John Woods en una foto tomada al parecer el mismo día de las ejecuciones |
Hace cosa de un mes apareció en un diario bastante conocido un titular que me llamó la atención, y no por su pretencioso sensacionalismo, sino porque olía a típica sesión de revisión histórica tan de moda actualmente: "¿Venganza o justicia? Las bestiales prácticas del verdugo alcohólico de los EE.UU. que ejecutó a los jerarcas nazis en 1946". Ante un titular semejante, lo primero que piensa uno es que el verdugo practicó el medioevo a conciencia con los diez mandamases que pasaron por los patíbulos de Nuremberg en la madrugada del 16 de octubre de 1946, pero no, nada de eso. Cuando lees el artículo ves que solo contiene una parte extraída de la Wikipedia, dos o tres referencias bibliográficas, y una constante y machacona repetición acerca de la falta de higiene de este personaje, dejando claro cada dos por tres que era un guarro, que siempre iba sucio y desarrapado y que le olía el aliento a fosa séptica tras 14 años sin vaciarse. Finalmente, asegura que en todo momento se preocupó de llevar a cabo su oficio de la peor manera posible para que los reos sufrieran mogollón, que para eso habían sido sumamente malvados.
Bueno, este tipo de titulares en los que siempre se dejan caer con los mismos epítetos de "bestias nazis" ya se refieran a una persona, un avión o un oso de peluche fabricado en Munich en 1936, deben dar resultados a su autor, pero sus contenidos son a mi entender bastante tendenciosos y carentes de rigor. En principio, esta entrada iba a estar dedicada a las ejecuciones llevadas a cabo en Nuremberg, pero a la vista de la polémica suscitada por el verdugo que las llevó a cabo colijo que quizás sea más interesante anticiparnos para ver si verdaderamente el sargento mayor Woods era especialmente aficionado a las "prácticas bestiales" independientemente de que no se lavara o no se cepillara los dientes, que igual tenía halitosis y no tenía forma de curársela. Bueno, vamos al grano...
Albert Pierrepoint. Nadie diría que este sujeto de aspecto beatífico había ejecutado a más de 350 reos |
Hacia finales del conflicto, el ejército yankee (Dios maldiga a Hearst) no tenía verdugo ni para solventar sus propias ejecuciones. Cuando su base de operaciones estaba en Inglaterra (Dios maldiga a Nelson), los que eran sometidos a consejos de guerra por violación o asesinato (de civiles, no de enemigos alemanes porque a esos los condecoraban) acababan en manos de Albert Pierrepoint, el eficiente verdugo británico que ya hemos mencionado alguna vez por estos lares. ¿Que por qué no los fusilaban? Desconozco el código penal del ejército yankee, pero colijo que al tratarse de crímenes fuera del ámbito militar la pena quedaba supeditada al código civil, como por ejemplo ocurría en España, donde hubo reos condenados por consejos de guerra que acabaron en el garrote por delitos que no tenían nada que ver con la deserción o con cargarse al sargento de semana en un avenate. Cuando tras la invasión de Normandía empezaron a tener zonas de territorio ocupado bajo su control, los yankees se encontraron con dos problemas: uno, que no podían estar llamando a Pierrepoint cada dos por tres, y dos, que al fin y al cabo los reos de muerte salidos de sus consejos de guerra debían ser ejecutados por un verdugo propio, no por un foráneo, y aquí entra en escena nuestro hombre, el sargento mayor John Clarence Woods.
