jueves, 14 de noviembre de 2019

Curiosidades: Nazismo y racismo


Una de las premisas del racismo nacionalista radica en demostrar de forma pública y notoria su desprecio hacia los que no
acatan los dogmas de la élite racial. Esta conocida foto muestra a una alemana aria, Adele Edelmann y a un judío, Oskar
Dankner, humillados en plena calle rodeados de fornidos SA para que a nadie se le ocurra protestar. El letrero que cuelga
del cuello de la mujer dice: "Soy la cerda más grande de la ciudad y solo trato con judíos". El del hombre "Como judío, solo
invito chicas alemanas a mi habitación
". Cabe resaltar que la que sale peor parada es la mujer por haber contaminado su
preciosa sangre aria. Aunque parezca increíble, este odio supremacista aún circula por Europa, pero en vez de colgarle a uno
un letrero del cuello le escriben gilipolleces similares en la puerta de su casa para marcarlos como enemigos de la tribu

Cualquier ciudadano medianamente leído sabe sobradamente lo nocivos que han sido los nacionalismos. Bueno, han sido y son porque, por desgracia, a pesar de la enorme cantidad de millones de personas que han palmado como consecuencia de esas nefastas tendencias supremacistas, aún vemos como hay muchos entes mononeuronales que se deleitan siguiendo esas ridículas paranoias, soñando con pertenecer a fantásticas razas superiores con más derechos que los demás y, naturalmente, son también los más inteligentes, los más guapos, los más guays y, para remate, la tienen más grande y entre ellos no existen los cuñados. Tarde o temprano, todos los que siguen esas ideas rayanas en la psicopatía paranoide acaban recibiendo una ducha de realismo que los devuelve de forma presta y cruda a la realidad, y se dan cuenta de que ni son más inteligentes, ni más guapos, ni más guays que el resto del personal, y encima la tienen normalita tirando a birriosa y sus cuñados no solo existen, sino que incluso les meten unos sablazos de aúpa.

El tristemente célebre Željko Ražnatović, más conocido
como Arkan, un preclaro ejemplo de lo que un líder
carismático puede perpetrar cuando se rodea de una
horda de pirados con el cerebro medio licuado por
creerse sus camelos supremacistas
Los nacionalismos son unos meros productos de ingeniería social puestos en marcha cuando se tiene la necesidad de elevar la moral de pueblos en dificultades de cualquier tipo: identitarias, económicas, demográficas, etc. Para decirlo de forma que nos entendamos todos: cuando el personal anda mohíno y con menos moral que el último galápago de su especie metido en un terrario hay que inventarse lo que sea para convencerlos de que no deben estar tristes, y para ello solo hacen falta dos ingredientes básicos: uno, inventar mitos y héroes a los que admirar e imitar. Y dos, crear un enemigo al que odiar ya que el odio tiene la capacidad de aunar voluntades. Así de malvada es el alma humana: hacer el bien apenas une a cuatro gatos, pero odiar a quien sea- una tribu, los vecinos, los del equipo de balompié contrario o las suegras- establece entre los odiadores unos vínculos férreos hasta el extremo de que muy pocos dan la vida por hacer el bien, pero muchos la entregan gustosos si hay que manifestar su odio acérrimo hacia el enemigo imaginario, y de eso hemos visto y veremos infinidad de casos. En la añeja Europa tuvimos un preclaro ejemplo con las guerras de la extinta Yugoslavia, y me temo que aún veremos más y ahí lo dejo porque no me quiero pringar de mierda, ya me entienden. Bien, hecho el introito de rigor, vamos a grano.

Y estas suelen ser las consecuencias: genocidios que acaban con la vida de
miles de personas por el simple hecho de no formar parte de la tribu. En
este caso vemos decenas de restos exhumados de fosas comunes en Bosnia
Todos sabemos de sobra que la ideología nazi contemplaba entre otras cosas un racismo tremebundo contra unos hipotéticos enemigos de la raza aria, los judíos, a los que no dudaron en exterminar por cientos de miles o millones- las cifras exactas jamás se sabrán- para liberar su sacrosanto suelo germánico de los que consideraban como una plaga. Pero ojo, no solo los judíos estaban en la lista negra de enemigos de los arios, sino que también incluían a los pueblos eslavos y los latinos a pesar de que el ciudadano Adolf no tuvo inconveniente en aliarse con el inefable Benito y prestar ayuda en 1936 a los demonios negros del sur, como los perros ingleses nos denominaban despectivamente (Dios maldiga a Nelson una burrada de veces). Pero, en este caso, primó el interés geo-político antes que el ideológico mientras que se despacharon a gusto con los untermenschen (sub-humanos) rusos, que para eso los hijos del padrecito Iósif eran enemigos del Reich de los Mil Años, qué carajo.

