¡Qué noche la de aquel día...! |
Parece que fue ayer, pero ya han transcurrido algunos meses desde que el teniente coronel Antonio Tejero se personó en el congreso pistola en mano dispuesto a liarla parda. Solo los que ya no cumplan los 40 tacos vivieron aquella jornada y este menda la saboreó con largueza, sangre de Cristo. Al cabo, no todo el mundo tiene ocasión de protagonizar, aunque sea a escala molecular, una movida de este tipo, ¿no? Bueno, oído al parche, porque se pudo formar un follón mu, pero que mu gordo...
En aquellas fechas yo estaba recién incorporado a la Policía Aérea, y me destinaron al 3er. turno que, como ya he explicado, entraba de servicio a las 23:00 horas y salía a las 07:00. El día 22 andaba malucho. Había pillado un trancazo de aúpa, y me planteé apuntarme al reconocimiento médico al salir de guardia. Finalmente deseché la idea porque tenía fiebre y me sentía fatal, por lo que me habrían dejado ingresado en la enfermería y me habrían atiborrado de "antigripales", una especie de panacea que le daban a todo el mundo te doliera lo que te doliera. Hasta si te pegaban dos tiros te mandaban los jodidos antigripales, que en realidad no eran más que unas tabletas del tamaño de una tapa de alcantarilla de ácido acetilsalicílico fabricadas en la farmacia militar. La noche del 23 al 24 tendría que entrar de guardia de nuevo, pero pensé que lo mejor sería tomar cualquier pócima decente al llegar a casa y resistir heroicamente esa noche ya que libraba el día siguiente, uséase, el 24, por lo que tendría tiempo de sobra de pasar al gripazo sin verme en la jodida enfermería, que era un sitio muy aburrido.
Cuando nos relevaron, llegué a la armería a entregar el armamento y la munición literalmente reptando. Qué malísimo estaba, carajo... Pero lo que me apuntilló fue que, al pasar lista, el sargento de semana nos dijo que, de pirarnos a sobar a casita, nanay de la China.
-¡A vé, quiero a to'r mundo vehtío de romano!- anunció con su jeta de bulldog bien criado-. ¡Correaje, SEGME y mashete, y a formá cuando ehtéi preparao!
Vestido de romano era, en argot, uniforme para las ocasiones de gala, uséase, uniforme de paseo con correaje blanco, casco, guantes blancos más el CETME y el machete (machete = bayoneta) reglamentarios. El motivo: el coronel de la base había ascendido a general de brigada y lo destinaban no sé dónde, y el nuevo coronel tomaría el mando. Para eso, en vez de echarse unas risas y tomarse unas copitas en un despacho, mandaron a 72 guripas, 9 cabos, 11 sargentos, 4 tenientes o alféreces, el jefe de la unidad y la bandera de la misma a rendir honores de ordenanza. Naturalmente, también estaban invitadas la banda al mando del teniente Solfeo, la banda de cornetas y tambores y el brigada Antoñito como cornetín de órdenes aunque ese, como siempre estaba flotando en su nebulosa etílica, le daba igual todo. Obviamente, tras el anuncio no era plan de decir que estaba malito porque me mandarían al carajo, así que hice de tripas corazón. Pero lo peor era que la movida no sería aquella mañana, sino a primera hora de la tarde.
Por lo tanto, y con la habitual antelación que se hacen las cosas en el ejército, a eso de las 08:30 ya estábamos todos "vehtío de romano". Se pasó lista y, a partir de ahí, una interminable espera hasta que, a eso de las 15:00 horas, tuviese lugar la ceremonia. Yo estaba que se me fundían hasta las uñas del fiebrón que tenía, pero tenía que aguantar como fuese.
