miércoles, 28 de septiembre de 2016

Curiosidades: el primer lanzallamas de la historia


No, el invento no se asemeja a lo que vemos aquí
Como ya se ha comentado alguna que otra vez, desde antes de los tiempos de Cristo los griegos sentían especial delectación cremando enemigos. De hecho, el famoso fuego griego no era sino el capítulo final de una larguísima tradición incineradora tal como ya pudimos ver en la entrada que se dedicó en su momento a las ingeniosas y, a la par, perversas recetas ideadas por estos ciudadanos y con las que podían convertir en un torrezno casi cualquier cosa. Por lo general, cuando hablamos de lanzallamas a todos nos viene a la cabeza el bizantino empuñando un rudimentario surtidor y que, encaramado en una especie de plataforma, se dispone a lanzar una rociada de porquería ardiente a una muralla. O bien la quizás más conocida imagen del tripulante de un pequeño dromon abrasando una embarcación enemiga como si tal cosa. Sin embargo, para conocer el origen de estos diabólicos artefactos tenemos que remontarnos algún tiempo más atrás, digamos unooosss... ¿once siglos tal vez? Sí, sí, no se extrañen vuecedes, el lanzallamas lleva inventado unos 2.500 años nada menos.

Tucídides (460 a.C.-395 a.C.)
La primera noticia acerca de la existencia de este ingenio se produce en el contexto de las Guerras del Peloponeso, un interminable y violento cambio de impresiones entre atenienses y espartanos que, junto a sus respectivos aliados, los tuvo sumamente entretenidos desde el año 431 al 404 a.C. Sí, 27 años de nada en los que se dedicaron a masacrarse bonitamente mientras que ambos estados se desangraban y empobrecían cada vez más. Esta guerra acabó con la otrora floreciente Atenas, relegada desde aquel momento a la irrelevancia absoluta, y dejó a Esparta más tiesa que la mojama aunque, eso sí, muy victoriosa. Entre los atenienses estaba Tucídides, un militar y, ante todo, enjundioso historiador que nos legó un relato exhaustivo del conflicto que nos ha permitido conocer la existencia de este lanzallamas primigenio del que hablaremos hoy. Tucídides fue enviado al mando de una flota para forzar al comandante espartano Brásidas a levantar el férreo cerco que mantenía sobre Anfípolis, fracasando en el intento. Esto le supuso ser exiliado durante veinte largos años, tiempo este que invirtió en pasearse por todas las zonas en conflicto y, de ese modo, poder compilar una minuciosa crónica del mismo que dio lugar a su "Historia de la Guerra del Peloponeso", herramienta imprescindible para conocer de forma rigurosa los entresijos del conflicto.

La referencia a esta  mechanai (mechanai, máquina) aparece en el Libro IV de la citada obra, cuando un ejército beocio formado por infantería pesada de Corinto, honderos, peltastas y la guarnición del Peloponeso entre otras unidades partieron para ocupar la isla de Delos, de apenas 3,5 km² de superficie, sitiando la fortificación defendida por una guarnición ateniense. Dicha fortificación estaba rodeada, al menos en parte, por una sólida empalizada formada por troncos trabados con plantas trepadoras por lo que, a la vista de lo enconado del asedio, decidieron cortar por lo sano e intentar incendiar la muralla. Obviamente, acercarse a la misma sabiendo que cientos de atenienses cabreados estaban deseando mearse en las calaveras de los beocios era suicida, así que fabricaron la máquina que describe Tucídides de forma un tanto somera pero que no deja lugar a dudas:

Serraron una enorme viga en dos mitades y las vaciaron de un extremo a otro tras lo cual volvieron a ajustar las dos mitades como si fuera un tubo, colgando en un extremo con unas cadenas una caldera conectada a un tubo de hierro que sale de la viga, la cual estaba en gran parte forrada de hierro. Lo cargaron  todo en unas carretas y lo llevaron hacia una parte de la muralla que estaba formada principalmente por vides y troncos, y cuando estaban cerca introdujeron enormes fuelles en el extremo de la viga y soplaron con ellos. La ráfaga de aire pasó por el angosto tubo hasta el caldero, que estaba lleno de brasas encendidas, azufre y brea, produciendo una gran llamarada y prendiendo la muralla, la cual se hizo insostenible por sus defensores que tuvieron que abandonarla y salir huyendo.

