jueves, 16 de mayo de 2019

Las torres Winkel


Vista aérea del complejo industrial de la Focke-Wulf en Bremen bastante perjudicado por los bombardeos aliados.
Las dos cosas esas con aspecto de supositorios amenazadores son dos torres Winkel

Andenes del metro de Madrid durante una noche movidita
Uno de los muchos estereotipos que el personal tiene marcado a fuego en el magín es la imagen opresiva de los refugios antiaéreos subterráneos. Cada vez que sale en una peli una escena de bombardeo contiene los mismos ingredientes: mogollón de gente hacinada en un espacio angosto y tenebroso con las bombillas que fallan cada dos por tres, el nene acojonado abrazado a su osito, sus abnegados progenitores mirando con cara de agobio al techo, de donde no para de caer polvo cada vez que suena una explosión con el contrapunto del llanto de un crío de teta de fondo, el abuelo pasota que le da una  higa todo y acaricia el lomo de su nietecita mientra fuma apaciblemente en pipa y, en fin, la impresión general de pánico ante la perspectiva de que la entrada quede cegada por los escombros y sufrir una de las cosas que más espantan a las "personas humanas", palmarla enterrados vivos. Fotos como la que aparece arriba las hemos visto repetidas mil veces: túneles del metro, alcantarillas, sótanos y, en fin, cualquier hoyo bien hondo donde meterse, porque dentro de las tácticas de bombardeo que se empezaron a desarrollar precisamente durante nuestra guerra civil estaba el empleo de espoletas de retardo, destinadas a detonar cuando la bomba había penetrado varios metros en el suelo, provocando con ello el colapso de los edificios previamente debilitados por la acción de las bombas cargadas con alto explosivo y a continuación calcinados con las de fósforo. En algunos casos incluso se retardaba la detonación un largo rato, para que explotaran cuando la gente empezaba a salir de los refugios. Mala leche, ¿que no?

Obsérvese que la ropa y el cabello de las víctimas no
ha ardido, o sea, no perecieron bajo la acción directa
del fuego, sino de un aire que alcanzó los 800º. El
Apocalipsis tuvo lugar antes de Hiroshima
Como ya podemos imaginar, mucha gente murió en los refugios subterráneos entre otras cosas porque la furia desencadenada en algunos ataques alcanzó niveles apocalípticos en los que las tormentas de fuego acabaron con todo bicho viviente, bien por la acción directa de las explosiones, por quedar sepultados bajo toneladas de escombros o para acabar simplemente achicharrados por la acción del aire hirviente que llegaba desde el exterior, como el caso de la escalofriante imagen de la derecha, en la que se ve una familia entera convertida en momias calcinadas tras una de las oleadas de cientos de bombarderos que atacaron Hamburgo durante la "Operación Gomorra" en julio de 1943. Obviamente, solo a alguien como a Harris se le pudo ocurrir dar un nombre semejante a dicha operación porque fue literalmente un calco del castigo que Yahvé envió sobre la depravada población bíblica. En todo caso, aunque esa imagen claustrofóbica que tenemos archivada en el magín es rigurosamente cierta, y más en el caso de poblaciones que lo último que pensaban era verse víctimas de ataques aéreos como ocurrió durante la guerra civil y se tenían que meter donde fuera, la cuestión es que, en modo alguno, todos los refugios estaban construidos bajo tierra y, de hecho, en muchas poblaciones alemanas incluso se edificaron dándole el aspecto exterior de un bloque de viviendas normal y corriente para no ser tomados como referencias de blanco, que fue uno de los inconvenientes de las Flaktürme, cuya peculiar morfología permitía identificarlas de inmediato. Otra cosa es que su formidable estructura las hiciera prácticamente invulnerables, pero eran un imán que convertía las zonas adyacentes en el blanco de las miles de bombas que se dejaban caer durante los bombardeos de alfombra que redujeron a la condición de solares grandes extensiones de terreno de las ciudades alemanas.

