Foto tomada con teleobjetivo desde la azotea de la torre del homenaje del castillo de las Aguzaderas. La distancia entre ambas fortificaciones es de 8.600 metros |
La torre de Lopera se yergue en un otero situado en lo que actualmente es el límite sur de la provincia de Sevilla lindando con la de Cádiz. Dicho otero, a 226 metros sobre el nivel del mar, domina una amplia comarca con un campo visual que permite enlazar visualmente con los castillos de Cote, El Coronil, Matrera y las Aguzaderas, así como con las torres del Bollo y el Águila.
Cara suroeste de la torre |
La fecha de su construcción, ex novo, es incierta si bien cabe suponer que sería correcto datarla hacia mediados del siglo XIV junto con otras torres del sistema defensivo que nos ocupa. A finales de dicho siglo ya tenemos constancia de su tenente, un caballero veinticuatro de Sevilla por nombre Alfonso Guillén, el cual pertenecía a una familia bien avenida con la corona y que disfrutaba de diversas prebendas en aquella época. Dicha familia disfrutó de la tenencia durante bastantes años ya que no fue hasta la segunda mitad del siglo XV cuando Lopera pasó a depender del Concejo de Sevilla, el cual era el que nombraba los alcaides de la misma. En este caso, la familia Pineda fue la que pasó a sustituir a los Guillén en las alcaidías hasta el advenimiento de los Reyes Católicos, en que el chollo pasó a manos de la Casa de Ribera, Adelantados Mayores de Andalucía y diversos momios más.
Vista cenital de la torre. En el ángulo suroeste se aprecian los restos de la camisa edificada en ese sector |
Bien, esa es la historia de la torre de Lopera. Veamos ahora sus características principales...
Esta torre es en sí una atalaya provista de una cerca a modo de pequeño castillo, por decirlo de algún modo. De esa forma, no solo se convertía en una fortificación más complicada de conquistar sino que, además, daba cabida a su nutrida guarnición. Su situación geográfica, literalmente en primera línea en la Banda Morisca, la hacían especialmente vulnerable así que sus constructores tuvieron el acierto de proveerla de las mejores defensas posibles. A la derecha podemos ver un plano de la misma. La torre presenta una camisa que la envuelve totalmente sin que, a pesar de sus modestas dimensiones, se dejen de cuidar ciertos detalles. Por ejemplo, la puerta de acceso, orientada hacia poniente, disponía de una torre de flanqueo para su defensa (en azul). Dicha puerta daba paso a un pequeño patio interior (en rojo) conformando así una eficaz puerta en recodo. Este espacio era defendido por la misma torre mayor y la que defendía la entrada. El resto del recinto, protegido por un muro de unos 150 centímetros de espesor, contaba además con dos torres de flanqueo de planta circular orientadas a levante y, al parecer, incluso con un antemuro por el lado de la puerta de acceso. O sea, estaba muy bien defendida en todos los sentidos.
En cuanto a la torre, a la izquierda tenemos un plano en sección de la misma. Se trata de un potente edificio de planta cuadrangular de 12,80 x 11,30 metros y unos 15 de altura. Está totalmente desmochada y sus dos bóvedas se han derrumbado hace décadas. Sus muros tienen un espesor de 2,40 metros, 3 varas castellanas, menos el del lado este, que tiene un metro más para dar cabida a la caja de la escalera. La puerta de acceso está situada en el flanco sur y, al parecer, contaba con una mazmorra o aljibe en su interior que está cegado hace la torta de años. La fábrica de la torre es de sillería de pierdra caliza bien labrada. El muro es de mampostería careada con cada hilada nivelada con lajas de piedra. La puerta de acceso era de sillería con el dintel fabricado con dos modillones de doble bocel, y todas las esquinas del muro están reforzadas con sillería bien labrada. Los paramentos están rellenos de cantería mediana colmatada con tierra y cal. El conjunto se asienta sobre un afloramiento rocoso que impedía el minado de torres o la muralla.
Finalizo con una exhortación a las autoridades u organismos competentes en estos temas a fin de que se lleve a cabo como mínimo una consolidación de la ruina porque, a este paso, la torre de Lopera acabará como tantas otras: convertida en un montón de piedras repartidas por las laderas del cerro. El hecho de que se encuentre en una finca particular no solo no da patente de corso a su dueño para pasar del tema, sino que tiene la obligación de permitir al menos un día a la semana el acceso. Pero claro, ¿quién quiere ver la torre salvo cuatro pirados? Así nos luce el pelo en este país, carajo...
Bueno, ya vale por hoy.
Hale, he dicho...
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