Imágenes como esta, en la que el sufrido Judá Ben-Hur echa el bofe jalando de remo al frenético ritmo que marca el HORTATOR de la galera del gélido e implacable cónsul Quinto Arrio, han contribuido a crear uno de tantos mitos que la gente cree a pie juntillas. Se da por sentado que todos los remeros de las galeras, desde los tiempos más remotos, eran forzados, criminales obligados a expiar sus delitos a golpe de remo y fustigados constantemente por unos cómitres sumamente forzudos, con muy mala leche y con siete másters en el manejo de todo tipo de látigos, corbachos, azotes y flagelos. Remeros escuálidos y desnutridos que manejaban unos remos descomunales a un ritmo que ya quisieran los piragüistas que van a las olimpiadas. Pues no, dilectos lectores. Nada de eso. En este tema, como en tantos otros, se ha creado un estereotipo completamente falso. Les cuento...
Desde los tiempos más remotos, las embarcaciones en las que se combinaban remos y velas fueron las más usadas. Eran naves más bien ideadas para costear ya que, debido al desconocimiento en lo referente a brújulas, astrolabios y demás artefactos que permitían calcular la posición en la inmensidad del mar, no podían perder de vista las costas. Las galeras fueron usadas por griegos y fenicios para colonizar toda la ribera del Mediterráneo, y los pueblos escandinavos, como los vikingos, usaban sus drakkars para sus correrías marítimas. En todos esos casos, los remeros no eran forzados, sino marinos y combatientes al mismo tiempo. La capacidad de estas naves era más bien escasa, así que la tripulación tenía que hacer de todo: remar, combatir y maniobrar. Cuando los romanos se hicieron los amos del cotarro, la tónica seguía siendo la misma. Los remeros eran una tropa a sueldo que, cuando llegaba la hora del abordaje, o una nave enemiga los abordaba a ellos, soltaban el remo y luchaban como el resto de la tripulación.
Ya en la Edad Media, el cometido de los remeros seguía siendo el mismo. De hecho, incluso tenían un elevado concepto de sí mismos, como si dijéramos fuesen unos tripulantes de élite. Las galeras de la Armada de Castilla, cuyo primer almirante fue Ramón de Bonifaz, iban tripuladas por marinería de las ciudades costeras del norte del reino, como Santander, Laredo, etc. Las naves enviadas para apoyar por el río el cerco de Sevilla procedían de allí, así como sus tripulantes. La famosa hazaña de la ruptura de la cadena y el puente de barcas el 3 de mayo de 1248 hasta hizo que, en el escudo de armas de Santander, aparezca la Torre del Oro y la cadena de marras. Y en la iglesia de Santa María de la Asunción (Laredo), tal como vemos en la foto superior, se conservan unos fragmentos de cadena que, según se dice formaban parte de la barrera que protegía el puente de barcas. Dicha proeza fue atribuida, aparte de a la intercesión de todo el santoral, como está mandado, al arrollador ímpetu con que los remeros cántabros embistieron al dichoso puente, rompiendo la cadena y dejando totalmente aislada la ciudad, lo que supuso el principio del fin de su enconada resistencia.
Solo cuando, ya en el siglo XVI, la expansión marítima conllevó la necesidad de aumentar de forma notable el número de embarcaciones, especialmente con fines militares, fue cuando hubo que recurrir a forzados para darle al remo. La galera, a pesar de sus limitaciones, estuvo en uso hasta el siglo XVIII. En la batalla de Lepanto, prácticamente la totalidad de ambas flotas estaba formada por galeras, cuyas chusmas estaban formadas por criminales y prisioneros de guerra. Ello suponía, como es lógico, el riesgo de ver como esta chusma se amotinaba en el momento del abordaje, buscando con ello liberarse de tan dura servidumbre. De hecho, al almirante de la flota turca, Alí Bajá, lo decapitó un galeote cristiano y, tras la batalla, fueron liberados nada menos que 12.000 galeotes que remaban en las naves turcas. Sin embargo, muchos de ellos se fueron al fondo del mar unidos a su banco de remo. Pero no quedaba otra que asumir dicho riesgo, aún a pesar de que, ya en esa época, una galera podía contar con hasta 400 galeotes, lo que podía suponer un verdadero ejército en caso de amotinamiento. Y aunque los cómitres y sotocómitres mantenían una disciplina férrea, cuando no tenían nada que perder porque la única opción era hundirse con la nave encadenado al banco, la posibilidad de ver a la chusma amotinada aumentaba de forma preocupante.
En fin, como se ve, fue la monarquía de los Austrias la que se vio obligada a recurrir a delincuentes de todo tipo para nutrir la Armada Real, y sólo a partir de ese momento es cuando, verdaderamente, es real la imagen del galeote forzado. Aunque hay referencias a este tipo de pena a inicios del siglo XVI, no es hasta el 31 de enero de 1530 cuando se publica la primera pragmática que hace referencia específica a las penas de galeras. Estas, que en un principio no solían ser mayores de 6 años, con el paso del tiempo sobrepasaron los 10, e incluso se llegó a la cadena perpetua a pesar de que, en el Concilio de Trento, una disposición dictaba que no se podía superar dicha pena de 10 años. Pero la necesidad de remeros hizo que esa norma fuese ignorada. Con todo, aún había gente dispuesta a remar a cambio de un sueldo. Eran los llamados "buenas boyas" que, a cambio de un estipendio de dos ducados al mes y una ración menos inmunda, estaban dispuestos a darle al remo de más de 100 kilos de peso (obviamente, cada remo lo manejaban entre tres y cuatro hombres). Tal fue la necesidad de remeros que incluso, una vez cumplidas sus penas, se ofrecía a los galeotes seguir sirviendo en la nave, pero ya en condición de buena boya. Hubo hombres que estuvieron unidos al remo durante la friolera de veinte años. En cualquier caso, la mayoría de los remeros eran delincuentes. En esa época, más del 70% eran penados, alrededor de un 20%, esclavos y prisioneros de guerra y apenas un 7% de buenas boyas. Es pues evidente que el otrora honroso oficio de remero se vio un tanto desprestigiado.
Bueno, esa es la realidad. Como se ve, es uno más de los muchos mitos tan extendidos que se dan por ciertos. Añadir que el término galera proviene del griego γαλαυα (galaya en alfabeto latino), que significa pez espada en referencia a su largo espolón, y chusma proviene igualmente del griego κέλευσμα, que transcrito al alfabeto latino sería kéleusma. Una kéleusma era una canción que entonaba el cómitre para llevar el ritmo de la boga. En la época que nos ocupa los cómitres ya no cantaban, sino que usaban panderos, chifles o silbatos para tal menester.
Hale, he dicho
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