lunes, 29 de octubre de 2012

Guarniciones de la espada: La empuñadura



Siguiendo con el tema de las guarniciones de la espada, hoy veremos las empuñaduras que, no por estar más que vistas, dejan de tener su interés tanto por su sistema de fabricación, diversas morfologías a lo largo del tiempo, etc.

Aunque parezca obvio, la empuñadura es la parte de la espada que cubre la espiga, engrosándola para un mejor asimiento de la misma. Digo esto porque puede que alguno se diga que podrían hacer la espiga enteriza, como se hace con muchos cuchillos. Eso tiene su parte de lógica, ya que aumentaría la solidez del arma y ahorraría el trabajo de fabricar dicha empuñadura, pero el peso haría desequilibrar por completo el arma por lo que la hoja tendría que ser igualmente más pesada, lo que haría el conjunto inmanejable salvo para un hombre con una fuerza hercúlea y unos brazos como los de Popeye. Por esa misma razón no se fabricaban cachas metálicas salvo para espadas de ornato que no iban a ser usadas en combate, así que se optaba por materiales ligeros y que, al mismo tiempo, fuesen fáciles de trabajar: madera, hueso o asta. 


En caso de usarse la madera, material más habitual, se recurría a maderas duras y resistentes como el roble, el nogal, el olivo, etc. En cualquier caso, para su elaboración se recurría a dos sistemas. El primero de ellos lo vemos en el dibujo de la izquierda en el que, como vemos, se fabricaban dos mitades con una hendidura central que tenía la misma forma que la espiga. Luego se pegaba y listo. Conviene concretar que éste tipo de empuñadura era lo último que se instalaba, ya que el espacio disponible lo dictaba la distancia final entre la cruceta y el pomo. 


El otro método, que vemos a la derecha, consistía simplemente en perforar la empuñadura de lado a lado mediante un hierro al rojo vivo, embutiendo la espiga en ella. En este caso, como es evidente, lo último que se instalaba era el pomo, por lo que había que ir recortando la empuñadura poco a poco hasta que dicho pomo no pudiese entrar más en la espiga, formando así un sólido conjunto con las tres piezas: cruceta, empuñadura y pomo.



El primer sistema permitía cambiar con más facilidad la empuñadura en caso de deterioro. En el segundo, había que romperla y sustituirla por una elaborada mediante dos mitades ya que, de lo contrario, habría que desmontar el pomo. Aunque generalmente se solía dejar el material con que estaban fabricadas a la vista, a partir del siglo XIII se empezó a recubrirlas con un fino cordel encolado o con alambre trenzado. De esa forma se mejoraba bastante el agarre para una mano que, en combate, inmediatamente se empaparía de sangre y/o sudor. También se les añadía una envuelta de badana muy fina de cordero o de gamo, ajustada de forma que se marcase el encordado interior. En la foto de la arriba tenemos algunos ejemplos. El tipo A muestra una empuñadura encordada y cubierta de piel. La B presenta una empuñadura forrada de piel con solo un breve encordado en ambos extremos para engrosar las uniones con cruceta y pomo. La C lleva toda la empuñadura enteramente recubierta de alambre trenzado formado por finos filamentos. Como ya se podrá suponer, las variantes son cuasi infinitas si bien las mostradas eran por lo general las más habituales. 

Una peculiaridad le tenemos en las espadas de mano y media o de dos manos, en cuyo caso era habitual que las cachas de las empuñaduras se fabricaran en dos partes, llevando cada una de ellas una terminación diferente: piel y alambrado, piel y encordado, etc., o con un casquillo metálico separando ambas mitades o en los extremos de las mismas. En todos estos casos, lo habitual era fabricarlas mediante la perforación de una pieza maciza. 


Un caso aparte son las empuñaduras de las espadas de ceñir, o sea, las usadas para ceremonias y demás fastos donde no era preciso usarla para otra cosa que no fuese lucirla y, de paso, demostrar al personal que uno era hombre de posibles llevando las guarniciones más lujosas que uno se podía permitir. En la foto tenemos dos ejemplos notables: a la izquierda, la Lobera, la espada de Fernando III cuya empuñadura está fabricada con cristal de roca. A la derecha vemos la de su nieto Sancho IV, con labores de taraceado y tres rosetones con el escudo de Castilla y León esmaltados sobre el mismo.

Como colofón, comentar que Ewart Oakeshott, en su tipología, consignó los ocho tipos más frecuentes, si bien las diversas morfologías podían ser muchas más ya que, como se ha repetido varias veces, su diseño quedaba al capricho del comprador. Por otro lado, para este fin se debió guiar ante todo por las representaciones gráficas de la época tanto en cuanto los materiales con que se fabricaban las empuñaduras, especialmente la madera, eran perecederos. De hecho, pocas espadas de la época han llegado a nosotros con la empuñadura en buen estado. Por otro lado, es incluso cuestionable que sean las originales ya que, como todas las guarniciones, pudieron ser sustituidas una o más veces a lo largo de la vida operativa del arma. En la foto de cierre podemos ver las ocho tipologías clasificadas por Oakeshott, y donde aparecen empuñaduras tanto para espadas de una mano como de mano y media.




Bueno, creo que no olvido nada importante.

Hale, he dicho