Bueno, como hoy está el tiempo tormentoso, qué mejor tema que la tormentaria. Hoy seguiremos con las máquinas de lanzamiento. Así pues, intentaremos dilucidar el mayor número de máquinas de este tipo, que no es moco de pavo, lo juro.
Su nomenclatura, como todo lo que viene de antiguo, es complicada de concretar. Cada autor le daba un nombre, más o menos asociado a la maquinaria capaz de lanzar piedras, pero no había unanimidad a la hora de designarlos. Así, tenemos las siguientes denominaciones, todas haciendo referencia al trabuco: alakation, lambdarea, manganon, manganikon (de donde supongo provendrá mangaña), petrarea, tetrarea y cheiromangana (esta última correspondería a una máquina usada por un solo hombre).
En cualquier caso, sí se especifican algunas denominaciones en función de la morfología en concreto de la máquina. Así, la tracción que tiene el caballete, o sea, la parte opuesta a la viga, en forma de lambda (letra griega con forma de V invertida) puesta en posición horizontal, recibían el nombre de lambdarea o labdarea, y los que lo tenían con forma triangular, como el de la imagen de cabecera, de la Biblia Maciejowski (c.1250), petroboloi, patrerea o sphendone. Bastante lioso, ¿no?
Y si tomamos la nomenclatura europea medieval, apaga y vámonos, porque si abundante era la tipología y denominaciones de los griegos, aún más larga es la lista de nombres dados en Europa a todo este tipo de máquinas. Los estudiosos en la materia no han logrado aún poner forma a cada nombre, por lo que imagino que a la misma máquina la llamaban de diferentes formas según en qué sitio, o incluso puede que con el mismo nombre se denominasen máquinas distintas según la zona o país o incluso el cronista. Un ejemplo de dos cronistas de la corona de Aragón: Bernat Desclot usa el término trabuquet para el fundíbulo . Sin embargo, Muntaner lo denomina trabuc. En fin, la lista (sólo pongo los principales nombres) es pelín desconcertante: blida, bifa, brícola, carabaga, couillard, tribulus, tribuculos y tripantium. Acojona, ¿eh? Bien, como del principio de funcionamiento de estas máquinas ya se habló en la entrada del fundíbulo, no hace falta redundar en eso, así que lo suyo es intentar darle nombre al mayor número posible de máquinas. Prosigamos pues...
Empecemos por los trabucos de tracción manual, inventado por los chinos hacia el siglo IV a.C.. En la ilustración de la izquierda tenemos un modelo básico de los que se usaban en Europa allá por el siglo XI. De la China pasó a Oriente y, de ahí, hacia 1071 a Bizancio para luego pasar a Europa a inicios de la Edad Media. Se tiene noticia de un trabuco de tracción chino manejado por nada menos que 250 hombres, aunque sus resultados no eran precisamente abrumadores. Lanzaron a unos 75 metros un proyectil de apenas alrededor de 60 kilos. Igual es que los chinos no eran especialmente forzudos, vete a saber. En todo caso, queda muy lejos del demoledor poderío de los fundíbulos de contrapeso, capaces de lanzar bolaños hasta diez veces más pesados al triple de esa distancia. Su ventaja radicaba en que ocupaba un espacio reducido, lo que permitía instalarlo sin problemas en el interior de fortificaciones, donde no andaban generalmente sobrados de sitio. Aunque su alcance no era nada del otro mundo, podían lanzar pequeñas vasijas llenas de brea o bolaños de poco peso capaces de causar bastante daño a una hueste atacante o sus máquinas. La primera obra donde se describen estos artefactos es "Los milagros de San Demetrio", escrita por Juan, arzobispo de Tesalónica en la primera mitad del siglo VII, lo que indica que, ya en aquella época, era una máquina de uso común. Este tipo correspondería al conocido como mangaña, y por la forma del caballete podríamos asimilarlo al lambdarea bizantino. Los árabes lo llamaban algarrada.
A la izquierda tenemos un trabuco híbrido, el cual fue ideado mucho más tarde que el anterior. No fue hasta el siglo IX cuando hizo acto de presencia de manos de los árabes, para poco después generalizarse su uso en toda la ribera mediterránea y, posteriormente, en el resto de Europa. Eran máquinas de tracción que contaban con la ayuda adicional de un contrapeso, pero sin llegar a las enormes masas de los fundíbulos. Valga como ejemplo el trabuco híbrido usado por los cruzados en el sitio de Damieta, que iba dotado de un contrapeso de 300 kilos. Gracias a esa ayuda, podía lanzar bolaños de 185 kilos, lo que era impensable con uno de tracción manual. Por otro lado, según Mateo de Edesa, tenemos noticia de un trabuco híbrido usado en 1054 por el sultán selyúcida Toghrïl ibn Muhammad contra la ciudad turca de Manzikert, en manos bizantinas, que disparó bolaños de entre 111 y 200 kilos de peso.
