Lo que son las cosas... Acabo de darme cuenta de que hemos dedicado varias entradas a dar cuenta tanto del origen como de la simbología de las SS mientras que, no sé por qué, aún no hemos hecho lo propio con las SA, las Secciones de Asalto que, hasta la Noche de los Cuchillos Largos y el apiolamiento de Röhm y demás gerifaltes de las temibles Sturmabteilung, fueron la fuerza de choque del NSDAP que, además, acapararon el poder que otorga el verse respaldado por un ejército privado de dos millones de hombres dispuestos a todo.
Miembros de un Freikorps junto a una autoametralladora. Hay que reconocer a si algo motiva a un tudesco es una puñetera calavera |
Puede que más de uno se pregunte como pudieron proliferar en la Alemania de la posguerra tantas organizaciones de tipo paramilitar, primero tras de la creación de los Freikorps destinados a acabar con la revolución marxista surgida a raíz del Armisticio como, posteriormente, en algunos partidos políticos. La razón es bien sencilla: la sociedad alemana, que tras la unificación de 1871 había absorbido el espíritu militarista y jerarquizado de los prusianos, valoraba por encima de todo la impresión de disciplina y orden que representaba el ejército o cualquier otra organización gubernamental, desde la policía a los simples carteros. La milicia implicaba fuerza, elevados principios éticos y morales, patriotismo y, sobre todo, autoridad. Por lo tanto, cualquier probo ciudadano revestido con un uniforme era automáticamente respetado y considerado como un buen alemán. Pero, al mismo tiempo, su presencia implicaba una amenaza latente, una sensación de indefensión ante un grupo de hombres que no dudarían en hacer uso de la fuerza de forma expeditiva y brutal, lo que de entrada servía para reducir en mayor o menor grado las ganas de mostrar su disconformidad entre los que asistían a los desaforados discursos de herr Hitler, el ex-cabo del ejército imperial que seducía a las masas con su verborrea y su estudiada gesticulación para enervarlos hasta el paroxismo.
Pero, como ya podemos imaginar, no solo los nazis contaban entre sus miembros sujetos bragados, ex-combatientes de la Gran Guerra a los que liarse a palos o a tiros con aquellos que pensaban diferente no suponía ningún problema. Hombres que durante varios años habían saboreado largo y tendido el espanto de la guerra de trincheras, que había visto morir a decenas o cientos de compañeros y que, a su vez, habían matado a sus enemigos mirándolos directamente a los ojos no se iban a acoquinar así como así. Por esa razón, los principales adversarios de los nazis, los comunistas y los socialistas, no tenían el más mínimo reparo en presentarse en los mítines del ciudadano Adolf a formar gresca para reventarle el discurso. Unos discursos que, por cierto, contenían una virulencia verbal bastante elevada, lo que no contribuía precisamente a aplacar los exaltados ánimos del personal, sino todo lo contrario. Su enconado odio contra los "traidores de noviembre" que firmaron el Armisticio, su desmedida demagogia y su capacidad para saber decir lo que la gente quería oír lo convertían en un adversario político temible a pesar de que su pequeño partido estaba aún en pañales y era prácticamente irrelevante en la escena política de la inmediata posguerra.
No hay una fecha fundacional concreta para las SA porque, en realidad, surgieron de forma espontánea precisamente para contrarrestar a los grupos de adversarios políticos que acudían a los mítines del ex-cabo Adolf para liarla parda. Un poco hartos de estas incursiones, optaron por reunir a un pequeño grupo de diez hombres con vistas a mantener el orden en un mitín que tendría lugar el 24 de febrero de 1920 en una de las enormes cervecerías muniquesas donde estos ciudadanos intentaban atraer adeptos a su causa. En este caso era la Hofbräuhaus, un local con aforo para 2.000 personas. Como era de esperar, en cuanto Hitler tomó la palabra los comunistas y socialistas presentes en la enorme sala empezaron a abuchearlo y a armar jaleo, por lo que el reducido pero combativo grupo, ayudado por varios asistentes que debían simpatizar con las ideas del NSDAP, se liaron a palos con los revoltosos, expulsándolos en menos que canta un gallo. Esta breve pero impetuosa bronca hizo que muchos de los presentes, que como buenos tudescos apreciaban las acciones expeditivas, se empezaran a tomar cada vez más interés por las ideas nacionalistas y pangermanistas del ciudadano Adolf. Al cabo, a muchísima gente le suele atraer la violencia, y sumarse a los que la practican ha sido y es el motivo por el que, a estas alturas, aún sigan existiendo grupos radicalizados especialmente agresivos con todo aquel que no comulgue con su ideario o sus valores.
