurrió después de la del papa cuyo nombre aparece en la espada. Eso ha llevado a más de un estudioso a dudar de la titularidad del regalo. 

Los estoques, cuya apariencia era más bien la de un mandoble por su tamaño, eran piezas elaboradas con metales preciosos y ricamente decoradas con grabados, incrustaciones de piedras preciosas, etc. Al estoque lo acompañaba siempre una vaina y su correspondiente cinturón a juego, lo cual estaba un poco de más porque dudo que nadie pudiera ceñir una espada provista de una hoja de más de metro y medio de larga. El primer monarca español galardonado con uno de estos estoques fue Juan II de Castilla, el cual lo recibió del papa Eugenio IV en 1446. Es el ejemplar que podemos ver a la derecha y que se encuentra en la armería del Palacio Real de Madrid.


Clérigo con sotana y
sobrepelliz portando
estoque y birrete
durante una ceremonia
El único monarca que recibió tres de estos estoques fue Felipe II, que para eso era más católico que nadie. El primero le fue concedido en 1550 por el papa Pablo III cuando aún era príncipe. De dicho estoque solo queda la hoja, la cual mide 112 cm. de largo por 4,7 de ancha. En una de sus caras lleva grabado el nombre del pontífice: PAVLVS · III · PONT · MAX · ANO · XIII (PAVULUS III PONTIFEX MAXIME ANO XIIII que significa Pablo III, Pontífice Máximo en el año 14 de su reinado) tras lo cual aparece el blasón del papa. Otro estoque, del cual también se conserva solo la hoja, fue regalo del papa Pío IV en 1562. Es habitual por desgracia que, en muchos casos, las guarniciones hayan desaparecido, obviamente robadas en algún momento de nuestra agitada historia y vendida a cualquier bellaco que igual la fundió sin más. El tercer estoque sí está completo, siendo recibido del papa Clemente VIII el año 1593. Todas estas piezas se conservan en la Armería del Palacio Real de Madrid.


Estoque pontificio de don Juan de Austria
Pero quizás el más conocido sea el estoque que recibió don Juan de Austria en 1572 de Pío V por sus sonadas victorias en Lepanto y en la rebelión de las Alpujarras. Este estoque, que a la muerte del glorioso bastardo fue depositado en la catedral de Toledo, acabó en 1868 en el Museo Naval de Madrid por solicitud del entonces ministro de Marina, el almirante Topete. El estoque, que también había visto desaparecer su empuñadura, fue restaurado por Plácido Zuloaga en 1869, un año después de su traslado al museo. La empuñadura, aunque primorosamente decorada, no tiene nada que ver con la original. El arma mide un total de 177 cm., de lo que podemos deducir que, seguramente, es más larga que su propietario el cual no era precisamente un hombre alto.

En cuanto al birrete, al parecer tenía originariamente forma de yelmo si bien, posteriormente, era un gorro de copa alta con una pequeña ala plegada hacia arriba, estando fabricados con terciopelo carmesí guarnecido de piel de armiño. En la parte trasera llevaban dos ínfulas como las de las mitras episcopales y que representan su contacto con Dios, y en el lado derecho de la copa una paloma que representa el Espíritu Santo. Dicha paloma, por razones obvias, iba ricamente decorada a base de perlas y bordados de oro y plata. Por sus materiales perecederos, han llegado a nosotros muy pocos ejemplares cuya originalidad se pueda asegurar. En el grabado superior tenemos a dos heraldos del belicoso pontífice Julio II, que se pasó más tiempo con la cabeza cubierta por el almete que por la tiara y el cuerpo por la armadura que por la sotana, los cuales portan el estoque y el birrete.