Woods explicando a unos periodistas su "depurada técnica" ya de vuelta a los Estados Unidos en noviembre de 1946 |
Este sujeto era el típico aspirante a sociópata de manual. Nacido en Wichita el 5 de junio de 1911, tuvo una infancia asquerosilla, fue un pésimo estudiante que se hacía novillos cuando asistía a la Wichita High School, donde solo permaneció durante un par de años, y en 1929 se alistó en la Armada para, al cabo de pocos meses, darse el piro y ser declarado prófugo, lo que le valió ser licenciado con deshonor. No le metieron un paquete de antología porque el tribunal médico que lo evaluó le diagnosticó una "inferioridad psicopática sin psicosis", término médico surgido en Alemania en 1880 para describir a los sujetos irrecuperables con tendencias violentas y antisociales. Esto de la licencia deshonrosa, aunque pueda parecer una chorrada, en aquella época tenía su importancia porque para optar a un trabajo se tenía en cuenta el tema del servicio militar, y si se había sido expulsado o se había sido procesado y encarcelado en una prisión del ejército era motivo sobrado para que no te contrataran ni de pocero. Según el coronel French McLean, que se ha dedicado a desenterrar montañas de expedientes y documentación al respecto para crear su libro titulado "American Hangman" (El ahorcador (o quizás mejor dicho verdugo) americano), a partir de aquel momento se dedicó a lo típico de los inadaptados, vagar de un lado a otro trabajando en lo que podía o le dejaban para salir del paso.
Woods con su oronda cónyuge, que no se enteró de que su marido era verdugo hasta que ya no tenía que ejecutar a nadie más |
Cuando estalló la guerra, Woods, que tendría casi 30 años y ya estaba casado, se alistó en el ejército, siendo admitido sin más porque en aquel momento no parece ser que indagasen a fondo la vida y milagros del personal ya que por su condición de licenciado con deshonor no podría servir más en las fuerzas armadas ni para palmar como un auténtico y verdadero héroe. Destinado en una unidad de ingenieros, parece ser que tomó parte en la Operación Overlord, desembarcando en la Playa Omaha el 6 de junio de 1944. Por aquel entonces, el ejército americano tenía nada menos que a 96 guripas pendientes de ejecutar por delitos diversos y a nadie que les pusiera la soga al cuello, por lo que se hizo circular el aviso por si alguien se ofrecía voluntario para ejercer de hangman. Woods no dudó ni un segundo en aspirar al cargo, seguramente por sus inquietantes antecedentes de tipo mental. Al parecer, le preguntaron si tenía experiencia como ejecutor, a lo que respondió mintiendo sin pestañear que, en efecto, había tomado parte como ayudante en dos ejecuciones en Tejas y en otras dos en Oklahoma. El ejército dio por bueno su currículum, no se preocuparon de corroborarlo y, de la noche a la mañana, Woods se vio ascendido a sargento primero por la cara, lo que le vino muy bien porque nada más empezar su nuevo oficio lejos del frente se veía ganando 138 dólares mensuales en vez de los 50 que ganaba de soldado raso, y encima con el peligro que suponía pasearse delante de alemanes cabreados y armados hasta los dientes.
Una vez acabada la guerra y con la avalancha de procesos y condenas a los tropocientos nazis que se habían pasado a última década haciendo la puñeta al prójimo, hubo incluso que recurrir a ejecutores autóctonos, concretamente a Johann Reichhart, verdugo oficial del estado de Baviera que llevaba ejerciendo desde 1924 y que llevaba ejecutadas a más de 3.000 personas nada menos porque los nazis lo hacían trabajar a destajo. En algunas filmaciones de ejecuciones llevadas a cabo por los yankees en la prisión de criminales de guerra de Landsberg aparece este siniestro personaje que, al parecer, llegó a "compartir cartel" con Woods en algunas ejecuciones ya que, según se hizo norma, para abreviar se construían dos patíbulos en los que se iban alternando los reos, y mientras uno colgaba los 15 o 20 minutos reglamentarios se usaba el otro. En la foto superior aparece Reichhart en el centro de la imagen, vestido de paisano y con corbata de pajarita durante una de las muchas ejecuciones que se llevaron a cabo en Landsberg.
Ejecución en poste de caída corta en la prisión de Pankrác, en Praga |
Bien, estos son los antecedentes de nuestro hombre, que no tenía ni remotamente la maestría de Pierrepoint ni de Reichhart y eso que el segundo estaba más especializado en el sistema de ahorcamiento por caída corta en un poste, método habitual en las zonas que habían pertenecido al imperio austro-húngaro y limítrofes. Pero Woods no sabía una papa y, lo que era peor, nadie le había enseñado porque los yankees ni siquiera disponían de una tabla similar a la usada por los británicos en las que se especificaba de forma rigurosa la longitud de la soga en función del peso y estatura del reo para producir una caída tal que la rotura del cuello fuese instantánea. El ejército se limitaba a aplicar lo que se conocía como "standard drop", la caída estándar que marcaba un descenso fijo de entre 4 y 6 pies (120-180 cm.) independientemente del peso del reo. Obviamente, un sujeto de más de 100 kilos quedaría muerto en el acto, pero otro más liviano podría sobrevivir y morir por estrangulamiento.
