domingo, 3 de enero de 2016

Castillos de madera


Lo más básico que se despachaba: una simple
torre con dos plantas y azotea. La baja servía de
almacén y cocina y la primera de vivienda
La caída del Imperio Romano trajo un orden nuevo a Europa. Bueno, en realidad más bien trajo un caos, porque los pueblos germanos que se hicieron los amos del cotarro no supieron aprovechar- entre otras muchas cosas- la fastuosa herencia cultural y tecnológica legada por Roma. Por otro lado, la desintegración del poder central fue dando paso a lo largo de la Alta Edad Media a la creación de un sistema social, el feudalismo, que propició la formación de minúsculos señoríos locales en los que un BELLATOR se encargaba de dar protección a su pequeña colección de vasallos y, a cambio, estos le entregaban una serie de tributos para el mantenimiento tanto de su persona como de su mínima hueste. Ojo, el feudalismo fue algo muchísimo más amplio y complejo, pero para poner en contexto a la entada de hoy nos vale con esto. Así pues, nos encontramos con el siguiente panorama: por un lado, los conocimientos constructivos de los ingenieros romanos desaparecieron de la vida cotidiana. Los hombres que llevaron a cabo las obras más increíbles de su época no tuvieron a quién legar su sapiencia, la cual quedó relegada a los SCRIPTORIVM monacales donde, afortunadamente, se conservaron para el futuro. Y, por otro lado, los escasos medios económicos de los nuevos señores no les permitían acometer obras como las de antaño, cuando un simple campamento romano era capaz de albergar miles de hombres con todas las comodidades habidas y por haber y, por supuesto, permaneciendo más protegidos que en las poblaciones alto-medievales.

En fin, todos hemos oído hablar alguna vez de esa época oscura en la que se vivió una notable recesión cultural en Europa, y fue en este contexto en el que se desarrollaron estas peculiares fortificaciones que, aunque cueste creerlo, estuvieron vigentes hasta el siglo XI aproximadamente. ¿Qué fue pues lo que llevó a semejante decadencia? ¿Cómo se pasó de impresionantes fortificaciones pétreas a simples empalizadas de troncos? Pues a eso dedicaremos esta entrada.

Torre protegida por una empalizada. Muchas ciudades
modernas nacieron de las cabañas construidas al abrigo
de estas torres.
En primer lugar, como ya comentamos anteriormente, los ingenieros y arquitectos procedentes del mundo romano prácticamente desaparecieron del mapa. El estado de caos y las constantes guerras hicieron que todo su saber quedara relegado al olvido, y sin gente preparada no era posible acometer obras de envergadura. Los artesanos de la piedra, un material de por sí caro de extraer, transportar y manipular, sufrieron un destino similar, y los servicios de unos y otros se vieron limitados a los únicos que podían pagarlos: la Iglesia y los monarcas. Pero el resto de los BELLATORES que componían la nueva aristocracia que se gestó durante esa época ni tenían los medios económicos ni mucho menos el personal capacitado para labrar la piedra o saber levantar un plano. Así pues, solo les quedaba un material que era abundante y para el que había multitud de hombres capaces de trabajarlo: la madera.


Los carpinteros de la época, equipados con un segur, una
sierra, una barrena y un mazo eran capaces de construir
cualquier cosa. De hecho, podían transformar un
tronco en una viga en un tiempo increíblemente breve
La madera, material de construcción por antonomasia desde los tiempos más remotos, era muy barata. Bastaba talar unos cientos de árboles, trasladarlos al lugar de construcción ayudados por acémilas y, una vez allí, varios carpinteros podían convertirla en simples postes para una empalizada, tablones, ménsulas, puertas, ventanas, etc. Por otro lado, no olvidemos que estos carpinteros habían sido durante siglos el complemento de los maestros de la piedra ya que eran los que fabricaban los andamios, cimbras, máquinas y demás estructuras imprescindibles para la edificación de construcciones pétreas. Así pues, entre la abundancia del material base y el personal adecuado para trabajarlo, estaba claro que la única forma de disponer de algo más que una palloza para defenderse era construyendo fortificaciones lígneas que, por otro lado, eran suficientes para resistir a las ínfimas huestes de aquellos tiempos, formadas por unas cuantas decenas de hombres que ni siquiera tenían conocimientos técnicos para fabricar máquinas de asedio en toda regla.


