Al hilo del articulillo anterior sobre el ciudadano Reichhart, quizás resulte interesante dar un repaso a lo referente a la pena capital en el Reich de los Mil Años que apenas duró doce. Veamos...
Por norma, cuando se habla de la pena de muerte durante el III Reich se piensa antes en el genocidio perpetrado en los campos de exterminio que en las ejecuciones derivadas de un proceso judicial. Por lo tanto, debemos diferenciar las matanzas indiscriminadas que tuvieron lugar en los lager, guetos o poblaciones cribadas por los Einsatzgruppen de las ejecuciones llevadas a cabo según la justicia estatal, si bien es justo reconocer que dicha justicia era bastante injusta, y más si la comparamos con las garantías y procedimientos procesales de nuestros días. Procedimientos procesales en ciertas partes del mundo, naturalmente. En otras se empeñan en no salir del medioevo, como por desgracia vemos con más frecuencia de la deseable. Sí, ya saben, donde habitan los seres del luz de la religión de la pazzz y similares. En todo caso, nos guste o no, lo cierto es que el ciudadano Adolf le dio dos patadas al código penal de la República de Weimar porque estaba legalmente capacitado para ello. El 28 de febrero de 1933, justo un mes después de haber sido nombrado canciller por Hindenburg, se emitía un decreto por el que los principales derechos civiles quedaban abolidos. Y no contento con eso, dos años más tarde se mandó al garete la doctrina de NVLLA PŒNA SINE LEGE (ninguna pena sin ley), es decir, no se podía considerar delito un acto sin que previamente estuviese legislado. Así, se podía perseguir cualquier cosa que, al arbitrio de un juez nazi, "ofendiera el sano sentimiento del pueblo", uséase, hasta mear en un descampado llegado el caso. En resumen, le dieron el poder e hizo uso de él como le dio la gana, que es generalmente el primer paso que siguen todos los dictadores que se hacen los amos del cotarro porque la ciudadanía lo permite. Otra cosa es que la ciudadanía se arrepienta a posteriori, pero para entonces ya es tarde. El dictador se ha adueñado de los resortes del poder y ya no lo sacan de ahí ni con agua hirviendo.
ANTECEDENTES
Ejecución con espada acaecida el 20 de mayo de 1820 en la persona de un tal Karl Ludwig Sand por haberse cargado a un semejante. El que la hace, la paga |
Obviamente, el ciudadano Adolf no introdujo la pena de muerte. Esta permanecía vigente en toda la Europa si bien algunos países eran bastante remisos a la hora de aplicarla o solo se contemplaba en tiempos de guerra. Algo así ocurrió durante la República de Weimar, en la que se optó por conmutar la gran mayoría de las sentencias de muerte por condenas a cadena perpetua, lo que, como vimos en el caso del ciudadano Reichhart, hizo que los verdugos se quedaran a dos velas por falta de trabajo. En Alemania, el sistema habitual era la decapitación con hacha o espada desde la Edad Media, herramientas estas que requerían una gran destreza por parte del verdugo para no acabar perpetrando una escabechina sangrienta. Aunque parezca fácil, acertar en el cuello de un reo no es nada fácil, y los que lo cuestionen que prueben a separar por su sitio el muslo y el contramuslo de un pollo de un machetazo y ya me dirán.
De ahí que, a principios del siglo XIX, algunos estados se decidieran por la guillotina que tanta popularidad ganó durante la revolución gabacha (Dios maldiga al enano corso) y que tantos ríos de sangre hizo correr. De hecho, la primera máquina que se usó en Alemania era la Schmidt de procedencia francesa, y se empleó por primera vez en Hamburgo el 30 de septiembre de 1812 tras ser expuesta unos días en el mercado como una virguería fruto del ingenio foráneo. Posteriormente, los estados que se inclinaron por la adopción de la guillotina recurrieron a un diseño propio basado en el modelo gabacho, pero añadiendo algunos detalles que, según ellos, mejoraban el rendimiento de la máquina. Un ejemplo lo tenemos a la derecha. Se trata de un modelo muy similar al francés, pero provisto de un escudo de madera para ocultar la cuchilla de la vista del reo; también se aprecian dos travesaños para mantener bien alineados los largueros del bastidor, y evitar así que la cuchilla se atascase debido a deformaciones de la madera por la humedad o los cambios de temperatura. Salta a la vista la robusta estructura de la base, y el curioso embudo de tela para recibir la cabeza del reo. Por imágenes anteriores, esta máquina pudo ser la misma que funcionó en la cárcel de Friburgo, y en aquella época disponía de un tablero basculante con reposapiés y dos correas para inmovilizar al reo. Finalmente, en 1854 se introdujo el diseño creado por Johann Mannhardt del que se habló largo y tendido en su momento.
