Prosiguiendo con la entrada de ayer, en la que vimos la resurrección del yelmo medieval, en esta se mostrará como el armamento del lejano medioevo fue rescatado para emplearlo a fondo en los violentos "cambios de impresiones" habidos entre ambos bandos a lo largo del sangriento conflicto.
Como ya anticipé, una de las principales actividades nocturnas del personal era infiltrarse en las líneas enemigas, no para librar grandes batallas ni nada similar, sino para llevar a cabo breves pero intensas escabechinas que solían dejar al enemigo bastante mohíno y desmoralizado al ver como perturbaban las pocas horas de sueño disponibles a puñaladas, bombazos y tiros. Estos golpes de mano eran llevados a cabo, como ya se puede suponer, por hombres especialmente bragados, muy audaces y diestros en el manejo de las armas a la hora de llegar a un cuerpo a cuerpo bestial. Fueron los alemanes (como no) y los italianos los únicos que crearon unidades especialmente adiestradas para tal fin: las sturmtrüppen, o tropas de asalto, y los militari arditi, que podríamos traducir como militares o soldados ardientes, o sea, valerosos. Los demás ejércitos en liza se limitaron a llevar a cabo este tipo de acciones con hombres seleccionados por su arrojo y valentía, pero sin formar parte de unidades especialmente creadas para ello.
Básicamente, estos golpes de mano eran llevados a cabo por pequeños grupos que, en al amparo de las tinieblas, se colaban en las trincheras enemigas, desencadenaban un verdadero infierno que duraba escasos minutos, y se largaban a toda prisa. Iban armados hasta los dientes con granadas de mano, armas cortas, los primeros subfusiles y, naturalmente, con las armas recuperadas del pasado y motivo de estas entradas. El armamento reglamentario de la tropa de la época se limitaba a su fusil y la bayoneta, que en situaciones así no servían de gran cosa, así que ellos mismos se dedicaron a fabricarse lo que necesitaban. O sea, que los estados mayores casi nunca se pusieron por la labor de dotar a las tropas de armas adecuadas para la guerra de trincheras, y tuvieron que ser los mismos soldados o, como mucho, a nivel de compañía o regimiento, los que se las procuraron como buenamente pudieron. La única excepción en esto fueron los petos que portan los "arditi" de la foto de cabecera, protección bastante popular entre estos y los alemanes, que llegaron a fabricar miles de ellas.
Veamos pues algunas de las creaciones más difundidas...
Ante todo, el cuchillo de trinchera. Las bayonetas reglamentarias de la época eran de una longitud inadecuada para ser usadas como una simple daga, y en los arsenales no había nada parecido así que, ingenio al canto, reciclaron las bayonetas en cuchillos dándoles la forma y longitud adecuadas. Así pues, los sufridos combatientes se convirtieron en cuchilleros de circunstancias y, ciertamente, no se les dio nada mal. A la izquierda tenemos algunos ejemplos de los muchísimos que se fabricaron. El A procede de una bayoneta francesa, la célebre Rosalie, a la que se le ha cortado la hoja por la mitad y se le ha eliminado el resorte de retención para el fusil. Su aguzada hoja cruciforme era muy idónea para apuñalar, introduciéndola por la base del cráneo y, a través del foramen magnum, llegar al cerebro. Esa técnica era especialmente adecuada para que la víctima no dijese ni pío y, además, cayese literalmente fulminada. La B es una bayoneta francesa modelo 1892, también con la hoja recortada. El C era el archifamoso "clou", el clavo francés, sacado de los soportes de los aislantes de cristal de los postes de electricidad, debidamente martilleados para darle forma a su rudimentaria hoja. El D es una hoja de Rosalie recortada y embutida en una empuñadura de madera con una arandela como guarda. O sea, una daga de arandelas del siglo XX, ¿no? El F era conocido como puñal de esqueleto, una daga de doble filo cuya empuñadura, como se ve, es un simple armazón metálico soldado a la espiga de la hoja. La G es una bayoneta alemana cuya hoja ha sido curvada y convertida en una auténtica sica rebanacuellos. Finalmentre, el H es un estilete sacado también de la hoja de una Rosalie a la que, en un refinamiento de mala leche, se le ha dentado el filo. Como dato curioso, los miembros de los regimientos bávaros, a la vista de como estaba el patio, pedían a casa que les enviaran por correo sus famosos cuchillos de caza, muy idóneos para usarlos como cuchillo de trinchera.