El evento no duró ni 15 minutos. Formar en la pista, breves discursos de despedida y llegada y desfilar ante el nuevo mandamás. Y para eso, pues nos tuvieron a todos horas esperando. Total, a eso de las 16:00 volvimos a la escuadrilla, dejamos el armamento en los armeros (los fusiles no se guardaban en la armería, sino en las escuadrillas), soltar la impedimenta en la taquilla y caminata hasta la salida de la base para coger el autobús. Cuando por fin llegué a casa serían las 18:00 horas.
Me desplomé literalmente en la piltra. Más aún, creo que ya estaba dormido cuando caí sobre el colchón. Disponía de cuatro horas antes de tener que salir de nuevo para la base. En fin, un panorama bastante irritante porque, a pesar de meterme el el cuerpo todo lo que pillé en la botica doméstica, aquello tardaría aún varias horas en hacer efecto. Pero aquel día estaba marcado como uno de los más enojosos de mi periplo castrense, juro a Cristo.
A eso de las 18:30, cuando apenas empezaba a gozar del sueño reparador, mamá me despierta zamarreándome, totalmente despavorida.
-¡Ninio, levántate, por Dió! ¡Niniioooooooooooooo!- berreaba como una posesa.
-¿Qué cohone pasa?- farfullé con la jeta enterrada en la almohada-. ¿Me quié dejá dormí, que'toy fatá?
-¡C'abío un gorpe d'ehtao! ¡Que la Guardia Siví s'ha presentao en'er Congreso y s'han liao a tiro!
-Güeno, po que sigan- mumuré sin acabar de creerme aquello- Y déjame dormí, leshe.
No había terminado de hablar cuando sonó el teléfono de la mesita de noche. Era el abuelo, un ciudadano extremadamente belicoso a más no poder del que, sin duda, heredé mi vocación castrense. Lo cogió mamá, que de inmediato me lo pasó a mí.
-¡Ninio, qué cohone jase ahí!- bramaba enfurecido.
-Si no entro de guardia jahta la onse de la noshe, joé...- me excusé con voz doliente.
-¡Y un carajo!- aulló-. ¡Ahora mihmo sale cagando leshe p'al cuarté, joío mamón! ¡Ahora toca defendé a la Patria, coño!
-Pero si estoy fatá, agüelo, de verdad que...
-¡Que te pire p'al cuarté, cagüendió! ¡Ante un nieto muerto que cobarde, hohtia!
Total, salí arrastrándome de la piltra y me metí bajo la ducha para despejarme. Mamá tuvo la gentileza de llevarme a la base y, una vez allí, se notaba el ambiente un poco tenso, como no podía ser menos. Me presenté al teniente Beatífico, que era el tercero al mando.
-Pero, ¿tú no ere del tersé turno?
-Sí, mi teniente.
-¿Entonse, pa qué carajo llega tan temprano?
-(Manda cohone, me dije a mí mismo) Bueno, mi teniente, con la que s'ha liao...
-De momento no hay ná que haga cambiá la rutina, de modo que te apalanca ande quiera y ehpera a que sea la hora pa entrá de guardia- me dijo.
Cagádome en todo lo cagable y echando pestes del abuelo, me acomodé en un banco de la sala de armas a dormitar, pero no había forma. El trasiego de gente era cada vez mayor. El personal estaba pasando del estupor inicial a la actividad febril, y ya habían empezado a llegar órdenes para sellar la base. Como guinda del pastel, se personó en teniente coronel Alba, jefe del escuadrón, como un Rambo de 1,60 de alto por 1,60 de ancho. Junto a él, su inseparable chucho, un cocker spaniel que estaba como una verdadera cabra. Pero al ver el arsenal que llevaba encima, la verdad, me inquieté un poco: en el costado derecho, una P-08 alemana que incluía el águila con la svástica en una cacha; al otro lado, una Star del 9 corto. Correaje de combate con cuatro granadas PO-1, y del maletero del coche va y saca un lanzagranadas. En fin, la descojonación.
Carros M-47 paseándose por Valencia. Aunque por aquella época ya estaban un tanto obsoletos, esos chismes acojonaban una burrada |
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