En cuanto a la espada o Richtschwert, era un diseño que se mantuvo vigente desde la Edad Media. Se trataba de armas pesadas, de dos kilos o más, provistas de una empuñadura de dos manos y una hoja de alrededor de 80-90 cm. de largo por unos 4 o 5 de ancho, de punta redondeada o sin punta y cuyo centro de gravedad estaba desplazado hacia el extremo de la misma para desarrollar más energía cinética. Un verdugo diestro en su uso podía cercenar un cuello de un golpe sin problema, e incluso hay noticia de un tal Franz Schmidt, que logró la dudosa proeza de decapitar a dos reos de un solo golpe en 1601, y otro, aún más chulo, a tres. La hazaña la llevó a cabo Polster, el verdugo de Sajonia, que dejó al público boquiabierto ante semejante alarde de fuerza y destreza verduguil. La que vemos en la foto es un ejemplar datado hacia finales del siglo XVII, y como características más reseñables tenemos sus guarniciones, fabricadas enteramente de bronce, y su hoja, totalmente despuntada y más ancha por el extremo para desplazar el centro de gravedad. Pesa 2,3 kilos, y su longitud total es de 109 cm. de los que 85'7 pertenecen a la hoja.
Y en lo referente al hacha o richtbeil, pues probablemente derrumbe los esquemas a más de uno ver cómo eran en realidad, porque no se asemejaban en nada a las enormes herramientas que aparecen en las pelis, más parecidas a un hacha danesa por la longitud de su empuñadura. Contrariamente a lo que se pueda pensar, cuanto más larga es más impreciso es el golpe, y esas hachas de metro y medio harían muy complicado acertar en el cuello del reo, descabezándolo de un golpe limpio. Como vemos en la imagen, se trataba de herramientas de aspecto rechoncho, con el mango muy corto y una hoja grande, pesada y con el filo recto o levemente curvado. Aunque los verdugos deseosos de ejercer adecuadamente su oficio solían practicar con animales o incluso con los cadáveres de ciudadanos que aparecían abandonados en cualquier parte, no era raro que se vieran obligados a descargar un segundo o un tercer golpe. No obstante, si el primero había caído sobre el cogote, aunque la cabeza no hubiese quedado separada del cuerpo, el reo ya estaba muerto cuando recibía el siguiente tajo ya que el hacha le habría cercenado la médula espinal, produciéndole una muerte instantánea, similar a la de un descabello. Al igual que en el caso de las espadas, el diseño de las hachas permaneció invariable mientras estuvieron operativas porque, total, poco se podían mejorar en ese aspecto.
Como complemento, los verdugos disponían de un tocón como los que vemos en la imagen. Eran tochos gordos y pesados de madera muy dura y densa como el roble, capaz de resistir mogollón de hachazos sin apenas sufrir daños. Tenían una altura que oscilaba entre los 50 y 60 cm. ya que el reo era colocado ante él de rodillas. Las argollas que muestran eran para inmovilizarle las manos, pero parece ser que de ese menester ya se encargaban los ayudantes del verdugo, acortando así el tiempo de preparación del reo. Como se puede ver, en la parte superior llevan un rebaje para alojar la mandíbula inferior, por lo que no había que colocar la cabeza de lado. El de la izquierda presenta además una acanaladura en todo lo alto de forma que el filo del hacha penetrase en la madera, favoreciendo así el corte del cuello. Por lo general, eran fijados al patíbulo mediante unas pletinas atornilladas al mismo en prevención de que cualquier movimiento inesperado del reo fastidiase una ejecución limpia y breve.