Con todo, llegó un momento en que la industria militar echó una mano, fabricando cuchillos para cuyo diseño, si observamos la foto de la derecha, parece que pasaron un día inspirándose en un museo. El de arriba, fabricado por la St. Etienne francesa, está prácticamente calcado de la morfología de los estiletes venecianos del siglo XVI. Sólo se le ha añadido un pomo aguzado para usarlo para golpear al enemigo. Está fabricado enteramente de metal, por lo que su resistencia debía ser notable. La hoja, de sección cruciforme como la de la Rosalie, estaba especialmente concebida para apuñalar. Esta acción se solía llevar a cabo de la forma explicada arriba, o bien introduciendo la hoja bajo el esternón y hacia arriba para alcanzar el corazón. De ese modo se buscaba siempre una muerte fulminante del enemigo, cosa que no se conseguía clavando en zonas blandas del cuerpo porque, al carecer de filo, apenas producían hemorragia. Y en situaciones de estrés, un enemigo malherido era igual de peligroso que uno sin herir, por lo que era absolutamente preciso dejarlo fuera de combate de forma rápida y expeditiva. El de abajo es un cuchillo fabricado por la Wilkinson inglesa (sí, los mismos de las cuchillas de afeitar, que ahora es un negocio más rentable). Es talmente una daga de guarnición medieval, una killion dagger, como dicen ellos. De hecho, hasta su empuñadura está forrada con alambre torcido. Su hoja de doble filo es más versátil que la anterior por razones obvias. O sea, que no solo apuñala, sino que corta al ser clavada, por lo que sus efectos eran más contundentes.
Ya vemos como la daga medieval resurgió de sus cenizas en forma de daga de arandelas, o de misericordias varias, o la curiosa sica germana. Pero también se resucitaron las añejas mazas barradas que blandieron los guerreros medievales, si bien un tanto rudimentarias, y otras más en la línea del morgenstern que vimos hace poco. Ahí tenemos algunos ejemplos muy ilustrativos. La A va rematada por un casquillo de hierro erizado de clavos. Es de origen desconocido. La B es alemana, muy en línea con las porras que aparecen en la Biblia Maciejowski y que algunos recordarán. Se trata de un garrote rematado con un casquillo de hierro y clavos de herradura. La C es un tanto... básica, pero no por ello menos efectiva. No es más que un burdo palo rematado con clavos y alambre de púas. Su diseñador no era precisamente un sujeto muy sutil, pero captó la idea enseguida. La D es un eficaz mangual alemán, cuya cabeza de armas es prácticamente clavada a uno con que ilustré la segunda entrada dedicada al morgenstern. La E, finalmente, es un ingenioso remedo de una maza barrada, para lo cual recurrieron a algo tan abundante en esa época como un engranaje. Vamos, lo que el "experto" de turno denominaría como "una perfecta y armónica fusión de ambas épocas en el espacio y en el tiempo".
Y si alguno no se acaba de creer que en tiempos tan avanzados se usaban esas armas, pues ahí tiene un testimonio gráfico que lo sacará de dudas. En la foto podemos ver a dos soldados del ejército austro-húngaro, cada uno de ellos empuñando uno de estos morgenstern de nueva generación, fabricados exactamente igual que 400 años antes: un mango de madera rematado por arandelas erizadas de púas, que por cierto también pueden verse similares, cuando no idénticos, en la entrada dedicada a estas peculiares y rudimentarias armas que tanto juego dieron en su época. Por cierto que, también como dato curioso, en los grupos de asalto alemanes siempre solía ir un soldado con un escudo fabricado con chapa y que era el que, una vez introducidos en la trinchera enemiga, encabezaba el grupo. En la estrechez de la misma, dicho escudo les servía de protección contra los disparos de los sorprendidos adversarios. Por lo general, el portador del escudo solía empuñar una pistola P-08 con un cargador de caracol de 52 cartuchos, para no tener que andar recargando, o con una pala.
Sí, una pala de trinchera. Eran las hachas de la época. Como quizás muchos hayan visto alguna vez, se trataba de pequeñas palas de mango corto como la que aparece en la foto de la derecha. Pronto se dieron cuenta de que, debidamente afiladas, tenían la contundencia de un hacha medieval. Así que, piedra de amolar al canto y ya tenían una eficaz arma para dejar en el sitio al enemigo en un cerrado cuerpo a cuerpo. ¿Alguno ha leído "Sin novedad en el frente", de Erich María Remarque? En una de las vívidas escenas de combate que describe su protagonista, Paul Bömer, éste narra como uno de sus camaradas, el gigantesco Haie Westhus, usa su pala para decapitar a un francés. Es posible que más de uno piense que los que usaron estas armas en tiempos modernos eran especialmente salvajes pero, ¿lo eran más que el bombardero de un B-52 que aprieta un botón y deja caer 70 toneladas de bombas? Yo diría que no. Otra cosa es tener el morbo, como aparece en la foto de cierre, de usar un fémur humano como empuñadura para su cuchillo de trinchera. Pero también es posible que el que lo fabricó tuviese ya el cerebro un tanto desmoronado por convivir a diario con el apocalipsis.
Bueno, mañana, más inventos. Hale, he dicho...
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