miércoles, 20 de abril de 2016

Lanzas en ristre




Hasta las suegras conocen esa expresión, ¿o no? De hecho, incluso hay quien la parafrasea con aviesas intenciones de dudosa moral aludiendo a su miembro viril, pero la cuestión es que, en realidad, esa pieza de la armadura es quizás la más desconocida en lo referente a su creación y, sobre todo, su verdadero uso. Apostaría diez raciones de gambas blancas de Güerba a que la inmensa mayoría de los que me leen dan por sentado que ese chisme servía para apoyar la lanza, y en ese caso podría verme devorando gambas durante 84 lustros por lo menos porque están en un error. Pero vayamos por partes que las prisas son malísimas, así que empecemos por donde hay que empezar las cosas, o sea, por el principio.

El término ristre tiene una etimología incierta. No obstante, Covarrubias ya lo definió con toda claridad en su Tesoro de la Lengua Castellana diciendo que "es un hierro que el hombre de armas ingiere en el peto, a la parte derecha donde encaxa el cabo de la manija de la lança para afirmar en él. Dixose así porque se detiene allí la lança, y se afirma." O sea, que el propósito de esta pieza no era sostener la lanza, que para eso tenía el jinete fuerzas de sobra, sino para impedir que saliera despedida hacia atrás en el momento del impacto. El brazo por sí solo no tenía la resistencia necesaria para retener la lanza cuando esta chocaba contra la armadura de un enemigo, así que hubo que inventar algo que no lo dejara desarmado y, de paso, que le evitase una luxación en el hombro o algo peor. Para corroborar este concepto nos podría bastar la definición de ristre en francés: arrêt de cuirasse, que podríamos traducir como tope de coraza o algo así, por lo que vemos que, en efecto, su misión era detener la lanza, no sujetarla ¿Que por qué no se usaba antes, y por qué en tiempos anteriores los caballeros no tenían ese problema? Pues no es difícil de dirimir...

Cualquiera que contemple esa miniatura afirmará posiblemente que los dos caballeros coronados de la miniatura de la derecha tienen sus lanzas enristradas o en ristre. Sin embargo, carecen de dicha pieza en sus lorigas, y se limitan a sujetar sus lanzas bajo la axila, o sea, las embrazan. Como vemos, son lanzas convencionales, de unos 3,5 metros de largo y formadas por una asta de fresno de no más de 3 o 4 cm. de diámetro y una moharra en forma de hoja de laurel. Decir que esos caballeros llevan la lanza en ristre es como si el jefe de una cuadrilla de arqueros ordenaba disparar dando la voz de "¡Fuego!", como aparecen en tantas películas. En definitiva, es un anacronismo como una catedral. Además, ellos no precisaban del ristre porque la armadura de sus enemigos, constituida por la loriga y el perpunte, podía ser perforada con el empuje y la fuerza de su brazo, de modo que la resistencia con que se encontraban en el instante del impacto era perfectamente soportable. Se pasaba de lado a lado al enemigo cual pinchito moruno y santas pascuas.

Sin embargo, con el paso del tiempo, como ya hemos visto en diversas entradas dedicadas a la evolución del armamento defensivo en la Edad Media, éste fue haciéndose cada vez más resistente, adoptando piezas en forma de placas con un grosor tal que las lanzas de siempre lo tenían cada vez más difícil para perforarlas. Debido a ello, dichas lanzas tuvieron que sufrir diversas modificaciones para poder vulnerar las cada vez más sofisticadas corazas al uso, por lo que las moharras en forma de hoja de laurel quedaron obsoletas y hubo que trocarlas por otras prismáticas, básicamente iguales que las de un cuadrillo de ballesta. A la derecha podemos ver tres ejemplares que, como salta a la vista, difieren mucho de las lanzas empleadas antes del siglo XV. Las tres tienen forma de prisma cuadrangular, y su poder de penetración es muy elevado, tanto como para penetrar en una armadura de placas sin problemas. Son extremadamente gruesas, con la punta enteramente maciza y provistas de un generoso cubo de enmangue para fijarlas al asta.

Pero para ello no solo fue preciso que las moharras evolucionaran de la forma que hemos visto, sino también las astas de las lanzas. Un asta convencional no podía resistir un impacto semejante, por lo que hubo que engrosarlas de forma notable y darles la forma que solemos asociar con las lanzas de torneo. No obstante, conviene aclarar que esa morfología se usaba tanto en los deportes marciales como en la guerra, variando solo la decoración del asta y, lo más importante, la moharra.

