Como se ve en la foto superior, el tema de las corazas se lo tomaron todos muy en serio. Ahí vemos un grupo de soldados alemanes equipados con unas similares a las que hemos visto hasta ahora y que, las cosas como son, a más de uno le salvaría la vida. Todo el torso va enteramente cubierto por la chapa metálica, así como el bajo vientre. Solo las extremidades y la cara quedan expuestas al enemigo, y siempre era mejor un balazo en una pierna que te quitaba del frente una temporada, que uno en el pecho que te quitaba del mundo para siempre jamás.
Y, ciertamente, muchos debieron librarse de una muerte segura si observamos los petos de los arditi italianos de la foto inferior, el de la derecha literalmente acribillado a balazos. Obsérvese además las correas que aparecen en la parte inferior de los petos, idénticas a las usadas en las armaduras medievales para sujetar las escarcelas que protegían los muslos. Por otro lado, el casco que porta el hombre de la izquierda, ¿no es muy similar al capiello que aparece en el detalle inferior izquierdo de la foto? La única diferencia radica en el visor, que en este caso es más grande que en el medieval, y va protegido por una rejilla metálica para no limitar tanto la visión.
El tema de acorazar al personal, como ya comenté en una entrada anterior, no solo fue iniciativa de alemanes e italianos, sino del resto de tropas en liza. En la foto inferior tenemos tres ejemplos, dos de ellos bastante curiosos. A la izquierda vemos un soldado inglés con una especie de perpunte cuyo cuello va unido al casco. En el centro, un prototipo francés a base de cota de malla y láminas de metal que protegen prácticamente todo el cuerpo. Hasta lleva coderas y rodilleras como una armadura convencional. A la derecha, un soldado belga.
Pero el retorno al pasado no solo consistió en retomar las añejas armas medievales de dotación personal, sino incluso fueron más allá, recuperando también la milenaria tormentaria que, durante siglos, fueron las protagonistas de innumerables asedios. Claro está que acorde a los tiempos y, en vez de lanzar bolaños o pellas ardientes, pues lanzaban granadas. Veamos algunas fotillos...
Ahí tenemos un lanzador de granadas francés que, como es lógico, no usaba como elementos de torsión crines de caballo o fibras vegetales, sino muelles helicoidales. Pero, básicamente, la idea era la misma que dio lugar al onagro. La intención de estos chismes era lanzar granadas a distancias muy superiores a las que era capaz de alcanzar un hombre, bombardeando con las mismas las trincheras enemigas gracias a su trayectoria parabólica. Hay que tener en cuenta que las trincheras de los diferentes bandos estaban a veces a apenas un centenar de metros, e incluso menos, distancia que estas máquinas podían cubrir sin problemas.
A la derecha tenemos otro lanzagranadas similar, en este caso de origen británico. En la parte delantera se aprecian claramente los muelles que accionan la máquina y, por la cara de uno de sus servidores, parece ser que cargarla requería el mismo esfuerzo que las antiguas catapultas medievales. Estas máquinas tenían además una ventaja añadida, y es que su funcionamiento apenas hacía ruido por lo que el enemigo no podía localizar fácilmente su posición a fin de neutralizarlas. Una batería de estas catapultas redivivas podía lanzar cientos de granadas contra una trinchera enemiga al cabo del día, con los efectos que se pueden imaginar.
Algunos de estos lanzadores incluso se inspiraron directamente en antiguos diseños del gran Leonardo que, aparte de dedicarse a crear complicados códigos inventados por novelistas, era muy aficionado a diseñar máquinas con fines militares. En sus diseños, como muchos sabrán, aparecen, además de máquinas de lanzamiento, helicópteros y carros de combate. Era la leche ese hombre. Bueno, ahí tenemos una catapulta francesa que, comparada con el diseño de Leonardo que aparece al lado de la misma, se puede decir que la única diferencia radica en el material con que están construidas. La moderna estaba fabricada con láminas de metal, posiblemente de ballestas de camión.
Y en algunos casos incluso recurrieron a ingenios anteriores a la edad media. A la derecha aparece un francés con una ballesta, también para lanzar granadas, cuyo parecido con la gastraphetes usada por los griegos 400 años antes de Cristo no deja de ser muy revelador. Una eficaz forma de hacer llegar la muerte al enemigo, pero de forma silenciosa, ¿no?
Bueno, con esto concluyo. Como se ha visto, hay diseños que superan el paso del tiempo. Aún hoy día, cuando pulsando un simple botón se desencadena el Juicio Final, las tropas de muchos países siguen portando cuchillos, siguen recurriendo al arco y la ballesta para aniquilar al enemigo sin hacer ruido, y los modernos chalecos anti-fragmentación impiden que un trozo de metralla acabe con sus vidas como antaño lo hacía una flecha.
Hale, he dicho...
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