Y, curiosamente, hay ocasiones en que los más selectos
ejemplares de la tribu que reúnen todas las cualidades
para ser considerados verdaderos pura sangres resulta
que son cuarterones, como el siniestro Reinhard
Heydrich, quintaesencia del hombre ario con un
abuelo judío
Pero, ¿de dónde surgió esa animadversión patológica a todas las razas que no fueran la germánica? ¿Quién pudo desarrollar esa compleja empanada mental capaz de hacer que un pueblo culto y avanzado no dudase en abrazar una ideología tan perversa? Porque el ciudadano Adolf no tenía ni remotamente la capacidad para dar forma a algo semejante. Al cabo, no era más que el hijo de un modesto funcionario que había sido un pésimo estudiante y que tras la Gran Guerra se habría convertido en uno de los millones de currantes en paro en una Alemania arruinada que habría acabado de pintor de brocha gorda o algo por el estilo. Sus conmilitones más aventajados como Hess, Göring, Frank, Goebbels, etc. no eran ningunas lumbreras, sino gente con una capacidad normal, a lo sumo alguno que otro con una carrera universitaria en la que no se puede decir que destacasen de forma notable. Ni siquiera Rosenberg, el "ideológo" del partido había inventado nada nuevo. Se limitó a absorber algo que otros habían creado mucho antes. Y, por supuesto, el fundador del germen del partido nazi, Anton Drexler, mandamás del DAP (Deutsche Arbeiter Partei, Partido Obrero Alemán), era un simple mecánico que tenía sus habilidades como agitador, pero ni remotamente era capaz de crear y dar forma a algo tan endiabladamente complejo como para convencer al personal de que eran los elegidos de los dioses.

Alemania tras la unificación en 1871. Observese la cantidad de ducados,
principados y territorios que la conformaban. Pinchar para ver a un tamaño
más aceptable para no malgastar retinas
La realidad es que el nacionalismo alemán surgió a raíz de las guerra napoleónicas (Dios maldiga al enano corso), cuando Alemania como tal aún no existía y los restos del antaño todopoderoso Sacro Imperio no eran más que una amalgama de pequeños estados de los que solo destacaban Prusia y, en menor grado, Baviera. Tras la unificación y la creación del imperio alemán en 1871, los hasta entonces atribulados tedescos que lloraban amargamente en busca de su grandeza milenaria se pusieron muy contentitos porque, por lo menos, ya eran una nación. Todos los alemanes formaban un único cuerpo al que había que inculcar un sentimiento de pertenencia a ese país recién estrenado para que todos se sintieran parte del mismo unidos bajo una serie de elementos comunes basadas en el völkisch. El völkisch es un palabro sin traducción que podemos asimilarlo a un compendio de conceptos como la cultura popular, las costumbres y, sobre todo, la raza. El nuevo Reich estaba formado por el Volk, el pueblo en el sentido de conjunto de probos ciudadanos con una serie de nexos comunes basados en todo lo dicho. En la famosa proclama nazi Ein Volk, ein Reich, ein Führer (un pueblo, un imperio, un líder), el término Volk no hace referencia a la ciudadanía en sí o a la población alemana- que en teoría incluía judíos y personas de otras razas-, sino al Pueblo como concepto de grupo étnico con un origen racial, una lengua, unas costumbres y una cultura comunes.

Alemania tras el Anschluss. Obsérvese que Prusia Oriental está separada
del resto del país por la cesión de esos territorios a Polonia tras el Armisticio.
Ese fue uno de los mayores errores de los Aliados y una de las causas que
dieron lugar al estallido de la 2ª Guerra Mundial
El völkisch se extendió con gran rapidez por Austria y Alemania que, aunque países distintos, se consideraban parte de un todo como luego se vio en el Anschluss, cuando ambas naciones se fundieron en 1938 en una única entidad germánica. Así pues, en 1880, apenas nueve años después de la unificación de Alemania, ya existían numerosas sociedades völkisch dedicadas a fomentar los valores propios de su "tribu" y su rechazo hacia lo que en aquel momento consideraban las dos influencias más nefastas contra la raza germánica: los latinos, representados ante todo por su enemiga Francia, y los eslavos, que en la Edad Media derrotaron a los teutones en su afán expansionista hacia el este. Por otro lado, se consideraba que la religión cristiana- ya fuese católica, luterana o calvinista- era una fe invasora que había acabado con las verdaderas creencias de los antiguos pueblos germánicos basadas en el paganismo y el culto a la naturaleza. En resumen, el principal interés de estas sociedades völkisch no era otro que erradicar de la nueva Alemania tanto la influencia como la presencia de cualquier cosa que oliese a extranjera. Para imponer el völkisch había que purificar el país de su nociva presencia e imbuir a la población de etnia germánica del sentido del Volk.

