A pesar de su poético nombre, el morgenstern fue una de las armas más contundentes y que más proliferaron en las últimas décadas de la Edad Media. Su origen se remonta a inicios del siglo XIV, en Centroeuropa, como un burdo remedo de las mazas de armas y los manguales usados por los caballeros de la época. Como se ha comentado en entradas anteriores referentes al armamento de circunstancias usados por peones y milicianos, la falta de medios económicos obligaba a la plebe a recurrir a aperos agrícolas o bien, como en este caso, a armas de fácil fabricación, económicas y, quizás lo más importante, que disminuyesen en todo lo posible la enorme diferencia entre las onerosas y eficaces armas de los profesionales de la guerra con las que portaban los milicianos, guerreros de circunstancias que caían como moscas ante hombres de armas y caballeros muy diestros en todo tipo de artes marciales. De esa forma nació el morgenstern, inicialmente una simple clava erizada de púas de hierro que le daban el aspecto de una estrella, de donde tomó su peculiar nombre.
En sus comienzos, como vemos en la foto de la derecha, no era otra cosa que una porra con una gruesa cabeza esferoidal literalmente cubierta de largas y aguzadas púas prismáticas embutidas en la madera, la cual posiblemente era endurecida al fuego para ganar resistencia y contundencia. A la derecha tenemos un ejemplar para infantería, con un mango corto en cuyo extremo se aprecian aún los restos de una envoltura, posiblemente de cuero, para mejorar el agarre e impedir que el arma resbalase por el sudor o la sangre. Así mismo, también es visible un fiador de cuerda. Ante la visión de este tipo de armas no hace falta recalcar su contundencia. Esa bola erizada de largas púas debía ser simplemente demoledora contra enemigos mal protegidos, produciendo heridas abiertas que, por lo general, acababan degenerando en infecciones o tétanos. Aparte de eso, es indudable que debían ejercer un fuerte impacto psicológico. Su fabricación era bien sencilla: bastaba darle forma a una simple estaca de roble y encargarle al herrero unas púas las cuales eran embutidas poniendo el vástago al rojo vivo. Sin embargo, este método no debía darle al conjunto la resistencia adecuada a la hora de golpear contra escudos o yelmos, y bastantes de esas púas debían perderse a lo largo del combate, así que, en no mucho tiempo, se fue perfeccionando dando lugar a armas más complejas que, no por ello, dejaban de estar al alcance de cualquiera.
En la ilustración de la izquierda tenemos un ejemplo. Como se ve, las piezas necesarias son bien escasas y fáciles de elaborar. Por un lado tenemos el cuerpo de arma A, fabricado enteramente de madera y con un mango cuya longitud podía oscilar entre los 50 cm. hasta los 180 cm., con lo que se convertía en un arma de dos manos. Por otro lado, tenemos un nuevo aditamento, la pica B, embutida en la parte superior de la cabeza de armas y con forma prismática o lanceolada. Eso convertía el morgenstern en un arma de dos usos: una maza y una pica, capaz de golpear, de herir de punta o, llegado el caso y con un mango de la longitud adecuada, detener una carga de caballos coraza. Para reforzar el cuerpo del arma tenemos la pieza D, una anilla remachada bajo la cabeza y provista de barretas de enmangue que impedirían que el mango fuese dañado por las armas de corte del enemigo. Finalmente, una simple pletina con cuatro, seis u ocho púas remachadas a la misma y que, a continuación, se enrollaba sobre la cabeza, se soldaba y se unía a la misma mediante clavos. A la derecha tenemos el resultado: un arma con una contundencia devastadora, capaz de herir como una lanza, muy fácil de fabricar y, sobre todo, muy económica.
Su eficacia en combate no tardó en trascender, y rápidamente se extendió a otras zonas de Europa, como Suiza, los Países Bajos, Chequia, Francia e Inglaterra. Y su uso trascendió más allá de los simples peones, llegando a fabricarse en masa para armar a las milicias urbanas en caso de guerra, ya que su módico precio permitía fabricar grandes cantidades de estas armas.
A la izquierda tenemos un ejemplar más elaborado. En este caso, la cabeza la conforma una esfera ferrada de la que emergen varias púas. El conjunto está rematado en su parte superior por una pica prismática. Su cabeza de armas ferrada le daba más peso, y por lo tanto más contundencia a la hora de golpear. Su asta, también de hierro y similar en longitud a la de una alabarda, permitía su uso como pica en una formación cerrada, o para hostigar hombres a caballo. De hecho, hubo armas de este tipo a las que se las dotó de una hoz pequeña, o una cuchilla curvada a fin de usarla para descabalgar jinetes que, una vez derribados, eran literalmente machacados a golpes, o veían como le metían la aguzada y estrecha pica por alguna rendija de su armadura, la ocularia del yelmo o, sin más historias, directamente por la entrepierna, clavándola en la ingle o los testículos y provocando una severa hemorragia que acabaría con su vida en pocos minutos.
Otros diseños, más básicos, se limitaban a un simple palo engrosado por su extremo y con forma cilíndrica en los que se embutían las púas y la pica, o bien, para darles más resistencia, dichas púas iban previamente remachadas en una pletina como hemos visto en el ejemplo anterior. En definitiva, la cantidad de variaciones que aún se conservan serían imposibles de enumerar una por una, ya que había tantas como daba de sí la imaginación del personal a la hora de idear armas lo más dañinas y contundentes posibles para finiquitar al enemigo sin más dilación. De hecho, incluso se fabricaron armas de este tipo con una elaboración mucho más sofisticada destinada a hombres de armas y caballeros que, sin importarles mucho su origen plebeyo, preferían su versatilidad y eficacia si bien, como es lógico, se podían permitir unos materiales y acabados acordes con su rango. En la ilustración inferior se pueden ver diversos tipos, de forma que cada cual podrá hacerse una idea de la cantidad de variantes que de pudieron fabricar. Estas armas estuvieron operativas hasta el siglo XVI.
Finalmente, conviene mencionar una tipología derivada del morgenstern, creada en Inglaterra y bautizada con el nombre de "hisopo", por su similitud con los aspersores de agua bendita usada por los curas. En la foto de la derecha podemos ver su aspecto. Como se ve, se trata de un arma mucho más elaborada, con una cabeza cilíndrica enteramente de hierro y sujeta al asta mediante barretas de enmangue. Esta tipología, más longeva, estuvo en uso en Inglaterra hasta bien avanzado el siglo XVII, lo que denota su eficacia en unos campos de batalla en los que, por esa época, las picas y las armas de fuego eran las reinas indiscutibles. Su peculiar cabeza de armas está formada por tres hiladas de tres púas cada una. En algunos casos, entre hilada e hilada iban provistas de barras similares a las de las mazas barradas, pero completamente rectas. Rematando el conjunto, una pequeña moharra para usarla como lanzas. Sus astas, similares en longitud a las de una media pica, daban al arma una longitud que oscilaba por los 2 metros.
Como complemento a estas armas, también se elaboraron rudimentarias copias de los manguales al uso, si bien, siendo inicialmente armas de circunstancias, de forma muy burda aunque eficaz. De ellos hablaremos en una próxima entrada así que, de momento, he dicho...
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