Johann Klintzsch (1898-1959) |
A partir de aquel día, cada vez que Hitler tenía que dar una de sus farragosas charlas pedían varios voluntarios para mantener el orden hasta que llegó un momento es que estaba claro que lo suyo era crear una serie de unidades de seguridad con su correspondiente escala de mandos y un mínimo de organización. Estos grupos se nutrían de ex-combatientes y antiguos miembros de los Freikorps que, como comentábamos más arriba, poseían las suficientes dosis de testiculina como para convertirse en verdaderos energúmenos si llegaba el caso. La organización recayó en Johann Ulrich Klintzsch, un ex-teniente de la Armada Imperial que había formado parte del Freikorps Ehrhardt. De hecho, inicialmente le ofrecieron el puesto al creador del mismo, el ex-capitán de corbeta Hermann Ehrhardt, pero declinó la oferta por considerar al partido nazi, en aquellos tiempos aún insignificante, como poca cosa para un personaje célebre como él, así que recomendó a Klintzsch, que aceptó sin problemas.
Desfile de las SA en Nuremberg en septiembre de 1923. En esa época aún usaban el uniforme gris del ejército imperial |
Para ingresar en estos grupos se requería lo habitual en estos casos: lealtad por encima de toda duda, ser ideológicamente incuestionable y, por supuesto, estar dotado físicamente para defender a los líderes del partido cuando fuese preciso. Inicialmente fueron bautizados con el nombre de Ordnertruppen (Tropas de Orden), si bien de cara a la galería se recurría a otra denominación menos agresiva con el fin de no ser ilegalizados por la policía o la Comisión de Control de los Aliados que aún vigilaba que los belicosos tudescos no se organizaran de cara a tomarse venganza por la derrota. Dicha denominación, Turnvereine (Asociación de Gimnasia), no era lógicamente más que un eufemismo para ocultar su verdadera finalidad, que iba más allá de la protección de los miembros del partido. Según una proclamación del NSDAP del 3 de agosto de 1921, la Turnvereine "... era un medio para reunir a nuestros miembros jóvenes en una organización poderosa con el propósito de utilizar la violencia como una fuerza ofensiva a disposición del movimiento".
SA con el uniforme primitivo |
La primera unidad creada para proteger al futuro führer estaba compuesta por un reducido grupo de hombres de toda confianza al mando de Emil Maurice, y que contaba entre otros con Ulrich Graf, Hermann Esser, Christian Weber, Josef Bertoldch, que sería luego el primer Reichsführer de las SS, Julius Schaub y un ex-teniente de aviación llamado Rudolf Hess, miembro además, como otros nazis en ciernes, de la Thule-Gesellschaft (Sociedad Thule), un grupo dedicado al estudio de los orígenes de la raza aria, así como diversas disciplinas relacionadas con el más exacerbado racismo. Así pues, estas Ordnertruppen comenzaron su andadura con un nombre y una indumentaria que no tenían nada que ver con los que todos solemos identificar a las SA. Inicialmente usaban prendas de origen militar que procedían de los excedentes del Ejército Imperial, por lo que vestían una guerrera gris y calzones de montar del mismo color. La prenda de cabeza era la típica gorra de esquí usada en Baviera, básicamente la misma que empleaban las unidades de montaña, y como calzado botas altas o bien de media caña con las vendas reglamentarias, todo ello en función del poder adquisitivo de cada cual ya que, al principio, cada uno se pagaba su uniforme, lo que explica la disparidad o incluso la inexistencia de los mismos en las fotos de los primeros tiempos de las SA. Como distintivo usaban un brazalete rojo con una cruz gamada dentro de un círculo blanco diseñado personalmente por el ciudadano Adolf. Sí, no se me extrañen. Estos aguerridos sujetos fueron los primeros en emplear el archiconocido brazalete que luego fue prenda común en todas las organizaciones del partido.
