sábado, 3 de julio de 2021

RICOSHOMBRES DE CASTILLA

 

El rey recibe pleito de homenaje de un nuevo vasallo ante la
curia formada por ricoshombres y magnates

Imagino que, de entrada, nadie dará por sentado que un ricohombre es exactamente lo mismo que un ciudadano al que la diosa Fortuna premia con un bote de los gordos de la Primitiva  y se convierte en un hombre rico. De hecho, ser un hombre rico actualmente supone verse en el punto de mira de nuestro voraz e insaciable fisco, mientras que ser un ricohombre señalaba a los que tal rango ostentaban como los mejor bienquistos por los monarcas por su lealtad a la corona y al servicio de las armas cuando las cosas se ponían chungas. Bien, aclarado este sutil matiz semántico, procedamos a largar la filípica de turno...

La nobleza titulada tal como la conocemos no apareció hasta finales del siglo XIII. Cuando hablamos de nobleza titulada debemos entender la concesión de un título que conllevaba la posesión de un territorio, o sea, ser nombrado por el rey conde de Valdeconejos del Potorro suponía, además de ostentar el título, ser el señor de las tierras que formaban parte de dicho condado, siendo el conde el beneficiario de sus rentas, el que impartía justicia y, en resumen, el que cortaba el bacalao. Anteriormente, remontándonos a tiempos de los visigodos, solo se hacía uso de dos títulos que, en sí, eran un reconocimiento de un determinado estatus, pero no la posesión de un territorio. Por un lado tenemos al COMES (compañero), término latino con el que estos belicosos ciudadanos denominaban a los gobernadores de las ciudades, ejerciendo la autoridad civil en las mismas. Uséase, no era un título, sino un simple cargo que igual que se daba se quitaba. ¿Recuerdan al alevoso conde Julián, gobernador de Ceuta y fautor de la perdición de la Hispania? Bueno, pues eso. 

Caterva de visigodos en plan victorioso. Al frente de ellos estaba
el DVX, caudillo militar de su provincia

Y por otro lado tenemos al DVX (del latín guía, conductor), palabro que en realidad se aplicaba al ámbito castrense. Los visigodos establecieron los ducados de Cantabria, Lusitania, Cartagena y Mérida, y ejercían como máxima autoridad militar en sus respectivas provincias, estando los COMITES por debajo de ellos en rango. Como ya podrán haber intuido, los DVCIS y los COMITES fueron los que, siglos más tarde, se convirtieron en los duques y condes que todos conocemos. Pero, repetimos, para los visigodos no constituían un grado de nobleza, sino un rango concedido al arbitrio real en base a la confianza que le inspirase tal o cual miembro de la corte. Por cierto, para los que aún no hayan caído en la cuenta, el inefable Benito tomó su título de duce precisamente del latín DVX, de la misma forma que el ciudadano Adolf hizo lo propio con el de Führer que, mira por donde, también significa conductor. Y como casi todos los dictadores de la época daban por hecho que su misión era guiar a su pueblo, hasta Ion Antonescu, el fiel aliado rumano del ciudadano Adolf también adoptó el título de conducător que, como es más que evidente, significa también conductor. Franco, al que le tiraban más las añejas glorias hispanas, optó por el de Caudillo, que en español suena mejor que conductor, que tiene matices más automovilísticos, ¿no?

Dicho esto, es probable que más de uno levante la ceja, extrañado por esta revelación ya que la mayoría de los ciudadanos dan por sentado que la nobleza titulada era mucho más antigua. Y tras levantar la ceja se preguntarán: ¿Y dónde leches estaban los condes, marqueses, duques, etc. en tiempos de los primeros reyes cristianos? ¿Y García Ordóñez, el archienemigo de Rodrigo Díaz, no era acaso conde de Nájera? Bien, la respuesta a lo primero es que no existían aún, y a la segunda es que Ordóñez ostentó en efecto el título de conde, pero bajo el mismo sistema que los visigodos ya que no era un título hereditario. En resumen, los condes de aquel momento eran tenentes a los que se encomendaba la custodia de fortalezas especialmente importantes para la defensa del territorio o determinadas comarcas y, como su antecesores germánicos, podían ser relevados del cargo en cualquier momento. Ahora viene la pregunta definitiva: ¿quiénes eran entonces los que formaban la nobleza?