Los preparativos no alargaban demasiado la cosa. A la derecha vemos el proceso de una ejecución, concretamente en la prisión de Braunschweig a manos de Friedrich Reindel (X) con su patriarcal barba. Reindel, verdugo de Prusia, estuvo en activo entre 1873 y 1898, alcanzando un total de 213 ejecuciones. Por cierto que este hombre debía mantenerse en forma, porque en la foto tenía ya 60 tacos y aún soltaba hachazos que daba gloria verlo. En la foto superior, vemos al reo oyendo la sentencia, chorrada que, como he dicho varias veces, no sé qué sentido tenía y tiene porque el reo ya sabía de sobra que acabaría en el tajo. En el patíbulo vemos a Reindel y, a la izquierda, a sus tres ayudantes. Ante ellos se encuentra el tocón y, en este caso, una pequeña mesa donde tumbarán al reo, al que previamente le vendarían los ojos. Esto tenía como principal cometido impedir que el aspirante a difunto, viendo venir el golpe, intentara esquivarlo y hacer errar al verdugo. De todas formas no lo tenía fácil. En la foto inferior, en la que aunque Reindel sale movido es bastante explícita, se ve como dos de los ayudantes sujetan firmemente al reo, mientras que el que aparece de espaldas le sujeta la cabeza por el pelo o las orejas. Ciertamente, debía tener una fe ciega en la destreza de Reindel, porque si a este se le iba la mano se llevaba por delante las suyas. Añadir que, según se aprecia, el verdugo se había despojado de su levita, costumbre habitual al parecer entre los que manejaban el hacha para tener más libertad de movimientos que con una prenda por lo general ajustada al cuerpo. Así mismo, podemos observar como delante del tocón se ha esparcido arena para empapar la sangre.
A la izquierda tenemos una réplica de la mesa que aparece en la foto junto al tocón. Como podemos ver, es una pequeña mesa plegable unida al tocho de madera mediante unas garras. Ciertamente, este accesorio permitiría abreviar bastante el trámite, sobre todo en el caso de reos rebeldes que, dominados por el pánico, no fuera posible arrodillar ante el tocón y mantenerlos inmóviles. Sin embargo, tumbado boca abajo y con dos fornidos ayudantes agarrando al hombre por la espalda y las piernas, más otro sujetando la cabeza, podrían mantenerlo inmóvil el mínimo tiempo necesario para que el verdugo descargase el golpe fatal.
21 de marzo de 1933. Un ciudadano Adolf aparentemente sumiso inclina la testuz ante Hindenburg tras ser nombrado Reichkanzler. Comenzaba el infierno |
En cuanto a la horca, en marzo de 1933, tras el incendio del Reichstag, fue instaurada por Hindenburg según el sistema empleado en el imperio austro-húngaro de ahorcamiento en poste. Sin embargo, parece ser que no llegó a hacerse uso de esta forma de ejecución, así que ya hablaremos del mismo en un articulillo aparte.
Bien, así estaban las cosas cuando, en 1933, los nazis se hicieron con el poder. Como hemos visto, la pena capital estaba totalmente vigente aunque su aplicación se había relajado bastante, quedando reservada a los asesinos y los reos de alta traición. No incluimos lógicamente los delitos propios de la milicia, que eran un mundo aparte y que se solventaban llegado el caso, con un piquete de ejecución. Pero en lo tocante a la justicia civil, el número de delitos merecedores de la pena de muerte aumentó de forma ostensible y, además, las autoridades no eran ya nada proclives a conceder indultos. De ese modo, cualquier ciudadano cuyos actos fueran considerados como nocivos para el estado lo tenía crudo. Si no eran enviado a un campo de internamiento a cumplir penas de prisión larguísimas, acababa asistiendo a una breve pero intensa entrevista con alguno de los verdugos del Reich.
Con este personal al frente de los tribunales la imparcialidad brillaba por su ausencia |
Debido a que cada Land tenía su propio sistema de ejecución, los gerifaltes del Ministerio de Justicia iniciaron un largo debate acerca de cuál sería el más adecuado, o si sería conveniente cambiarlo por otro. Y no solo se tuvieron en cuenta la decapitación por los métodos ya existentes, sino también el fusilamiento o incluso el envenenamiento, bien mediante gaseo, bien ingiriendo de forma voluntaria algún tósigo mortal. Y, ojo, aquí no debemos ver en ningún momento un especial interés por hacer el proceso de la ejecución más cruel o un deseo de alargar la agonía del reo, sino más bien lo contrario. Pero no por un sentimiento de compasión, sino por el empeño en que fuese un acto lo más rápido y económico posible. En la mentalidad tedesca primaba ante todo la eficacia, y lo que buscaban era la forma de eliminar el mayor número de reos posible con el mínimo de gasto. Esa misma mentalidad fue la que llevó a la Solución Final tras la Conferencia de Wannsee celebrada en enero de 1942, y por la que el destino de cientos de miles de indeseables- razas consideras inferiores y enemigos del estado en cualquiera de sus infinitas formas- serían gaseados con Zyklon-B, matarratas comercial que permitía matar a cientos de seres humanos al día con un coste ínfimo.
