miércoles, 25 de marzo de 2015

Partes del castillo: muros diafragma


Reconstrucción virtual del muro diafragma del castillo de Setefilla, el Lora del Río (Sevilla), que fue sede del bailiato
de las Siete Villas (Septe Fillas) instaurado por los hospitalarios tras la reconquista de la zona en tiempos de Fernando III durante su avance hacia Sevilla en 1247.  Este muro, defendido por la potente torre del homenaje que se yergue en
el centro del mismo y la torre que vemos a la derecha, separaba el albácar del pequeño reducto dentro del cual quedaba
a buen recaudo una cisterna, así como las torres de más entidad del recinto. La puerta que se ve a la izquierda no es

la de la fortaleza, sino la que daba paso desde el albácar al reducto.

El muro diafragma era un recurso bastante habitual en las fortalezas de cierta envergadura. Su misión consistía en colocar barreras dispuestas en el interior de las mismas de forma que, en caso de que el enemigo lograra invadir el patio de armas, poder aislar las zonas vitales del castillo – torre del homenaje, cisternas- y continuar de ese modo con la resistencia ya que estos muros disponían de los suficientes dispositivos defensivos para detener el avance de los enemigos. Del mismo modo, eran bastante válidos para poder establecer una resistencia eficaz en caso de disponer de una guarnición de pocos efectivos. Recordemos que en aquella época no existían los ejércitos permanentes, y que el mantenimiento de tropas en tiempos de paz era muy caro ya que había que optar por profesionales de la milicia, o sea, hombres de armas y caballeros. Así pues, en caso de ataques por sorpresa o de no haber llegado refuerzos a tiempo, los escasos defensores de un castillo podían hacerse fuertes tras el muro diafragma donde, además, disponían de la torre más fuerte del recinto y del agua potable sin la que sería imposible mantener cualquier resistencia. También  debemos tener en cuenta que muchos castillos tenían amplios espacios dedicados como albácares en los que el vecindario de las poblaciones cercanas podía refugiarse con sus escasas pertenencias y sus ganados pero sin que se vieran mezclados ni con la guarnición ni con el núcleo defensivo principal de las fortificaciones.

En cuanto a la morfología de estos muros, lo habitual es que fueran de menos grosor y altura que una muralla normal, si bien se les dotaba de dispositivos adecuados para el uso de las armas, como saeteras y troneras, así como fosos, puentes levadizos o incluso de plataformas artilleras. En la Península tenemos cantidad de ejemplos con diversas tipologías, cada una de ellas destinadas a una finalidad específica en base a la morfología de la fortaleza en la que se fueron edificados. Veamos algunos ejemplos...

A la derecha tenemos una imagen del patio de armas del castillo de Burgalimar, en Baños de la Encina (Jaén). En primer término vemos el arranque del muro diafragma que dividía el amplio espacio interior y que, como se puede apreciar, no solo tiene un grosor similar al de la muralla principal del castillo, sino que estaba reforzado por una potente torre de flanqueo de planta circular. El dibujo que vemos en la parte superior, del siglo XVII, muestra el aspecto que tenía originariamente, en forma de ángulo con la torre en el vértice del mismo. Esta disposición daba lugar a un patio interior de forma triangular que, al igual que la torre del homenaje, debió ser construida tras su conquista a manos de Fernando III en 1225. La foto inferior muestra el aspecto del mismo hace unos años, cuando la cortina norte aún no había sido reconstruida. Actualmente, las actuaciones llevadas a cabo en el interior de esta fortaleza han sacado a relucir los cimientos de las dependencias que había en su interior, así como la reconstrucción del muro diafragma en cuestión. Veamos otro...

Este pertenece al castillo de Medellín, en Badajoz. Este castillo, construido hacia 1357 por Enrique II, fue a parar a manos de la poderosa casa de los Portocarrero, los cuales le dieron el aspecto actual a lo largo de la segunda mitad del siglo XV aumentando notablemente sus defensas al verse metidos hasta las cejas en los conflictos sucesorios entre Isabel de Castilla y la dudosa hija de su medio hermano Enrique IV el Pitopausico. Su particularidad radica en que divide el interior del amplio patio de armas de algo más de 7.000 m² en dos mitades, uniendo las torres más importantes del recinto a lo largo de un adarve de 55 metros de longitud provisto de un parapeto en ambos lados en cuya parte central contiene cuatro escaraguaitas sustentadas mediante lámparas aboceladas, cada pareja de ellas mirando a cada lado del patio de armas. Es evidente que su intención era poder contener invasores procedentes desde cualquier punto de la fortaleza, así como mantener la resistencia gracias a la conexión entre las dos torres principales, al pie de una de las cuales se encuentra uno de los aljibes con que se surtía de agua al personal del castillo. En un alarde defensivo y como dato especialmente curioso, tanto el muro diafragma como algunos tramos de la muralla de este castillo contienen en su interior pasadizos que unen determinadas zonas del recinto fuera de la vista de cualquier enemigo, tanto exterior como interior; ello no da una idea del refinamiento constructivo que se puso en juego por sus constructores para lograr una mejor defensa de la fortaleza.

Por último, tomemos el ejemplo del muro diafragma que se conserva en la alcazaba de Alcalá de Guadaíra (Sevilla), en la parte edificada por el marqués de Cádiz en el mismo contexto de conflictos civiles del caso de Medellín. El marqués, enfrentado con los Guzmanes por el control del alfoz hispalense, se personó un buen día allí, tomó posesión del castillo con el eficaz argumento de "aquí están mis cojones", mandó a paseo al alcaide y a la guarnición sustituyéndolos por tropas fieles a su persona, y mandó construir un pequeño reducto en el ángulo occidental del recinto que acogía a una potente albarrana reciclada en torre del homenaje y un aljibe construido en la superficie. El marqués sabía que su presencia allí sería cuestionada por todo el mundo, así que no perdió el tiempo y mandó reforzar su reducto con  un muro diafragma provisto de todo lo necesario para rechazar a cualquier enemigo que, para avanzar, tendría que hacerlo a pecho descubierto a lo largo del amplio patio de armas que se extendía ante el muro. Como vemos en las fotos, disponía de foso, que originariamente sería bastante más profundo, y de troneras de cruz y orbe tras las cuales había cámaras de tiro lo bastante amplias como para que los arcabuceros pudieran manejarse con cierta comodidad. Aparte del efecto disuasorio del diafragma tenemos, según se aprecia en la imagen superior, dos torres (marcadas con flechas rojas) que ayudarían a rechazar un ataque y que, como vemos, cortaban el paso del adarve caso de que el enemigo lograra hacerse con el control del mismo, y a eso habría que añadir la terraza que formaba la techumbre del aljibe y las dependencias anejas que, provista de su correspondiente parapeto, añadiría una dificultad más a los posibles encargados de desalojar al belicoso marqués. 

En fin, supongo que con estos ejemplos quedará claro para qué servían estos muros interiores.

Hale, he dicho...

La foto muestra el interior del alcázar de Niebla, en Huelva. En este caso, el diafragma separaba la zona palaciega
de la militar, creando gracias a su enorme altura dos recintos totalmente diferenciados. En primer término se pueden
ver los restos del amplio patio porticado del alcázar de los Guzmanes, mientras que tras la zona sombreada que une
los dos fragmentos del diafragma que se conservan estarían las dependencias de servicio para la guarnición, cuadras,
almacenes, etc. Es probable que este muro careciese de vanos que comunicaran ambas partes del recinto,
permitiéndose el paso de un lado a otro a través de las torres situadas en los extremos del mismo.

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