lunes, 9 de enero de 2012

Armas de circunstancias: El lucero del alba o morgenstern 2ª parte



En la primera parte sobre el morgenstern vimos la morfología de este tipo de arma en su modalidad como maza de armas. Pero, como ya adelanté, también se elaboraron a imitación de las manguales y mayales al uso en la época, aunque con curiosas variaciones en lo tocante a sus cabezas de armas.

En varios museos centroeuropeos se conservan bastantes ejemplares de estas rudimentarias armas, a cual más espartana y básica. En algunas parece, incluso, que sus cabezas de armas proceden de reciclar objetos de uso cotidiano, como ahora veremos.



A la izquierda tenemos una de ellas, de una simpleza tan apabullante que cualquiera podría fabricársela con un gasto mínimo. Consta del habitual mango largo  rematado por un casquillo provisto de barretas de enmangue. La cadena, al estar los eslabones muy cerrados, impediría que el arma fuese trabada por la aguzada pica de una alabarda, bisarma, etc. Y completando el conjunto, una simple masa férrea hexagonal que tiene toda la apariencia de haber sido una pesa de balanza cuya argolla ha sido unida sin más a la cadena. Como se ve, su tamaño es pequeño en relación al mango, lo que le restaría contundencia. Cabe pensar pues que la cabeza de armas no fue fabricada ex-profeso, sino, como digo, parece más bien un objeto reutilizado. Supongo esto por la sencilla razón de que, caso de haberse fabricado con el único fin de servir de cabeza de armas, habría sido más grande, más pesado y, por ende, más contundente, que era de lo que se trataba.



A la derecha tenemos otra bastante peculiar y, al igual que la anterior, muy básica. Su cabeza de armas no consiste en otra cosa que dos aros metálicos provistos de largos petos. Unida a un simple casquillo que va unido al mango mediante un remache pasante, su peso debía ser tan mínimo que su contundencia sería totalmente despreciable usada contra un hombre de armas o un caballero. Para su fabricación bastaban dos pletinas a las que se remachaban los afilados petos, se les daba forma circular y, a continuación, se remachaban ambos aros uno con otro sin más.



Ahí tenemos otra pieza, igualmente simple y económica. Su cabeza de armas está compuesta por una pieza rectangular, que bien podría ser la cabeza de un martillo corriente y moliente, por cuyo orificio central se pasado otra pieza, ésta en forma de cono. ¿Quizás una plomada? Es una conjetura mía, pero ese diseño resultaría excesivamente sofisticado para ser hecho ex-profeso, y más si tenemos en cuenta que estas armas, al golpear volteando, la parte que impactaría contra el enemigo sería la pieza rectangular y nunca la cónica. Así pues, no creo que sea un disparate pensar que, simplemente, tomaron una cabeza de martillo vieja y, para aumentarle el peso, le unieron la plomada.



A la derecha tenemos otro peculiar diseño, en este caso con la bola habitual. Su peculiaridad radica en los largos y aguzados petos que lleva embutidos en el mango. Estos podrían tener una doble utilidad: una, pinchar al enemigo al golpear. La otra, posiblemente, usarlos para descabalgar jinetes. Sus eslabones están torcidos para, al igual que en el primer ejemplar mostrado, impedir que la cadena fuera trabada por una pica. En cuanto a su cabeza de armas, es una pequeña bola de hierro, sin petos ni acanaladuras, lo que tampoco la haría especialmente efectiva contra hombres que contasen con un buen armamento defensivo.



Ahí tenemos otro ejemplo más, si bien en este caso su cabeza de armas es mucho más elaborada, perteneciendo a las variantes diseñadas para hombres de armas que, al disponer de más medios económicos, podían permitirse armamento de más calidad y más elaborado. Consiste en una estrella de hierro que, casi con seguridad, sería obtenida mediante fundición. Sus aguzadas formas, así como lo sinuoso de su morfología, la harían excesivamente complicada de obtener mediante forja. Bastaría un endurecimiento posterior a la fundición para tener de ese modo una cabeza de armas contundente y que no se rompiese al primer golpe contra un yelmo o una armadura enemiga.


Finalmente, ahí podemos ver una versión de mango corto, o sea, un mangual un tanto sui géneris, ya que su cabeza es más propia de los mayales y, por su tamaño, debía pesar bastante menos que la típica bola erizada de púas. Al igual que las que hemos visto, es de una simpleza total: un cilindro de madera provisto de tres argollas con cuatro petos cada una, más uno en el extremo superior, y todo ello unido por un único eslabón al mango. Esto denota que su contundencia era escasa porque, si al poco peso de la cabeza de armas sumamos la mínima capacidad para voltearla, la energía cinética que desprendería sería de poca consistencia. Como es lógico, a mayor longitud de la cadena, más energía se obtiene.

De los ejemplos vistos podemos sacar varias conclusiones interesantes, ya que todas tienen una serie de puntos en común:

1. Sus cabezas de armas son ligeras, totalmente inadecuadas para ofender a un enemigo provisto de armamento defensivo.

2. Sus cadenas son cortas, por lo que la energía cinética obtenida las hace menos contundentes aún.

3. Sus cabezas de armas, salvo en el ejemplar dotado de bola, van provistas de petos o aristas afiladas. El de la bola, con todo, lleva petos en el mango.

Así pues, ¿por qué fabricarlas así, y no de forma que fuesen más contundentes? Mi conclusión es que eran armas para milicianos para ser usadas contra milicianos. O sea, armas baratas para cuyo manejo no era necesario más conocimiento que saber granear la mies en la era, e ideadas para usarlas contra hombres cuyo armamento defensivo era prácticamente inexistente o, como mucho, un capiello y poco más. Mientras que un golpe propinado con una de esas cabezas de armas contra un hombre provisto de armadura, éste ni se enteraría, contra un peón eran bastante efectivos. Su escasa masa sí podía causar fracturas o contusiones de cierta entidad en cara, cuello y extremidades desprotegidas. Pero lo más efectivo era las heridas abiertas que todas ellas podían causar en un enemigo desprovisto de armamento defensivo. Recordemos que todas, sin excepción, van provistas de afilados petos que, dirigidos contra la cara o el cuello, podían hacer verdadero daño, dejando fuera de combate al enemigo y causándole la muerte por una septicemia o gangrena al cabo de pocos días.

Así pues, de todo lo comentado en las dos entradas dedicada al morgenstern, podemos concluir que fueron verdaderas armas de circunstancias, fabricadas con lo que se tenía a mano, de un precio tan mínimo que cualquier peón podía costearse una y destinadas ante todo a hacer frente a otros peones igual de mal armados. ¿Qué podía hacer un simple campesino con su mayal y un cuchillo cachicuerno contra un guerrero que, además de experto en el manejo de las armas, iba literalmente forrado de hierro de pies a cabeza? Nada. De ahí que, intuyo, estos peones se preocupasen más de enfrentarse a sus iguales, para lo cual estas armas daban la talla sobradamente, y que se guardarían muy mucho de oponerse a un hombre de armas, escabulléndose en caso de toparse con uno. Para esa gente, cuyo único interés radicaba en volver a casa vivos y razonablemente enteros para poder seguir ganándose la vida, eso de la deshonra por volver la espalda al enemigo debía darles una soberana higa. Otra cosa son las variantes que, por su indudable eficacia, se fabricaron para los profesionales de la guerra, en cuyo caso su calidad y contundencia sí las hacía útiles contra hombres bien protegidos.

Bueno, el tema ya no da para más, así que he dicho...



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