Ricohombre al frente de su mesnada. Junto a él cabalga un
hombre de armas que sostiene el pendón

Pues la nobleza propiamente dicha, nadie. No había títulos, ergo no había nobles. Lo que conocemos como nobleza titulada y hereditaria aún estaba por inventar, por lo que los que destacaban en las curias regias entre los demás eran los que el rey distinguía como ricos-homes de pendón y caldera, rango del que se tiene noticia al menos a partir de mediados del siglo XI. Este pomposo y largo título no se creó para ocupar más sitio en las tarjetas de visita, sino para dejar bien claro al personal dos cosas: una, que se trataba de magnates con las arcas bien llenas de monedas, tierras que les proporcionaban pingües beneficios y que, además, eran los más encumbrados personajes de la curia del monarca; y dos, que gracias a esos medios económicos podían levantar una mesnada, o sea, un pendón, y mantenerla a su costa, de ahí la caldera como símbolo donde cocinaban los garbanzos con chorizo para llenarles el buche. Así pues, para ostentar el rango de ricohombre, ante todo había que disponer de medios para reunir una mesnada de un mínimo de cien efectivos entre peones y hombres de armas a caballo que marcharían tras el pendón de su señor, lo que suponía un gran honor ya que, como sabemos, los reyes de la época no disponían de ejército permanente y dependían de sus magnates para reunir la gente de guerra necesaria cuando había que rechazar una visita de los agarenos o algún vecino enojoso, o bien marchar contra ellos para mangonearles un poco.

Alfonso X tal como aparece en la base de la estatua
dedicada a su padre, el rey Fernando, en la Plaza Nueva
de Sevilla. 

El pendón, que en este caso no se trata de una señora o señorita de costumbres disipadas y especialmente proclive a la lascivia, era una bandera dos veces más larga que ancha y que terminaba en punta, y en el mismo aparecía el emblema o distintivo que al magnate se le antojaba. Recordemos que aún no se había inventado la heráldica, por lo que se recurría al capricho de su dueño. Tras el pendón -palabro derivado del latín PANNVS que, entre otras acepciones, significaba paño o tela- marchaba la mesnada, también proveniente del latín MANSIONATA, en referencia a que eran hombres que se alojaban en la casa de su señor. Ojo, no debemos de confundir mesnada con hueste, cosa que a muchos les pasa. Como vemos, la mesnada era una pequeña tropa a cargo de un ricohombre, mientras que la hueste, del latín HOSTIS (enemigo de guerra), era un ejército propiamente dicho, o sea, mogollón de mesnadas.

La primera referencia sobre los deberes y cualidades que debían acatar y tener los ricoshombres aparecen en las Siete Partidas de Alfonso X, concretamente en la Partida II, Título IX, Ley VI. En la misma se señala a modo de metáfora que el monarca es la cabeza del reino, asimilado en este caso a un cuerpo, y que los miembros de dicho cuerpo eran los nobles que "...facen al home fermoso et apuesto, et se ayuda dellos; otrosi los homes honrados facen el regno noble et apuesto, et ayudan al rey a defenderlo et acrescentarlo". A continuación señala que "...nobles son llamados en dos maneras, o por linaje o por bondat: et como quier que linaje es noble cosa, la bondat pasa et vence todo; mas quien la ha amas a dos, este puede ser dicho en verdat ricohome, pues que es rico por linaje, et home complido por bondat. Et porque ellos han a aconsejar al rey en los grandes fechos, et son puestos para fermosear su corte et su regno, onde son llamados miembros; por ende consejo Aristoteles a Alexandre, que asi como los miembros para ser tales como deben han de haber en sí cuatro cosas; la primera que sean complidos, la segunda sanos, la tercera apuestos, la quarta fuertes". Aquí se nos viene a indicar que se podía ser noble por linaje o por méritos, pero que solo el que reúna ambas cualidades puede alcanzar el rango de ricohombre ya que la pureza de sangre por sí no garantiza la lealtad a la corona, y que los que tienen méritos pero no linaje carecen de los elevados principios espirituales que se atribuían a los de sangre preclara. Sí, es un poco chorra, pero era la forma de pensar de la época. Añade que deben ser complidos (leales), sanos (de cuerpo y mente), apuestos (hombres de buena apariencia y bien formados) y fuertes (pues eso, fuertes y valerosos).

