domingo, 20 de diciembre de 2020

REDUCTOS Y BATERÍAS

Reducto de São Pedro, en Elvas. Esta pequeña fortificación formaba parte del sistema defensivo que protegía el sur de la población junto a los de São Mamede y Santo Domingos


Hace ya qué sé yo la de tiempo que hace que no se habla de fortificaciones pirobalísticas, así que mataremos dos pájaros de un tiro actualizando este artículo de cuando Noé aún estaba empezando el curso de carpintería básica. Como vemos, habla de reductos y baterías, unas pequeñas fortificaciones  conocidas generalmente como fortines y destinadas a las más variopintas misiones, desde cubrir ángulos muertos, padrastros o desenfiladas de fuertes y plazas de guerra a defender pasos, estuarios o cursos fluviales, playas susceptibles de convertirse en coladeros de enemigos o, en resumen, de cualquier sitio donde conviniera situar medios lo bastante persuasivos como para quitar al invasor las ganas de pasar por allí.

Según las técnicas de la época, la gola de la batería estaba abierta para,
caso de ser ocupada por el enemigo, poder batirla desde otra posición
situada a retaguardia. En el centro vemos el pañol de munición
Podían tener formas diversas: triangulares, circulares, cuadradas o trapezoidales si bien las rectangulares eran las más habituales, así que estudiaremos esta morfología por ser la más común. En todo caso, fuese cual fuese su forma, su cometido era el mismo. Otra opción es que podían ser de fábrica, como el que aparece en la foto de cabecera, o bien a base de salchichones cubiertos de tierra, todo ello dependiendo de la disponibilidad de materiales o la urgencia para construirlos. Por poner un ejemplo de estos últimos, varios de los que se construyeron en la zona de Chiclana y San Fernando, en Cádiz, cuando esta ciudad estaba sitiada por los franceses, se fabricaron a base de salchichones recubiertos de sal (la zona es una marisma que aún sigue siendo una salina enorme). Otros, como el que vemos en la foto de la derecha, estaban construidos con sillería bien labrada con la idea de que no fueran fortificaciones de circunstancias, sino más duraderas. En este caso se trata de la batería de San Pedro, en San Fernando (Cádiz), que defendía el puente de Zuazo sobre el Caño de Sancti Petri, paso forzoso para los gabachos (Dios maldiga al enano corso) que quisieran atacar por tierra a Cádiz. A pesar de sus pequeñas dimensiones, disponía de doce bocas de fuego: 8 cañones de a 24, 1 de a 18 y 3 de a 4, o sea, que para pasar por ahí había que pensárselo dos veces.

En el plano en sección podemos estudiar la morfología de un reducto, por decirlo de algún modo, estándar: como se ve, consta de un foso precedido por un pequeño talud a fin de dificultar la aproximación del enemigo. Este foso, para complicar aún más un posible asalto, podía estar sembrado de abrojos de hierro o de estacas. Tras el foso, un parapeto cuyo grosor iba en función de la protección que se quería dar a su guarnición. Ello dependía del tipo de agresión que se esperaba, ya que si se suponía que sería atacado por fusileros, no se le daba un espesor mayor de unos 60 cm., suficientes para detener una bala de fusil. Si por el contrario esperaban ser atacados con artillería, se aumentaba hasta los dos metros aproximadamente. Como es lógico, no se pretendía que tuviesen la misma resistencia que un fuerte en toda regla. La altura del parapeto debía tener al menos unos 180 cm. de alto, a fin de que la guarnición quedara a cubierto de los disparos del enemigo. Para hacer fuego disponían de una banqueta, como aparece en el plano, para tirar a pecho cubierto. En todo caso, no convenía excederse en la altura del mismo, ya que ello restaría ángulo de tiro inferior a los fusileros.

Para acceder al reducto se emplazaba una pasarela levadiza la cual, una vez elevada, lo cerraba. Si el reducto estaba destinado solo a fusileros, el acceso apenas tenía poco más de unos 50 ó 60 cm. de ancho, lo suficiente para que pasase un hombre. Si por el contrario se quería emplazar artillería, lógicamente debía tener la anchura necesaria para poder pasar el o los cañones de dotación. Por lo general, los reductos solían tener los parapetos a barbeta, o sea, sin cañoneras, de forma que podían emplazar las bocas de fuego en el sitio más ventajoso en cada momento. Si se trataba de reductos de fábrica, destinados a formar parte de un sistema defensivo permanente más complejo y considerando que no eran obras de circunstancias, se fabricaban cañoneras en unos parapetos de mayor grosor.

