Testimonio de un british (Dios maldiga a Nelson) que tomó parte en la batalla de Waterloo:
"Esperábamos un ataque de la infantería enemiga con nuestras líneas preparadas y apenas castigadas por el fuego de la artillería. De repente vi como el sargento que inspeccionaba nuestra alineación se detuvo. Yo no entendí el motivo hasta que sentí un hormigueo por las piernas. El suelo empezó a temblar y me invadió una gran angustia. (...) Mi vecino, el veterano Millan, abrió la boca como si fuese a quejarse, pero se quedó mudo de repente, dejando caer al suelo su pipa de arcilla. No la recogió. Se había quedado petrificado"
La inconfundible estampa de un coracero francés |
El motivo de tan repentina desazón fue debido a que la carga de bayonetas que esperaban era en realidad una carga de coraceros que dejó al personal con los testículos del tamaño de perdigones, más acojonados que por la visita repentina de seis cuñados con hambre atrasada. Y es que al pan, pan, y al vino, vino: cuando se menciona el término "coracero" nadie se acuerda de que los demás ejércitos europeos disponían de tropas similares, y lo que a todos se nos viene a la mente es la imagen de un coracero gabacho (Dios maldiga al enano corso). Justo es reconocerlo a pesar de que nuestros vecinos del norte me caen peor que si todos fuesen cuñados míos, pero la verdad no tiene más que un camino, ergo debo reconocer y reconozco que los regimientos de coraceros de la Grande Armée marcaron un hito en la historia militar del siglo XIX. De hecho, y como ya se ha comentado en alguna ocasión, incluso en los albores de la Gran Guerra partieron al frente unidades de coraceros con sus cascos adornados con crines, sus corazas pulidas y sus espadas. Naturalmente, no pasó mucho tiempo hasta que los apearon de sus briosos pencos para que pudieran palmarla como auténticos y verdaderos héroes frente a las Maxim tedescas, pero este hecho demuestra la longevidad de este tipo de tropas aunque por aquellos años tenían ya menos utilidad que un político y estaban más obsoletos que un reloj de arena.
Bien, hecho este breve y belicoso introito para ponernos en situación, iremos al grano. Obviamente, este tema es demasiado extenso para comprimirlo en una sola entrada, así que elaboraremos una pequeña monografía en la que iremos estudiando por separado la historia de este cuerpo, su forma de combatir, su armamento, etc. De ese modo, cuando pongan en algún canal de los tropocientos que hay en antena alguna película o serie ambientada en las guerras napoladrónicas podremos mirar desafiante al cuñado que está acabando con nuestras reservas de malta de 12 años y, de ese modo, tomarnos cumplida venganza humillándolo bonitamente con nuestros conocimientos coraceros.
Oficial del 8º Rgto, de Caballeria en 1791. Obsérvese la coraza que posteriormente sería de uso común en el cuerpo de coraceros |
Antes de que el enano se hiciera con el poder ya había en Francia unidades de caballería pesada. De hecho, en 1791 se llevó a cabo una profunda reforma en el ejército de la cual surgió, entre otras cosas, la formación de hasta 28 regimientos de caballería pesada que incluían dos de carabineros y que, posteriormente, se redujeron a 24 cuando el enano anti-cristo alcanzó el consulado en 1799. Originariamente, de todas estas unidades, solo el 8º Rgto. de Coraceros del Rey estaba equipado con corazas desde tiempos anteriores a la revolución, mientras que el resto eran simples regimientos de caballería de línea formados de tres escuadrones (cuatro en el caso de los carabineros) a su vez divididos en dos compañías. Posteriormente, en 1793, se aumentaron todos los regimientos en un escuadrón más a medida que se reducía el número de unidades.