Carga bélica de un bombardero alemán Gotha. A lo tonto a lo tonto, las
incursiones de estos aparatos hicieron bastante daño
Bien, la cosa es que, como ya hemos tratado en alguna entrada al respecto, los tedescos abrieron la Caja de Pandora durante la Gran Guerra cuando iniciaron lo que hasta aquel momento era algo impensable e incluso moralmente reprobable (como si la guerra en sí fuese moral), bombardear poblaciones civiles que, en aquel momento, estaban indefensas ante la supuesta imposibilidad de que algo así pudiera ocurrir. Pero ocurrió, y además inició un nuevo tipo de guerra que iba más allá de los frentes de batalla. Al enemigo ya no solo se le aniquilaban sus ejércitos, sino también se destruían sus fábricas, sus casas y, por supuesto, se mataba a la población civil. Está de más decir que el término de la contienda no puso punto y final al uso táctico de una aviación cada vez más moderna y letal contra objetivos situados a retaguardia, sino que se consideró como una parte primordial de cara a minar los recursos de los enemigos. Y como era más que lógico que si uno tiraba bombas a la azotea del vecino el vecino haría lo propio, ya en los años 20, con los cañones aún enfriándose, empezaron a diseñar planes para poder llevar a cabo una defensa eficaz contra posibles ataques aéreos sobre las ciudades, para lo que en 1927 se creó la Deutsche Luftschutz-Liga (Liga de Defensa Aérea Alemana), cuya misión era informar a la población acerca de cómo actuar en caso de ataque, cómo usar las máscaras antigás, ya que se consideraba que la posibilidad del empleo de gases venenosos sería un hecho y, como buenos germanos, pedir a los vecinos que, de forma voluntaria, participasen tanto en la construcción de refugios antiaéreos e incluso hiciesen aportaciones económicas para la distribución de máscaras antigás entre las personas que, carentes de medios, no pudieran adquirir una. Abro un paréntesis para afirmar que, indudablemente, en este sentido los alemanes echan la pata con creces al resto de los europeos, siendo capaces de levantar a su país de las ruinas dos veces en un período de apenas 35 años y convertirse en la primera potencia económica del continente. Cierro paréntesis y prosigo.

Probas y solidarias tedescas de la Reichsluftschutzbund con sus monos, sus
máscaras y sus cascos procedentes de la Gran Guerra
Cuando el ciudadano Adolf se hizo el amo del cotarro se tomaron muy en serio el tema de la protección civil. La antigua Deutsche Luftschutz-Liga, que dependía de la policía, dio paso en abril de 1933 a una nueva organización, la Reichsluftschutzbund (Federación de Defensa Aérea del Reich) bajo el control del Ministerio del Aire, o sea, del inefable y orondo Göring. Como está mandado, se organizó con precisión germánica dividiendo todo el territorio en provincias, regiones, áreas y distritos con sus correspondientes responsables civiles que debían hacerse cargo de dirigir los refugios y edificios bajo su jurisdicción. De ese modo, en caso de ataque todo el mundo sabía qué hacer, dónde dirigirse y, una vez pasada la alarma, cómo colaborar en la evacuación de heridos, desescombrar, apagar incendios, etc. Ojo, no hablamos de cuatro gatos. En 1939, la Reichsluftschutzbund contaba con nada menos que 15 millones (sí, 15.000.000, aproximadamente el 23% de la población alemana de la época) de miembros entre hombres y mujeres perfectamente adiestrados y que, como no podía ser menos, tenían hasta su uniforme, su casco, sus insignias y su máscara antigás en casa por si se liaba parda y había que actuar. 