En el plano de planta podemos ver un hipotético reducto dotado con tres bocas de fuego y parapeto a barbeta. En el mismo podemos ver la pasarela levadiza, la cual podía ser de tracción manual o, caso de ser de mayores proporciones, de contrapeso como aparece en la figura superior. Pintados en gris se pueden ver dos traveses de fábrica. Eran unas barreras de alrededor de 150/200 cm. de grosor por unos 2,5 metros de alto, destinadas a proteger a los servidores de las piezas en caso de que una granada o una bomba alcanzase el interior del reducto. Considerando sus pequeñas dimensiones, caso de estar totalmente diáfano, una sola bomba podría aniquilar a toda su guarnición. Caso de tratarse de un reducto permanente, contaba con su correspondiente pañol a prueba de bomba, como ya se puede suponer. De lo contrario, se instalaba un repuesto adecuadamente protegido para proveer las bocas de fuego en servicio. Por lo general, los repuestos solían contar con munición para dos días, tras los cuales se reponían siempre y cuando fuese posible. Si quedaban cercados, pues se acabó la fiesta.

En otros casos, los reductos se construían para cubrir desenfiladas de fortificaciones mayores. Un buen ejemplo lo tenemos en el Real Fuerte de la Concepción, en Aldea del Obispo (Salamanca), que podemos ver en el lado izquierdo del plano. Esta plaza fuerte, considerada por cierto como una de las fortificaciones tecnológicamente más perfectas de su época, disponía de unas caballerizas (círculo rojo) para 180 animales unidas al recinto mediante un camino cubierto que podemos ver entre el recinto principal y el reducto. El camino cubierto seguía avanzando hacia una pequeña elevación situada al sur, comunicando con el reducto de San José, dotado con nueve bocas de fuego y pañoles a prueba de bomba. En caso de ser arrollados por los enemigos, la guarnición del reducto se retiraba por el camino cubierto y se sumaba a la guarnición del fuerte, que los cubriría friendo a los atacantes con polladas, botes de metralla y demás porquerías sumamente persuasivas.

En primer término vemos un pañol de munición. Por lo general,
por dentro eran un semi-sótano, mientras que bajo la techumbre
había una bóveda de medio punto a prueba de bomba
En cuanto a las dimensiones de estas fortificaciones, iban en función de la guarnición que se pensaba destinar al mismo. Por norma, se consideraba que el parapeto debía tener una longitud a razón de 3 pies como mínimo (pies de Burgos, 83 cm.) por hombre. El tamaño más pequeño admisible era de unos 12 metros de lado lo que, siendo cuadrado, permitiría albergar una guarnición de entre 40 y 60 hombres con sus pertrechos. Lógicamente, los había mucho mayores, con capacidad para 300 hombres o más. Todo iba en función de las necesidades tácticas del momento. 
En lo referente a las dependencias interiores del reducto, si era de fábrica disponía de las habituales en cualquier fortificación: pañol, cuartel, cocina, habitación para el oficial al mando y, si era posible, un pozo o una cisterna. Si era un reducto de circunstancias, pues un sombrajo para protegerse del relente de la noche y gracias. En estos casos, por lo general, la guarnición iba rotando cada un determinado número de días con tropas procedentes de la fortificación principal. No eran plan de permitir que bajase la moral por llevar unas condiciones de vida tan extremas.

Bueno, explicado queda lo que eran los reductos o fortines. Cierro esta entrada con una imagen que muestra, señalados con una flecha roja, los tres traveses del reducto  de Santo Domingos antes mencionado para que se puedan hacer una idea más clara de en qué consistían estas defensas interiores. En este caso, hay un través por cada dos bocas de fuego, lo que impediría que, caso de caer una bomba en el terraplén, se llevase por delante a todos los ocupantes del mismo. Para entendernos, estos traveses actuaban como parapeto para que no palmara toda la guarnición de un solo bombazo. En todo caso, en el enlace que verán más abajo podrán ilustrarse largo y tendido sobre este tipo de obras defensivas.

En fin, ya está...

Hale, he dicho

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Ortofoto que nos muestra el fuerte de Santa Luzia, al sur de Elvas, junto a los dos reductos que lo
defendían: al sudeste, marcado de amarillo, vemos el de São Mamede. Al oeste, de rojo, el reducto de São Pedro, este último situado sobre una elevación del terreno que limitaba la visión desde el fuerte en esa dirección 

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