Estos rudimentarios propugnáculos eran más básicos que la mente de un político: una simple torre que, a lo sumo, estaba rodeada por una empalizada fabricada con troncos mondos y lirondos. Si nos fijamos, estas estructuras no eran otra cosa que la réplica de las empalizadas y las torres de vigilancia heredadas del mundo romano (véase foto de la derecha) y que, seguramente, habían quedado en el recuerdo del personal. De hecho, muchas de sus fortificaciones permanecieron en uso o, aunque quedasen abandonadas, sus ruinas debieron perdurar el tiempo suficiente para que no se vieran sumidas en el más absoluto olvido. Es más, muchas de estas ruinas fueron luego reaprovechadas para, sobre sus restos, construir castillos en toda regla. Pero, sea como fuere, la cuestión es que, aunque básicas, para levantar estas fortificaciones también se requerían una serie de conocimientos que, aunque estaban muy lejos de los necesarios para fabricarlas con piedra, eran imprescindibles para no verlas desmoronadas al poco tiempo.


Así pues, una vez elegido el emplazamiento- obviamente en un lugar elevado para facilitar la defensa-, se procedía a la construcción de la empalizada. Esta barrera no solo serviría para proteger la torre, sino también para dar cabida a las mínimas dependencias necesarias para alojar caballos y aves de corral. En primer lugar se procedía a cavar un foso siguiendo la costumbre romana de verter la tierra extraída del mismo hacia el interior, formando así un talud que permitía elevar la altura de la empalizada. La parte superior del talud, debidamente nivelada, se convertía en un camino de ronda mientras que en la escarpa y el fondo del foso se podían hincar estacas o cualquier obstáculo que fastidiase enormemente a los enemigos: abrojos, zarzas, etc. Para contener la tierra se cubría con tepes ya que, de lo contrario, un buen aguacero podía deshacer todo el talud en un periquete. En cuanto a la barrera en sí, estaba formada por troncos cuyos extremos se afilaban para dificultar un asalto y se abrían en la misma burdas aspilleras para asaetear bonitamente a los posibles atacantes. Pero para plantar troncos con propiedad no bastaba con abrir una pequeña zanja, sino que había que añadir algún material para asegurarse de que no sería fácil tumbarlos. Para ello, se ponía en el fondo una gruesa laja de piedra como base y se añadían piedras menudas bien compactadas alrededor, con lo el poste quedaba firmemente asegurado. Para dar consistencia al conjunto se ataban unos postes con otros o, simplemente, se clavaban travesaños.


Naturalmente, había formas de fabricar empalizadas más complejas, especialmente si se daba el caso de que el terreno careciera de la consistencia adecuada. Un ejemplo lo tenemos a la derecha, donde vemos como la base de la barrera está formada por una estructura de vigas ensambladas que, de por sí, podría mantenerse erguida simplemente apoyada en el suelo. No obstante, en este caso se le ha añadido un paramento de piedra como muro de contención para dar solidez al talud. Por la parte interior se ha cubierto de tepes con la misma finalidad. En cuando a la barrera en sí, consta de postes verticales separados a poca distancia unos de otros unidos mediante troncos serrados por la mitad. Así mismo, el camino de ronda se ha cubierto de madera para impedir que las lluvias lo conviertan en un barrizal intransitable.


Obviamente, la empalizada debía tener un vano para dar cabida a la puerta de acceso al recinto. Esta puerta podía ser desde una simple estructura formada por dos jambas y las hojas a estructuras más complejas, como puertas-torre similares la que vemos a la izquierda. Este tipo de puerta, heredada también del mundo romano por ser la estructura de acceso habitual en sus CASTRA, podía adoptar formas diversas, incluyendo incluso rudimentarios cadalsos para permitir la defensa vertical de la misma. Por otro lado, el verdadero punto flaco de estas construcciones era el elevado riesgo de verlas ardiendo como teas a causa de los proyectiles incendiarios lanzados por los enemigos por lo que, en caso de peligro, podrían ser cubiertas por pieles crudas y empapadas en agua. Aparte de esto, al parecer eran también encaladas para protegerlas tanto del meteoro como de la carcoma, teniendo en realidad una apariencia diferente a la que solemos tener in mente con la madera desnuda. Del mismo modo, la cal podría teñirse con pigmentos como el ocre o la almagra, obteniendo así un color anaranjado o rojo.