Armeros cargando la bodega de
un Short Striling para hacer
una visita a Alemania
Bueno, sirva esto de reseña para hacernos una idea de lo que preocupaba al ciudadano Adolf el tema de la defensa antiaérea, hasta el extremo de que no pasó mucho tiempo hasta que toda la población estaba obligada en mayor o menor grado a tomar parte en la misma a medida que avanzaba la guerra. De hecho, esta cuestión es para dedicarle un artículo bastante extenso, así que nos limitaremos de momento a aportar estos datos para poder comprender mejor el contexto en que se desarrollaron nuestras protagonistas de hoy. Señalar finalmente que, a la vista de como se puso el patio a raíz de los bombardeos iniciados por la RAF entre agosto y septiembre de 1940 el ciudadano Adolf mandó poner en funcionamiento el Führer-Sofort, un programa de emergencia para iniciar una construcción masiva de nada menos que 6.000 refugios antiaéreos a prueba de bombas más otros muchos preparados para resistir metralla de la gorda con capacidad para 35 millones de personas en 92 ciudades, es decir, la mitad de la población. El proyecto, que era algo más que faraónico, habría requerido la friolera de 200 millones de m³ de hormigón. ¿Que a cuánto equivale eso? Pues la Línea Maginot necesitó "solo" 1'5 millones, así que baste ese dato para imaginar lo que habría supuesto darle término. Porque, como es evidente, no se pudo acabar jamás de los jamases, y eso que cuando a los tedescos se les mete algo en sus cuadriculadas cabezas son capaces de lo que sea por conseguirlo.


Leo Winkel en la vejez. Duró más que un martillo
en manteca, porque palmó en 1981 con 95 tacos
A mediados de los años 30, un probo arquitecto llamado Leo Winkel tuvo una idea que se salía por completo de los cánones establecidos hasta la época en lo tocante a los refugios antiaéreos. En vez me meterlos bajo tierra optó por diseñar una torre cilíndrica o, mejor dicho, tronco-cónica, estando rematada por una techumbre cónica sumamente aguzada para que, en caso de que una bomba acertase, fuese desviada sin problemas. El 18 de septiembre de 1934 presentó la primera patente, que consistía en un edificio de 20 metros de altura con nueve pisos en su interior, dos de ellos bajo tierra, y con capacidad para 200 personas distribuidas cómodamente en su interior. El diseño estaba inspirado en la estructura de los altos campanarios renacentistas italianos, requiriendo una cimentación mínima ya que el mismo peso de la torre, construida enteramente de hormigón, se asentaba sólidamente en el terreno. La idea entusiasmó a los mandamases de la Luftwaffe debido, entre otra cosas, a que podían construirse en cualquier sitio donde hubiera un mínimo espacio disponible sin necesidad de abrir enormes hoyos en el suelo o cavar bajo edificios ya existentes.


A la izquierda podemos ver el plano original de la primera patente. El techo estaba reforzado con un cono de acero que hacía prácticamente impenetrable la torre salvo que la bomba impactase con un grado de 45º o menos, lo que era cuasi imposible. Tenía dos accesos, uno en la planta baja y otro al nivel de la primera planta mediante una escalera de madera. Los pisos interiores eran accesibles mediante las escaleras que vemos en el centro, y en la planta del sótano se instalarían tanto extractores de aire como aspiradores que lo pasaban por unos filtros colocados en el último piso en prevención de un ataque con gases asfixiantes. El personal se acomodaba en unos bancos circulares colocados alrededor de cada planta con el número de plaza correspondiente pintado en cada lugar. Todo muy ordenado y muy prusiano, como no podía ser menos. No obstante, el grosor del muro de esta torre no garantizaba una protección total ante una explosión cercana ya que solo alcanzaba los 30 cm. de espesor, así que nuestro hombre no se durmió en los laureles y prosiguió efectuando mejoras.


Bomba de aire con sus manubrios por si fallaba el motor.
La bomba expulsaba el aire viciado y renovaba el interior
previamente filtrado.
En febrero de 1938, Winkel registró una nueva patente que presentaba una versión mejorada del modelo anterior que, básicamente, lo que hacía era reforzar más las paredes y eliminar los sótanos. Para facilitar el acceso incluso había tenido en cuenta que los escalones de las escaleras interiores tuvieran la menor altura posible para facilitar la subida a personas de todo tipo y edad. Del mismo modo, diseñó torres con más capacidad que eran denominadas en función de la misma. Inicialmente se construyeron torres de hormigón para 400, 315, 247 y 168 personas, y las de hormigón armado eran de cinco tipos: 500, 391, 305, 220 y 174 personas. Las mayores alcanzaban una altura que oscilaba entre los 20 y los 25 metros y un diámetro en la base de entre 8,4 y 10 metros. 