Estoque y birrete entregado por el
papa Benedicto XIV en 1747
a frey Manuel Pinto da Fonseca,
Gran Maestre de la orden de Malta
en Portugal
Para llevar a cabo la entrega de ambas piezas no necesariamente había que acudir a Roma. Los monarcas y nobles de la época no disponían de "huecos en sus agendas" para semejante viaje así que un nuncio recibía el encargo de trasladar el presente hasta la corte, para lo cual iba acompañado de una escolta. Una vez llegados a destino, se organizaba una solemne misa en la iglesia más importante de la ciudad elegida para el evento, la cual era oficiada por el nuncio apostólico en presencia de toda la corte. El estoque y el birrete se colocaban junto a la Epístola y el rey se acomodaba en un sitial tapiado de terciopelo rodeado por su familia. Se entonaban motetes en cantidad y todo el mundo ponía jeta de arrobamiento místico hasta que llegaba el momento de imponer el birrete y ceñir el estoque, el cual supongo se lo quitaría tras concluir la ceremonia porque debía ser peligroso ir andando por ahí con un espadón de casi dos metros colgando de un costado. El estoque simbolizaba la ofensa a los enemigos de la fe católica, siendo su propietario desde ese momento el brazo armado de la Santa Iglesia contra dichos enemigos, mientras que el birrete representaba el ser defensor denodado del los cristianos (cristianos católicos, por supuesto, porque los luteranos también eran cristianos y a esos ni agua).

Algunas curiosidades curiosas:

1. La primera referencia escrita de la entrega del stocco y el berrettone data de 1386, cuando le fue otorgado al gonfaloniero Fortiguerra Fortiguerri por Urbano VI.

2. Los estoques solían ser manufacturados por armeros de Roma o de la Toscana, si bien hubo ejemplares fabricados en otras partes de Europa. Por ejemplo, el entregado a Enrique IV de Castilla en 1458 por el papa Calixto III fue fabricado por el maestro espadero Antonio Pérez de las Cellas.

3. Estos estoques, como podemos imaginar, no eran baratos. Por poner un ejemplo, el que Pío II encargó al armero florentino Simone di Giovanni en 1459 para el emperador Federico III costó 131 florines de oro. El florín era una moneda italiana de 3,5 gramos de oro de muy buena ley, prácticamente 24 quilates. Así pues, 3,5 x 131 = 458,5 gramos de oro que, al precio actual de unos 1.300 $ la onza serían... a ver... dos más dos igual a cinco y me llevo una... Hmmmm... Divido por el coseno de alfa... Sí, ya está. Unos 15.275 € que, si trasladamos su poder adquisitivo al Renacimiento daría para vivir con un obispo durante mucho tiempo.

4. Los birretes tampoco salían gratis, naturalmente. Un ejemplo lo tenemos en el que regaló Inocencio VIII a Wilhelm III, landgrave de Hesse, en 1491. El dichoso birrete costó 77 ducados. El ducado tenía la misma ley y peso que el florín, así que sírvanse vuecedes de hacer los números, que a mí me agota mucho la calculadora y los números me producen dolor de cabeza.

5. No solo los reyes y príncipes eran susceptibles de recibir este codiciado galardón, sino todo aquel que hiciera la pascua a base de bien a los temidos y aborrecidos otomanos. Un buen ejemplo fue el condottiero al servicio de Venecia Francesco Morosini, el cual derrotó a los turcos en Naxos en 1650 y les arrebató varias ciudades en el Peloponeso. Fue nombrado gobernador de Candía (Creta), la cual fue sitiada por los otomanos y, tras un asedio de ¡veintiún años! en el que según las crónicas liquidó a 200.000 malditos adoradores del profeta, capituló honrosamente y se largó a Italia con la frente bien alta. Está de más decir que un sujeto que había enviado a reunirse con Belcebú a tanto agareno merecía el puñetero estoque, qué carajo...

6. El último estoque pontificio con su correspondiente birrete fue entregado en 1825 por León X a Luis Antonio de Francia, duque de Angulema y último príncipe delfín del reino al que le cabe el dudoso honor ostentar el que quizás sea el reinado más breve de las historia: veinte minutos bajo el nombre de Luis XIX.

Bueno, ya no tengo ganas de escribir más.

Hale, he dicho...