Puntas jostradas para torneo
Recordemos que, en estos casos, se usaban puntas jostradas que no podían perforar una coraza. En la ilustración del párrafo anterior tenemos dos ejemplos, una acanalada para aligerarla de peso, y otra de menos diámetro pero maciza y provista de una arandela que protegía la mano. Obviamente, al ganar grosor hubo que reducir una parte para poder empuñarla. Era lo que se denominaba como manija, y justo tras ella era donde se colocaba el tope de hierro o cuero que, ajustado al ristre, serviría para detener el retroceso de la lanza en el momento del impacto. Este tope recibía el nombre de gocete. En definitiva, que la lanza no se apoyaba delante de la manija, como se suele pensar, sino precisamente detrás de ella, y la energía del golpe la absorbía el cuerpo en vez del brazo, que tendría que soltar la lanza para no dislocarlo.

Así pues, cuando se generalizó el uso de armaduras de placas hacia finales del siglo XV, el ristre se hizo una pieza indispensable para poder acometer a los enemigos provistos de dichas armaduras, dando lugar a diversas tipologías que veremos a continuación. Con todo, puede que alguno me diga que ha visto mogollón de petos sin este accesorio, lo cual es totalmente cierto ya que los arneses usados por la infantería o los destinados a justar a pie no lo necesitaban para nada. Por otro lado, es muy habitual ver corazas que lo han perdido, bien para colocarlos en otras o vete a saber. Lo cierto es que, como vemos en esa pieza de la derecha, los agujeros en el costado derecho delatan que ahí hubo en su día un ristre. La cuestión es que no era complicado quitarlos ya que, por lo general, iban sujetos mediante tornillos. Y, la verdad, no deja de ser un tanto misterioso el hecho de que armaduras completas como la que vemos en la foto de la derecha hayan sido desprovistas de su ristre. En fin, si alguno se le da bien lo de la ouija esa, pues que invoque a un caballero renacentista y nos informe de lo que le cuente. Veamos ahora las diferentes tipologías de ristre que se crearon.

Ese peto pertenece a un arnés de guerra procedente de la armería del duque de Baviera, y está datado hacia 1510. Como vemos, es una pieza bastante simple en forma de gancho para asegurar mejor el cabo de la lanza. Dicha pieza está fijada con una bisagra a una pletina que está unida al peto mediante dos remaches o tornillos. El motivo de hacerlo giratorio no era otro que, una vez perdida la lanza en combate o al soltarla tras el primer choque, plegarlo para que no estorbara a la hora de manejar la espada, la maza o cualquier otro tipo de arma. Por lo general, ese tipo de ristre tan sencillo es más habitual en arneses de estilo alemán. Veamos otro.

Ese es similar al anterior, y podemos verlo plegado sobre el peto. Está fabricado en Brescia, en el taller de Pietro da Castello, y su datación es hacia 1470-80. Cuestiones decorativas aparte, este ejemplar sigue la misma pauta de diseño que el anterior: ristre en forma de gancho unido al peto mediante una bisagra. Otra de las razones que obligaban a plegarlo era la posibilidad de que se trabase en ellos el varaescudo que protegía la axila del combatiente, en cuyo caso esta quedaba expuesta a los golpes de los enemigos en un lugar en que la única defensa era el jaco de cuero forrado de malla que se vestía bajo la armadura.

Naturalmente, había tipologías más complejas, como el que vemos a la izquierda. Pertenece a un arnés del emperador Fernando de Alemania, el hermano de Carlos I. Se trata de una pieza de lo más sofisticada ya que, como se puede ver, es regulable en altura. Bastaba remover los tornillos para subirlo o bajarlo a fin de que estuviera a la altura más cómoda. Y para impedir que se abriera de forma accidental durante el combate, se puede ver el resorte que lo bloqueaba en la posición de plegado. Para liberarlo solo había que pulsarlo en la parte superior. Por lo demás, el dentado no tenía otra finalidad que ofrecer una superficie irregular al gocete de la lanza para impedir que resbalase hacia fuera.