En cuanto al edificio principal, aparte de las tipologías que hemos visto en las imágenes de más arriba, podemos decir que, básicamente, eran torres de planta cuadrangular provistas de tres niveles. En la planta baja se encontraba la cocina y la despensa. En la primera planta, la vivienda del señor y su familia, y en la última los enseres, armas y demás objetos de valor. Estas torres carecían de chimeneas, por lo que la única fuente de calor eran braseros que, debido a la escasa renovación del aire, convertirían la atmósfera en irrespirable. De hecho, en muchos casos no disponían de ventanas sino solo de aspilleras, lo que haría el interior de estos edificios en tabucos oscuros y malolientes. La ilustración superior nos ofrece una visión de un tipo de torre más evolucionado que, para mejorar su defensa, la primera planta forma un balcón voladizo a modo de cadalso ya que estas estructuras carecían de elementos de flanqueo. De ese modo, con dispositivos de tiro vertical, suplían esa carencia. En otros casos, dicho voladizo se emplazaba en la última planta. Por lo demás, la torre que mostramos está separada del suelo mediante postes, como si fuese un palafito, para mejorar su defensa ya que la puerta de acceso estaría situada a varios metros de altura. Bastaría retirar la escala de madera para complicarle las cosas a posibles asaltantes ya que no podrían derribarla. En cuanto al acceso al recinto, en este caso se ha ilustrado con un puente de cigoñales que reforzaría la puerta una vez elevado. Por último, comentar que la empalizada dispone de una pasarela elevada como camino de ronda ya que, debido a su altura, no bastaría con la que le proporcionaba el talud de tierra.


En cuanto a las techumbres, en este tipo de torres se preferían los tejados a dos o cuatro aguas en vez de azoteas ya que, por razones obvias, estas últimas solo producían goteras y filtraciones. Los maestros tejadores no eran especies en peligro de extinción, piedra de pizarra había en todas partes y las herramientas necesarias para fabricar las tejas y colocarlas eran solo dos, las cuales podemos ver en la foto de la izquierda. La de arriba cumplía tres funciones: con el pico sacaban las lajas, con el martillo se clavaban al armazón de madera y con la uña se extraían los clavos cuando era preciso sustituir alguna teja. La herramienta que vemos abajo servía para ayudar a colocarlas o extraerlas cuando se rompían. Aparte de estos dos útiles solo era necesario un pequeño taladro para perforar las lajas y clavarlas. En cuanto a la estructura que sustentaba la techumbre, estaba formada por tablones colocados sobre un armazón lo suficientemente sólido como para resistir el peso de las tejas que, en sí, se podría decir que formaban el conjunto más pesado del edificio.


En lo tocante a los paramentos de las torres, estos podían estar conformados por tablas clavadas sobre un armazón sin más historias. Sin embargo, esto conllevaba un gasto extra tanto de madera como de trabajo, y estos individuos jamás estaban por la labor de gastar por gastar. Por otro lado, este tipo de construcción daría lugar a un edificio muy pesado que, caso de erguirse sobre un montículo artificial, podría producir corrimientos de tierras o algo peor. Así pues, se recurría a un antiquísimo método que, en vez de usar tablas clavadas a la estructura, aprovechaba ésta rellenando sus huecos con zarzos de mimbres o ramas finas para, a continuación, cubrirlos con un revoco a base de cal. Tal como podemos ver en la ilustración superior, en los largueros verticales se introducían listones o ramas lo más rectas posibles sobre las que se tejía el zarzo. A continuación se aplicaba una gruesa capa de revoco que, finalmente se encalaba. De este modo se agilizaba mucho la construcción de la torre, se abarataban los costos y, muy importante también, se disminuían de forma notable las posibilidades de que fuera incendiada durante un ataque. En cuanto a las ventanas, en la misma ilustración vemos la tipología más habitual, formada por una sola hoja basculante. Este sistema permitía la entrada de luz y la renovación del aire sin exponer el interior de la estancia a los proyectiles de los sitiadores, así como permanecer a cubierto mientras que los defensores se asomaban para disparar o lanzar alguna porquería sobre los enemigos situados al pie de la torre.


Mota castral
Las pequeñas poblaciones que fueron creciendo alrededor de estas fortificaciones dieron lugar a las motas castrales, mientras que a partir del siglo XI se empezó a sustituir la madera por la piedra tras el periodo de oscurantismo de la Alta Edad Media. Los motivos para este cambio eran bastante evidentes: aunque las construcciones en piedra eran muchísimo más caras, su durabilidad era infinitamente superior, requerían de muchísimo menos mantenimiento, eran ignífugas, no eran atacadas por la carcoma, la lluvia no les afectaba, y eran capaces de resistir la maquinaria que, rescatada de los tratados de Vitrubio más la importada por los cruzados y por los andalusíes desde sus parientes orientales, podían pulverizar una fortificación de madera en un santiamén. Así pues, las torres lígneas se transformaron en los poderosos y desafiantes donjones que ya serán motivo de una entrada para ellos solos.

En fin, se acabó la historia.

Hale, he dicho


Vieja postal que muestra el impresionante donjón de Houdan, construido entre 1120 y 1137. Como ya podemos
suponer, si lo hubieran fabricado de madera no habría aguantado los novecientos años de nada que este lleva
en pie y lo que te rondaré morena.

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