Guido von List (1848-1919)
Así pues, como vemos, el völkisch se acabó convirtiendo en el germen de algo mucho más peligroso que anteponer la gastronomía nacional a la foránea, o decir que los héroes más heroicos eran Sigfrido y sus nibelungos. Solo bastaba la intervención de un visionario con más paranoias que un bonobo metido de por vida en una jaula de medio metro cúbico para que el völkisch fuese la base de partida para empezar a dar forma a una nueva ideología que, como suele pasar en estos casos, rápidamente encontró adeptos entre la ciudadanía más acomplejada o más deseosa de sentir el fervor patrio aunque esos fervores tuviesen menos base real que un apartamento comprado sobre planos. Ese visionario fue Guido von List.

Von List, que en realidad había nacido como List a secas pero se antepuso el aristocrático von posteriormente para darse pisto, era un vienés que, entre sus muchas facetas, se dedicaba al periodismo de viajes, era un consumado deportista y muy aficionado a pasarse horas y horas paseando por el campo en busca de una comunión con la naturaleza que consideraba parte de las esencias del völkisch al que tan devoto era. Empezó a dar que hablar cuando en 1888 publicó en su ciudad natal una novela histórica titulada "Carnutum", basada en los héroes germánicos que había acabado con el imperio romano y que aún no habían abrazado el cristianismo obligatorio por decreto, sino que seguían fieles a sus cultos paganos. Para darle más fuste a su novela afirmó que le había sido revelada mediante una visión, cosa que aún hoy día impresiona al personal, así que hace más de un siglo ni te cuento. De hecho, dos editores interesados en publicar obras de tipo pangermanista, Georg von Schönerer (este saldrá a relucir más abajo) y Karl Wolf, se pusieron en contacto con List para encargarle trabajos de una temática similar ya que los lectores de esa línea editorial ganaba adeptos constantemente.

Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891)
Durante las dos décadas siguientes List se entregó a fondo a crear una extensa obra literaria basada en la antigua religión pagana de los pueblos germánicos, el sacerdocio del dios Wotan y a involucrarse cada vez más en las ciencias ocultas a raíz de su conocimiento con Helena Petrovna Blavatsky, una teósofa y ocultista rusa de origen tedesco en cuyas obras afirmaba que los Maestros Secretos de Tibet le habían revelado la Ciencia Oculta para que la difundiese. Algo así como una Lobsang Rampa decimonónica, vaya... Esta proba majareta fue la que "reveló" a List, que tampoco debía carburar muy fino que digamos, que todas las etnias que habitaban el planeta procedían de una raza raíz, la aria, surgida en la Atlántida hacía nada más y nada menos que cien mil años de nada. De esas sub-razas, la más perfecta de todas era la teutónica, que hacía 20.000 años se había trasladado a los territorios de la actual Alemania desde Asia Central. Pero no todas las razas atlantes eran perfectas, sino que existían otras que habían surgido degeneradas como los indios de América, los mongoles, los malayos y, oh casualidad, los judíos. Por cierto, antes de que se me olvide: Wotan y Odín son el mismo dios como Zeus y Júpiter eran también el mismo. En el caso que nos ocupa, Odín era el nombre dado según la mitología nórdica, y Wotan la germánica. Lo digo por si alguien bichea sobre este tema por otro lado, que no se líe al ver ambos nombres porque son la misma cosa.

Wotan-Odín con su ojo tuerto. Alcanzar la sabiduría le
costó literalmente un ojo de la cara
En 1891, la Blavatsky se largó a hacer compañía a sus ancestros atlantes, pero a List lo dejó en este mundo con tal empanada mental que ya no tenía freno. En 1902 y debido a una operación de cataratas pasó sumido en una pertinaz ceguera durante once meses, tiempo que aprovechó para comerse más el tarro y llegar a conclusiones existenciales importantes gracias al mito teutónico por el que Wotan cedió un ojo a cambio de obtener la verdadera sabiduría. Y List, como cada día estaba más obsesionado con estos cultos paganos, pues aprovechando que veía menos que un gato de escayola "abrió el ojo interno" (¿Por un casual les suena lo del tercer ojo importado del Tibet?) para recibir el secreto de las runas, que no solo eran un alfabeto, sino un lenguaje arcano de poder y cuyas formas albergaban la geometría de la creación. ¿Alguien entiende algo? Porque yo no, para qué negarlo. La cuestión es que no solo vuecedes o yo no entendemos un carajo las paranoias de este sujeto, sino tampoco los miembros de la Academia Imperial de Ciencias de Viena, a los que envió un manuscrito sobre su revelación para obtener su visto bueno y ser publicado y ni se molestaron en contestarle.