Restos de los antiguos bancos de madera de una torre. Se
distribuían de forma concéntrica en cada planta
El grosor de los muros se había aumentado hasta los 2 metros a la altura del suelo que disminuía progresivamente unos 5 cm. por metro ascendente hasta quedarse en 1,5 metros. Para probar su resistencia, en septiembre de 1935 ya habían sido testadas en un lugar secreto por la Luftwaffe, siendo bombardeadas por Stukas sin que lograran acertarles ni una sola vez, y eso que aquellos chismes tenían una precisión escalofriante. Finalmente, hicieron detonar en el suelo las bombas más pesadas que portaban estos aparatos, las SC 500, sin que afectaran en nada la estructura de la torre. Curiosamente, y para calibrar los efectos que podían tener entre las personas que ocupasen el refugio, los llenaron de cabras, las cuales solo se quedaron sordas como tapias con los tímpanos hechos fosfatina. Se basaron en que, según decían, la capacidad auditiva de esos bichos es similar a la de los humanos. Obviamente, este problema se subsanó cuando se engrosaron los muros.


Acceso a la última planta de una torre y aspecto de una de
las mirillas
Tras ser aceptado el proyecto, Winkel fundó una empresa de construcción de Duisburg que, a su vez, recurrió a otras firmas como sub-contratistas hasta un total de doce. Pero el proyecto, al ser considerado como de secreto de estado por las autoridades, obligaba a que las empresas subsidiarias no podían disponer de todos los planos, que se les iban entregando a medida que los necesitaban e incluso se llevaba un registro de cuándo, durante cuánto tiempo, para qué y quiénes los pedían. Cada plano llevaba estampado un sello estatal que advertía que estaban bajo la protección del art. 88 del Código Penal del Reich, así que ponerse a tontear con los planos era la mejor forma de acabar colgado de un gancho en Plötzensee, que ya sabemos que con esta gente chorradas las justas. 


A la izquierda vemos los filtros de aire. A la derecha, arriba, una toma de
aire exterior blindada, y abajo la rejilla por donde circulaba el aire en el
interior. Estaban situadas en una columna en el centro de cada piso
En 1936, el Ministerio de Aviación decidió que las torres Winkel o, dicho con propiedad, las Winkeltürme, estaban especialmente indicadas para servir de refugios a los obreros de las fábricas. Los costos de construcción eran menores que los de un refugio convencional, especialmente si se comparaban con los subterráneos, y aunque su característica morfología delataba lo que eran eso carecía de importancia tanto en cuando el objetivo de la aviación enemiga sería la fábrica, por lo que detectar la presencia de refugios era lo de menos. Otra cosa sería ver esas torres en plena ciudad, lo que haría pensar que habría algún organismo, cuartel o edificio gubernamental en las cercanías. Por cierto que las torres Winkel carecían de comodidades como servicios, camas o dependencias para estancias largas ya que estaban concebidas para ser ocupadas solo durante el tiempo que durase la alarma. Al estar situadas en fábricas, por las noches obviamente no serían de utilidad salvo para los cuatro pringados que tuvieran que vigilar y cosas así o, en todo caso, para personal que currase en turnos de 8 horas durante todo el día.


