Proseguimos con el tema funerario. Hoy, como continuación de la entrada anterior, vamos a estudiar someramente los enterramientos surgidos durante el período gótico, que es el que más mola porque es el que nos legó enormes cantidades de efigies funerarias. Vamos a ello...
A partir del siglo XIII, el sarcófago prismático que vimos en la entrada anterior dio paso a otra tipología en la que se muestra al difunto en una cama funeraria, generalmente postrado. Pueden ser sepulturas exentas o, más frecuentemente en España, los arcosolios. Estos eran sepulcros adosados o, más bien dicho, embutidos en una pared, bajo un tímpano y una arquivolta. Son bastante habituales en los laterales de iglesias y en claustros de monasterios, estos últimos generalmente patrocinados por el muerto con tal de disponer de un enterramiento en un lugar sagrado de categoría.
En esa época, y procedente de Francia, se puso de moda la representación del difunto en actitud durmiente, como quien echa una siesta a la espera de la resurrección de la carne. Y no solo son mostrados apaciblemente dormidos, sino en muchos casos en actitud sonriente. En la foto de la izquierda tenemos un ejemplo: el difunto, con la cabeza ladeada, parece estar sumido en un gratificante sueño mientras mantiene las manos en actitud orante. Junto a él, su espada y sus guantes. La cabeza reposa sobre su yelmo de cimera, si bien esa moda se fue cambiando por los almohadones, más propios en aquel tiempo de los sepulcros de clérigos. El número de almohadones iba en función de la categoría social del muerto, siendo tres el número máximo y que solo se aplicaba a monarcas y clérigos de muy alto rango, como pontífices o cardenales. Otras característica de estos sepulcros góticos tempranos son que el rostro del difunto no se suele corresponder con la verdadera edad que tenían cuando fallecieron, siendo representados casi siempre mucho más jóvenes, en plena floración de la vida, quizás esperando que sea ese su aspecto cuando resuciten, cosa más que cuestionable, me temo.
También proliferan los enterramientos por parejas, bien entre padres e hijos, hermanos o, más frecuentemente matrimonios.
Ahí tenemos un ejemplo: ambos esposos se cogen de la mano. El marido, luciendo toda su panoplia de armas y con los pies apoyados en un león, símbolo de la fuerza y la nobleza. La esposa, vistiendo un hábito de alguna orden religiosa de su devoción, apoya los pies en un perro, símbolo de fidelidad, en este caso conyugal...se supone. Bueno, tampoco vamos a cuestionar aquí la decencia de una noble dama, digo yo... A veces se pueden ver a ambos con perros, pero en el caso de los hombres puede representar a su perro de caza favorito, y en el de las mujeres un perro faldero que la acompañaba habitualmente.
Un detalle que ha sido y es tema de debate entre los estudiosos en la materia, es la posición de las piernas en algunas efigies funerarias. Están cruzadas, como se ve en la foto de la izquierda. Esta costumbre fue originaria de Inglaterra, y en principio se consideraba que la adoptaban caballeros o nobles que habían estado en las Cruzadas. Otros afirmaban que era signo de haber sido caballeros del Temple. Actualmente, esas teorías han sido seriamente cuestionadas, y se considera que más bien pretenden representar el rango caballeresco del difunto. En España no son tan frecuentes, pero hay ejemplos de este tipo de pose tan peculiar.
Otra tipología la encontramos en sepulcros cuya efigie no está vaciada en la piedra, sino grabada en la misma. Aquí vemos al difunto con la cabeza apoyada en un almohadón, y su rostro es más acorde a su verdadera edad. Esto se impuso a raíz de la costumbre de elaborar mascarillas funerarias, lo que permitía a los escultores que llevaban a cabo la sepultura, a veces meses o incluso años después del deceso, reflejar con total precisión el aspecto del muerto, si bien siempre se tendía a cierta idealización del mismo. Además, en muchos casos se combinan en la misma época las estatuas yacentes con los ojos cerrados, como vimos antes, con otras que, como esta, aparecen con los ojos abiertos. En ambos casos, ambas reflejan el mismo sentimiento: la espera de la resurrección. Finalmente, concretar en este caso que los pies del caballero reposan sobre un perro. En este caso puede no hacer referencia a la fidelidad, sino simplemente a su afición por la caza. Era habitual manifestar las aficiones del difunto de esta forma, o bien con un halcón, ave cetrera por excelencia.