Emil Maurice (1897-1972) |
El nombre de Sturmabteilung no surgió hasta 1921, concretamente el 5 de octubre de aquel año cuando, tras una monumental bronca en la Hofbräuhaus en la que 80 miembros de las Ordnertruppen les dieron para el pelo a unos 800 comunistas, el mismo ciudadano Adolf, que para esas cosas era un verdadero lince, los comparó con las famosas y temibles Sturmtruppen de la Gran Guerra. Así, de forma un tanto informal, nació el nombre cuyas siglas se convertirían en sinónimo de violencia llevada al límite. Pero, como digo, Hitler era en estas cuestiones un profundo conocedor de la mentalidad de sus paisanos, y eso de pertenecer a una formación cuyo nombre tenía unas connotaciones tan relacionadas con las más selectas tropas del antiguo Ejército Imperial hizo que a muchos ex-combatientes y ex-miembros de los Freikorps les resultase atrayente unirse a la misma. Al cabo, muchos de los miembros de las SA eran en realidad inadaptados, hombres que tras varios años en el frente no habían sido capaces de retornar a la vida civil y retomar sus oficios y su vida tal como eran antes de la guerra, se morían de asco en las colas de las beneficencias para trincar un plato de sopa de nabos y, en definitiva, se veían con menos futuro que un gran reserva en manos de un cuñado sediento. Este tipo de problemas psicológicos lo seguimos viendo hoy día bajo la enjundiosa denominación de schok por estrés postraumático, pero en aquellos tiempos se consideraba simplemente como que uno volvía del frente totalmente grillado.
Kurt Lüdecke (1890-1960) |
Pero cuando empezó la verdadera catarata de afiliaciones fue en 1922, cuando Kurt Lüdecke, un adinerado y muy bien relacionado berlinés afiliado al partido en agosto de aquel mismo año, se ofreció para costear la equipación e incluso la distribución de comidas gratuitas y alojamiento a los miembros de las SA. En un país que en aquel momento tenía una tasa de paro y una hiperinflación bestiales (en 1923 un simple sello de correos podía costar hasta diez mil millones de marcos), la perspectiva de sumarse a una unidad en la que te daban un uniforme chulo y te llenaban el buche se hizo irresistible para muchos, por lo que en poco tiempo pasaron de unos 100 efectivos a unos 6.000 a comienzos del 1923. Pero Lüdecke no se limitó a soltar pasta para poner guapos a los SA, sino que empezó a llevar a cabo una verdadera organización en la unidad. De entrada, y para darles un aspecto aún más marcial, formó una pequeña banda formada por cuatro tambores y cuatro pífanos que encabezaban los desplazamientos callejeros de las SA como si de una fuerza militar se tratase. Por otro lado, alquiló el salón del primer piso de un café de Múnich en el que todos los miércoles por la noche se daban conferencias sobre la ideología del partido para aleccionar bien al personal.
Miembros de las SA haciendo instrucción en orden cerrado con armas facilitadas por el ejército |
A eso, añadir que los sábados y los domingos por las mañanas se llevaba a cabo en las afueras de Múnich instrucción militar que incluía, no ya marchar en orden cerrado a paso de oca, sino tácticas de combate y demás entrenamiento propio del ejército. Las buenas relaciones de Lüdecke permitieron que, cuando el tiempo no acompañaba, se les permitiera usar el gimnasio cubierto del 2º Regimiento de Baviera, cuya oficialidad era en gran parte de una ideología de extrema derecha y estaba deseosa de vengar la derrota. De hecho, el ejército proporcionó bajo cuerda grandes cantidades de dinero al NSDAP para promocionar las SA ya que las veían como una fuerza cada vez más pujante que podía actuar sin levantar sospechas de cara a las restrictivas condiciones del Tratado de Versalles. Los fondos para ello procedían de las reservas secretas destinadas a financiar los Freikorps y actividades de inteligencia, pero que fueron desviadas al partido nazi por la influencia de un capitán del antiguo Ejército Imperial que en aquel momento era jefe de personal de la Comandancia de Múnich llamado Ernst Röhm.