LOS DOPPELSÖLDNER, CANDIDATOS A LA FOSA COMÚN


Cuadro de picas de lansquenetes alemanes. Mezclados con los piqueros se atisban filas de alabarderos

Durante el primer cuarto del siglo XVI, los arcabuces aún no se habían generalizado en los ejércitos centro-europeos. En los campos de batalla aún primaban los disciplinados cuadros de infantería formados por mercenarios suizos los cuales, en multitud de ocasiones, se enfrentaban a las tropas tedescas y españolas del emperador Carlos, a los gabachos, los italianos y, en definitiva, a todo aquel que se les pudiera por delante siempre y cuando les pagaran la soldada convenida. Sus despliegues en el campo de batalla se basaban en aprovechar la orografía del terreno y, sobre todo, en llevar a cabo acciones rápidas y contundentes que desbaratasen las líneas enemigas gracias a la agresividad de sus piqueros y alabarderos.

Sin embargo, en el momento en que las armas de fuego se fueron generalizando los lansquenetes adoptaron por formaciones de tipo defensivo para detener a los cuadros suizos y en las que se pretendía sacar el máximo partido de sus mangas de arcabuceros y, al mismo tiempo, tener la suficiente flexibilidad táctica como para poder pasar al ataque si procedía.

Dicha formación, llamada gevierte ordnung, que podríamos traducir como formación en cuadro y que podemos ver en el gráfico de la derecha, basaba su defensa en las cuatro alas formadas cada una por 200 arcabuceros las cuales, en caso de ser atacados, podían abrasar a tiros a cualquier unidad que se acercase a ellos desde cualquier dirección. Por otro lado, estaban entrenados para disparar por andanadas a medida que avanzaban. Al frente se emplazaba la artillería que, desde esa posición, podía barrer el campo de batalla y diezmar cuadros de infantería o cargas de caballería enemigos hasta que llegara la hora de que la infantería entrase en acción. Este tipo de formación tiene, si nos fijamos, la misma forma que un castillo: un cuerpo central y cuatro torres de flanqueo desde las que se puede hostigar a posibles asaltantes. O sea, convirtieron los cuadros de infantería en fortalezas móviles que se podían desplazar a voluntad y podían, a su vez, ser tomadas al asalto y destruidas.

Doppelsöldner armado con un mandoble
En la vanguardia y la retaguardia de ese potente y compacto cuadro de infantería erizado de picas era donde se colocaban los protagonistas de esta entrada, los doppelsöldner, termino que significa "doble paga" en referencia a que, debido al elevado riesgo que arrostraban en batalla y a la cantidad de ellos que caían en combate, recibían el doble de soldada que un lansquenete normal. ¿Qué hacían estos llamativos tedescos para merecer una paga extra al mes? Veámoslo...

Además de la katzbalger típica de los lansquenetes, los doppelsöldner combatían con arcabuces, picas, alabardas y enormes mandobles tal como aparece en la ilustración de la izquierda. Incluso algunos portaban pistolas de rueda, quizás robadas a los cadáveres de los reitres que caían en batalla. Su puesto en la gevierte ordnung era en las primeras filas de vanguardia a fin de proteger la artillería y de encabezar el ataque cuando llegara el momento o contener el avance enemigo si era necesario, así como en las últimas de retaguardia para empujar al personal desde atrás para que no decayesen los ánimos. Así mismo, se encargaban de inyectar dosis de testiculina entre los que se rajaban en plena batalla y optaban por dar la espalda al enemigo. Si chaqueteaban, un doppelsöldner se encargaría de quitarle las ganas de largarse e incluso le infundiría un inusitado denuedo y valor en el momento en que le pusiera la pica de su alabarda bajo la nariz.

