Como me consta que al personal que me suele leer le tira más el medievo que la pólvora, inicio pues una nueva etiqueta que irá destinada a las armas de circunstancias, o sea, armas creadas por y para una infantería pobretona integrada por campesinos-milicianos que, cuando eran llamados a la guerra por sus señores, podían gastar en armas menos que Tarzán en zapatos.
Dicho esto y a modo de introducción, comentar que este tipo de armas, por lo general, eran de un diseño asombrosamente básico, estaban fabricadas con materiales al alcance de cualquiera, y para ello no se requería ninguna técnica especial, ni conocimientos metalúrgicos profundos, ni su uso conllevaba extensos conocimientos de esgrima. Al ser sus usuarios hombres que dedicaban a practicar con la azada más que con la espada, se buscaba en este tipo de armas algo tan simple como que fueran capaces de vulnerar, aunque fuera de forma poco a nada elegante, las onerosas y sofisticadas defensas pasivas de los caballeros y hombres de armas de la época. Así pues, la gran mayoría de estas armas de circunstancias eran contundentes, y dotadas de algún elemento capaz de producir heridas incisivas. Dicho en román paladino, que fuesen capaces de propinar grandes testarazos y, de paso, intentar penetrar en las cotas de malla y/o armaduras. Al fin y al cabo, cualquiera sabía aporrear o clavar, cosas que, en plena vorágine de la batalla, solían ser bastante efectivas contra jinetes muy preocupados en mantenerse sobre la silla rodeados de enemigos, y que podían ser atacados por cualquier parte.
En las entradas que ya se han dedicado al armamento medieval, hemos visto que muchas de ellas tienen como origen aperos de labranza o similares, pero en este caso es más bien al revés. O sea que, curiosamente, la creación de estas armas no solía partir de los útiles de trabajo de estos labriegos convertidos en peones, sino que ellos mismos se buscaban la vida para crear unas armas que, aunque burdas y básicas, fuesen capaces de dar un servicio adecuado a fin de volver a casa vivos y razonablemente enteros.
El origen del término no está claro del todo. La opinión más extendida es que goedendag, literalmente "buenos días" en flamenco, era lo que, en plan irónico, decían los milicianos a los gabachos cuando los derribaban de un mazazo. Sin embargo, otros aseguran que ese término es de origen francés, y que el término proviene de "bueno" y "daga". En cualquier caso, como suele pasar, estas cosas son objeto de interminables debates. Centrémonos ahora en su morfología...


Poco más resta por decir. Esta fue un arma cuya vida operativa no fue precisamente extensa. Como arma de circunstancias que fue, su uso se vio limitado a un momento concreto de la historia y, salvo las referencias de esa época, no se tiene constancia de que fuera más allá de los comienzos del siglo XIV. Conviene aclarar que, pese a su apariencia de lanza corta, el goedendag no es un chuzo o un venablo. Estas últimas son en origen armas arrojadizas, de las que ya se hablará en su momento, usadas por tropas de infantería ligera. El goedendag no estaba destinado a tal fin sino que, como sus proporciones indican, era más bien un arma contundente con la aplicación añadida de arma incisiva. Una advertencia a señores recreacionistas: no se usó en la península, así que no casa nada a los que recreen tropas hispanas en general. Eso sí, al que quiera ponerla en el salón, puede pasar que la parienta la use contra uno si aparece por casa a las tantas y oliendo a un perfume rarito. Una situación enormemente enojosa, me temo...
Como imagen de cierre, ahí dejo un fragmento del relieve de un cofre que se conserva en el New College de Orford, donde aparecen escenas de la batalla de Courtrai, y en el que podemos ver a la infantería flamenca con sus goedendag al hombro.
Hale, he dicho
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