Otra tipología podemos verla a la derecha. En este caso, no se trata de un ristre plegable, sino removible, destinado por lo general a los arneses de justa. Como vemos en la imagen del peto, en este se fijaban unas pontecillas, que son las cuatro piezas cuadrangulares colocadas en hilera. En dichas piezas, que estaban perforadas por el centro, era donde se encajaba el ristre, tras lo cual se fijaba al peto mediante un pasador tal como vemos en las fotos de los detalles. Dicho pasador posiblemente estaría unido mediante una cadenilla al peto para no perderlo. En estas imágenes se puede apreciar la solidez de este tipo de ristres si bien, para hacernos una idea de los descomunales encontronazos que se propinaban en aquellos agitados tiempos, basta leer un fragmento del Passo Honroso de Suero de Quiñones en el que éste, tras un encuentro, "se le quebraron las pontecillas del ristre", o sea, que el empuje de la lanza hacia atrás partió esas cuatro piezas, "y a la vuelta se le desencajó la mano, y un poco el hombro", lo que quiere decir que sufrió dos luxaciones. Sin el ristre se podría decir que le habría arrancado el brazo de cuajo si no suelta la lanza. 

Pero no solo se proveían de ristres las armaduras convencionales, sino también las brigantinas. A la izquierda podemos ver un ejemplo, en este caso de una pieza perteneciente a Jakob von Ems que está datada hacia 1510. Es de manufactura florentina, y por si alguno no lo sabe, este tipo de armaduras no solo se usaban en combate, sino también en torneos. De hecho, esta que vemos era casi con seguridad parte de un arnés de justa ya que el ristre es fijo, lo que como ya se ha explicado suponía un inconveniente a la hora de meter mano a la espada. Por lo demás, conviene observar que, en este caso, el ristre está unido a la brigantina en la placa central, de un tamaño muy superior a las pequeñas launas que conformaban este tipo de coraza. De no hacerlo así, el golpe podría doblarlas fácilmente.

Estos ristres de arneses de justa, como ya hemos dicho, carecían por norma de cualquier tipo de articulación ya que, caso de usar luego el mismo arnés para combatir a pie, esa pieza se removía sin más, por lo que no era preciso tener un sistema que permitiera plegarlo a toda prisa. Además, solían ser piezas voluminosas, muy robustas y pesadas ya que en los torneos nadie intentaba esquivar la lanza enemiga, sino que ambos contrincantes se abalanzaban uno contra el otro como machos cabríos, por lo que el encontronazo bestial estaba garantizado. Un buen ejemplo lo tenemos en el arnés de justa real de Felipe el Hermoso, datado hacia 1498 y que podemos ver a la derecha. Se trata de una enorme pieza en forma de media luna fijada al peto mediante cuatro pontecillas. Obsérvese su generosa anchura, así como la del gocete de hierro tras la manija que señala la flecha roja. Dicho gocete, para asegurarse aún más al ristre e impedir que la lanza resbalara en el momento decisivo, está provisto por su parte trasera de unos grampones que lo dejarían literalmente clavado al ristre en cuestión. 

Solo nos resta mencionar una tipología usada exclusivamente en Alemania ya que se trata de una justa que solo se practicaba allí, el Gestech, del que ya hablaremos detenidamente un día de estos. En este caso, el ristre consistía en una pieza atornillada en el costado, directamente bajo la axila, en la que no solo se apoyaba la lanza por la parte delantera, sino también por el cabo de la misma. El motivo de esta peculiar disposición radicaba en que, en este tipo de justa, solo se podía impactar contra la tarja del adversario, y en vez de enfilar la lanza paralela al suelo se buscaba darle un poco de elevación para acertar en el punto justo. En todo caso, casi podríamos decir que este era un ristre totalmente atípico y creado únicamente para una finalidad muy concreta. Ya solo nos resta añadir que los ristres desaparecieron en el momento en que la caballería abandonó sus añejas lanzas para cargar con pistolas y espadas. Solo perduraron unos años más en los arneses de justa hasta que también estos deportes marciales vieron su fin porque ya no tenía mucho sentido invertir el dineral que costaba un arnés más el peligro de descalabrar al caballo, que costaba otra fortuna, cuando era un tipo de ejercicio ya obsoleto para la guerra.

En fin, espero que esta entrada haya resultado reveladora a vuecedes ya que, como hemos visto, los ristres no tenían la utilidad que la mayoría piensa.

Hale, he dicho




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