Soga británica. Obsérvense el forro de badana y el disco que actúa como tope para cerrar el dogal |
Por otro lado tenemos la soga, que contrariamente a lo que muchos puedan pensar no se coloca de cualquier manera. La soga empleada por los británicos estaba fabricada con cáñamo italiano, un material con muy poca elasticidad para no amortiguar la caída. Además, forraban la lazada con badana para no producir roces o heridas en el cuello y, lo más importante, no había nudo. El dogal se formaba con una argolla de metal ajustada con una gruesa anilla de caucho. Ese sistema permitía un apriete bestial al producirse la caída, lo que ayudaba a fracturar el cuello del reo. Sin embargo, los yankees seguían con su nudo de toda la vida con entre siete y nueve vueltas que, además de producir desgarros (¿recuerdan el pescuezo de Sadam Husein, con un enorme boquete en el lado del nudo?) no apretaba igual. Por otro lado, el nudo debe colocarse junto a la oreja izquierda para que, además de favorecer la rotura de las vértebras, la presión de la soga corte la circulación de la sangre al cerebro. De ese modo, en caso de no producirse una muerte instantánea, el reo quede inconsciente en pocos segundos por la falta de riego sanguíneo aunque la muerte se demore unos minutos. En todo caso, el reo no se entera de que se asfixia porque está ya en coma. Pero es probable que estos tecnicismos que Pierrepoint conocía al dedillo fuesen un arcano para Woods, que daría por hecho que bastaba poner la soga al cuello y abrir la trampilla.
Y con el tema de la trampilla y el cadalso en general tenemos el tercer motivo de controversia. Los patíbulos británicos estaban fabricados con una trampilla de una sola hoja que quedaba bloqueada al abrirse, de forma que no rebotase, golpease al reo y frenase la caída. Los tres patíbulos usados en Nuremberg, de apenas 2'5 x 2'5 metros de superficie, procedían de la cárcel de Landsberg, donde fueron desmontados por el mismo Woods ayudado por cinco soldados y trasladados a Nuremberg en un camión, y carecían de tanto artificio mecánico. Al parecer, además de que sus trampillas eran demasiado pequeñas no tenían una hoja, sino dos, y carecían de bloqueo. Ese pudo ser, casi con total seguridad, el motivo de los rostros ensangrentados de Keitel y Frick, que recibirían un portazo en plena jeta al caer. Aparte de eso, no es raro que en las personas ahorcadas se produzcan, como hemos dicho, heridas de más o menos entidad por el roce de la soga, así como hemorragias por la rotura de la tráquea, etc. Así pues, los patíbulos de Woods no eran precisamente un prodigio de la ingeniería. El hombre lo hizo lo mejor que supo y nadie le indicó como hacerlo mejor.