El rey compartiendo su mesa con los ricoshombres y magnates
de la curia. Sobre estos hombres se sustentaba su poder

Obviamente, ganar el rango de ricohombre no garantizaba su posesión a perpetuidad ya que, caso de fallar en alguno de sus deberes para con la corona, el rey no tardaría ni medio segundo en despojarlo del mismo, mandarlo a hacer puñetas bien lejos de la curia y quedar manchado por la deshonra tanto él cómo su descendencia. Lo dejan bien claro en la citada ley cuando se especifica que "...et quando tales non fuesen, vernie ende mucho mal; primeramente a ellos, non faciendo las cosas que debiesen, et faciendo otras que les estudiesen mal, por que hobiesen a caer en pena segunt los fechos que ficiesen: et otrosi vernie ende al rey grant daño, que sin los pesares quel farien, que por derecho gelo habrie a caloñar, perderie en ellos su bien fecho et su esperanza". Perder el favor regio no era precisamente una tontería en una época en que el rey era el estado, la justicia y el poder absoluto, todo concentrado en su persona. Las traiciones se pagaban carísimas, y lo peor era que el estigma marcaría a un determinado linaje para siempre jamás. En aquel entonces no ocurría como ahora, que los alevosos y felones se van de rositas a los dos días, los pecados de ayer por la mañana se olvidan hoy por la tarde, y los bellacos son jaleados como héroes por un pueblo que parece tener memoria de pez.

Por todo lo dicho, alcanzar la dignidad de ricohombre era el máximo anhelo de cualquier magnate ya que se convertía en un miembro principal de la curia que era oído en consejo por el rey y su opinión era tenida en cuenta. Obviamente, los servicios a la corona eran bien pagados, y a sus ya abultados patrimonios se iban sumando más bienes en forma de tenencias, donadíos, y heredades cuyas rentas permitían establecer un QVID PRO QVO que satisfacía a ambas partes: yo te lleno la faltriquera y tú, a cambio, en vez de acudir con una mesnada de cien fulanos pues te presentas con doscientos, que mola más y matan más. 

Sepultura de Enrique II, primer monarca de la dinastía de los
Trastámara y, por mera cuestión de supervivencia, creador de
cantidad de títulos nobiliarios hereditarios

Los primeros títulos nobiliarios fueron creados precisamente por Alfonso X, nombrando a sus primos Alfonso, Luis y Juan condes de Belmonte, conllevando por primera vez el título la posesión del territorio. Los siguientes condados fueron concedidos por Alfonso XI a Alvar Núñez de Osorio en 1328, concretamente los de Trastámara, Lemos y Sarria. En cuanto a los ducados, tardaron un poco más en aparecer. El primer rey en concederlos fue Enrique II, el Fratricida que apioló a su medio hermano Pedro, otorgando en 1370 a su eficiente mercenario gabacho Bertrand du Guesclin el ducado de Molina, mientras que a su hijo bastardo Fadrique le dio el de Benavente. Este mismo rey creó también el primer marquesado nombrando a don Alfonso de Aragón marqués de Villena en 1336. Grosso modo, así fue como surgió la nobleza titulada hereditaria en Castilla, si bien el rango de ricohombre aún perduró durante muchos años como una especie de marchamo que distinguía a un noble titulado de los pertenecientes a la más añeja y linajuda nobleza castellana siglos antes de que se crearan los títulos. Buena prueba de ello es que los blasones de estos antiguos señores de pendón y caldera siguieron luciendo en sus escudos estas últimas para recordarle al personal que sus impolutos linajes tenían más categoría que la nobleza recién acuñada, especialmente por Enrique II que, para pagar la lealtad de los que traicionaron a su legítimo rey, tuvo que repartir favores a destajo, ganándose el mote de "el de las Mercedes" como es de todos sabido por la cantidad de prebendas que tuvo que repartir para que los que lo sentaron en la poltrona no le quitaran el asiento de debajo de sus regias posaderas a las primeras de cambio.

Como añadido y a modo de curiosidad heráldica, podemos citar a los Guzmán, los Manrique de Lara, los Herrera o los Pacheco como algunos de los muchos linajes que ostentan calderas en sus blasones, lo que les señala como ricoshombres y, por ende, pertenecientes a la más rancia nobleza castellana. Dichas calderas pueden aparecer en sable, jaqueladas, gironadas o gringoladas, solas, formando grupos o acompañando a otras figuras, colgando de árboles, de torres... Veamos algunos ejemplos:

Ahí tenemos el más antiguo de los blasones de la familia Guzmán: Cuartelado en sotuer, 1º y 4º, en campo de azur una caldera de oro jaquelada de gules con siete cabezas de sierpe en cada asa; 2º y 3º, de plata, cinco armiños de sable puestos en aspa. En este caso, las calderas van cargadas de simbología "extra". Aparte de indicar que este linaje procede de antiguos ricoshombres castellanos, el jaquelado o ajedrezado son una de las más nobles figuras de la heráldica hispana, atributo de los guerreros esforzados y valerosos, representando el ajedrezado el campo de batalla donde demuestran su arrojo en combate. Pero la osadía no los convertía en temerarios que arriesgaban sus vidas solo por hacer gala de un valor suicida, ya que las sierpes simbolizan la prudencia, avanzando en la batalla con cautela para no exponerse a daños innecesarios. En cuanto a los armiños (en realidad representan colas de armiños), simbolizan la lealtad y la pureza. Veamos otro ejemplo...