Göring durante la Gran Guerra. Luego engordó unos cuantos gramos, estooo... perdón, quiero decir arrobas. |
A una unidad paramilitar que de la noche a la mañana se había convertido en todo un referente solo le faltaban los símbolos y el ritual adecuados para formar un espíritu de cuerpo que les diera la cohesión necesaria. Sin embargo, a pesar de los avances alcanzados en tan poco tiempo, aún había un par de cosas que fallaban y que Klintzsch no había sido capaz de solventar. Una era el poco interés, cuando no el manifiesto desprecio, que las altas jerarquías del ejército mostraban tanto por el partido como por las SA. Y la otra, el mismo efecto, pero en las élites de la sociedad alemana, a las que incluso el mismo Lüdecke, a pesar de sus influencias y buenas relaciones, no había podido captar para la causa salvo a Siegfried Wagner, hijo del famoso compositor, y alguno que otro más. Hacía falta alguien con el suficiente carisma y con un currículum que despejase el desinterés y la desconfianza de unos sectores del ejército y la sociedad a los que la inclusión del término "socialista" en la denominación del partido producía severas urticarias. Ese hombre sería Hermann Göring, al que podemos ver en la foto de la derecha hacia finales de la Gran Guerra con sus más destacadas condecoraciones. En el cuello luce la codiciada Orden Pour le Mérite, que provocaba sueños húmedos entre los más aguerridos tedescos. En el segundo ojal de la guerrera vemos la cinta de la Cruz de Hierro de 2ª clase. En el pecho, la de 1ª clase y junto a ella, en un tono oscuro, la Insignia de Herido obtenida como consecuencia de una grave herida recibida cuando servía en la Jagdstaffel 5 en 1916 y que le tuvo casi un año fastidiado. La de abajo, en tono brillante, es la Insignia Conmemorativa de Piloto bávara. En fin, un surtido de quincallería militar que apabullaría a cualquier prusiano.
Göring con su primera mujer, Carin. La pobre palmó de un infarto en 1931 cuando apenas contaba con 42 años. Era cinco años mayor que su marido |
Así pues, Göring, que se había afiliado al partido en sus comienzos, tenía todo lo necesario para darle fuste a las SA. Piloto de caza con el grado de teniente, fue el último comandante de la Jagdgeschwader 1, el famoso Circo Volante de Von Richthofen, alcanzando 22 victorias confirmadas al término de la contienda. Por sus actos de valor obtuvo numerosas condecoraciones, así que con todo ese bagaje diluiría los recelos de cualquier gerifalte del ejército. Y tras la guerra, debido a que el tema laboral estaba fatal, se dedicó a ejercer de piloto privado en Dinamarca y Suecia, donde conoció y se casó con la baronesa Carin Fock, una sueca de origen alemán que, por su condición de aristócrata, gozaba de un estatus que le facilitaría introducirse en los selectos y cerrados círculos de la alta sociedad tedesca. Y a todo eso, sumar el innato carisma del ciudadano Hermann que, a pesar de su carácter indolente, arrogante y vanidoso a más no poder, cuando quería era un tipo encantador, capaz de seducir a cualquiera con su pico de oro y su simpática fanfarronería. Así pues, a principios de 1923 fue designado por Hitler para que se hiciera cargo de las SA en lugar de Klintzsch que, al cabo, era un don nadie sin medallas chulas, que no había pasado de teniente mondo y lirondo y que no se había casado con hermosas y lánguidas baronesas.
Miembros de las SA hacia 1923 |
Göring era además un organizador nato. Nada más hacerse con el cargo diseñó un programa para darle a las SA la respetabilidad que le faltaba, ya que hasta entonces estaban considerados por la gente como una banda de matones nutrida por los desechos de la sociedad. Para ello, en primer lugar hizo las reformas oportunas para reciclarlas en lo que más respetaba y admiraba un alemán: una organización paramilitar en toda regla, bien uniformada, entrenada, y con una jerarquía de tipo militar. Esta serie de reformas las llevó a cabo con la ayuda de tres ex-militares de su confianza, los comandantes Hühnlein y Streck y el teniente Hoffmann, con los que creó la Oberste Sturmabteilung Fürung, el Comando Supremo de las SA, que estableció su sede en el 39 de la Schellingstraße en Múnich. Las unidades existentes de SA se unificaron en un regimiento bajo el mando de Wilhelm Brückner, formado por 13 compañías más un destacamento técnico y una unidad ciclista. Las unidades de la Alta Baviera se pusieron bajo el mando de Gregor Strasser, y las de Frankonia a las órdenes del comandante Buch. A raíz de las reformas de Göring, el ejército empezó a mirar de otra forma a las SA, y no ya por el hecho de que su jefe había sido un as de la aviación alemana condecorado con las más altas distinciones, sino porque veían que, bajo su nueva estructura, podían convertirse en una extensión del exiguo ejército de cien mil hombres dictado por el Tratado de Versalles. De ese modo, una organización que cada vez contaba con más efectivos podían ser empleados para, llegado el caso, sumarse al ejército de la República de Weimar que todos deseaban derribar y acometer el renacimiento de la Gran Alemania. De hecho, el ejército contemplaba a las SA como una fuerza de reserva en los planes de movilización secretos diseñados para llevar a cabo la liberación del país de la tutela aliada, ya que su preparación era similar a la de cualquier otra unidad militar debido a que recibían la instrucción del Batallón de Ingenieros nº 7 y del Regimiento de Infantería nº 9 del ejército bávaro.