En cuanto a la brícola, se trataba de un trabuco de contrapeso, pero mucho más ligero que el fundíbulo. En la imagen de la derecha podemos verlo. Parece que su denominación obedece a la peculiar forma de su contrapeso. Como se ve, forma parte solidaria de la viga, o sea, no es basculante. Su extremo bífido tiene una forma como testicular, bi-coleus en latín, de donde parece ser proviene su nombre. Yo no coincido con esa etimología: Más bien me inclino a pensar que proviene de bis coeo: dos juntos. En fin, si alguien domina los latines, que se manifieste.
Esta máquina, al parecer, fue un invento europeo. Se da noticia de ella como algo novedoso allá por 1180, cuando fue usada por los normandos en el cerco a Tesalónica. Se mencionan concretamente una serie de máquinas situadas en el lado oeste de la ciudad y, por su aspecto, no parece que fueran excesivamente potentes.
Por otro lado, tenemos la bifa o biffa que, según como la describió Giles de Roma en su obra "De Regimine Principum Librites" (1275), era un trabuco de contrapeso articulado. tal como aparece en la ilustración de la izquierda, procedente de "Códice Latino 197" (c. 1421-1441).
Con todo, ningún otro autor ha relacionado este nombre con esa máquina en concreto, de modo que nos tendremos que creer la descripción que nos legó Giles mientras nadie demuestre que estaba equivocado. Merece la pena reparar en que el contrapeso no cuelga, como en el fundíbulo normal, y que la masa del mismo podría ser regulable cargando más o menos el contrapeso, que aparece abierto por su parte superior. Es a todas luces una pieza más pequeña y, por ende, más manejable en todos lo sentidos.
Este mismo autor describió otro más, denominado trabucium, el cual no tenía el contrapeso articulado, sino que iba fijado a la viga, más o menos como aparece en esa ilustración de arriba a la derecha. Y aún mencionó uno más, el tripantium, que era por lo visto una mezcla de ambos sistemas: un contrapeso fijo más uno articulado.
En cuanto al couillard, era un trabuco bastante simple, que estuvo operativo hacia el siglo XIV. En la ilustración de la izquierda vemos como era su aspecto. Como se ve, se trataba de una simple viga que actuaba como una balanza, ya que ambos extremos son casi de la misma longitud. Como contrapeso actúan dos sacos de cuero llenos de piedras o tierra. Posteriormente y a fin de aumentar su potencia, se acortó el lado del contrapeso y se sustituyeron los sacos por dos cajones de madera que, al parecer, podían alcanzar las 2 Tm. de peso, lo que lo hacía casi equiparable a un fundíbulo de los grandes. Su aspecto lo podemos contemplar en la imagen de la derecha. Por cierto que el término "couillard" en francés vulgar hace referencia a unos testículos de generoso tamaño, supongo que en alusión a los dos sacos de cuero que hacían de contrapeso. Podríamos pues traducir el nombre de la máquina como un "cojonudo", vaya...
Para terminar, el trabuco de tracción manual "unipersonal", la cheiromangana. Es aún más simple que lo ya visto: un simple poste asentado sobre una base de madera con una viga articulada mediante un eje. En un extremo, la honda, y en el otro una soga para que el más gordo de la guarnición jale de la misma. La ilustración procede "Códice Latino 197".
Aunque parezca una máquina poco útil, hay que tener en cuenta que precisamente su ligereza le proporcionaba una enorme cadencia de tiro, y que bastaban apenas dos servidores para hacerla funcionar: uno la cargaba y el gordo jalaba. Una batería de una docena de máquinas así podía hacer caer sobre un ejército enemigo una verdadera lluvia de proyectiles de todo tipo, incluyendo las ya existentes granadas que, provistas de una mecha de la longitud adecuada, sembrarían un verdadero caos. O vasijas pequeñas conteniendo fuego griego, diabólica mixtura de la que ya hablaré en su momento y que podía parar en seco a las tropas más decididas.
Concluyo la entrada con una curiosa lámina de una serie de inventos de un tal Toccola, un ingeniero italiano del siglo XV que tenía una inventiva notable. Como vemos en la lámina, se trata de una cheiromangana portátil y provista de un escudo de madera para proteger a su servidor. En vez de honda lleva una especie de rastrillo metálico curvo, muy eficaz para lanzar al interior de una fortificación faginas ardiendo, o bien pellas de estopa impregnadas de brea y azufre. También aparece un curioso soporte para recipientes, con el mismo fin.
Inventos aparte, los proyectiles que usaban eran en todos los casos similares, variando solo el tamaño o el peso en función de la máquina. Añadir solo que estos artefactos estuvieron en uso aún cuando la pirobalística ya dominaba todo lo referente a la poliorcética, ya que incluso el mismo duque de Alba llegó a hacer uso de ellos en pleno siglo XVI. Y ya vale, que esta entrada ha sido asaz laboriosa. Ahí dejo un vídeo que muestra el funcionamiento de un trabuco híbrido. Es pelín cutre, porque la viga es metálica y los servidores, en vez de ir cubiertos por bacinetes o capelinas, llevan cascos de currantes, pero al menos queda patente que, aunque tirado por apenas tres hombres, tenían su potencia.
Hala, he dicho...
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