Al parecer, la idea de crear unidades de coraceros surgió a raíz de la batalla de Marengo (14 de junio de 1800) cuando, teniéndola prácticamente perdida a manos de los austriacos tras seis horas de lucha, el general François Kellerman aprovechó el desconcierto creado en las filas enemigas por la explosión de un tren de artillería y lanzó una carga de caballería pesada que puso en desbandada a los austriacos, que cedieron el campo a sus enemigos. El enano, que era listo como el hambre, se dio cuenta rápidamente de que el uso de formaciones de caballería pesada empleadas en el momento justo podían ser decisivas, y que mientras que los húsares, lanceros y dragones eran válidos para escaramucear, perseguir al enemigo u hostigar el avance de las formaciones del adversario, un ataque en masa de caballería fuertemente armada podía romper las líneas enemigas, partir en dos un ejército y, en definitiva, ganar la batalla rápidamente si se sabían manejar los tiempos con astucia.
Coracero del 1er. Regimiento |
Así pues, el 10 de octubre de 1801 se formó el 1er. regimiento de coraceros fusionando el 1º y el 8º regimientos de caballería pesada, y como los del 8º era el único que disponía de corazas, más por tradición que por otra cosa, toda la unidad fue equipada con las mismas. Justo un año más tarde, el 12 de octubre de 1802, se formaron los regimientos 2º, 3º y 4º, y el 23 de diciembre siguiente el 5º, el 6º y el 7º. El motivo de la tardanza en ir formando estas unidades era debido a lo costoso de su equipación, de la que hablaremos detalladamente más adelante. De momento, y para hacernos una idea, solo la coraza costaba el equivalente a cuatro meses y medio de la paga de un coracero raso. En 1804, todos los antiguos regimientos de caballería pesada habían sido reciclados en coraceros, viendo reducido su número a un total de 12 regimientos de cinco escuadrones cada uno y con dos compañías por escuadrón nutridas por 102 hombres. Finalmente, en 1808, el 1er. Rgto. Provisional de Caballería Pesada pasó a convertirse en el 13º Rgto. de Coraceros, y en 1810 se formó el último, el nº 14, con los hombres del 2º Rgto. de Coraceros Holandeses. Que a nadie extrañe este batiburrillo de unidades que se disuelven para dar lugar a otras. En todas las épocas ha sido una norma habitual modificar tanto unidades como los efectivos de las mismas según el empleo táctico que se les quería dar y las necesidades del momento. También solía ocurrir que, cuando una determinada unidad era aniquilada, en vez de volver a formarla se prefería disolverla definitivamente y traspasar los escasos efectivos supervivientes a otra unidad.
La composición de la oficialidad de cada regimiento era como sigue: al mando del mismo estaba un coronel al que le seguían por rango un mayor, dos jefes de escuadrón, dos adjuntos del mayor, un pagador, un cirujano, un ayudante mayor, dos sub-ayudantes mayores, dos adjuntos, un brigada trompeta, un veterinario y seis maîtres (maestros) que eran los sastres, herradores, zapateros, armeros y talabarteros que se dedicaban al mantenimiento en general. En cuanto a las compañías, estaban al mando de un capitán seguido de un teniente, un teniente segundo, un maréchal de-logis-chef, que era el jefe encargado del alojamiento de las tropas asistido por cuatro maréchaux-des-logis, un furriel, ocho brigadas, un corneta y 82 hombres. No obstante, estas cifras no eran en modo alguno absolutas ya que, como ha sido siempre habitual en todos los ejércitos, una cosa son los efectivos teóricos y otros los reales, habiendo diferencias de hasta 100 hombres de un regimiento a otro.