Sin embargo, la naturaleza violenta y pendenciera de muchos de sus miembros hizo bastante compleja la asimilación de las SA al concepto de organización paramilitar deseado por Hitler y, lo que era peor, estos componentes poco dados a la disciplina habían heredado la tendencia habitual de los miembros de los Freikorps de jurar lealtad a sus comandantes directos, y en el caso de las SA el jefe directo no era el ciudadano Adolf, sino Göring el cual por cierto, una vez completada su misión principal, se aburría y deseaba quitarse de encima el cargo. De ahí que, tal como comentamos en su momento, en marzo de 1923 Hitler ordenase la formación de la Stabswache destinada a proteger exclusivamente a su persona, un selecto grupúsculo formado por los hombres de su más absoluta confianza que fueron el germen de las SS. En resumen, que el inefable Adolf ya no confiaba al cien por cien en las SA porque empezaba a sospechar que su lealtad podía ser cuestionable en caso de tener que elegir entre sus mandos y el jefe del partido.
Desfile de las SA durante el Día del Partido en enero de 1923. Como vemos, a pesar de los esfuerzos llevados a cabo la uniformidad aún dejaba mucho que desear |
Así las cosas, en aquel año de 1923 las SA formaban una poderosa unidad que en el mes de enero hicieron su primera demostración de fuerza durante la celebración del Día del Partido, desfilando ante Hitler con la misma marcialidad que una unidad militar. Esto dejaba claro el buen nivel alcanzado por lo que, hasta no hacía mucho tiempo, no era más que una banda de guardaespaldas y que, en realidad, debía mucho, por no decir casi todo, a las gestiones llevadas a cabo en la sombra por el capitán Röhm que, aunque oficialmente no ostentaba ningún cargo en las SA en aquel momento, era el que valiéndose de sus relaciones había logrado incluso obtener armas bajo cuerda para entrenar a los hombres. Porque la cuestión es que, en realidad, Röhm albergaba la esperanza secreta de convertir las SA en el auténtico ejército, un ejército bajo su mando en el que los oficiales del Reichswehr no tendrían cabida porque no se habían privado nunca de mostrarle de forma más o menos abierta su desprecio por su condición de homosexual que, por otro lado, él mismo tampoco se había tomado muchas molestias en ocultar, siendo vox populi que era especialmente aficionado a los jovencitos. En cualquier caso, la cuestión es que en septiembre de 1923 Röhm dimitió de su cargo en el ejército para volcarse por entero en el NSDAP, con el que desde 1919 había estado actuando secretamente como enlace entre el partido y los militares y al que, como hemos dicho, había favorecido tanto a nivel económico como suministrando material, armas, entrenamiento y relaciones. La realidad era que, aunque las reformas que convirtieron a las SA en una unidad de primera clase fueron obra de Göring, el verdadero artífice de todo ello había sido Röhm, que a partir de aquel momento ostentaba el mando oficioso de la unidad.
Röhm en 1918 |
Su influencia fue mucho mayor de lo que la mayoría de la gente suele conocer ya que casi todo el mundo lo identifica por su gestión desde que se hizo cargo de las SA en 1931 hasta su asesinato en 1934. Sin embargo, aparte de su labor de enlace hasta su dimisión del ejército, a partir de 1923 impulsó a la unidad de forma imparable. En septiembre de aquel mismo año y con vistas al golpe previsto en noviembre, junto con Göring creó una alianza llamada Kampfbund (Liga de Combate) que sumaron un total de 70.000 efectivos procedentes de las SA y diversos grupos de extrema derecha como el Bund Oberland, la Kampfverband Niederbayern, la Vaterländische Vereine München y la Reichs-Kriegsflagge. Sin tenemos en cuenta que el Reichswehr estaba en aquel momento limitado a 100.000 efectivos, ya podemos suponer el peso que tendría la recién creada formación. Con el apoyo del prestigioso general Ludendorff, la Kampfbund se marcó dos objetivos irrenunciables: derrocar a la República de Weimar, a la que consideraban poco menos que coadyuvadores de los Aliados, y hacerse pipí y popó en el abominable Tratado de Versalles, al cual debían la mayor humillación sufrida por Alemania y el verse en la más absoluta ruina a causa de sus draconianas condiciones.
