Contrariamente a lo que se suele ver en los castillos de España, donde abunda mucho la puerta en recodo de herencia árabe, las puertas de los castillos lusitanos suelen ser bastante más simples, especialmente en los del período románico. Algunas, sin siquiera la protección de una mala torre, son meras aberturas en la muralla. Obviamente, como todo, tiene su explicación. Hablamos de edificios donde no solía dejarse nada al azar, y menos aún en lo concerniente a su seguridad. Bueno, al grano...
Básicamente, podemos ver tres tipos de puertas:
1: Puertas simples que, como se ha dicho, no están provistas de elementos defensivos de flanqueo, como torres. A lo más, un simple matacán sobre ellas.
2: Puertas flanqueadas por una o dos torres. Son las más habituales.
3: Puertas dotadas de barbacana, como la de la foto de cabecera, perteneciente al castillo de Terena.
Podríamos añadir alguna que otra en recodo o defendida por albarranas, de traza almohade, que se pueden ver algunas en la zona del sur, en fortificaciones que mantuvieron su impronta andalusí, pero no se puede decir que sean representativas de la arquitectura militar portuguesa. Estudiémoslas una a una:
La foto de la izquierda nos muestra el primer tipo mencionado. Pertenece al castillo de Linhares y, como se ve, carece de ningún tipo de elemento defensivo. Para protegerla solo disponía del parapeto almenado, hoy desaparecido, que corría por la muralla. ¿Cómo pues, dejaban un punto tan vital del recinto casi indefenso? Pues sencillamente porque esa puerta no estaba abierta al campo, sino al interior de la villa. O sea, que los que atacasen en castillo, previamente tenían que sobrepasar la cerca urbana, cuya puerta (ya hablaremos de las cercas urbanas en su momento) sí estaba mucho mejor defendida. Los constructores de este tipo de castillos consideraban pues que el gasto que suponía edificar dos torres para defender una puerta interior carecía de sentido. Con todo, estas fortificaciones siempre solían tener una segunda puerta o, más bien, un postigo que sí daba al campo. Pero generalmente estaban ubicadas en sitios tan escarpados e inaccesibles para un posible atacante que no era preciso fortificarlas y, además, en muchos casos hacerlo delataba su presencia, cuando era mejor que el enemigo no supiese de su existencia por razones obvias, ya que era la única vía de escape oculta en caso de un cerco prolongado.
En la foto de la derecha, perteneciente al castillo de Elvas, vemos un ejemplar acorde al segundo tipo. La puerta está en este caso defendida por dos torres, la de la izquierda es la del homenaje, aprovechada como torre de flanqueo, y por un matacán corrido sobre ella. Esas puertas son las habituales en fortificaciones aisladas o, como en algunos casos, defendiendo una población que, cuando se edificó el castillo, carecían de cerca. Así pues, sí eran susceptibles de ser atacadas directamente por el enemigo, por lo que sí había que protegerlas de forma eficaz. La otra puerta con que contaba este castillo daba a la empinada ladera sobre la que se asienta, en dirección este. Por su ubicación, quedaba totalmente fuera del ángulo de visión de cualquier ejército que avanzase desde esa dirección. En todo caso, el castillo quedó totalmente rodeado por las fortificaciones de traza italiana llevadas a cabo a partir del siglo XVII, adaptadas al uso de la artillería.
El tercer caso ya lo vemos arriba, en la foto de cabecera. La puerta da acceso a un pequeño patio interior defendido tanto por la muralla como por la torre del homenaje. Como se aprecia en la imagen, la puerta forma un recodo, pero no se trata de la típica puerta en recodo árabe, abiertas en la base de una torre. Obviamente, la barbacana proporcionaba una defensa muy superior a las anteriores, ya que el enemigo tenía que someter una pequeña fortificación antes de emprender la conquista del recinto principal y, por su ubicación, no siempre dejaban espacio para maniobrar grandes masas de tropas, lo que suponía una dificultad añadida, o la posibilidad de adosar algún ingenio para derribarla.
Nos restan por detallar las puertas de estructura andalusí que podemos ver en algunos castillos portugueses:
A la izquierda vemos un croquis de puerta en recodo. Como se ha dicho, lo habitual era abrirlas en la base de una torre que, aparte de darle defensa, dificultaba la maniobra de tropas una vez pasada la primera puerta, ya que a continuación se topaban con otra. Estas torres solían estar provistas de buheras en su cámara superior, a fin de hostigar desde ellas al enemigo, vertiendo sobre ellos brea o vinagre hirviendo. Estas puertas contaban además con una dificultad añadida, y es que la tropa atacante podía ser hostigada de flanco por los defensores, ya que debían dejar a un lado la muralla del castillo. En España son mucho más habituales este tipo de puertas que, además, tras ellas solían ubicar patios interiores, rampas, pasillo cubiertos y, en fin, todo tipo de dificultades para el agresor.
A la derecha tenemos la típica puerta de traza almohade. Un ejemplo magnífico de ella lo tenemos en la cerca urbana de Lagos, en el Algarbe, si bien en ese caso las torres no están unidas por el muro que mira hacia el frente. Como se ve, la puerta esta precedida de dos albarranas cuyas pasarelas de obra son a su vez dos puertas por las que se puede entrar en el pequeño patio que queda en el interior. Actúa como una especie de barbacana, pero sin ser una fortificación aneja al recinto principal, como es el caso de estas. Las albarranas permiten además hostigar al enemigo por la zaga en caso de poder entrar en el patio.
Para terminar, comentar un detalle. ¿Cómo se cerraban las puertas? Porque el cine, como suele ser habitual, ha difundido una imagen totalmente errónea. En las películas solemos ver como colocan un grueso tablón sobre unos soportes. Bien, eso es falso. Las puertas se cerraban con un alamud, que era una gruesa tranca de madera o incluso de hierro que quedaba empotrada en la muralla y se corría hacia el lado opuesto, quedando embutido su extremo en un hueco abierto también en la muralla. Como refuerzo, o bien para puertas menores, se añadían unas trancas removibles que también quedaban encajadas en el muro. Cuando visitéis un castillo, observad los lados de las puertas. Posiblemente veáis unos rebajes labrados en la piedra como los de la foto de la izquierda. La tranca se alojaba en un hueco en el lado opuesto, y se deslizaba por las ranuras abiertas que se ven señaladas por flechas en la foto. Y, obviamente, carecían de llaves. Eso de entregar las llaves al ejército vencedor era una figura simbólica. Curiosamente, siempre solían ser dos, desconozco el por qué.
Las puertas estaban fabricadas con gruesos tablones de roble o cualquier otra madera dura, y reforzadas con flejes de hierro o bronce. Giraban sobre goznes empotrados en las ranguas y se cerraban como se ha dicho. Añadir que, en caso de asedios que se presumían largos, se solían tapiar las puertas y postigos por el interior, a fin de reforzarlos y, como no, de impedir que una traición (recordemos la porta da traiçao que llaman los portugueses a las poternas de los castillos) por parte de alguien del interior permitiese al enemigo colarse y hacerse con la fortaleza en un rápido golpe de mano. De ahí viene la expresión "cerrar a cal y canto", en referencia a los materiales usados para tapiarlas: cantería sacada de los paramentos interiores de la muralla, y el mortero de cal y arena usado en la época y heredado del opus caementicum romano.
Bueno, básicamente ya está todo dicho sobre las puertas de los castillos, válido también para las cercas urbanas. El que quiera saber algo más, que pregunte. He dicho.
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