sábado, 3 de septiembre de 2011

Las armas de fuego II: El trueno de mano



Bueno, vamos a descansar un poco de tanta maza, tanta ballesta y tanta espada, y vamos a empezar a estudiar algo sobre las armas de fuego, que ya va siendo hora. Y para ello, como es lógico, empezar por la más primitiva de todas: el trueno de mano. Este rudimentario chisme, a pesar de su imprecisión y de sus efectos más psicológicos que prácticos, fue el primer paso de la revolución que supuso la aparición de la pólvora en los campos de batalla de Europa que, por desgracia, en su historia no ha conocido más de 10 ó 15 años seguidos de paz. Bien, al grano...

Esa ilustración de cabecera, de un manuscrito inglés del siglo XIV, muestra a un soldado, concretamente el segundo por la derecha, empuñando algo así como una cañería atada a un palo. Eso es un cañón de mano. Por cierto, conviene reparar en las saetas incendiarias que disparan los ballesteros, lo que indica que el invento de la pólvora no solo sirvió para hacer ruído, sino también para crear proyectiles incendiarios para las armas convencionales de la época. Vamos a ver los diseños más habituales de estos artefactos.


Ese que vemos a la izquierda corresponde a uno de los más primitivos. Como se ve, consta de un pequeño cañón de no más de 20 cm. de longitud fijado a un armazón de madera mediante dos bridas metálicas. Bajo el armazón lleva un mango usado como pistolete, o sea, una empuñadura para mejorar su agarre y, muy importante, resistir mejor el retroceso del arma, que no por ser tan primitiva no quiere decir que no diera un reculón al disparar. Ojo, el retroceso de las armas de fuego no lo produce la deflagración de la pólvora. Si disparáis una escopeta a la que habéis quitado los perdigones del cartucho, prácticamente no se moverá. Es una mera cuestión de física conocida como principio de acción y reacción. Cuanto más pese el proyectil, más retroceso tendrá el arma aunque la presión en recámara sea la misma. Bueno, prosigo con el chisme ese.
Su cañón es hexagonal, y en la vista inferior se ve el pequeño orificio llamado oído por donde inflamamos la pólvora mediante una mecha. Este orificio tenía forma de cono invertido, con la parte más ancha hacia el exterior a fin de lograr un buen cebado. En el dibujo en sección del centro vemos el interior del ánima. Al fondo de la misma va la carga de pólvora, a continuación de la cual se ponía un taco de estopa o lana para comprimirla y evitar la fuga de gases, lo que restaría potencia al disparo (eso crearía además lo que se conoce como viento balístico, o sea, gases que adelantan al proyectil en el momento de salir por la boca de fuego, restándoles precisión. Pero eso es un concepto moderno del que nuestros ancestros no tenía ni idea). Como ya se puede suponer, las ánimas eran lisas. Eso del cañón estriado tardó aún varios siglos en aparecer. Finalmente, comentar que el calibre de estos truenos era bastante grande, de 2 ó 3 cm., o incluso más. Al carecer de precisión, la mejor forma de hacerlos efectivos era darles un calibre que, en caso de acertar, dejase al enemigo hecho puré, con un boquete enorme en la barriga o media cabeza arrancada de cuajo.


Ese otro es un verdadero alarde de ingenio, ya que es lo que podríamos denominar como "trueno de repetición". A fin de disponer de varios disparos seguidos, ya que el proceso de carga era bastante lento, a alguien se le ocurrió unir varios cañones, como si de un rudimentario revólver se tratara. Así, bastaba ir acercando la mecha oído tras oído para efectuar tantos disparos como cañones había disponibles. Eso sí, tras agotar la carga, mejor echar mano a la espada, porque si recargar uno se llevaba su tiempo, recargar 4, 5 ó 6 aún más. En todo caso, no deja de ser un invento extremadamente útil. Este tipo de trueno, dotados de un mango bastante largo, solía requerir dos hombres para su manejo: uno para sujetarlo y apuntar, y otro para hacer fuego. Imagino que el motivo de hacerle el mango más largo era por la posiblidad de que, al disparar un cañón, el fuego se transmitiese a los demás por los oídos, provocando un disparo simultáneo de todos los cañones (doy fe de que ocurre con más frecuencia de lo que os podéis imaginar). Eso podía incluso hacer reventar el arma, así que de ahí tenerla lo más alejada posible del cuerpo.








Pero no solo era la infantería la que usaba los truenos, sino también los hombres a caballo. Ese que vemos arriba corresponde al tipo usado generalmente por los jinetes. En este caso, no va montado sobre un armazón de madera, sino que es enteramente metálico. La argolla del extremo de la rabera era para colgarlo y, al mismo tiempo, fijarlo a un gancho ubicado en el peto de la armadura, a fin de facilitar su manipulación. Como se ve en la ilustración, en el arzón de la silla portaban una horquilla para apoyarlo. Por lo demás, sus características y funcionamiento son idénticos a los anteriores.



