martes, 23 de mayo de 2023

HISTORIAS DE LA MILI. LAS BATALLITAS DEL ABUELO

 

El Vértice Mangadas. En esa loma vivió el abuelo los últimos meses de la guerra civil, y fue donde tuvo lugar la batallita que narraremos hoy

Aún quedan ocho días para que este mes pavoroso se vaya al carajo hasta el año que viene, por lo que mi ánimo sigue tan sombrío como el de un político mientras los de la UDEF le registran el despacho, que no ha tenido tiempo de vaciar de pruebas con las que podrían enviarlo al trullo durante 20 años si no fuera porque, en España, los políticos tienen la misma impunidad ante el latrocinio y la prevaricación que un fulano de las SS en Auschwitz ante el homicidio. En resumen, que odio el mes de mayo profundamente y, por ello, no estoy para muchas virguerías, de modo que hago relleno con otra historia de la mili.

¿Recuerdan al entrañable abuelo de la familia Cebolleta, del genial Vázquez? Siempre estaba contando batallitas en las que, al frente de sus cipayos, derrotaba a mogollón de enemigos. El abuelo Cebolleta había participado en todos los conflictos bélicos habidos y por haber, desde las Guerras Púnicas a la de Cuba, y no paraba de narrar sus supuestas hazañas. Bueno, pues mi abuelo (materno) era un espécimen similar, pero con una diferencia: sus batallitas sí habían sido reales. Fueron batallitas donde la gente palmaba una cosa mala, y tuvo ocasión de vivir y sentir la guerra, la forma de depredación humana por excelencia. En fin, ya que he contado algunas de mis vivencias, qué menos que dar cabida a una curiosa anécdota que es de las que dan que pensar, comprobando que el destino es lo más caprichoso del universo.

ANTECEDENTES

El abuelo era de Falange, ergo tardó 0'2 en apuntarse a la fiesta cuando, el 18 de julio de 1936, comenzó nuestra guerra fratricida. Ojo, que el abuelo no era ningún señorito de familia adinerada, sino el hijo de un simple maestro nacional. Aclaro esto para que el imbécil adoctrinado de turno y el rojeras de caviar y Moët no piensen que todos los falangistas eran gente de posibles, sino todo lo contrario. La gran mayoría eran personas normales, un poco bastante hartas del caos surgido a lo largo de la república. 

No voy a narrar con pelos y señales las andanzas del abuelo durante los casi tres años que duró el conflicto que se mamó íntegramente, sino que me limitaré a dar cuenta del contexto donde comenzó esta anécdota, ya en las postrimerías de la guerra. En aquel momento, el abuelo era alférez provisional, y su unidad estaba destinada en el Frente de Extremadura, concretamente en una posición denominada como Vértice Mangadas. Esta posición dominaba una extensa vaguada por donde transcurre la carretera que comunica Cabeza de Buey con Belalcázar, y que cruza sobre el río Zújar. Aunque había sido una zona bastante movida, ya por aquella época era un sector tranquilo donde se limitaban a dispararse mutuamente algunos morterazos de vez en cuando para informar al enemigo de que seguían allí. La guerra se estaba decidiendo en el Frente de Aragón cuando, tras la Batalla del Ebro, la zona republicana quedó partida en dos.

Bien, observen la ortofoto inferior. 


Lo que ven es la zona descrita, la extensa vaguada por donde serpentea el Zújar en dirección este-oeste.  A la izquierda tenemos la carretera de Cabeza de Buey a Belalcázar, por el centro vemos el río y, en la parte superior, de azul, las posiciones nacionales. El Vértice Mangadas era el cerro situado a la derecha de la carretera. Debajo, sombreadas de rojo, las posiciones republicanas. Pero lo importante son los tres círculos blancos. Cada uno señala una añejísima encina que deben llevar ahí siglos. Desde las trincheras donde el abuelo se aburría como un galápago hasta la encina más cercana hay unos 1.500 metros de distancia, medidos con Google Earth.