Mannhardt en el patíbulo de la cárcel de Ausgburgo hacia principios del siglo XX. Obsérvese el montón de serrín bajo el canalón de vertido |
Al final, fue el mismo ciudadano Adolf el que acabó con el debate. El 14 de octubre de 1936 se emitió una orden por la cual se hacía obligatoria la guillotina en todo el Reich, si bien hubo un período de transición para que diera tiempo a actualizar tanto a los verdugos como las instalaciones para ello, aparte de redistribuir la jurisdicción de cada ejecutor. Durante ese período, los verdugos en activo siguieron realizando las ejecuciones según el sistema establecido en cada Land hasta que, a finales de 1938, se enviaron las hachas a paseo y quedaron solo las guillotinas, que inicialmente eran las Mannhardt que ya conocemos. Previamente, el 25 de agosto de 1937, los tres verdugos del Reich fueron distribuidos por territorios de la siguiente forma: Johann Reichhart tenía asignadas las prisiones de Múnich, Dresde, Stuttgart y Weimar; Ernst Reindel- nieto del barbudo Friedrich-, Berlín, Breslau y Königsberg, y Friedrich Hehr, Hannover, Hamburgo, Butzbach y Colonia. Para optar al puesto tuvo que demostrar que era capaz de manejar adecuadamente el hacha ya que en Colonia y Hamburgo seguía vigente ese chisme.
Como ya comentamos en el artículo anterior, solo había disponibles tres máquinas que permanecían en la "capital" de cada demarcación: Stadelheim en Múnich, Plötzensee en Berlín y Hannover, por lo que cada vez que había que ejecutar a alguien fuera de dichas prisiones había que desmontar la guillotina y enviarla por ferrocarril, instalarla en destino, volverla a desmontar y retornarla a origen. En resumen, una pérdida de tiempo y dinero, y eso ponía de los nervios a los cuadriculados tedescos. Tras el Anschluss en marzo de 1938 hubo que redistribuir las jurisdicciones de los verdugos, de forma que, en febrero del año siguiente, a Reichhart se le asignaron las prisiones de Viena y Frankfurt, y Weimar, que dependía de él, pasó a manos de Hehr. Por lo demás, los verdugos y sus ayudantes debían mantener en secreto su actividad. Todos tenían trabajos normales en la vida civil para, aparte de ganarse un sobresueldo, pasar desapercibidos ante la gente. Como ya vimos, Reichhart emprendió diversas iniciativas si bien no tuvo demasiado éxito; Hehr fue verdulero, carnicero y peón de albañil, y Reindel, como muchos verdugos, se dedicó bastante tiempo al oficio de Wasenmeister habitual en muchos verdugos. Con todo, cabe suponer que sus actividades debieron verse totalmente desatendidas a medida que se les acumulaba el trabajo.
En cuanto a la ejecuciones, se llevaban a cabo a primera hora de la mañana. No obstante, a medida que pasó el tiempo hubo que tener más flexibilidad en los horarios debido a la gran cantidad de reos que se acumulaban a la espera de ser liquidados. Antes de la guerra, se anunciaba la inminencia de la ejecución doce horas antes de la misma, pero hubo que recortar el tiempo a seis horas y, finalmente, a apenas dos o tres. De ese modo, un reo que era sentenciado a mediodía podía verle la jeta al verdugo antes de la hora de la merienda. Por lo demás, el ritual era el siguiente: el reo era llevado a la cámara de ejecución, donde le esperaban los del juzgado, varios testigos y el médico. Ante sí tenía una cortina negra que mantenía la guillotina oculta mientras se cumplían con los trámites de rigor y la lectura de la sentencia. Cuando dicho trámite concluía anunciando que la sentencia se llevaría a cabo "en nombre del pueblo alemán" se descorría la cortina. La cámara era mantenida en penumbra para limitar la visión del desdichado. En ese momento, la Armesünderglocke (la campana del pobre pecador) ubicada en la misma estancia empezaba a sonar, y los ayudantes del verdugo agarraban al reo, lo colocaban en el tablero basculante y lo inmovilizaban con las correas. A continuación era tumbado y su cuello colocado en el cepo, que era cerrado por el verdugo. En ese mismo instante accionaba la palanca que liberaba la cuchilla y se acabó lo que se daba.