Y llega el momento de la verdadera polémica: las ejecuciones. Según relatan las memorias del teniente Stanley Tilles, que estuvo a cargo de organizar la ejecución, para llevarlas a cabo se había habilitado el gimnasio de la cárcel, un pequeño local de 25 metros de largo por 11 de ancho donde se instalaron los tres patíbulos. Dos se irían usando de forma alternativa y uno quedaría de reserva. Estaban fabricados según la costumbre yankee, con una escalera de 13 peldaños y con la parte inferior forrada de madera para que los testigos presentes no pudieran ver la agonía del reo. Solo quedaba libre uno de los lados, cubierto con una cortina negra, para que los médicos pudieran acceder a comprobar el deceso del sujeto. Había preparada una soga para cada uno ya que tras el ahorcamiento se cortaba por encima del nudo y se colocaba una nueva. Todas eran de la misma longitud y todas estaban sujetas al travesaño de la misma forma: un par de vueltas al mismo y anudadas a uno de los postes verticales. Veamos como tuvo lugar la secuencia de las ejecuciones:
A las 01:11 horas entra en el gimnasio el primer reo, Joachim von Ribentropp. La trampilla se abre a las 01:14 y su cuerpo queda colgando de la soga, pero ningún médico entra a comprobar si aún vive. El siguiente reo, Wilhelm Keitel, entra en el gimnasio a las o1:20, y tras todos los protocolos de rigor también cae por la trampilla. Han pasado al menos unos cinco o siete minutos desde que Ribentropp pasó por el mismo trance, y con las dos horcas ocupadas es cuando los médicos entran en bajo el patíbulo nº 1 y salen afirmando que Ribentropp está muerto. Eso no quiere decir que tardase siete minutos en morir, sino que tardaron siete minutos en comprobar si había muerto. A continuación se corta la soga y se traslada el cadáver del ex-ministro de Exteriores tras el cadalso nº 3, donde esperaban los ataúdes. Es el turno de Ernst Kaltenbrunner, que sube al patíbulo nº 1 a las 01:36 horas, y tras caer a las 01:39 se comprobó la muerte de Keitel a las 01:44. O sea, que Keitel, que estaba en el nº 2, pasó casi media hora colgando de la soga hasta que se pudo corroborar que había fallecido, pero no que tardara media hora en palmarla.
Y esta es la otra, perteneciente a Wilhelm Frick que, como la de Keitel, muestra abundantes restos de sangre, sobre todo detrás de la cabeza |
Tras él Alfred Rosemberg diez minutos más tarde, por lo que no se comprobó la muerte de Kaltenbrunner hasta después de que Rosemberg cayese por la trampilla, o sea, otros dieciséis minutos o algo más. El proceso fue similar básicamente en todos los casos salvo en el de Julius Streicher, el virulento ex Gauleiter de Frankonia y editor de "Der Stürmer", una publicación más anti-semita que cien mil palestinos cabreados. En su caso, la muerte no fue instantánea y todos los presentes pudieron comprobarlo. Tenemos el testimonio de Kingsbury Smith, del International News Service que actuó como representante de la prensa norteamericana en las ejecuciones y que dejó constancia de como Woods bajó del patíbulo, entró bajo el mismo y en seguida se dejaron de escuchar los estremecedores gemidos de Streicher. Todo el mundo dio por hecho que lo que hizo fue tirar del reo añadiendo su propio peso para acelerar la muerte, como así sucedió. El último en pasar por el patíbulo fue Arthur Seyss-Inquart, que cayó por la trampilla a las 02:48, o sea, 97 minutos después de que Ribentropp entrara en el gimnasio. Si nos atenemos a la famosa frase de Woods "¡Diez hombres en 103 minutos! ¡Esto es trabajar rápido!" quiere decir que la muerte de Seyss-Inquart no se comprobó hasta once minutos más tarde ya que fue certificada a las 02:59 horas.
Y ahí tenemos al furibundo Streicher, que en el mismo patíbulo se desgañitaba berreando "Heil Hitler!" |
En fin, así es como fueron las controvertidas ejecuciones de los jerarcas nazis. Woods no perpetró ninguna "práctica bestial", sino que se limitó a seguir el sistema legal de Estados Unidos, mucho menos perfeccionado que el británico. No se ensañó con ningún reo ya que las 40 sogas adquiridas para la ocasión, por cierto a la misma firma que servía a los british, la John Edgington & Co., eran exactamente iguales, y medían 3,10 metros cada una. Obviamente, no surtían el mismo efecto en un hombre como Kaltenbrunner, que medía casi dos metros, que en un retaco como Streicher, que apenas alcanzaría el metro setenta como mucho. Pero eso era lo que había. Woods se limitó a usar el material que le proporcionaron y punto.