Las runas Arnamen creadas por List
Pero List, que por aquel entonces ya se había añadido el von, tenía bastantes seguidores tan chalados y obsesionados como él, así que hicieron dos higas a los de la Academia y en 1905 formaron la Guido von List Gesellschaft (Sociedad List en cristiano y para abreviar), creada para la promoción de sus investigaciones, la publicación de sus obras y flotar de gustito cuando leían lo guay que era Wotan e ir por el bosque abrazando árboles o dándole palique a las piedras sagradas. Dio forma a la Armanenschaft (la ariosofía), el sacerdocio de Wotan que estaba al tanto del significado verdadero de la esvástica, que representaba el fuego primario invisible que está detrás de la creación, y que bajo esta doctrina los antiguos pueblos germánicos eran gobernados por bondadosos y simpáticos dictadores que, como sacerdotes del dios Wotan, eran poseedores de unos poderes ocultos gracias a los cuales protegían a su pueblo. El culmen de esta sarta de patrañas fue la publicación en 1908 de su obra Das Geheimnis der Runen (El Secreto de las Runas), donde explicaba detalladamente en qué consistían estos poderes obtenidos mediante una combinación de yoga, meditación, vocalización y el Armanen, las 18 runas imprescindibles para sus ritos y magia paganos. Ciertamente, para comprender a fondo en qué consistían toda esta serie de mitos, ritos y chorradas había que tener la mente muy clara o, más bien, tenerla totalmente obnubilada.

Jörg Lanz (1874-1954) con su hábito de neo-
templario luciendo una cruz potenzada
En todo caso, lo importante es que List dio forma a la parte mítica que el naciente nacionalismo germánico necesitaba para tener una meta común: volver a los orígenes tribales y a las más puras esencias de su raza elegida desde hacía miles de años para ser los más guays del planeta y crear los símbolos necesarios para darle apoyo a toda esa mitología tan enrevesada que, obviamente, solo unos pocos elegidos capaces de entenderlos podrían formar esa especie de nuevo clero pagano que dirigiría los destinos del Volk. Pero el trabajo de List inculcaba, por decirlo de algún modo, la vertiente espiritual. Sus trabajos se limitaban principalmente a las cuestiones de tipo teosófico, mental y demás zarandajas ocultistas. Hacía falta también una vertiente puramente material para redondear la cosa ya que el  völkisch  no solo se limitaba a las cuestiones culturales y demás, sino también palpables y tangibles. Había que dejar clara la superioridad racial, y no solo de boquilla, sino con "pruebas irrefutables". En resumen, hacía falta el verdadero artífice del racismo más rotundo, y para ello nadie mejor que Adolf Josef Lang, que se metamorfoseó el nombre por el más aristocrático Jörg Lanz von Liebenfels (Liebenfels significa literalmente "amante de las rocas", así que ya pueden imaginar el pelaje del andoba este).

Un número de la revista Ostara de 1923 en la que,
según parece, se entrega la obra "Theozoologie" por
capítulos para evitar cagaleras mentales si se lee todo
de golpe. La imagen muestra una especie de simio
raptando a una indefensa aria para calzársela. El
titular reza: Teozoología, o historia natural de los
dioses. I. La vieja alianza y el viejo dios
Lanz, otro vienés que formaba parte del grupo fundador de la Sociedad List, era un cisterciense exclaustrado en 1899 por, al parecer, resultarse excesivamente penosa la abstinencia sexual, así que mandó a paseo al beaterio, colgó los hábitos y se dedicó a publicar una revista de ocultismo por nombre Ostara, que según él alcanzó la nada despreciable tirada de 100.000 ejemplares. Y, mira por donde, entre sus lectores había un estudiante de arte de dudoso talento llamado Adolf Hitler que, como tantos paisanos de su época, estaba embebido por el pangermanismo. Pero las teorías raciales de Lanz iban mucho más allá de las propaladas por la Blavatsky y el mismo List. En 1904 había publicado la que sería su obra magna, Theozoologie (Teozoología), en la que exponía, como está mandado, una serie de revelaciones y visiones que había tenido durante su etapa como monje. Según esta espeluznante obra, la humanidad se había dividido en dos líneas: los arios puros, hombres-dioses o theozoa, que entre otros poderes eran telépatas, provenían de otras dimensiones y eran criados mediante electricidad. Pero algunos theozoa se habían reproducido con anthropozoa, hombres-bestia, dando lugar a una raza mestiza que formaba la inmensa mayoría de la humanidad. 