A la vista de este relato caben suponer dos cosas: una, que obviamente no era la primera vez que los beocios usaban semejante ingenio, por lo que su invención podría datar de algún tiempo antes. Y dos, que los ejércitos de la época ya contaban entre sus filas con mechanopoios (mechanopoios) o sea, ingenieros militares cuya misión consistía en diseñar y fabricar la maquinaria adecuada para facilitar los asedios porque esa virguería de taladrar un tronco como si fuese una flauta a lo bestia para, a continuación, poner en un extremo una caldera llena de porquerías ardientes y soplar para inflamarlas e incendiar la muralla enemiga no se le ocurre a cualquier cantamañanas aunque sea el cuñado del stratego. Sea como fuere, esta es la recreación que hemos hecho de la máquina:


Dando por sentado que los ejércitos de la época no llevaban consigo demasiados bastimentos para estos fines hemos optado por mostrar los típicos carros destinados al transporte de impedimenta y que se emplearon para acarrear el ingenio. El caldero es uno de los que se podría emplear para la elaboración del rancho, fabricado de cobre como era habitual en la época. En cuanto al forro metálico, pues hemos puesto simples chapas de hierro ya que el mismo Tucídides especifica que estaban fabricadas con ese metal. Los fuelles- hemos puesto dos ya que el término aparece en plural en la crónica- podrían haber sido requisados en cualquier herrería o incluso ser parte de la impedimenta del ejército que, como todos, llevaban consigo un herrero para que solucionase los mil y un problemas derivados del deterioro del armamento, herraduras de caballos y mulos, etc.

En cuanto al funcionamiento de este ingenio, no podía ser más elemental. El caldero lleno de azufre y brea en contacto con las brasas solo necesitaba un buen chorro de aire para que éste impulsase la mezcla, la cual se inflamaría instantáneamente. Además de fuego se producían gases bastante venenosos debido al azufre, por lo que la llamarada desprendería una nube asquerosa que irritaría gravemente las vías respiratorias de los defensores de la empalizada, pudiendo incluso asfixiar y/o envenenar a todo aquel que no saliera echando leches de allí. Los fuelles producirían una buena cantidad de aire que, gracias a lo angosto del conducto, alcanzaría una elevada presión, aumentando así la virulencia del fuego y el alcance de la llamarada. Por otro lado, la viscosidad de la brea aumentaría el poder destructivo del fuego ya que se pegaría tanto a la empalizada como a los defensores que cayeran bajo su radio de acción.


En definitiva, algo así como lo que vemos en la ilustración superior. Como es lógico, a pesar de lo "avanzado" del diseño su alcance tampoco sería lo que se dice una maravilla, pero más que suficiente para achicharrar todo lo que estuviera a unos cuantos metros del caldero. De ahí seguramente el hecho de blindar gran parte del ingenio ya que, precisamente por la necesidad de aproximarse a la muralla, era imperioso protegerlo de los enemigos. La aproximación no requeriría ninguna maniobra especial más allá de proteger a los que empujaban la máquina con escudos, así como a los encargados de accionar los fuelles. Y, según Tucídides, su eficacia quedó sobradamente demostrada ya que el incendio producido obligó a rendir la fortaleza, ocasionando un número indeterminado de bajas y doscientos prisioneros entre los defensores, mientras que el resto de la guarnición reembarcaron en sus naves y huyeron.

Vasija que muestra a dos griegos preparando porquerías
incendiarias en sendos calderos
Por otro lado tenemos que reseñar que no es esta la única vez que el ingenio aparece en el relato de Tucídides. Un poco más adelante hace referencia a la toma de la fortaleza de Lecito, situada en una colina en las cercanías de la población de Torone. En esta ocasión, los atenienses, que al parecer ya tenían conocimiento de la existencia del lanzallamas beocio, hicieron acopio de agua para defender la maltrecha muralla del fortín. Sin embargo, el peso de los toneles y recipientes que acumularon en una construcción cercana a la muralla acabó por echarla abajo, optando los defensores por batirse en retirada dejando la fortaleza en manos de sus enemigos. Estos dos hechos ocurrieron en el año 424 a.C., y ciertamente son una preclara muestra del ingenio desarrollado por los griegos. Nunca podrían imaginar que veinticinco siglos después su invento para quemar empalizadas cobraría un inusitado interés por parte de los ejércitos occidentales para poder masacrar más y mejor al prójimo.

Bueno, no me enrollo más.

Hale, he dicho

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