En este caso podemos observar uno de los blasones de la familia Herrera, que he elegido precisamente porque es el que reúne más simbología respecto a los otros del mismo apellido, concretamente el del linaje de los Herrera de Andalucía: de gules, dos calderas jaqueladas de oro y sable y un pendón de oro entre ambas; bordura de oro con ocho herraduras de azur. En este caso tenemos las calderas jaqueladas cuyo significado ya hemos explicado en el párrafo anterior, pero con el añadido del pendón que distinguía a los ricoshombres como magnates con medios para levantar una mesnada y mantenerla. Este blasón, ahí donde lo ven, supera en categoría con diferencia a muchos de esos cuartelados llenos de figuras, borduras y demás zarandajas. Solo las calderas y el pendón ya nos dicen claramente que pertenece a un linaje muy añejo que se distinguió siempre por su lealtad y sus servicios a la corona. En cuanto a las herraduras, no son sino lo que se conoce como "armas parlantes", objetos, plantas o animales que, por su similitud fonética o real, indican el apellido del linaje en cuestión.

Este otro pertenece a los López de Samaniego, que describimos como: de azur, una banda de oro engolada en cabezas de dragones de lo mismo, y acompañadas de dos calderas de sable perfiladas de oro, una a cada lado. Este noble linaje recoge en su escudo de armas dos hechos notables: uno, las dos calderas que los señalan como procedente de ricoshombres. Y dos, la banda engolada que ostentaban los miembros de la Orden de la Banda creada por Alfonso XI y que provienen mayoritariamente de los guerreros que se distinguieron en la gloriosa jornada del Salado, cuando este monarca dio las del tigre a las hordas benimerines de Abu al-Hassan ibn Uthman el 30 de octubre de 1340. Sobre los orígenes e historia de esta orden militar hablaremos en breve, así que no me extenderé más en los entresijos del significado de la mentada banda y las fauces de dragones que aparecen en los extremos.

Para concluir, a continuación podemos ver una selección de los tropocientos blasones que contienen calderas de diversos tipos y cuyos propietarios pueden sentirse orgullosos de pertenecer a las estirpes con más abolengo de Castilla. Ojo, en Aragón y Navarra también hubo ricoshombres si bien su evolución hacia la nobleza titulada no fue exactamente igual que la castellana, por lo que las dejaremos para otro día. Bueno, otro mes. U otro año, vete a saber... En fin, los blasones que presentamos debajo pertenecen, de izquierda a derecha y de arriba abajo a las siguientes familias: González de Avellaneda, que muestra una única caldera de gules; Garcés, con dos calderas de sable acostando a una garza de oro que actúa como arma parlante; Barranco, con dos calderas de sable gringoladas de sinople. Se denomina gringolado a las calderas cuyas asas terminan en cabezas de sierpes; Lara, apellido que llevan varias familias blasonadas. En este caso hemos elegido uno que muestra dos calderas de sable fajadas de gules; Alcázar, con una caldera de sable y una bordura con doce castillos de plata añadida por algún hecho de armas; Collado, con dos calderas fajadas de sable y oro, gringoladas con cuatro cabezas de sierpes en sinople, dos en cada asa; Gómez-Trigo, con dos lobos de sable empinados a una caldera de lo mismo; García de Falces, que presenta un escudo partido con un hocino como arma parlante (el hocino es de la familia de las hoces o armas falcadas, FALX en latín) y, en el segundo campo, dos calderas sujetadas por dos lobos y, por último, el de los González de Mena, donde vemos calderas y lobos a porrillo. Ojo con los lobos, porque son el segundo animal más representado en la heráldica española tras el león y del que ya hablaremos en su momento. De hecho, es una pieza tan nuestra como la bordura aspada o la peregrina ya que en los armoriales europeos ni remotamente se acercan en profusión a los de España.


Bien, criaturas, con esto supongo que se habrán ilustrado adecuadamente sobre lo que era un ricohombre, personajes bastante mentados cuando se habla de la Edad Media pero que, en realidad, son bastante desconocidos tanto en cuanto fueron el germen de la nobleza titulada y considerados como los magnates de más relevancia en su época.

Ya'tá.

Hale, he dicho

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