Portada de la revista "Time" donde se publicó el artículo que tanta fama dio a nuestro hombre |
Otra cosa fue su fanfarronería cuando la revista "Time" lo entrevistó el 26 de octubre siguiente (fue editada el día 28), o sea, diez días después de las ejecuciones, en un artículo con el dramático título de "Night without dawn" (Noche sin amanecer). En dicho artículo se vanagloriaba de que no había estado nervioso, que había hecho lo que debía, que estaba orgulloso de haber escabechado a tanto nazi malvado y, para colmo, aseguraba que en 15 años de ejercicio como verdugo había liquidado a nada menos que 347 reos cuando, en realidad, no llevaba ni tres años de ejecutor y apenas habría pasado de los 70 entre los ejecutados en la Francia ocupada y, tras la guerra, en diversas prisiones de Alemania. Para este sujeto debía ser su minuto de gloria verse siendo el protagonista de semejante hazaña, y no dudo que incluso llegase a disfrutar liquidando a tanto indeseable, pero de ahí a que cometiese "prácticas bestiales" hay un abismo, y más si tenemos en cuenta que Woods no estaba solo en el gimnasio de la cárcel de Nuremberg ya que, además de sus cinco ayudantes, había más de 50 personas entre militares, representantes políticos incluyendo dos alemanes y periodistas que no habrían dudado en dar cuenta de esas supuestas bestialidades. Y no por solidaridad con los ejecutados o porque pensasen que no merecían acabar así, sino porque en aquella época se tenía muy en cuenta eso de observar escrupulosamente los procedimientos legales, etc. Por cierto que su mujer, Hazel, no tenía ni idea de la faceta ejecutoria de su cónyuge, de la que tuvo noticia cuando vio su nombre en un artículo sobre Woods a propósito de las ejecuciones en "The Emporia Gazette" fechado el día siguiente de las mismas.
Joseph Malta, que ayudó a Woods en las ejecuciones y como se murió de viejo nadie ha salido con teorías conspiranoicas sobre él |
En fin, como hemos visto el personal se pirra por elaborar artículos sensacionalistas con mucho toque dramático y tal, que al parecer son la lectura preferida de los cuñados para luego dar la brasa con sus supuestos conocimientos. Como conclusión, comentar solo que Woods no sobrevivió mucho a sus víctimas. Tras la guerra siguió en el ejército, siendo destinado al atolón de Eniwetok, en el Pacífico, donde en aquel entonces se llevaban a cabo ensayos de armamento nuclear. El 21 de julio de 1950, menos de cuatro años después de su "hazaña", palmó electrocutado mientras cambiaba unas bombillas estando de pie sobre un charco de agua, cayendo fulminado en el acto. Naturalmente, también hay quien dice que su muerte no fue precisamente accidental y que no se investigó lo suficiente, pero, la verdad, no sé qué carajo tiene que investigar que un fulano se quede tieso por trapichear con electricidad sobre una superficie húmeda y, por otro lado, ¿quién y por qué querría acabar con un don nadie como Woods, que tras su periplo como verdugo pasó a ser uno más entre los cientos de miles de militares yankees repartidos por el planeta? ¿Y por qué no acabaron también con su ayudante principal en las ejecuciones, el cabo Joseph Malta, que se murió con 80 tacos en 1999? Bueno, para qué hablar, si aún hay quien cree firmemente que la Tierra es plana y que los yankees no llegaron a la Luna...
Modesta lápida de Woods en el cementerio de Toronto. Cuando estiró la pata tenía apenas 39 años |
Bien, dilectos lectores, si alguno de sus cuñados aprovecha estos abominables días de comilonas familiares para darles la murga con lo de Nuremberg, ya tienen material para rebatirles sobradamente acerca de las ridículas "prácticas bestiales" del sargento mayor Woods. Ah, y respecto a su alcoholismo, ¿han visto alguna peli americana en la que no estén dándole al alpiste desde el principio al final, o nada más llegar a casa se sirvan dos lingotazos de whisky, o te suelten lo de "llevo sobrio desde hace tantos años" como si eso fuera un milagro, o que la chica mona pero peleona se beba seis chupitos de golpe y diga la gilipollez esa de "aprendí a beber en la Armada", como si la Armada fuera una facultad de Alcoholismo Patológico? Por eso, no creo que haya habido muchos verdugos con la sangre de horchata de Pierrepoint, que se cargó al ciento y la madre sin perder su jeta de pastelero sonriente y sin necesidad de, como muchos verdugos, pillar una cogorza para poder ejercer su oficio.
Bueno, ya'tá.
Hale, he dicho
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