Púberes absolutamente arias que en pocos años serían las receptoras
de la simiente de varones igualmente arios para procrear en plan industrial
cantidades masivas de nenes genéticamente perfectos, o al menos eso es
lo que pretendían los eugenistas del partido nazi
Por todo ello, propugnaba la eugenesia para favorecer la expansión de los theozoa: por un lado, afirmaba que era preciso imponer la esterilización y/o eliminación de los anthropozoa (lo que luego fue la eutanasia o la esterilización de deficientes mentales y la tristemente famosa Solución Final), y la procreación de numerosos retoños de pura raza para aumentar la demografía de los theozoa, que fue tomada al pie de la letra por Himmler con la fundación en 1935 de la Lebensborn (Primavera de la Vida), una organización destinada a favorecer por todos los medios el aumento de la población aria. Obviamente, el tal Lanz o estaba como un cencerro o consumía substancias raritas antes de ponerse a escribir tal cúmulo de chorradas, pero lo malo es que cada vez había más gente que creía a pie juntillas sus dogmas y que, aunque supongo que nunca pudo imaginar que sus ideas dieran lugar a uno de los mayores genocidios de la historia, al cabo no dejaron de ser la base para ello cuando, en realidad, el partido nazi no era siquiera un proyecto. Vean como el que está predispuesto a aceptar las ideas más ridículas y, a la par, abyectas, no duda en tomar como artículo de fe cualquier chorrada por parte de sus líderes, y eso lo estamos viendo a diario por desgracia.

Bruno Berger, miembro de la expedición comandada en 1938
por Ernst Schäfer en el Tibet. En la foto lo vemos tomando
medidas antropométricas de una proba ciudadana para buscar
posibles similitudes con los arios occidentales
Para expandir sus ideas, Lanz fundó una orden neo-templaria que, según él, eran los custodios de las más puras esencias de la raza aria, y que debían crear un nuevo Ordenstaat (estado de la orden) similar al de los teutones que se expandiera desde el Mediterráneo hasta los territorios eslavos (idea reciclada en la posterior invasión de Rusia para usar su población como mano de obra esclava). Fue precisamente Lanz el que diseño una primera bandera con la esvástica para su organización que denominó como ORDO NOVI TEMPLI (Nueva Orden del Temple) que, entre otras cosas, también fomentó la búsqueda del Grial ya que lo consideraba poseedor de poderes psíquicos. Por cierto que también les sonará la búsqueda de este mítico objeto por parte de Otto Rahn en el Languedoc, así como las expediciones al Tibet organizadas por Himmler en busca de esa raza de atlantes de la que hablaba la Blavatsky. Con todo, la orden de Lanz no llegó a alcanzar la difusión que esperaba y, de hecho, tras el Anschluss fue discretamente relegado al olvido cuando tuvo la osadía de publicar en Ostara que las ideas plasmadas por el ciudadano Adolf en su Mein Kampf y la adopción de la esvástica eran creaciones suyas, lo cual era totalmente cierto, pero no fue una postura inteligente pretender ponerse por encima del Führer enviado por Dios para salvar a la Gran Alemania de sus enemigos.

Theodor Fritsch (1852-1933)
En 1910, los alemanes ya tenían claro cuáles eran sus enemigos más implacables: los masones y los judíos. Los primeros encarnaban las ideas de la Ilustración francesa- sus enemigos de siempre- y los segundos propagaban como la peste un capitalismo que, según ellos, era un concepto totalmente opuesto a las puras y austeras esencias del völkisch.  Así pues, empezaron a surgir organizaciones antisemitas que, como vemos, precedieron al ciudadano Adolf. Esto puede que sorprenda a más de uno ya que la idea más generalizada es precisamente que fueron los nazis los creadores y propaladores del odio al pueblo judío cuando, en realidad, la cosa venía de mucho antes. De hecho, la primera organización que se tomó en serio lo de hacerle la pascua a estos sufridos hijos de Yahvé fue la Germanenorden (Orden Germánica), una sociedad creada por Theodor Fritsch, un conocido antisemita fundador del movimiento Hammerbund (Liga del Martillo). El 1912 y con la ayuda de un tal Hermann Pohl formó su nueva organización destinada a divulgar las esencias del völkisch y, por supuesto, de nutrirla a base de miembros de lo más granado de la sociedad a nivel racial y, de paso, con un estatus social de cierta relevancia para ser tomados más en serio.