Tres doppelsöldner se enfrentan a un cuadro de infantería
enemiga mandoble en mano
Los doppelsöldner  eran por lo general hombres dotados de una gran fuerza física, de aspecto imponente y, sobre todo, muy bragados ya que sobre ellos recaían los mayores riesgos. Sus armas, como comentaba, eran entre otras el mandoble, llamado por ellos dopplehänder o bidenhänder, palabros que no significan otra cosa que mandobles o espadas de dos manos. Cuando llegaba la hora de la verdad, el obrist (coronel) del escuadrón mandaba arrodillarse al personal, rogaba a Dios por la victoria y tras echarles una lágrima emocionada y darles una palmadita en el lomo los mandaba a ser despedazados por la artillería enemiga o achicharrados a tiros de arcabuz. Porque la cuestión es que, cuando se ordenaba avanzar, dos filas de doppelsöldner se separaban del cuadro para abrir paso a sus camaradas. Iban armados con picas y mandobles, teniendo cada cual su cometido: los espaderos debían abrir huecos en las filas enemigas partiendo sus picas a base de tajos con sus enormes espadas mientras que sus piqueros intentaban colarse por dichos huecos ensartando a todo el que pudieran. Esta avanzadilla, formada en teoría por voluntarios pero en realidad, salvo que saliera el héroe de turno con ganas de tener una muerte heroica, eran elegidos mediante sorteo o se trataba de condenados que trataban así de librarse de su castigo. En todo caso, ya podemos imaginar que durante su avance la arcabucería enemiga se cebaba bonitamente con ellos. Su misión estaba clara: abrir una brecha en las líneas enemigas o, caso de ser el enemigo el que avanzase, intentar detenerlos mientras sus compañeros los alcanzaban y se unían a la escabechina.

El nombre que recibía esta primera línea de combate mostraba claramente las perspectivas que tenían: Verlorener Haufen, que significa "esperanza perdida", así que ya vemos por qué tenían doble paga, ya que la mayoría de las veces no la cobraban por causar baja definitiva en el regimiento. Para estar en todo momento localizados en el campo de batalla, uno de ellos enarbolaba una bandera de color rojo sangre. Muy apropiado, ¿no? Con todo, también hacían uso de ardides y tretas para fastidiar al enemigo, lo cual era perfectamente legítimo como podemos suponer. La más habitual era marchar con una fila de arcabuceros tras ellos mientras el enemigo avanzaba por el campo de batalla. Llegado el momento, los arcabuceros salían de entre las filas y tiroteaban a mansalva al cuadro enemigo tras lo cual, aprovechando la sorpresa, los piqueros/alabarderos y los espaderos se lanzaban al ataque antes de que pudieran reaccionar. 



Abanderado. Su puesto era en el centro
de la formación, pero en la última fila
El símbolo distintivo de los doppelsöldner eran unas plumas blancas en sus gorras, lo que los hacían bien visibles al enemigo y, a veces, les facilitaba el trabajo debido a la fama que arrostraban. Aparte de eso, eran especialmente puntillosos con su vestimenta, al igual que todos los lansquenetes. De hecho, su extravagancia llegaba a tales extremos que muchos mandos hicieron llegar sus quejas al emperador Maximiliano, proponiendo además que se implantara algún tipo de uniformidad a lo cual se negó en redondo alegando que vestir como les diera la gana era lo mínimo que merecían a la vista de la vida tan arriesgada y asquerosa que llevaban. De hecho, en 1503 llegó a sancionar por ley el tema de la vestimenta. Pero a pesar de su audacia incuestionable, poco a poco fueron cada vez más abrumados por el poder de las armas de fuego. Por mucha paga doble que cobraran, poco o nada podían hacer con sus enormes mandobles y sus alabardas a la hora de enfrentarse contra los cuadros de infantería española cuyas mangas de arcabuceros los aliñaban a su sabor antes siquiera de llegar al contacto. Y, caso de que eso ocurriera, los espaderos hispanos armados con rodela y espada se infiltraban entre las picas y llevaban a cabo auténticas matanzas que dejaban sobre el campo de batalla miles de muertos y heridos. De eso pudieron hablar largo y tendido los lansquenetes que sirvieron a las órdenes de los príncipes electores alemanes que se enfrentaron a Carlos V.

En todo caso y a pesar de los avances en el campo de las armas, los brutales combates cuerpo a cuerpo siguieron siendo la pauta en las batallas de la época. Era en esas apocalípticas y dantescas matanzas en las que los doppelsöldner seguían estando en su salsa y ganándose su bien merecida doble paga.

En fin, hora de cenar.

Hale, he dicho

Verse sumergido en esa vorágine de acero, sangre y tripas debía ser una experiencia de lo más desagradable