Caricatura datada hacia 1900 que muestra al verdugo hacha en mano con su pomposa indumentaria, que más parece padrino de boda que ejecutor |
Como ya comentamos anteriormente, la Mannhardt fue modificada inicialmente por Reichhart para abreviar el trance supremo, dando lugar posteriormente a la guillotina Tegel, mucho más básica que la anterior y desprovista del tablero basculante, lo que permitió reducir a apenas tres o cuatro segundos la ejecución en sí, o sea, el tiempo transcurrido desde que se descorría la cortina negra hasta que la cabeza caía al recipiente. En ese momento, la campana dejaba de sonar y el verdugo anunciaba que la sentencia se había cumplido. El cadáver quedaba un tiempo en la máquina mientras se desangraba. Para ello, solían estar provistas de un canalón que la vertía en un cubo, un montón de arena/serrín o, simplemente, se ubicaba de forma que coincidiese con un husillo. Las cámaras de ejecución siempre disponían de una manguera para eliminar los restos de sangre y demás fluidos corporales ya que, sobre todo en los ahorcamientos, no era infrecuente que los reos se vaciaran al relajarse la musculatura de la vejiga y/o el esfínter. Una vez retirado el cuerpo era enviado a la facultad de medicina, y los ayudantes limpiaban la máquina a la espera de su próximo usuario. En el caso de que hubiera otra ejecución en el mismo día se cambiaba la cuchilla, pero cuando el trabajo se empezó a acumular hasta límites insospechados hubo que prescindir de tanto protocolo y dejar la misma para todos. En cuanto a su indumentaria, recordemos que se mantenía la tradicional levita o frac, sombrero de copa, corbata de pajarita y guantes blancos. Los ayudantes llevaban ropa normal de calle, pero siempre procurando que fuera lo más decorosa posible.
Cámara de ejecución de Pankrác. En primer término vemos una Tegel, máquina de "última generación" en su momento |
En 1942, entre los tribunales ordinarios y los tribunales populares aumentaron de tal forma la demora se alargaba de forma preocupante, por lo que hubo que replantear todo el sistema. De entrada, el ciudadano Adolf ordenó que se incluyera la horca para agilizar las ejecuciones. Obviamente, no se anduvieron con muchas historias y pasaron de métodos más o menos funcionales, obviando patíbulos, trampillas y demás, e incluso el poste austriaco incluido por Hindenburg en 1933. Fueron a lo práctico y lo rápido, y para ello solo había que disponer de un gancho donde sujetar la soga. Inicialmente se instalaron en Plötzensee para, a continuación, distribuirlas por todos los centros de ejecución. En la foto tenemos las horcas de la prisión de Pankrác, en Praga, consistente en una viga metálica suspendida del techo con ocho ganchos móviles. Este sistema permitía efectuar varias ejecuciones simultáneas como es obvio, y bajo los ganchos vemos la pequeña plataforma con dos escalones que usaba el verdugo para enganchar el dogal mientras sus asistentes aupaban al reo. Este sistema de ahorcamiento por suspensión, como ya se comentó en la entrada anterior, produce por lo general una pérdida de consciencia casi instantánea aunque la muerte tarde algunos minutos en sobrevenir. Los dogales se fabricaban con cuerda de piano, cable de acero o una cuerda de entre 6 y 10 mm. de diámetro. Aunque pueda parecer un alarde de refinado sadismo, en realidad favorecían la presión en el cuello del reo, cortando así el riego sanguíneo al cerebro al quedar la carótida cerrada por completo y provocando una anoxia letal de necesidad.