Portada de los estatutos de la Germanenorden.
Ejemplar datado hacia 1913
Pero todo el entramado se vino abajo con el estallido de la Gran Guerra. La Germanenorden se tambaleó debido a que gran parte de sus miembros fueron llamados a filas para palmar como auténticos y verdaderos héroes por el káiser, así que Pohl dimitió y se largó a Baviera en cuya capital, Múnich, fundó un nuevo chiringuito en 1916: la Germanenorden Walvater von Heilige Graal (Orden Germánica  de Walvater del Santo Grial. Walvater es un término que usan los tedescos para referirse a Wotan-Odín como, por ejemplo, los cristianos decimos el Todopoderoso como sinónimo de Dios). Pero antes de hacer la maleta trincó todos los sellos, libros y objetos mágicos de la Germanenorden original para ir ganando adeptos. Por cierto, recordemos que fue en Múnich donde empezó a cocerse el nazismo. Como ven, los caminos empiezan a juntarse como dirigidos por una siniestra disposición del destino más inexorable, y como se fueron sumando personajes sin la más mínima relación en esta historia para, al cabo, ser los artífices involuntarios del estallido final.

Adam Glauer, el pseudo-barón (1875-1945)
Y aquí entra en escena Adam Alfred Rudolf Glauer, un aventurero natural de Silesia que, tras mil y una vicisitudes acabó en Turquía, país en el que se nacionalizó en 1911 y donde fue adoptado por Heinrich, freiherr von Sebottendorff, un anciano barón que, obviamente, le legó además el apellido y el título, por lo que nuestro polifacético Glauer adoptó el pomposo nombre de Rudolf, freiherr von Sebottendorff. Imagino que de sus tres nombres el tercero fue el que le resultó más aristocrático. Este sujeto dedicaba su tiempo en Turquía entre otras cosas al estudio de la masonería, la Cábala, los Rosacruces y el sufismo. En 1913 regresó a su patria natal pero pudo evitar ser enviado al frente gracias a su nacionalidad turca, y tres años más tarde se sintió atraído por la organización de Pohl, que lo puso a reclutar posibles adeptos aprovechando su título, que eso de alternar con aristócratas- aunque en este caso era más falso que un billete de 3 euros- producía sueños húmedos entre los tedescos. Y como las cosas andaban un poco revueltas con el término de la contienda, el pseudo-barón y un conmilitón llamado Walther Nauhaus decidieron que lo más sensato era crear una organización tapadera. Así nació la famosa Thule Gesellschaft (Sociedad Thule), cuyo nombre tomaron de un mítico continente considerado por Lanz como el solar primigenio de la raza aria bajo el nombre de Arktogäa. El topónimo de Thule era en realidad griego, dado por un navegante llamado Pytheas de Masilia a un territorio descubierto hacia el 325 a.C. más allá de las Orcadas y las Shetland y que parece ser podría tratarse de Islandia si bien hay teorías para todos los gustos, como está mandado. Y fue esta sociedad la que, para darle un énfasis más germánico a su emblema, puso una daga sobre una esvástica curvilínea (la típica rueda solar).

Emblema de la Sociedad Thule
Bien, a estas alturas de esta extensa filípica puede que más de uno se pregunte qué leches tiene que ver todo lo dicho con el nazismo, su desmedida defensa de la raza aria y su afán por hacer la puñeta a los judíos. Pues hasta ahora nada, salvo la lectura de la revista Ostara por el ciudadano Adolf mientras intentaba vender sus acuarelas en Múnich. Pero al terminar la Gran Guerra y con Alemania sometida al infausto Tratado de Versalles, con el personal muy cabreado por la derrota cuando eran ellos los que ocupaban territorio enemigo y con la moral al nivel de las alcantarillas, necesitaban de forma imperiosa recurrir al mismo völkisch que tanto les ayudo décadas antes a sentirse orgullosos de pertenecer a una sola nación. La miseria y la humillación sufrida hacían imperioso un renacimiento que los políticos de la República de Weimar no eran capaces de insuflar al pueblo alemán y, cosas del destino, entre el marasmo de partidos y organizaciones de todo tipo que hacían que la vida en Alemania fuera un caos, fue la Sociedad Thule la que sirvió de punto de encuentro a una serie de personajes que, adoptando las abstrusas ideas de List y Lanz, pudieron tener la base ideológica necesaria para hacer resurgir el orgullo marchito de una nación humillada hasta el tuétano.