Un alférez provisional (no es el abuelo, que conste,
aunque tiene cierto aire, las cosas como son).
Caían como moscas. Les sacaron un remoquete que decía:
"Alférez provisional, cadáver efectivo. La primera paga
para el uniforme, la segunda para el entierro"

Bueno, pues una mañana, cuando apenas había clareado, el abuelo estaba atisbando con sus prismáticos la zona que tenía ante sí. El que fuera un sector tranquilo no implicaba que podía bajarse la guardia sin más, y ambos bandos no se perdían de vista por lo que pudiera pasar. Y, de repente, ve como un fulano sale corriendo desde la encina situada a la derecha, la más alejada de las posiciones republicanas. Sin pensarlo dos veces, decidió darle al tipo aquel un buen susto porque, seguramente, había aprovechado la noche para aproximarse a ellos a indagar lo que fuera. Echó mano de un Mauser alemán, un K-98 que le había agenciado un tedesco de la Legión Cóndor y que tenía cuidadosamente envuelto en una manta. Aunque carecía de visor, era un arma con una precisión acojonante, y lo guardaba como oro en paño debajo de la camilla donde dormía. Debo aclarar que el abuelo tenía su "aposento" en una chabola construida de piedra con el techo de chapa ondulada, y para dormir le habían dado una simple camilla de las que usaban los sanitarios.

INCISO: Siendo crío, visité con el abuelo el lugar aquel. La chabola de piedra aún estaba en pie, y se veía claramente el trazado de las trincheras en la ladera del cerro, aunque ya medio cegadas por la tierra que la lluvia había ido arrastrando durante décadas. A lo lejos se divisaban las tres encinas, y me contó in situ toda esta historia. Fin del INCISO.

Total, que cogió su Mauser, lo apalancó en un saco terrero e hizo puntería. Según él ni quería ni podía matarlo a aquella distancia, sino solo darle el susto de su vida. Apuntó cuidadosamente, disparó y, a los dos segundos, una nube de polvo se levantó varios metros por delante del tipo aquel, que frenó en seco y se volvió al galope a resguardarse en la encina. Ante la rechifla general, el abuelo, muy satisfecho, le dio los prismáticos a un guripa.

-Tate ahí vigilando a ese peaso mamón, y si asoma la gaita otra vé, m'avisa- le ordenó.

El "peaso mamón" no tardó mucho en intentar retornar a sus posiciones.

-¡Mi arfere, mi arfere!- llamó el guripa- ¡Ya sale otra vé!

El abuelo, que había dejado el fusil en el saco terrero listo para abrir fuego, repitió la misma jugada. Disparo, polvareda, y el fulano que se vuelve a toda leche a la encina. Y así tooooodo el día. Varias veces más lo intentó, pensando que el cabronazo que lo tiroteaba se habría aburrido o habría dado por imposible acertarle, pero la cosa es que, hasta que no se hizo de noche, no pudo volver.

Y aquí acaban los antecedentes. La guerra siguió su curso hasta que terminó en buena hora. El abuelo, al que la cosa militar le molaba una burrada, permaneció en el ejército como oficial de la Escala de Complemento, siendo destinado en Sebiya a, si mal no recuerdo, el Parque Automovilístico. 

NUEVO INCISO: Los combatientes del ejército republicano que, simplemente, habían sido llamados a filas porque le pilló en aquella zona, no fueron represaliados ni nada por el estilo. Una vez que se comprobaba que no tenían ninguna filiación política y no habían tenido nada que ver con sindicatos ni similares, pues se largaron a sus casas pero, eso sí, a los que aún estaban en edad de hacer el servicio militar, tuvieron que volver a hacerlo. O sea, que además de la jodida guerra, luego les tocó mamar dos años de mili. Una putada, pero nadie dijo que el mundo es un lugar agradable. Fin del NUEVO INCISO.

Bien, un buen día, un oficial amigo del abuelo le preguntó si tenía ordenanza, a lo que el abuelo respondió que no, que se acababa de licenciar. Entonces, este hombre le pidió que le hiciera el favor de aceptar como sustituto a un paisano suyo que se acababa de incorporar a filas. Era, decía, un buen muchacho que le había pillado en la otra zona, pero que no había estado metido en política ni nada similar, que era un tipo formal, de toda confianza y que respondía de él personalmente. El abuelo no tuvo inconveniente, de modo que quedaron en que se presentase al día siguiente.

La Plaza Nueva en la Sebiya de los años 40, donde vemos las criadas
con los nenes de paseo y los guripas a la caza y captura

UN INCISO MÁS. Como puede que muchos no lo sepan, un ordenanza era, por decirlo de forma que todos me entiendan, un sirviente castrense. En aquella época, todos los oficiales tenían un ordenanza cuyos cometidos eran bastante apacibles: lustrar las botas, cepillar el uniforme, hacer algún recado o llevar algún papel a cualquier sitio. Pero, como pueden imaginar, los ordenanzas eran usados también a nivel familiar, uséase, que como unas botas se lustran en cinco minutos y un uniforme se cepilla en dos, pues no tenían mucho más que hacer, de modo que los oficiales solían enviarlos a sus casas para hacer la compra o a ayudar a la chacha a mover un mueble o cualquier otra chorrada, lo cual siempre era más agradable que la vida cuartelera.