En la última planta algunos tipos tenían unas aberturas a modo de aspilleras para que los ocupantes pudieran ver lo que pasaba en el exterior sin exponerse abriendo el portón blindado de acceso. Gracias a su buena visibilidad solían ser empleadas por los bomberos para ir tomando nota de donde se iban produciendo incendios y acudir a extinguirlos nada más cesar la alarma. Lo que sí quedó demostrada era su resistencia y su eficacia ya que, de todas las que se construyeron, solo una llegó a ser perforada por una bomba justo debajo del cono de acero del techo. El hecho ocurrió en una de las tres torres de la fábrica de la Focke-Wulf de Hastedt, en Bremen, alcanzada el 12 de octubre de 1944 y matando a los cinco hombres de la Luftwaffe que había en su interior. En la foto de la derecha vemos el boquete que abrió la bomba y, de paso, nos permite apreciar el enorme grosor de la cúpula de hormigón. El cono de acero permaneció intacto.


En cuanto a los precios, eran más que asequibles. La torre más cara, la de 500 personas, costaba 57.000 marcos, siendo la más económica la de 164, con un costo de 28.000 marcos. No obstante, en diciembre de 1941 el Ministerio del Aire ordenó que cesara la construcción de las torres Winkel por tres motivos: el primero era por su mayor consumo de hormigón, el doble de un refugio convencional. El segundo era que la madera usada para los encofrados no era reutilizable en su mayor parte para otras estructuras, y la tercera que los distintos pisos no quedaban sellados unos de otros debido a las escaleras situadas en el centro. Si uno de ellos lograba ser perforado por una bomba y estallaba en su interior, la llamarada se extendería por toda la torre, achicharrando a todos sus ocupantes sin excepción. En la foto de la izquierda podemos ver una de ellas en plena construcción. Cabe suponer que su extenso surtido de modelos era precisamente uno de los motivos que hacían inservibles gran parte de los materiales de una a otra. En tiempo de paz esos detalles eran prácticamente irrelevantes, pero cuando las materias primas empezaron a escasear se medía todo con cuentagotas, y aunque el costo global era muy razonable se tenía en cuenta que los metros cúbicos de madera empleados para construir cada torre no valían para otros usos, así que se cerró el grifo. 


Con todo, en total se llegaron a construir cerca de 200 torres de diversos tipos y acabados: con el cuerpo levemente abombado, con un sombrerete en el techo en vez del cono afilado, más anchas y bajas, más altas y esbeltas... También, como no, recibieron sus correspondientes apodos: spitzer (aguzadas, véase foto de la derecha), betonzigarre (cigarro de hormigón) y zuckerhunt, que aunque lo suelen traducir como "sombrero de azúcar" creo que en realidad es "cono de azúcar" (hunt es la misma palabra para cono y sombrero), un dulce que consumen los tedescos y ciertamente con la misma forma que estas peculiares torres como podemos ver en el detalle de la foto de la derecha. Por lo demás, los refugios de superficie no fueron patrimonio exclusivo de Winkel ya que hubo otros muchos modelos que también alcanzaron una difusión aceptable como las Zombeck o las Dietel, pero de esas ya hablaremos otro día que por hoy ya vale. 


El destino de la mayoría de las Winkeltürme ya podemos imaginarlo: fueron destruidas por los aliados al término de la guerra. Sin embargo, las que se conservan han tenido un uso de lo más variopinto, desde bares de copas a zonas de entrenamiento de escalada para los chavales, y algunas hasta las han pintado de colorines o las usan como atracción turística. Otras, por el contrario, han sido condenadas y ahí siguen esperando a que el paso de los siglos acabe desmoronándolas poco a poco. A la izquierda tenemos una de las supervivientes, una tipo 2c ubicada en Hannover. Obsérvese el peculiar sombrerete superior y un detalle común en todas: las entradas se encuentran siempre separadas a más o menos altura del suelo para que, caso de producirse un derrumbe, que los escombros no taponen las salidas. De hecho, algunas torres tenían una segunda puerta al nivel de la segunda planta por esa razón. Junto a la escalera de madera se ve otra de metal empotrada en el muro, destinada a que, en caso de que la de madera se fuera al garete, poder bajar por ella sin tener que saltar al vacío.

Bueno, s'acabó.

Hale, he dicho

Voladura de una torre en una fábrica de Hamburgo 

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