Dietrich Eckart (1868-1923)
De entrada, la Thule no solo pretendía expandir una serie de ideas que, en principio, no tenían nada que ver con la política. La situación del estado de Baviera, dominado por partidos de izquierda, les hizo ver que si querían recuperar la normalidad debían ser como sus adversarios, o sea, un partido de acción que se dedicase a algo más que dar conferencias sobre los dioses y la Walhalla. A partir de 1919 empezaron a sumarse ciudadanos de cierto nivel, no los típicos chalados que siempre se apuntan los primeros a este tipo de sociedades. En poco tiempo alcanzaron los 1.500 miembros entre los que se encontraban un ex-piloto de la Luftstreitfräfte llamado Rudolf Hess, Hans Frank, un joven excombatiente y miembro de un Freikorps; Dietrich Eckart, un conocido escritor y dramaturgo e incluso un joven ingeniero de origen ruso con la carrera apenas terminada, Alfred Rosenberg, que acabaría siendo el filtro por el que las ideas de List y Lanz fueron transfundidas al futuro NSDAP. Como vemos, el ciudadano Adolf aún no ha hecho acto de presencia. Qué cosas, ¿no?

El hotel "Cuatro Estaciones" de Múnich, sede de la Sociedad Thule
A principios de 1919, dos miembros de la Sociedad Thule, Anton Drexler y Karl Harrer deciden formar un partido que acogiese a personas de origen humilde o trabajadores antisemitas y contrari0s al comunismo, o sea, sujetos cuyo estatus social era la antítesis del personal que se reunía en el cuartel general de la Sociedad Thule, establecido en un selecto hotel de Múnich llamado Cuatro Estaciones. En este partido, denominado como Deutsche Arbeiter Partei (Partido Obrero Alemán), fue donde un buen día de julio de 1919 se presentó un veterano del ejército imperial que servía en una sección de inteligencia del nuevo y menguado ejército de la república. Se trataba del cabo Hitler, cuya misión consistía en infiltrarse en los grupúsculos y sociedades que habían crecido como hongos tras la guerra para mantener al ejército informado de los movimientos de esta caterva de gente que, ante todo, sembraban el caos por doquier. Fue afiliado con el nº 555 aunque en realidad el partido solo tenía 55 miembros contando con él. Habían empezado la numeración por el 500 para darse pisto. Sin embargo, cuando Dietrich Eckart lo conoció unos meses más tarde debió tener una revelación o algo por el estilo, porque poco menos que se puso a clamar como si se le hubiese aparecido un arcángel: ¡Está por venir un hombre de Alemania del que algún día el mundo hablará!. Las cosas como son: el augurio de Eckart se cumplió a rajatabla.

El ciudadano Adolf en una de sus vibrantes intervenciones.
Hay que reconocerle que, ya fuese obra de Eckart, ya fuese un
don natural, tenía una increíble capacidad para seducir a los
oyentes y dejarlos totalmente subyugados
No pasó mucho tiempo hasta que el ciudadano Adolf mandase a paseo el uniforme y viese claro que su destino era la política. Es probable que fuese Eckart el que lo convenciese porque, como hemos visto, desde el primer momento tuvo la certeza de que era el hombre señalado por la Providencia para devolver a la maltrecha Alemania su orgullo. Parece ser que la proverbial habilidad como orador de Hitler se la debía a Eckart, que además lo adiestró en presentación escénica, dicción y demás habilidades para lograr aquellos discursos hipnotizantes que llevaban al personal al paroxismo. Incluso se dice que, gracias a sus conocimientos en temas ocultistas, lo instruyó en mesmerismo y disciplina mediática para lograr que determinados espíritus lo poseyeran, lo que le permitía adoptar esas poses tan subyugantes y una gesticulación perfecta para acompañar sus discursos. Sea como fuere, lo cierto es que el ciudadano Adolf era capaz de arrastrar a las masas y hacer con ellas lo que quisiera, y eso es innegable.