Miembros del NSDAP durante el fallido Putsch de Múnich tras una barricada. En el cuarto lugar por la izquierda, sujetando una bandera, vemos a un joven Heinrich Himmler |
Y llegados al mes de noviembre de 1923, el celebérrimo Putsch que debía acabar con la odiada república y marcar el renacimiento de Alemania fracasó estrepitosamente. Hitler fue arrestado y enviado a la prisión de Landsberg con un tirón de orejas y una condena de 7 años; Göring, herido en una pierna, pudo poner tierra de por medio y largarse a Suecia con su baronesa, y Röhm, aunque juzgado y condenado igual que Hitler, al final solo le echaron una bronca monumental y lo tuvieron preso cinco meses en la cárcel de Stadelheim para cubrir el expediente, tras lo cual lo dejaron en paz porque si tiraba de la manta y sacaba a relucir todos los trapicheos de los militares con los nazis se liaba la de Dios es Cristo porque, entre otras cosas, aparte del apoyo que venían prestando al NSDAP desde hacía años, el inefable Röhm había proporcionado a los nazis armas y municiones en cantidades masivas para llevar a cabo el golpe de estado. Este material procedía de los depósitos secretos que se mantenían fuera del control de los Aliados por lo que lo más prudente era mirar para otro lado mientras que el furibundo y desmedido ex-capitán rumiaba la forma de impedir la disolución de la que consideraba como su creación personal, la cual había sido declarada ilegal por el gobierno y, por lo tanto, debía ser desmantelada, al igual que el NSDAP, que tuvo que rebautizarse de momento bajo el nombre de Partido de la Libertad Nacional Socialista.
El 1 de abril de 1924, Röhm fue liberado con el encargo personal de Hitler de mantener vivas a toda costa a las SA que, al cabo, era donde radicaba la verdadera fuerza del partido. Röhm, que era un verdadero experto en el arte del engaño y el disimulo, no tuvo problema en camuflarlas bajo el ambiguo nombre de Frontbann, una asociación en apariencia inofensiva destinada a las prácticas deportivas, a la formación de coros y actividades musicales, sociedades de caza, de tiro deportivo, etc. que, en realidad, seguían manteniendo bajo cuerda las mismas actividades y la misma organización de siempre. Lógicamente, toda la simbología del cuerpo fue momentáneamente suprimida, eliminándose los parches de cuello, las insignias y distintivos y la cruz gamada del brazalete fue sustituida por un casco de color negro o bien un brazalete totalmente blanco para despistar. Paradójicamente, la derrota del NSDAP en el golpe, su ilegalización y el ingreso en prisión o el exilio de sus dirigentes solo sirvió para aumentar la fama tanto del partido como de las SA. De ese modo, una formación política que hasta aquel momento estaba circunscrita a Baviera traspasó las fronteras del antiguo reino para ganar adeptos en toda Alemania. En noviembre de 1924, Hitler y sus conmilitones fueron liberados, y en febrero del año siguiente el NSDAP pudo ser nuevamente legalizado y, con ello, el retorno de las SA con su verdadero nombre, siendo disuelto el Frontbann que había servido de fachada durante aquellos meses.
Bien, estos fueron los comienzos y los primeros años de existencia de las tristemente célebres Sturmabteilung. Como hemos visto, su peor faceta no ha salido a relucir porque esta no se mostró hasta el ascenso al poder de Hitler, cuando pasaron a ser una auténtica fuerza represiva dirigida por el estado, pero de eso ya hablaremos otro día. En una próxima entrada estudiaremos con más detalle de la indumentaria, insignias y esas cosas que siempre vienen bien para callarle la boca al cuñado que se ha comprado la "Enciclopedia del III Reich" en 285 fascículos y que, por razones obvias, ha tenido tiempo de sobra para empollarse el tema durante los cuatro años y siete meses largos que ha tardado en juntar la colección.
Hale, he dicho
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