Lancero francés hacia 1812 |
Bien, la cosa es que el pequeño tirano corso supo sacarle jugo a su idea, y tan entusiasmado estaba con ellos que, haciendo un símil con el ajedrez, afirmaba que "el arma de coraceros es la reina de los movimientos, siendo útiles antes, durante y después de la batalla". De hecho, tenía muy claro que no debía usarlos así como así, y los hacía permanecer en reserva para que actuasen sola y únicamente cuando era imperioso descargar un golpe decisivo al adversario que decantase la batalla a su favor. De ahí que, por norma, jamás fueran destinados a misiones de enlace, hostigamiento, escoltas o cualquier otro cometido que pudiera mermar sus efectivos o tenerlos ocupados en otra cosa si eran requeridos. Para esas cuestiones dedicaba a sus unidades de caballería ligera, especialmente húsares y lanceros. Estos últimos eran especialmente útiles a la hora de perseguir a un enemigo en desbandada, ensartándolos con sus lanzas como si fueran pinchos de tortilla.
Caballo tordo andaluz, una joya sobre cuatro patas |
Como ya podemos suponer, ingresar en estos regimientos de élite no estaba al alcance de cualquiera ya que, por norma, solo se aceptaban hombres de una estatura aventajada, de al menos 1,70, lo que en aquella época implicaba ser un hombre alto. Y aparte de estatura se requería corpulencia, o sea, hombres fuertes capaces de manejar con soltura la pesada espada de 1,1 kg. reglamentaria en el arma de coraceros. Si a alguien le parece poco peso, recuerden que las aparentemente pesadas y anchas espadas medievales solían pesar 100 o 150 gramos menos. Y para hombres grandotes y fornidos se requerían caballos poderosos, naturalmente. Por norma, los regimientos de coraceros requerían animales de entre 4 y 4 años y medio de una alzada que, dependiendo de la época y la disponibilidad, oscilaba entre los 154 y 160 cm., o sea, los más grandes de toda la caballería francesa. Aparte de caballos de razas francesas, especialmente de la Normandía, el enano iba arramblando con todo lo que podía durante sus insaciables saqueos, siendo muy valorados los boulonnais flamencos, unos enormes pencos de hasta 650 kilos con sangre española en sus venas, hannoverianos, holsteiners y, faltaría más, caballos españoles, los mejores del planeta, qué carajo. De hecho, los gabachos los consideraban especialmente valerosos tanto en cuanto se enfrentaban con los fieros toros de lidia en las corridas que tanto sorprendían a aquellos saqueadores de tumbas.
Boulonnais de Flandes. El ejército francés compró miles de caballos de esta raza para los regimientos de coraceros. Obsérvese su alzada y su poderoso aspecto |
El precio de estos animalitos variaba de forma ostensible ya que no se entregaba un caballo de igual calidad a un guripa que a todo un coronel. Así, el precio de un caballo "raso", por decirlo de algún modo, podía oscilar entre los 500 y los 700 francos de la época, mientras que un coronel tenía asignados 500 francos mensuales solo para la adquisición de sus caballos, y decimos "sus" porque se le asignaban entre 4 y 6, que para eso era el mandamás. Como comparación, el precio de un caballo para un húsar era de solo 100 francos, o sea, la quinta parte que el de un simple coracero. Como podemos imaginar, el gasto en caballos era abrumador. Entre los que enfermaban, los que acababan lisiados y los que palmaban en combate hablamos de decenas de miles de pencos cuyas osamentas siembran la Europa toda, desde las estepas rusas hasta el estrecho de Gibraltar. Ya lo decía el enano: para ganar una guerra solo hacen falta tres cosas: dinero, dinero y dinero, y mientras que un caballo normal costaba 500 francos, una libra de pan salía por 1,35, una de mantequilla 2,5, y la paga mensual de un coracero raso era de 9 francos, de modo que comprar uno de aquellos bichos es equivalente a un soldado moderno que se quisiera comprar un Mercedes.