Y si alguien dice que ser ordenanza era algo denigrante y tal, pues que se muerda la lengua porque no sabe de lo que habla. Estamos refiriéndonos a una época y una sociedad distintas, y en todos los ejércitos del mundo había ordenanzas. Además, era el destino soñado de cualquier pueblerino porque los ordenanzas estaban libres de servicios de armas y servicios mecánicos, lo que significa que no hacían guardias, imaginarias, cuarteleros, limpiar, barrer, o lo que fuese. Además, por las tardes se piraban a los paseos, parques y alamedas a cortejar a las muchachas del servicio doméstico que salían a dar un garbeo a los nenes de la casa, y no pocos noviazgos y casorios surgieron de aquellas peladas de pava vespertinas. Fin del INCISO MÁS

Prosigamos...

Tal como acordaron, al día siguiente se presentó el guripa. El abuelo, por trabar conocimiento con él, le preguntó dónde había estado en la guerra, cómo le había ido y, en fin, un apacible interrogatorio para saber más del soldado Venturoso.

-¿Y ande te pilló er finá de la guerra?- quiso saber el abuelo.

-Frente a Cabesa de Buey, mi arfere- respondió.

El abuelo levantó la ceja que se levanta cuando uno se sorprende porque ya era casualidad que aquel fulano hubiese estado en la misma zona que él.

-¿Y qué tal te fue?- volvió a preguntar sin decirle que habían sido vecinos.

-Fatá, mi arfere- respondió Venturoso poniendo jeta de pesadumbre-. No s'imagina uhté la jambre que pasamo. No teníamo de ná, ni un mendrugo que llevarno a la boca.

-Vaya por Dió... ¿Y qué jasíai pa comé?

-Po toa lah noshe jeshábamo a suerte pa que uno fuera a por bellota a una ensina c'abía frente a nuestra posisión. Llenaba dó o tré macuto y vorvía ante de la amanesía. Pa que no noh vieran, íbamo a una que quedaba serca del río, ande lah nea y lah caña noh ocurtaban del enemigo.

-¿Y a ti te tocó arguna vé?- volvió a preguntar el abuelo, absolutamente asombrado por la casualidad.

-Vaya que sí- respondió Venturoso-. Y no se imagina uhté lo que me pasó. Tenía tanta jambre atrasá que me pasé toa la noshe comiendo bellota, y cuando quise darme cuenta ya era casi de día. En vé de vorvé junto al río, po tiré en línea recta con tá de llegá ante a mi posisión.

-¿Y qué pasó?

-Pasó c'un hijoputa me vio y se lió a tiro conmigo, mi arfere. To'r día me tuvo detrá de la joía ensina, porque ca vé que salía, me pegaba un tiro, aunque creo que no me quiso matá, sino na má jaserme la puñeta. Eso sí, me puse de bellota jahta la seja.

En ese momento, el abuelo no pudo más y estalló en carcajadas ante el pasmo de Venturoso.

-¡Po aquí tié al hijoputa que te tuvo to'r día detrá de la ensina!

-Déjese uhté de cahondeo, mi arfere- replicó Venturoso-. Eso é imposible

Para convencerlo, el abuelo le dio pelos y señales del lugar, y le detalló cómo fue toda la jornada, hacia dónde salía huyendo, que le tiraba siempre por delante, hasta que Venturoso tuvo que reconocer que era cierto. Dudo que se den muchas casualidades como esta, pero ocurrió tal como la he narrado.

Venturoso pasó el resto de la mili más a gusto de que un arbusto. Mamá conserva fotos donde aparece ella de cría de la mano con Venturoso, paseando por la Plaza de España. Cuando se licenció, Venturoso siempre se acordó del abuelo, y durante muuuuuuuchos años, siempre le enviaba un pequeño obsequio el día de su santo con una postal agradeciéndole por enésima vez la buena mili que pasó a su servicio.

En fin, una historia curiosa y bonita a pesar del terrible contexto en la que tuvo lugar, ¿no?

Hale, he dicho


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