¿Cómo se fabricaban? Habréis observado que los cañones son facetados, de sección hexagonal. Ello era debido a que, en una época en que aún no existían los tornos, a los herreros les resultaba mucho más fácil fabricar caras planas que redondas. Incialmente, se fabricaban mediante forja. O sea, se tomaba un mandril, que era una barra circular que actuaría como "negativo" del cañón, alrededor de la cual se iban añadiendo láminas de hierro y se unían unas a otras mediante forja. Una vez terminado, se retiraba el mandril, siendo el hueco que dejaba el ánima del cañón. Luego se cerraba un extremo, donde quedaba la recámara, y se perforaba el oído. Este sistema, que se siguió usando mucho tiempo para la elaboración de bombardas, no daba la resistencia adecuada, por lo que se recurrió a fabricarlos mediante fundición, bien de hierro o, mejor aún, de bronce, ya que este metal, al tener más elasticidad, resistía mejor las presiones de la pólvora negra. Se tardó más tiempo en fundir bombardas por meras limitaciones técnicas. No era lo mismo fabricar un molde para un cañón de 30 cm. de largo que para una bombarda de 3 metros.


¿Cómo se disparaban? Había dos formas: una, metiendo la rabera del armazón bajo el brazo. El rudimentario pistolete, caso de llevarlo, cosa que no siempre sucedía, se sujetaba con la misma mano y, con la mano libre, se acercaba la mecha al oído. O bien, como vemos la ilustración (Manuscrito Burney, 1469), metiendo la rabera bajo el brazo, sujetando el cañón con la otra mano, y prendiendo el oído con la mano del brazo en cuya axila hemos colocado la rabera. Lógicamente, este sistema no permitía apuntar, así que supongo lo usarían para disparos muy cercanos, casi a bocajarro. El otro sistema, arriba a la derecha, era apoyando el armazón de madera sobre el hombro, y prendiendo la mecha de la misma forma que se ha dicho antes. Hay que concretar que estas armas carecían de elementos de puntería, por lo que se apuntaba a ojo de buen cubero. En todo caso, su escasa precisión no creo que diera para acertar a un hombre a más de 20 ó 30 metros.


A medida que los truenos fueron aumentando de tamaño, su peso hizo necesario el uso de horquillas para poder apuntar, como pasó más tarde con los arcabuces. Dotados de unas culatas que eran de todo menos ergonómicas, era muy difícil hacer puntería con el simple apoyo de un palo metido bajo el brazo o colocado sin más sobre el hombro y, encima, usando solo una mano ya que la otra sujetaba la mecha. Aparte de eso, estas armas alcanzaban pesos notables, de más de 4 ó 5 kilos, cuyo peso además estaba concentrado en el extremo opuesto al tirador.



¿Cómo se cargaban? Para saber la carga adecuada, se solía poner el proyectil en la palma de la mano un poco encogida, como si se sujetara un huevo. Se vertía pólvora encima y, cuando el proyectil quedaba cubierto, esa era la carga adecuada. Si se quería una carga de más potencia, se actuaba igual, pero con la mano totalmente extendida, lo que obviamente requería más cantidad de pólvora para cubrir el proyectil. Como es obvio, tanto preparativo no era posible en plena batalla, así que lo que hacían era verter la pólvora a ojo de buen cubero y santas pascuas. Como ya expliqué, la pólvora negra es muy progresiva, de modo que si el cañón era corto, como es el caso, pues simplemente salía despedida mucha pólvora sin quemar. A continuación se atacaba con una pella de estopa o lana, se metía la bala y, con una pólvora más fina, la llamada polvorilla, se cebaba. A partir de ahí, bastaba acercar la mecha para efectuar el disparo. Más tarde, cuando se desarrolló el arcabuz, sus usuarios sí llevaban las cargas previamente dosificadas, pero de eso se hablará en su momento.
Los proyectiles se fabricaron inicialmente de hierro, mediante fundición. Más tarde se optó por el plomo, más barato, más fácil de manipular y, lo más importante, el mismo soldado podía fabricarse la munición. Si con el arma le entregaban una turquesa (es el nombre de los moldes), en una simple fogata podía fundir plomo, ya que este metal solo requiere una temperatura de 300º para convertirse en líquido. En todo caso, siempre se podía disparar cualquier cosa: piedras, clavos de herradura, fragmentos metálicos...


Concretar algunos datos para dar término a esta entrada. Como ya puede suponerse, no existía un mínimo de estandarización. Cada armero los fabricaba como estimaba más oportuno, no existiendo uniformidad en dimensiones y, mucho menos, en calibres. Eso complicaba bastante la vida a sus usuarios, que en caso de quedarse sin "pelotas", que no era una cuestión testicular, sino como denominaban a los proyectiles de la época, las pasaban moradas para encontrar munición. En el peor de los casos, bastaba con meter una pelota de calibre un poco inferior, ponerle delante un taco de estopa para que no se cayera al suelo y disparar. Obviamente, la precisión de semejante tiro era una birria, pero suficiente para dejar en el sitio a un enemigo situado a pocos metros.
Y como una imagen vale más que muchos peñazos, ahí dejo dos ilustrativos vídeos. En uno, un orondo sujeto dispara un trueno de mano, y en el otro, el mismo sujeto orondo hace fuego con una variante más larga, similar al que muestro para uso de la caballería. ¿Nadie se anima a fabricarse uno? Bueno, en lo que a mi respecta, he dicho...


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