Volviendo a los sepulcros convencionales, ahí tenemos uno que muestra, aparte de la efigie del difunto, una serie de detalles que merecen nuestro interés tanto en cuanto eran representaciones habituales en este tipo de sarcófago. Se trata de la costumbre de representar en sus laterales el sepelio del mismo. Estas representaciones pueden ir desde el momento de su muerte, su introducción en el féretro, la procesión funeraria o las mismas exequias en el templo. En este caso, en el sarcófago vemos las lloronas. Esta costumbre era muy criticada por la Iglesia por dos motivos: primero, por ser herencia de un uso pagano. Y segundo, por el escándalo que montaban en los funerales, en los que se suponía debía reinar el silencio y el recogimiento. De hecho, se llegó a prohibir terminantemente el mesado de cabello o el arañarse la cara y los brazos hasta hacerse sangre. La cosa no era para menos: he aquí un fragmento de la relación de los funerales por el rey don Fernando III:
"...et quien vio tanta duenna de alta guisa et tanta donzella andar descabennadas et rascadas, rompiendo las fazes et tornandolas en sangre et en la carne viva?"
En cuanto a la estela que aparece en la parte superior, sobre la cama funeraria, tenemos a los parientes y amigos del difunto, en actitud doliente. Éste aparece con la cabeza apoyada en dos almohadones, ya que se trata de un personaje de mucha alcurnia: se trata de Bernardo Guillén Entenza, tío de Jaime I de Aragón.
Finalmente, en esa imagen vemos un lateral del sepulcro del infante don Fernando el de Antequera, ubicado en el monasterio de Poblet, que muestra otra curiosa costumbre funeraria, también muy criticada por la Iglesia por sus orígenes paganos, y que tuvo especial difusión en el reino de Aragón: correr las armas. Esto consistía en destruir el escudo del difunto, así como inutilizar su panoplia: yelmo, armadura, etc. Es de todos sabido que ya en las más antiguas civilizaciones se llevaba a cabo este ritual, si bien en aquellos tiempos estaba más bien destinada a impedir el saqueo de las tumbas para apropiarse del armamento del muerto. En el caso que nos ocupa, simbolizaba la ruptura con este mundo del difunto, a base de romper lo que más representa a un guerrero: sus armas. De hecho, incluso se solía destruir su sello en el mismo altar, algo parecido a lo que se hace con el sello pontificio tras el fallecimiento del papa de turno. Volviendo a la imagen, vemos como el caballo patea el escudo del muerto. Su jinete lleva el escudo al revés, o sea, a la funerala, como ya vimos en la entrada anterior en otro caso similar. Los caballeros de atrás están partiendo sus lanzas, y todos van con armaduras negras y los caballos cubiertos con bardas del mismo color. Además, se les cortaba la cola como señal de duelo.
En esa otra imagen podemos ver una escena similar: el caballero aparece con el escudo invertido, y la lanza con la punta hacia el suelo. ¿No os suena algo parecido cuando, actualmente, las tropas desfilan con el fusil hacia abajo en los funerales de estado o en ciertas procesiones? Pues ya sabéis de donde viene esa costumbre. Y otro dato curioso al respecto, y es que cuando mueren los papas, observad que los guardias suizos no portan sus habituales morriones pulidos, sino otros pavonados de negro en señal de luto. Pero, por otro lado, conviene saber que el negro no era el color de luto habitual en la Edad Media, siendo compartido con el azul oscuro. De hecho, en muchos blasones funerarios se solían cambiar algunos colores (gules o sinople) por el azul. Bueno, ya vale de momento. Mañana proseguimos con este alegre y distendido tema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario