Menos de 300 años separarían a estos dos legionarios. En una época en que los cambios se producían de una forma más pausada que actualmente, podríamos decir que fue un tanto radical |
Al hilo del artículo anterior, nos quedó por dilucidar el misterio más misterioso de todos: ¿por qué el ejército romano sustituyó el GLADIVS con el que llevaba combatiendo desde hacía cuatro siglos por la SPATHA, y más si consideramos que muchos de sus enemigos combatieron con espadas largas y aún así fueron derrotados por los imperialistas latinos? ¿Qué sucedió para que unas tropas que llevaban toda la vida usando un tipo de arma les dijeran un buen día que ya podían olvidarse de ellas y que a partir de ese momento debían emplear otras para cuyo manejo no estaban entrenados? En fin, podemos hacernos tropocientas preguntas y dar otras tantas respuestas que podrían ser válidas porque como nadie lo sabe, nadie lo pondrá en tela de juicio salvo que sean disparates propios de cuñados. Del mismo modo, la realidad es que tampoco se puede concretar con exactitud cuál era la forma de combatir del legionario. Amiano, Arriano, Tácito o Polibio nos legaron en sus crónicas hechos históricos más que tratados militares, mientras que Vegecio, en su DE RE MILITARI (siglo VI d.C.), más bien hizo un compendio de lo que ya se había escrito, por lo que tampoco aportaba nada nuevo en sí, sino lo que había sobrevivido de épocas anteriores. Cierto es que da cuenta de la ARMATVRA, el método de adiestramiento del ejército, pero no abarca en modo alguno todo el período de duración del Imperio.
Como está mandado, los estudiosos de nuestros días tampoco se ponen de acuerdo, y menos desde que con la arqueología experimental y el recreacionismo muchos han considerado que una réplica fabricada actualmente es exactamente igual a una de hace 20 siglos, y que su manejo en manos de un probo ciudadano recreacionista da el mismo rendimiento. A mi entender es un craso error. Tanto la arqueología experimental como el recreacionismo pueden darnos una idea aproximada, pero en modo alguno argumentos irrefutables. Las técnicas metalúrgicas usadas en las herrerías del siglo I a.C. no son las de ahora. Un herrero romano forjaba partiendo de un cacho de hierro, y una réplica moderna se obtiene recortando una lámina de acero de un determinado tipo al que solo hay que templar tras darle forma. Más aún: las acanaladuras no se obtienen mediante martilleado, sino por abrasión o fresado. Como es lógico, comparar y dar por sentado que un arma romana y una réplica actual tienen las mismas características es absurdo. Solo la diferencia del tipo de material daría variaciones sensibles en el peso total del arma, en el centro de gravedad y, por ende, en su manejo.
En cuanto a los recreacionistas, que son por norma muy puntillosos en lo tocante a la búsqueda de la fidelidad más rigurosa, no son ciudadanos que se pasan varias horas al día aporreando un poste con una pesada espada de madera, ni se dan caminatas de 25 km. cargados como mulos, ni se alimentan exclusivamente de pan y nabos. Son oficinistas, médicos, albañiles o comerciantes que les gusta el tema y los fines de semana se visten de romanos o de lo que sea y montan su pequeña batallita para mayor deleite del público, especialmente los críos que disfrutan como enanos viendo de cerca a todo un centurión con el pecho cubierto de PHALERÆ, su vistosa CRISTA TRANSVERSA en el casco y el VITIS con el que amenaza de mentirijillas a sus supuestos subordinados. Ojo, no pretendo restarles el mérito en su labor de investigación, pero en lo tocante al rendimiento físico y a la destreza en combate son tan irrelevantes como un cuñado de 120 kilos ahíto de zumo de cebada y sesiones de butaca de 12 horas diarias haciendo de RETIARIVS.
Bien, este introito no tiene otro objeto que hacer de advertencia para que tengamos claro que las diferencias en el uso táctico de las armas son muy relativas, que lo que sabemos hoy se basa solo en conjeturas más o menos sensatas y que, salvo que aparezca algún manuscrito de la época que nos lo cuente con detalle, de momento tendremos que hacer solo suposiciones acerca de los motivos que empujaron al ejército romano a desechar sus GLADII y adoptar la SPATHA, un arma contra la que llevaban tiempo combatiendo pero que solo era usada por la caballería, y para fines muy concretos que nada tenían que ver con el manejo de ese tipo de espada en manos de un infante. Aclarado estos aspectos, vamos al grano sin más demora...
Vamos a situarnos en las postrimerías del siglo I a.C., o sea, en el Principado Temprano. En esa época, el legionario romano estaba armado de un PILVM como arma arrojadiza, un GLADIVS y un PVGIO. Su forma de combatir es la misma desde hace la torta de años: una vez que se da a las cohortes la orden de atacar, inician el CONCVRSVS, un paso ligero destinado a acortar distancias con el enemigo pero de forma que no tengan que cubrir un trecho excesivamente largo para no cansarse. Una vez que se sitúan a unos 30 metros de la primera línea del enemigo arrojan sus PILA, que vuelan en masa y se clavan en los escudos del adversario. Como ya se explicó en su momento, estos se veían en el brete de tener que soportar el peso y el engorro extra de una lanza clavada- que por cierto también podría haber herido a más de uno al atravesar el escudo-, o bien deshacerse de ellos porque se los habían inutilizado.
Mientras tanto, los romanos desenvainaban sus GLADII e iniciaban el IMPETVS, o sea, una carga a toda velocidad para cubrir esos 25 o 30 metros que los separaban de la primera fila del ejército enemigo para llegar al contacto lo antes posible y alcanzarlos justo cuando aún estaban en pleno dilema con los PILA clavados en sus escudos. El legionario se oculta por completo tras su enorme SCVTVM de forma que, prácticamente, no ofrece ningún blanco al adversario. Solo se ve una parte del casco asomando por encima, y la mano que empuña el GLADIVS, cuya hoja asoma por el lado derecho. Los enemigos, armados con lanzas y espadas largas, intentan responder al ataque arrojando las suyas y disponiéndose a repeler el muro de SCVTA que, como una tromba, se echa encima de ellos.
Ya que tienen ambas manos libres tras deshacerse de sus escudos, empuñan sus espadas para golpear con más fuerza. Pero poco pueden contra un SCVTVM cuyo borde está enteramente ribeteado por una cantonera de bronce y que, además, es un arma en sí mismo. El legionario que se esconde tras él le propina un golpe brutal en plena jeta con el umbo, o descarga sobre su pie el canto metálico del escudo, lo que le produce una fractura de toda la delicada osamenta de esa zona del cuerpo. Pero antes siquiera de que el intenso dolor le haga soltar un berrido el GLADIVS que asomaba malévolamente avanza de golpe y ve como su aguzadísima punta se introduce en su abdomen, penetrando un palmo al menos lo que le provoca una hemorragia masiva. Pasmado y sintiendo como las fuerzas lo abandonan a una velocidad francamente inquietante, el bárbaro se desploma mientras uno de sus compañeros, que estaba detrás de él, descarga un tajo con su enorme espada que, como en el caso anterior, se estrella sin consecuencias en el SCVTVM. El legionario solo tiene que avanzar el pie derecho para acortar la distancia y, aprovechando que el bárbaro eleva los brazos para descargar otro tajo, le mete el GLADIVS por la boca del estómago y lo deja literalmente en el sitio.
Cuando el ejército bárbaro llega a la conclusión de que lo más sensato es tomar las de Villadiego, los legionarios no se preocupan en salir tras ellos. Detienen la matanza y el legado ordena al CORNVS que de el toque de ataque a la caballería situada en las alas. Los jinetes están armados con LANCÆ, unas lanzas de unos dos metros de largo, tres VERVTI, dardos arrojadizos de alrededor de 120 cm. guardados en una aljaba que pende del lado derecho de la silla, y de las SPTAHÆ que ya vimos en el artículo anterior. Con sus monturas totalmente descansadas porque durante la batalla no se han movido de su sitio inician una persecución despiadada contra unos enemigos que huyen agotados y despavoridos. Con las piernas bien aseguradas contra sus sillas de cuernos, uno a uno los van cazando, bien pasándolos de lado a lado con las lanzas, con los dardos o, caso de perder las armas enastadas, de un brutal tajo propinado con la espada en la cabeza, el cuello o el hombro. A los que tropiezan y caen los rematan en el suelo de un lanzazo o de una estocada.
Y así, de esta forma tan aparentemente elemental y a la par eficiente, los romanos se hicieron los amos del cotarro durante siglos. Sí, también sufrieron derrotas, naturalmente, pero si comparamos las mismas con las victorias y con la enorme diferencia entre las bajas de ambos bandos queda claro que la balanza de inclina notablemente a favor de las legiones que, absurdo sería negarlo, fueron las dueñas de los campos de batalla hasta que allá por el siglo IV los germanos empezaron a ser una amenaza tan real como para marcar el comienzo del declive del Imperio.
Bien, ya sabemos el uso principal del GLADIVS. Más corto que la espada hispana original, era ante todo un arma destinada a herir de punta (PVNCTIM) si bien también podía usarse para hacerlo de filo (CÆSIM). No obstante, su longitud y su masa no le daban la contundencia adecuada ya que eran ligeros de peso y su centro de gravedad estaría desplazado más bien hacia la empuñadura, generalmente bastante masiva. Una cuchillada en el abdomen era por lo general definitiva por ser una zona altamente vascularizada, hasta los topes de arterias derivadas de la aorta que podían seccionarse con las afiladas hojas de los GLADII. Pero no era imperioso herir en el abdomen. Las arterias radiales de ambos brazos o las subclavias, a escasa profundidad, también podían escabechar a un enemigo en los escasos segundos que tardaría en sobrevenirle un shock hipovolémico. Ídem en la femoral, en el muslo, para no hablar de las carótidas, que sin son seccionadas dejan a la sesera sin oxígeno en apenas un par de segundos y están a solo dos centímetros de profundidad. Según Vegecio, bastaba una cuchillada de solo dos VNCIÆ (la doceava parte de un pie romano, o sea, 49 mm.) para acabar con la vida de cualquiera. Basta una perforación de estómago para dejarlo a uno listo de papeles aunque la víctima tarde un buen rato en entregar la cuchara.
Dicho esto, es obvio que nos planteemos la cuestión que tratamos: si tan bien les iba con el GLADIVS, ¿para qué cambiarlo por otra arma? Porque, al parecer, no todo era tan de color de rosa como nos lo pintaron ya que, como es de todos sabido, es habitual narrar las victorias como un paseo militar en el que el enemigo es tonto del culo y los vencedores unos máquinas que los derrotaron en lo que el legado tardó en echarse una partida de dados con el tribuno laticlavio. No hay que ser ningún experto en temas militares para dar por sentado que, tras el choque inicial, en las primeras filas se formaría un maremagno absolutamente caótico. Desplazarse sobre hombres muertos o heridos no era fácil, más de uno se caería al suelo, tropezaría y podría ser abatido. Los legionarios, fieles a su férrea disciplina y obedeciendo las órdenes de sus centuriones, apretarían la filas para mantener el muro de escudos que los tenían relativamente protegidos de enemigos que, en muchas ocasiones, los superaban en número. Más aún, a veces ni siquiera tendrían espacio para sacar la mano entre su propios SCVTA para herir a unos adversarios muy cabreados y, a veces, bajo los efectos de substancias psicotrópicas o el influjo de algo similar a un estado pseudo-hipnótico producto de una histeria colectiva provocada por sus druidas, chamanes, etc. ¿Recuerdan los guerreros desnudos? Pues algo así.
Según Amiano, "...las diferentes unidades se amontonaban tanto que un soldado apenas podía sacar su espada o retirar su mano después de haber extendido el brazo", lo que corrobora que a pesar de la aparente facilidad que nos han "vendido", el caos y la masificación eran una pauta habitual que dificultaba hasta algo tan simple como lanzar una estocada a un enemigo situado prácticamente encima de ellos. Y otra cuestión que debemos mencionar es que esos enfrentamientos de espada contra espada como los que aparecen en las películas eran inexistentes. La esgrima de la época no tenía nada que ver con eso porque la esgrima se ideó para hombres que luchaban sin más defensa que su propia espada, lo que les obligaba a usarla tanto para atacar como para detener y/o desviar los tajos y estocadas del adversario. De ahí que no existiese una esgrima propiamente dicha. Los combatientes se limitaban a detener el golpe con su escudo, esquivar, fintar y, en el instante en que el adversario quedase medio segundo al descubierto, meterle una cuchillada con toda el alma para causarle una baja definitiva. Si veía que aún podía conservar un remanente de energía como para morir matando se le asestaba otra cuchillada en la garganta o un tajo en el cuello y adiós muy buenas.
Por otro lado, Connolly, uno de los más encumbrados divulgadores sobre estos temas, sugirió que fue evolución de la GALEA lo que obligó al legionario a tener que luchar más erguido. Y es cierto que el Montefortino de finales de la República adolecía de un defectillo: dejaba la nuca y el cuello del legionario totalmente desprotegido salvo por la mínima ala trasera que, a lo sumo, podría desviar un golpe que viniese desde arriba, pero no de uno horizontal. A medida que pasó el tiempo el cubrenucas se fue alargando, y el ala trasera se hizo cada más más ancha para proteger los hombros. Según Connolly, estos cascos impedían adoptar la posición agazapada con que los legionarios aguardaban el primer choque enemigo, colocando el escudo sobre ellos. Si uno se agacha un poco debe levantar la cabeza, y si lo que llevas puesto en la cabeza no te lo permite pues no te queda otra que mantenerte erguido y, por ese motivo, el legionario tendría que distanciarse del adversario, por lo que le venía mejor una SPATHA antes que el GLADIVS. Esta teoría fue rechazada por recreacionistas que demostraron, al menos según ellos, que podían adoptar dicha postura con una GALEA del tipo Imperial-Gaélico C o similar, pero no debemos olvidar que fue precisamente Connolly el que antecedió a los recreacionistas y que mucho o todo de lo que ellos saben se lo deben precisamente a él. Por lo demás, y siempre insisto en esto, no es lo mismo agacharse en mitad de un prado una soleada mañana dominical con un casco puesto para que te hagan unas fotos a hacer lo propio en batalla, rodeado de enemigos cabreados dando golpes a destajo, de compañeros empujando como fieras, de muertos, heridos y demás exquisiteces de la vida militar.
Y no debemos pasar por alto otro detalle que se suele obviar: la visera. El Montefortino carecía de visera, que se añadió en las primeras GALEÆ de finales del siglo I a.C., y no se puso ahí para proteger precisamente del sol, sino de los filos de las pesadas espadas al uso entre celtas, galos y germanos; y si las pusieron fue porque muchos probos ciudadanos palmaron con su Montefortino atravesado y sus cráneos hendidos hasta los sesos. Del mismo modo, a raíz de su paseo por la Dacia, las tropas de Trajano tuvieron que reforzar sus GALEÆ con unas crestas cruciformes porque las hoces que usaban estos probos balcánicos podían cortar en dos tanto el casco como el cráneo del dueño del casco de un solo tajo. Sea como fuere, basta comparar las imágenes de la derecha, donde vemos un Montefortino (fig. A) con un Imperial tipo H (fig. B) del siglo III d.C. con el que, como salta a la vista, sería complicado mirar al cielo para ver pasar los pájaros. A todo esto, recordemos que los cascos al uso en el siglo IV tenían el cubrenucas articulado precisamente para permitir mover la cabeza de arriba abajo, por lo que la teoría de Connolly cobraría sentido al ser necesario dotar a los yelmos de esa pieza móvil. Por algo lo harían, ¿no?
Finalmente, otros abogan por una progresiva "barbarización" del ejército romano contando a partir de la inclusión de tropas extranjeras como auxiliares de la caballería. Esto se me antoja por completo carente de sentido porque el ejército romano llevaba siglos "barbarizado". ¿No era prácticamente toda su panoplia de origen foráneo? Espada hispana, yelmo, loriga y escudo celtas, y antes de eso su arsenal era helenístico. Y no dudaron en adoptar un arma de otra cultura cuando vieron que les convenía de la misma forma que mandaron al desván los XIPHOI griegos cuando vieron la contundencia del GLADIVS mientras que, curiosamente, desecharon la falcata porque no se adaptaba bien a su forma de combatir a pesar de ser una, sino la más efectiva, de todas las espadas del mundo antiguo en Occidente. O sea, que no tuvieron problemas a la hora de trocar sus petos de bronce y sus yelmos tipo Negau o corintios cuando vieron que las lorigas de malla y los yelmos Montefortino de los celtas eran más eficaces, por lo que igualmente podrían haber copiado sus largas espadas. Sin embargo, prefirieron la hispana, a la que incluso acortaron la hoja para adaptarla a su uso táctico. En resumen, que la supuesta barbarización no debió influir en nada en un ejército barbarizado desde hacía más de siete siglos, y eso sin contar la presencia, no solo de celtas en sus filas, sino de iberos, germanos, galos, honderos baleares, y hasta númidas.
Y tras ver los pros y contras del GLADIVS, así como su trayectoria, ¿qué ofrecía a cambio la SPATHA para tomar el relevo? Veamos...
Las primeras referencias que nos dan fuentes romanas de las espadas largas es que eran una birria. Plutarco señala que durante la Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.) las tropas mercenarias galas al servicio de Cartago se enfrentaron con los romanos que "...lanzaron sus jabalinas contra sus rostros, pararon sus golpes con las partes [de los escudos] revestidas de hierro, y torcieron los filos de sus espadas, que estaban suave y débilmente templadas, tanto que pronto se doblaban en dos". Polibio lo corrobora al manifestar que "los escudos hispanos y los celtas eran muy similares, pero sus espadas eran completamente diferentes. Las hispanas se clavaban con efectos mortales, pero las espadas galas solo eran capaces de cortar y requerían un largo golpe para hacerlo". Bien, esto nos confirmaría que la tecnología a nivel metalúrgico de los galos por aquel entonces no valía un duro, pero eso no suponía que sus armas estuviesen mal concebidas, sino que estaban mal fabricadas. Recordemos como los mismos romanos cambiaron sus técnicas de forja usadas para los GLADII cuando llegó la hora de fabricar SPATHÆ, lo que indica que cuando les interesó bien se preocuparon de elaborar un producto de la mayor calidad posible, por lo que los niveles de acabado del arma no eran óbice para adoptarla si les convenía. Además, no olvidemos un detalle: las espadas galas serían una birria, pero las técnicas de forja de los germanos fueron usadas por los romanos, y las de los iberos ni se molestaron en probarlas porque les daban cien vueltas, y nunca llegaron a alcanzar la soberbia calidad de una espada fabricada en Hispania.
A esto debemos añadir otro detalle que generalmente tampoco se suele tener en cuenta. Hablamos y hablamos de la evolución de las legiones, de como pasaron de los manípulos a las cohortes, de como sus yelmos fueron cambiando de manera que los que se usaban en el siglo IV ya no tenían nada que ver con los viejos Montefortinos, de como el SPICVLVM (el angón, que también era de origen germano por cierto) acabaron con el ancestral PILVM, de como aparecieron los PLMBATÆ, etc., pero nunca se dice ni pío de sus enemigos, como si los germanos hubieran permanecido igual desde siglos atrás, lo que es un poco chorra ya que si no hubiesen evolucionado no habrían sido capaces de derrotar y acabar aplastando a los que antes habían sido sus dominadores, ¿no? Sería absurdo pensar que los germanos, una raza extremadamente belicosa de por sí, no hubiesen aprendido de sus errores y no hubiesen sido capaces de mejorar sus tácticas y estrategias, lo que lógicamente obligaría a los romanos a re-adaptar sus métodos para contrarrestar los del enemigo. A mi entender, ahí es donde está el meollo de la cuestión, que no es otro que la SPATHA fue adoptada por mera necesidad cuando el GLADIVS quedó obsoleto para la guerra a partir del siglo II d.C.
Pero, por desgracia, nadie se molestó en dar cuenta tanto de los avances de los ejércitos enemigos como de los motivos que obligaron a evolucionar al ejército romano para adoptar la SPATHA. Porque, eso debemos tenerlo claro, toda mejora en lo tocante al armamento parte de una necesidad. Es un principio de acción y reacción que aún perdura y perdurará siempre. Si tienes una coraza más dura tengo que fabricar algo que la perfore, si mejoras tu armadura tengo que mejorar mi arma. Si tienes un arco que alcanza tal distancia, yo tengo que ver la forma de fabricar uno que tenga un alcance mayor, y así hasta el infinito y más allá. Por lo tanto, en este caso debemos recurrir a la famosa fórmula de "una vez eliminadas todas las probabilidades la que queda, por extraña que sea, es la verdadera" o, al menos, acercarnos al máximo. De entrada ya vimos en el artículo anterior que la introducción de la SPATHA no fue ni simultánea ni rápida, sino todo lo contrario. Esto nos indica que la idea no partió de un edicto imperial ya que, de ser así, el cambio habría sido llevado a cabo con rapidez en todo el Imperio. Por otro lado, aunque la mayoría de los ejemplares hallados proceden del BARBARICVM, han aparecido restos de sus guarniciones en todas partes, lo que nos quiere decir dos cosas: una, que en efecto se usó en todo el territorio bajo el dominio de Roma, si bien es muy probable que el cambio comenzase en las legiones destinadas al LIMES, las fronteras orientales del Imperio que era donde siempre estaban a la gresca con los belicosos germanos. Y dos, que las que han aparecido en el BARBARICVM, como ya se comentó, son básicamente ejemplares votivos arrojados en ríos, seguramente procedentes de botines de guerra arrebatados a tropas romanas. Un guerrero germano no tiraba su espada a una ciénaga, sino los despojos del enemigo para ganarse el favor de los dioses.
Y en lo tocante a las ventajas de la SPATHA debemos tener en consideración una serie de factores. Ante todo, si se impuso sobre el GLADIVS solo quería decir una cosa: lo combates cerrados cuerpo a cuerpo ya no eran la tónica habitual. No sería raro que el enemigo, que sería enemigo pero no tonto, tras siglos de ser derrotado hubiese llegado a la conclusión de que si seguían luchando como antaño los romanos les seguirían dando para el pelo, así que es posible que hubiesen optado por cambiar de estrategia y mantener una distancia en la que el GLADIVS ya no tenía utilidad. Si la distancia era mayor, el legionario debería avanzar un paso, desplazar el escudo un poco hacia su izquierda e intentar asestar la cuchillada. Pero, a cambio, dejaba al menos la mitad derecha de su cuerpo expuesta, momento que el enemigo aprovecharía para descargarle un tajo en el brazo o el muslo, las zonas más vulnerables en ese momento. La SPATHA resolvía esa compleja situación ya que igualaba la distancia con el enemigo y, además, era más polivalente que el GLADIVS ya que no solo permitía herir de filo, sino también de punta.
Como ya vimos, la SPATHA, al tener la hoja más larga y pesada, tendría el centro de gravedad desplazado hacia la punta, lo que la convertía en un arma muy contundente si se asestaba un tajo de arriba abajo. Su gama de golpes no era muy extensa, pero eficaz: golpe de arriba abajo, de derecha a izquierda- ambos en sentido horizontal o en sentido oblicuo-, y estos no solo contra la cabeza o el cuello, sino también contra los muslos y las pantorrillas, y la cuchillada. El golpe de revés era casi imposible porque habría que darlo por encima del escudo. Pero el GLADIVS era aún más limitado: cuchillada y un tajo en corto de remate o contra una pierna como mucho, y sin probabilidad de ser definitivo por el tema del centro de gravedad que explicamos antes. Así pues, un legionario armado con una SPATHA podía matar de forma más eficiente en circunstancias que con un GLADIVS posiblemente no habrían sido posibles. Más aún, en caso de un combate muy cerrado, además de la cuchillada de siempre ganaba una opción más: apuñalar en la jeta al adversario sacando el brazo y golpeando hacia abajo por encima del escudo, que por cierto por aquella época era diferente. El enorme SCVTVM rectangular y curvado había dado paso a otro modelo más liviano y de forma ovalada plana o levemente convexos, que ofrecía menos protección pero era mucho más manejable, lo que nos ayudaría a cuadrar esta fórmula.
Los escudos rectangulares podían formar una muralla impenetrable por su forma. Rectángulo contra rectángulo daban lugar a una pared sin el más mínimo resquicio por donde el enemigo pudiera ofenderlos. El más preclaro ejemplo sería la TESTVDA. Pero una fila de legionarios protegidos por escudos ovalados, aún solapándolos, sí dejaría multitud de sitios por donde colar una lanza o una espada. ¿Que implica esto? A mi entender algo tan simple como que el combate cerrado había pasado a la historia, y que la distancia entre hombres se aumentó para darles más movilidad. Recordemos la cita anterior en la que Amiano comentaba el caos y la dificultad para sacar la mano entre el muro de escudos propios. Por lo tanto, un legionario que luchaba menos limitado de movimientos con un arma capaz de herir de punta y filo sería simplemente la respuesta a un enemigo que había aprendido a mantenerse a distancia para anular la implacable pericia de las legiones en la lucha cuerpo a cuerpo extrema.
Y para aclarar las filas enemigas antes del contacto, hacia el siglo IV surgieron los PLVMBATÆ, de los que cada legionario portaba cinco unidades en el reverso del escudo. Así, mientras las filas delanteras lanzaban el PILVM o el SPICVLA, las traseras arrojaban sus PLVMBATÆ que, por su trayectoria, caían casi en vertical. Cinco PLVMBATÆ por legionario eran miles de dardos de alrededor de medio kilo (estaban lastrados con plomo) provistos de una aguzada punta barbada que podía atravesar de todo: un yelmo, un escudo o una loriga, y de paso clavarse profundamente en lo que había debajo: cabeza, cuerpo o lo que pillara por medio. Tras la lluvia de proyectiles y un poco apabullados, los enemigos no tenían fácil rechazar tropas armadas de una espada que hería de filo y punta. Y no solo sufrían sus efectos los enemigos de Roma, sino los romanos que se enfrentaban con ejércitos de otras naciones y empleaban un armamento similar. Un ejemplo de su contundencia nos lo describe de forma bastante gráfica Amiano cuando narra las consecuencias de la batalla de Ad Salices, librada en 377 en la actual Bulgaria entre tropas romanas y godas que acabaron en tablas tras darse estopa con muy mala leche. Cuando da cuenta del panorama tras el combate detalla que "...mientras todo el campo
de batalla estaba cubierto de cadáveres, algunos yacían entre ellos heridos de
muerte y tenían una vana esperanza de vida. Otros fueron heridos con el glande de una honda o perforados con flechas con punta de hierro. Las cabezas de los
demás estaban divididas por la mitad desde la frente a la coronilla con espadas
y colgaban de ambos hombros, una visión horrible". En este pasaje, Amiano no especificó a quién pertenecían las bajas, pero todo hace pensar que las cabezas partidas en dos eran tanto de romanos como de godos, víctimas de la rotunda contundencia de sus SPATHÆ.
En fin, criaturas, estas son las conclusiones a las que he llegado. Como remate a estas teorías creo que lo más significativo es que el ejército romano no solo cambió de espada, sino que modificó en un lapso de 200 años toda su panoplia: la GALEA dio paso a un yelmo cónico con barra nasal como los Spangenhelm que tanta profusión tuvieron en la Alta Edad Media y cubrenucas móvil. Las LORICÆ SEGMENTATÆ hicieron lo mismo para retornar a las lorigas de escamas y de malla, estas últimas operativas hasta más allá del siglo XIV. Incluso el SVBARMALIS se metamorfoseó en un proto-perpunte para aminorar los golpes propinados con armas contundentes o las mismas espadas. El PILVM se trocó por el SPICVLVM y los PLVMBATÆ, los escudos cambiaron de forma y peso, y hasta las ancestrales CALIGÆ que se habían paseado por medio mundo se cambiaron por un tipo de zapato cerrado similar al CALCEI. En resumen: un ejército que cambia de forma tan radical solo lo hace por una cosa, y es porque su forma de combatir ha cambiado, bien motu proprio o, más creíble aún, porque el enemigo le ha obligado a ello. Nadie varía un método que considera bueno si no se ve obligado a ello, y en este caso la obligación la impusieron los cada vez más peligrosos germanos hasta que, llegado el momento, acabaron con el Imperio de Occidente.
Bueno, aprovechen esta filípica por si sus miserables cuñados se ponen pesaditos si aparece el calvo ese de los documentales sobre armas de Canal Historia y acaban cortándose las venas en diagonal con el cuchillo jamonero.
Hale, he dicho
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Como está mandado, los estudiosos de nuestros días tampoco se ponen de acuerdo, y menos desde que con la arqueología experimental y el recreacionismo muchos han considerado que una réplica fabricada actualmente es exactamente igual a una de hace 20 siglos, y que su manejo en manos de un probo ciudadano recreacionista da el mismo rendimiento. A mi entender es un craso error. Tanto la arqueología experimental como el recreacionismo pueden darnos una idea aproximada, pero en modo alguno argumentos irrefutables. Las técnicas metalúrgicas usadas en las herrerías del siglo I a.C. no son las de ahora. Un herrero romano forjaba partiendo de un cacho de hierro, y una réplica moderna se obtiene recortando una lámina de acero de un determinado tipo al que solo hay que templar tras darle forma. Más aún: las acanaladuras no se obtienen mediante martilleado, sino por abrasión o fresado. Como es lógico, comparar y dar por sentado que un arma romana y una réplica actual tienen las mismas características es absurdo. Solo la diferencia del tipo de material daría variaciones sensibles en el peso total del arma, en el centro de gravedad y, por ende, en su manejo.
En cuanto a los recreacionistas, que son por norma muy puntillosos en lo tocante a la búsqueda de la fidelidad más rigurosa, no son ciudadanos que se pasan varias horas al día aporreando un poste con una pesada espada de madera, ni se dan caminatas de 25 km. cargados como mulos, ni se alimentan exclusivamente de pan y nabos. Son oficinistas, médicos, albañiles o comerciantes que les gusta el tema y los fines de semana se visten de romanos o de lo que sea y montan su pequeña batallita para mayor deleite del público, especialmente los críos que disfrutan como enanos viendo de cerca a todo un centurión con el pecho cubierto de PHALERÆ, su vistosa CRISTA TRANSVERSA en el casco y el VITIS con el que amenaza de mentirijillas a sus supuestos subordinados. Ojo, no pretendo restarles el mérito en su labor de investigación, pero en lo tocante al rendimiento físico y a la destreza en combate son tan irrelevantes como un cuñado de 120 kilos ahíto de zumo de cebada y sesiones de butaca de 12 horas diarias haciendo de RETIARIVS.
Bien, este introito no tiene otro objeto que hacer de advertencia para que tengamos claro que las diferencias en el uso táctico de las armas son muy relativas, que lo que sabemos hoy se basa solo en conjeturas más o menos sensatas y que, salvo que aparezca algún manuscrito de la época que nos lo cuente con detalle, de momento tendremos que hacer solo suposiciones acerca de los motivos que empujaron al ejército romano a desechar sus GLADII y adoptar la SPATHA, un arma contra la que llevaban tiempo combatiendo pero que solo era usada por la caballería, y para fines muy concretos que nada tenían que ver con el manejo de ese tipo de espada en manos de un infante. Aclarado estos aspectos, vamos al grano sin más demora...
Lanzamiento de los PILA tras el CONCURSVS |
Mientras tanto, los romanos desenvainaban sus GLADII e iniciaban el IMPETVS, o sea, una carga a toda velocidad para cubrir esos 25 o 30 metros que los separaban de la primera fila del ejército enemigo para llegar al contacto lo antes posible y alcanzarlos justo cuando aún estaban en pleno dilema con los PILA clavados en sus escudos. El legionario se oculta por completo tras su enorme SCVTVM de forma que, prácticamente, no ofrece ningún blanco al adversario. Solo se ve una parte del casco asomando por encima, y la mano que empuña el GLADIVS, cuya hoja asoma por el lado derecho. Los enemigos, armados con lanzas y espadas largas, intentan responder al ataque arrojando las suyas y disponiéndose a repeler el muro de SCVTA que, como una tromba, se echa encima de ellos.
Cerrando filas y avanzando sobre los enemigos caídos en el primer choque |
La caballería romana ataca la retaguardia del ejército dacio durante la persecución del enemigo |
Y así, de esta forma tan aparentemente elemental y a la par eficiente, los romanos se hicieron los amos del cotarro durante siglos. Sí, también sufrieron derrotas, naturalmente, pero si comparamos las mismas con las victorias y con la enorme diferencia entre las bajas de ambos bandos queda claro que la balanza de inclina notablemente a favor de las legiones que, absurdo sería negarlo, fueron las dueñas de los campos de batalla hasta que allá por el siglo IV los germanos empezaron a ser una amenaza tan real como para marcar el comienzo del declive del Imperio.
Bien, ya sabemos el uso principal del GLADIVS. Más corto que la espada hispana original, era ante todo un arma destinada a herir de punta (PVNCTIM) si bien también podía usarse para hacerlo de filo (CÆSIM). No obstante, su longitud y su masa no le daban la contundencia adecuada ya que eran ligeros de peso y su centro de gravedad estaría desplazado más bien hacia la empuñadura, generalmente bastante masiva. Una cuchillada en el abdomen era por lo general definitiva por ser una zona altamente vascularizada, hasta los topes de arterias derivadas de la aorta que podían seccionarse con las afiladas hojas de los GLADII. Pero no era imperioso herir en el abdomen. Las arterias radiales de ambos brazos o las subclavias, a escasa profundidad, también podían escabechar a un enemigo en los escasos segundos que tardaría en sobrevenirle un shock hipovolémico. Ídem en la femoral, en el muslo, para no hablar de las carótidas, que sin son seccionadas dejan a la sesera sin oxígeno en apenas un par de segundos y están a solo dos centímetros de profundidad. Según Vegecio, bastaba una cuchillada de solo dos VNCIÆ (la doceava parte de un pie romano, o sea, 49 mm.) para acabar con la vida de cualquiera. Basta una perforación de estómago para dejarlo a uno listo de papeles aunque la víctima tarde un buen rato en entregar la cuchara.
Dicho esto, es obvio que nos planteemos la cuestión que tratamos: si tan bien les iba con el GLADIVS, ¿para qué cambiarlo por otra arma? Porque, al parecer, no todo era tan de color de rosa como nos lo pintaron ya que, como es de todos sabido, es habitual narrar las victorias como un paseo militar en el que el enemigo es tonto del culo y los vencedores unos máquinas que los derrotaron en lo que el legado tardó en echarse una partida de dados con el tribuno laticlavio. No hay que ser ningún experto en temas militares para dar por sentado que, tras el choque inicial, en las primeras filas se formaría un maremagno absolutamente caótico. Desplazarse sobre hombres muertos o heridos no era fácil, más de uno se caería al suelo, tropezaría y podría ser abatido. Los legionarios, fieles a su férrea disciplina y obedeciendo las órdenes de sus centuriones, apretarían la filas para mantener el muro de escudos que los tenían relativamente protegidos de enemigos que, en muchas ocasiones, los superaban en número. Más aún, a veces ni siquiera tendrían espacio para sacar la mano entre su propios SCVTA para herir a unos adversarios muy cabreados y, a veces, bajo los efectos de substancias psicotrópicas o el influjo de algo similar a un estado pseudo-hipnótico producto de una histeria colectiva provocada por sus druidas, chamanes, etc. ¿Recuerdan los guerreros desnudos? Pues algo así.
Según Amiano, "...las diferentes unidades se amontonaban tanto que un soldado apenas podía sacar su espada o retirar su mano después de haber extendido el brazo", lo que corrobora que a pesar de la aparente facilidad que nos han "vendido", el caos y la masificación eran una pauta habitual que dificultaba hasta algo tan simple como lanzar una estocada a un enemigo situado prácticamente encima de ellos. Y otra cuestión que debemos mencionar es que esos enfrentamientos de espada contra espada como los que aparecen en las películas eran inexistentes. La esgrima de la época no tenía nada que ver con eso porque la esgrima se ideó para hombres que luchaban sin más defensa que su propia espada, lo que les obligaba a usarla tanto para atacar como para detener y/o desviar los tajos y estocadas del adversario. De ahí que no existiese una esgrima propiamente dicha. Los combatientes se limitaban a detener el golpe con su escudo, esquivar, fintar y, en el instante en que el adversario quedase medio segundo al descubierto, meterle una cuchillada con toda el alma para causarle una baja definitiva. Si veía que aún podía conservar un remanente de energía como para morir matando se le asestaba otra cuchillada en la garganta o un tajo en el cuello y adiós muy buenas.
Tipo Imperial Itálico G con las crestas cruciformes de protección contra tajos de espadas u hoces. La caballería también hizo uso de este accesorio |
Y no debemos pasar por alto otro detalle que se suele obviar: la visera. El Montefortino carecía de visera, que se añadió en las primeras GALEÆ de finales del siglo I a.C., y no se puso ahí para proteger precisamente del sol, sino de los filos de las pesadas espadas al uso entre celtas, galos y germanos; y si las pusieron fue porque muchos probos ciudadanos palmaron con su Montefortino atravesado y sus cráneos hendidos hasta los sesos. Del mismo modo, a raíz de su paseo por la Dacia, las tropas de Trajano tuvieron que reforzar sus GALEÆ con unas crestas cruciformes porque las hoces que usaban estos probos balcánicos podían cortar en dos tanto el casco como el cráneo del dueño del casco de un solo tajo. Sea como fuere, basta comparar las imágenes de la derecha, donde vemos un Montefortino (fig. A) con un Imperial tipo H (fig. B) del siglo III d.C. con el que, como salta a la vista, sería complicado mirar al cielo para ver pasar los pájaros. A todo esto, recordemos que los cascos al uso en el siglo IV tenían el cubrenucas articulado precisamente para permitir mover la cabeza de arriba abajo, por lo que la teoría de Connolly cobraría sentido al ser necesario dotar a los yelmos de esa pieza móvil. Por algo lo harían, ¿no?
Finalmente, otros abogan por una progresiva "barbarización" del ejército romano contando a partir de la inclusión de tropas extranjeras como auxiliares de la caballería. Esto se me antoja por completo carente de sentido porque el ejército romano llevaba siglos "barbarizado". ¿No era prácticamente toda su panoplia de origen foráneo? Espada hispana, yelmo, loriga y escudo celtas, y antes de eso su arsenal era helenístico. Y no dudaron en adoptar un arma de otra cultura cuando vieron que les convenía de la misma forma que mandaron al desván los XIPHOI griegos cuando vieron la contundencia del GLADIVS mientras que, curiosamente, desecharon la falcata porque no se adaptaba bien a su forma de combatir a pesar de ser una, sino la más efectiva, de todas las espadas del mundo antiguo en Occidente. O sea, que no tuvieron problemas a la hora de trocar sus petos de bronce y sus yelmos tipo Negau o corintios cuando vieron que las lorigas de malla y los yelmos Montefortino de los celtas eran más eficaces, por lo que igualmente podrían haber copiado sus largas espadas. Sin embargo, prefirieron la hispana, a la que incluso acortaron la hoja para adaptarla a su uso táctico. En resumen, que la supuesta barbarización no debió influir en nada en un ejército barbarizado desde hacía más de siete siglos, y eso sin contar la presencia, no solo de celtas en sus filas, sino de iberos, germanos, galos, honderos baleares, y hasta númidas.
Y tras ver los pros y contras del GLADIVS, así como su trayectoria, ¿qué ofrecía a cambio la SPATHA para tomar el relevo? Veamos...
Guerrero celta. Salvo la espada larga, que con el tiempo también acabarían adoptando, su armamento defensivo fue copiado por los romanos de cabo a rabo |
Dos legionarios del siglo IV d.C. El de la izquierda se dispone a lanzar su SPICVLVM, mientras que el otro arroja un PLVMBATA. Obsérvese el cubrenucas articulado de sus yelmos |
Pero, por desgracia, nadie se molestó en dar cuenta tanto de los avances de los ejércitos enemigos como de los motivos que obligaron a evolucionar al ejército romano para adoptar la SPATHA. Porque, eso debemos tenerlo claro, toda mejora en lo tocante al armamento parte de una necesidad. Es un principio de acción y reacción que aún perdura y perdurará siempre. Si tienes una coraza más dura tengo que fabricar algo que la perfore, si mejoras tu armadura tengo que mejorar mi arma. Si tienes un arco que alcanza tal distancia, yo tengo que ver la forma de fabricar uno que tenga un alcance mayor, y así hasta el infinito y más allá. Por lo tanto, en este caso debemos recurrir a la famosa fórmula de "una vez eliminadas todas las probabilidades la que queda, por extraña que sea, es la verdadera" o, al menos, acercarnos al máximo. De entrada ya vimos en el artículo anterior que la introducción de la SPATHA no fue ni simultánea ni rápida, sino todo lo contrario. Esto nos indica que la idea no partió de un edicto imperial ya que, de ser así, el cambio habría sido llevado a cabo con rapidez en todo el Imperio. Por otro lado, aunque la mayoría de los ejemplares hallados proceden del BARBARICVM, han aparecido restos de sus guarniciones en todas partes, lo que nos quiere decir dos cosas: una, que en efecto se usó en todo el territorio bajo el dominio de Roma, si bien es muy probable que el cambio comenzase en las legiones destinadas al LIMES, las fronteras orientales del Imperio que era donde siempre estaban a la gresca con los belicosos germanos. Y dos, que las que han aparecido en el BARBARICVM, como ya se comentó, son básicamente ejemplares votivos arrojados en ríos, seguramente procedentes de botines de guerra arrebatados a tropas romanas. Un guerrero germano no tiraba su espada a una ciénaga, sino los despojos del enemigo para ganarse el favor de los dioses.
Posición de espera de un legionario del Principado Tardío. Su escudo más pequeño y su SPATHA no le obligan a aguardar al enemigo encogido tras el viejo y enorme SCVTVM de antaño |
Como ya vimos, la SPATHA, al tener la hoja más larga y pesada, tendría el centro de gravedad desplazado hacia la punta, lo que la convertía en un arma muy contundente si se asestaba un tajo de arriba abajo. Su gama de golpes no era muy extensa, pero eficaz: golpe de arriba abajo, de derecha a izquierda- ambos en sentido horizontal o en sentido oblicuo-, y estos no solo contra la cabeza o el cuello, sino también contra los muslos y las pantorrillas, y la cuchillada. El golpe de revés era casi imposible porque habría que darlo por encima del escudo. Pero el GLADIVS era aún más limitado: cuchillada y un tajo en corto de remate o contra una pierna como mucho, y sin probabilidad de ser definitivo por el tema del centro de gravedad que explicamos antes. Así pues, un legionario armado con una SPATHA podía matar de forma más eficiente en circunstancias que con un GLADIVS posiblemente no habrían sido posibles. Más aún, en caso de un combate muy cerrado, además de la cuchillada de siempre ganaba una opción más: apuñalar en la jeta al adversario sacando el brazo y golpeando hacia abajo por encima del escudo, que por cierto por aquella época era diferente. El enorme SCVTVM rectangular y curvado había dado paso a otro modelo más liviano y de forma ovalada plana o levemente convexos, que ofrecía menos protección pero era mucho más manejable, lo que nos ayudaría a cuadrar esta fórmula.
TESTVDA tradicional en la que, como vemos, prácticamente no hay un solo resquicio por donde atacar salvo el espacio para la cabeza |
Vista trasera de un escudo con el soporte para los PLVMBATÆ. A la derecha tenemos una réplica de uno de ellos en la que podemos ver el lastre plomado y los estabilizadores |
Legionario tardo-imperial cuyo aspecto no se asemeja en nada al de su tatarabuelo |
Bueno, aprovechen esta filípica por si sus miserables cuñados se ponen pesaditos si aparece el calvo ese de los documentales sobre armas de Canal Historia y acaban cortándose las venas en diagonal con el cuchillo jamonero.
Hale, he dicho
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