A medida que avanzaba la guerra y estaba cada vez más claro que la fe en la victoria se iba evaporando, los tribunales fueron endureciendo cada vez más las penas. Cualquier ciudadano podía verse procesado y ejecutado si su cuñado iba a la Gestapo jurando por sus muelas que era un derrotista, se dedicaba al pillaje o pertenecía a cualquier grupúsculo de la resistencia anti-nazi, aunque su resistencia se limitase a repartir panfletos poniendo a caldo al ciudadano Adolf. En el mes de septiembre de 1942, el abrumador aumento de condenas a muerte hizo imposible a los tres verdugos en activo el mantener un ritmo de ejecuciones aceptable. El trabajo se acumulaba, y había una "lista de espera" que empezó a poner de los nervios a los meticulosos burócratas a los que eso de demorar media hora una ejecución producía ataques de ansiedad. Así pues, se aumentó la plantilla añadiendo un cuarto verdugo dedicado exclusivamente a las prisiones de Plötzensee y de Görden, en Brandenburgo, que con diferencia eran la que más ejecuciones tenían pendientes. El elegido fue Wilhelm Rottger, que hasta aquel momento había trabajado como asistente principal de Friedrich Hehr.
En el mapa vemos los diez distritos con los centros de ejecución que contenía cada uno. |
Y por la misma razón se aumentó el número de centros de ejecución hasta una veintena. De ese modo, en vez de tres guillotinas se dispuso de veinte máquinas basadas en la Mannhardt pero con un diseño mucho más simple que fueron construidas por los reclusos de la prisión de Tegel, en el distrito de Reinickendorf, no muy lejos de Berlín. Naturalmente, también hubo que aumentar la plantilla verduguil para poder atenderlos todos adecuadamente, de forma que los reos eran transportados al centro de ejecución más próximo en el que, dependiendo de la "lista de espera", eran guillotinados o ahorcados. La lista de ejecutores estaba compuesta, aparte de los cuatro ya mencionados, por Gottlob Bordt, Karl Henschke, August Köster, Johann Mühl, Alois Weiẞ y Fritz Witzka, a los que hay que añadir a Alfred Roselieb, que se sumó a la lista de verdugos oficiales el 31 de marzo de 1944 tras haber ejercido como ayudante de Hehr y, posteriormente, de Rottger. Por cierto que Roselieb tiene el récord de decapitaciones en un solo día. El 19 de junio de aquel mismo año liquidó a 25 reos en apenas una hora en la prisión de Roter Ochsen, en Halle. Si echamos mano a la calculadora podremos ver no sin perplejidad que se llevó a cabo una ejecución cada dos minutos y medio más o menos.
El pelotón de fusilamiento se retira tras ejecutar a cinco mujeres. No hace falta comentar la foto, creo... |
La guerra proseguía, la derrota se mascaba, pero las ejecuciones no cesaban, y su número aumentaba día tras día. Los fanáticos y enloquecidos jueces condenaban a muerte al personal como quien pone una multa por tirar al suelo una colilla, y los verdugos, que ya no daban literalmente abasto, se veían a veces imposibilitados para cumplir su trabajo porque los bombardeos destruían o inutilizaban temporalmente sus herramientas de matar. Pero eso le daba tres higas jurídicas a los del ministerio, y no paraban de apremiar a los ejecutores para que cumplieran con puntualidad germánica. Si la guillotina estaba sepultada por los escombros, pues se ahorcaba. Si los ganchos hacían compañía a la guillotina, pues se plantaban dos postes con un travesaño en un patio de la cárcel y santas pascuas. Y si hacía falta, pues se echaba mano del ejército y se fusilaba a los reos. Curiosamente, para ese menester tan deshonroso se recurría a la Wehrmacht en vez de a las SS, que seguramente les haría ilusión cargarse a mogollón de enemigos del estado. En cualquier caso, para estos menesteres se trasladaba a los reos a un polígono de tiro del ejército donde se llevaba a cabo la ejecución.
En fin, así se llevó a cabo la pena de muerte durante el III Reich, llevada hasta sus últimos extremos por un sistema expeditivo dispuesto a erradicar, no solo los delitos comunes, sino también cualquier disidencia por mínima que fuera. Tras la guerra, algún que otro verdugo fue reciclado por los aliados para echar una mano, esa vez para ajustarle las cuentas a los mismos que poco antes no habían tenido compasión con nadie. Otros sufrieron el mismo final que sus víctimas, mientras que otros tuvieron más suerte y pudieron pasar desapercibidos y llevar una vida normal. De todos ellos hablaremos un día de estos. Bueno, no quiero mentir, un año de estos. Todo se andará.
Hale, he dicho
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