Por otro lado se tenía la costumbre de diferenciar los escuadrones de cada regimiento por el color de sus caballos, lo cual era especialmente útil a la hora de atisbar los movimiento de la unidad desde lo alto de un cerro catalejo en mano o, menos dicho, en ojo. Así, tanto para la caballería ligera como la pesada, el primer escuadrón montaba sobre caballos negros, el segundo bayos, el tercero castaños, y el cuarto caballos tordos. No obstante, a medida que las guerras del enano avanzaban era cada vez más complicado dar con animales cuyas capas casasen con los requerimientos cromáticos de cada unidad, así que hubo que dejar de lado esa norma si bien algunos coroneles se empeñaban en mantenerla a ultranza aunque por norma se aceptó la costumbre prusiana de que los regimientos de coraceros debían usar caballos de capa negra porque se consideraba que eran de más calidad, vete a saber por qué.
Carga en orden cerrado, formando literalmente una muralla que avanza hacia el enemigo |
En cuanto al empleo táctico de las unidades de coraceros, el enano maldito los sacaba a relucir solo cuando era preciso asestar el golpe final, como ya hemos dicho anteriormente, o para repeler cargas de caballería pesada enemiga. En el primer caso solían actuar con el apoyo de la artillería, que durante el avance iba abriendo huecos en la filas enemigas para, una vez llegados al contacto, tener más facilidad para infiltrarse entre las mismas. Los coraceros cargaban formando dos oleadas. La primera, que es evidente que era la de los pringados, era la que se llevaba las descargas de fusilería mientras que la segunda aprovechaba el lapso de tiempo que suponía la recarga de los mosquetes para caer como una tromba contra el cuadro de infantería enemiga y deshacerlos.
Contrariamente a lo que solemos ver en el cine, las cargas no eran una carrera alocada donde cada uno iba a la velocidad que quería o podía, dando lugar a que la formación se descompusiera. Eso sería un chollo para la infantería, que tendría muy fácil rechazarlos ya que carecerían del empuje necesario. Por ello, se insistía en que las formaciones de caballería debían cargar estribo contra estribo manteniendo el paso para, posteriormente, acelerar hasta el trote y llegar al galope solo en los últimos metros, lo que no solo permitía mantener el orden sino también no forzar a las monturas y mantenerlas lo más descansadas posible. Otro camelo es que durante todo el trayecto el jinete avanzaba manteniendo la espada con el brazo extendido, lo que lo agotaría rápidamente. La realidad es que cuando llegaban los momentos previos al contacto era cuando se extendía el brazo con cierto grado de inclinación hacia el cuerpo, pero manteniéndolo perpendicular al mismo, con la hoja de la espada un poco cruzada (véase grabado superior). Esa posición obedecía a dos razones: una, impedir que la rigidez del brazo produjese una lesión o le hiciese salir disparado de la silla al clavar la espada. Y la otra, impedir que una espada enemiga resbalase por la hoja, se deslizase sobre las guarniciones y saliese despedida entre la espada del jinete y su cuerpo, lo que podría cortarle el brazo limpiamente a la altura del codo. Además, inclinaban el cuerpo hacia adelante para que la cabeza y el cuello del caballo les protegiese de las balas enemigas. Esto ya se explicó en su día, pero merece la pena recordarlo. Por último, justo antes de llegar al contacto se alzaban sobre los estribos y se exclamaba fieramente el grito de guerra: "Vive l'empereur!", o sea, "¡Viva el enano!", y empezaba la fiesta. Así pues, esas cargas de tropocientos kilómetros a galope tendido enfilando al enemigo con la espada son el enésimo camelo cinematográfico que casi todo el mundo toma como artículo de fe porque queda como muy gallardo y heroico en la gran pantalla. Recordemos una vez más que el éxito de una carga radicaba en el empuje de una masa de animales que, por naturaleza, no querían chocar contra un obstáculo aunque fuese un recluta canijo, por lo que el triunfo o el fracaso de la misma dependía del buen orden y de la disciplina.
Bueno, con esto vale por hoy. Como se suele decir en estos casos, "continuará..."
Segunda parte pinchando aquí
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Hale, he dicho
El coronel del regimiento se dispone a ocupar su posición antes de iniciar la carga. |
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