Karl Harrer (1890-1926) y Anton Drexler (1884-1942), fundadores del DAP
Ya solo quedaba terminar de aunar todos los destinos en la encrucijada en la que se habían encontrado tras décadas caminando cada cual por su lado. Gracias al selecto círculo de amistades de Eckart, el ciudadano Adolf fue admitido en presencia de industriales, hombres de negocios y militares de elevado rango para ir haciéndose un nombre mientras que por otro lado se desgañitaba en las cervecerías muniquesas para exaltar a la plebe. Se hizo el amo del partido de Drexler, expulsando a su cofundador Karl Harrer, y en febrero de 1920 nació el Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista en cuyo programa estaban plasmadas todas las ideas racistas, eugenistas, legendarias, mitológicas, esotéricas y ultra-nacionalistas que List y Lanz, que ni siquiera eran alemanes sino austriacos, habían dado forma muchos años antes. Era un nuevo völkisch destinado a levantar a los alemanes del puñetero suelo y devolverles su orgullo perdido. Pero, desgraciadamente, ya sabemos como acabó la cosa porque los nazis llevaron estas prácticas a sus más pavorosos extremos.

En fin, criaturas, así surgió el racismo en el partido nazi. Como vemos, a ningún miembro del partido se le había pasado por la cabeza nada semejante, ni una sola de sus ideas eran propias, el antisemitismo estaba firmemente asentado en Alemania antes de que Hitler y sus conmilitones vinieran al mundo, y el anticristianismo que tanto predicaron Rosenberg o Himmler era en realidad la réplica de un visionario para restablecer una religión pagana. Los nazis no inventaron nada, simplemente usaron una doctrina que les vino bien para, como decíamos al principio sobre el nacionalismo, buscar un enemigo al que odiar porque el odio es lo que establece los lazos más fuertes entre los hombres.

Georg, ritter von Schönerer (1842-1921). Hombres
como este han sido los fautores de los mayores
genocidios de la historia al defender y propalar
ideologías supremacistas. Ojo, aún hay muchos
como él. Demasiados para estar ya en el siglo XXI
Más aún, ni siquiera inventaron la esvástica a pesar de que actualmente se la conoce como el símbolo más chungo que se puede imaginar cuando, en su origen, era todo lo contrario como ya se explicó en una entrada que dedicamos a la simbología nazi. Hay representaciones de la esvástica con al menos diez mil años de antigüedad, y era usada por pueblos tan dispares como japoneses, chinos, indios americanos, romanos, griegos e incluso judíos y otras muchas culturas. La esvástica representaba originariamente el fuego, la fertilidad, el sol y las estrellas. El término proviene del sánscrito: su (bueno), asti (existir, ser) y ka (hacer). Juntándolo todo tendríamos algo así como "hacer el bien", aunque los alemanes la llaman Hakenkreuz, cruz con ganchos. Su otro nombre, cruz gamada, proviene del griego por estar formada por cuatro letras gamma unidas. La gamma tiene forma de L invertida: Γ. Ya en 1852, cuando el ciudadano Adolf no era ni un proyecto de feto, el antropólogo gabacho Émile Burnouf afirmó que la esvástica era el símbolo de la raza aria, y en 1879, cuando el político y editor austriaco Georg von Schönerer, el más furibundo antisemita, anticatólico y antieslavo de su país fundó el Partido Pangermánico, la adoptó también como símbolo völkisch. Lo agregó a la lista de runas de List como una runa escondida entre la 17 y la 18, dando a entender que representaba la energía oculta. Ya vimos como la Sociedad Thule la tomó como emblema, y la que todos conocemos fue obra de Friedrich Krohn, un odontólogo de Starnberg perteneciente a la Sociedad Thule. Al parecer, el diseño final de la bandera roja con la cruz negra dentro de un círculo blanco es el que finalmente dibujó el ciudadano Adolf para convertirse en el símbolo de la maldad absoluta.

Bueno, con esto acabamos. Así pues, cuando algún cuñado que se haya visto dos o tres documentales sobre lo cabrones que eran los nazis podrán dejarlos de piedra diciéndoles que, en realidad, el racismo no lo inventaron ellos y que la idea de pertenecer a una raza superior era casi medio siglo anterior a la fundación del partido. Seguramente no les dirigirán la palabra en un mes o dos por la humillación y el berrinche, de modo que eso que llevan ganado.

Hale, he dicho


Cuidado. Escenas como esta pueden repetirse en Europa porque el racismo nacionalista no solo sigue vivo, sino que
va en aumento. Los nazis fueron uno más de los muchos que abrazaron estas ideas, pero hay mogollón de orcos zombificados que aún defienden esas paranoias. Recuerden vuecedes dos cosas: una, que el hombre es el único animal
que tropieza más de dos veces en la misma piedra. Y dos, que jamás aprendemos de la  historia. Sirva de aviso, y el
que se sienta aludido que le den por donde amargan los pepinos. A buen entendedor...

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