domingo, 16 de octubre de 2011

Artillería de plaza y sitio 3ª parte: El obús (Siglos XVII-XVIII)



Bueno, con esta entrada proseguimos con la tercera pieza más importante en lo referente a la artillería de plaza y sitio, cuyo denominación en su época no era en realidad obús, sino obusero. El término proviene del checo "hofnice", que era como llamaban a una máquina capaz de lanzar piedras. Por proximidad geográfica, el término pasó al alemán como "haubitze", y de ahí al francés "obusier". En España, esa denominación no se generalizó hasta mediados del siglo XVIII.

El obús nació a finales del siglo XVII, concretamente en la batalla de Neerwinden (1693) ante la necesidad de disponer de un arma capaz de disparar tiros parabólicos, a la manera del mortero, pero que fuese más manejable que este último. Como ya vimos en la entrada referente a dicha pieza, estaba muy limitada en cuanto a su movilidad una vez emplazada, con apenas posibilidad de llevar a cabo correcciones en el tiro que, si bien eran un problema menor en la artillería de plaza, sí era un verdadero quebradero de cabeza en lo referente a la de sitio debido al enorme peso de las piezas y de la carencia de ruedas en sus afustes. Así pues, se optó por una solución intermedia entre el cañón - pieza de tiro tenso - y el mortero, de tiro curvo. Así, fue creada una nueva arma con el aspecto de un cañón corto, dotada de recámara y capaz de disparar bombas y granadas y, también muy importante, con un proceso de carga menos engorroso que el del mortero, lo que hacía mejorar considerablemente la cadencia de tiro y, con ello, un constante hostigamiento al enemigo.


En España se fabricaron de dos calibres, a saber: el de 9 pulgadas, usado preferentemente en la artillería de plaza, y el de 7 para la de sitio por ser este último más ligero y manejable. En la ilustración de la izquierda podemos ver un obús de 7 pulgadas que, como el mortero, dispone de una recámara cilíndrica de un diámetro inferior al calibre del arma. Como se ve, su apariencia, aunque un tanto rechoncha, tiene más bien aspecto de cañón corto que de mortero.

Pero la verdadera ventaja del uso de este tipo de piezas radicaba, como ya se ha comentado, en la posibilidad de montarlas en cureñas móviles que facilitaban tanto su transporte como su emplazamiento o posterior movilidad una vez establecido el cerco. En la ilustración de la derecha tenemos un obús montado en una cureña de campaña, donde tiene a mano los estopines y mechas guardados en arcas a cada lado de las gualderas, y con la munición en un avantren que, una vez emplazada la pieza, le permitía disponer de un elevado número de tiros. Caso de tener que cambiar el emplazamiento, se llevaba a cabo sin problemas a fuerza de brazo, o bien enganchando la pieza a su tiro de caballos si era preciso desplazarla más lejos.


En las fortificaciones se siguió montando sobre las habituales cureñas navales que, como se explicó en entradas anteriores, eran mucho más baratas de fabricar y más prácticas tanto en cuanto solo había que mover mínimamente la pieza para hacer correcciones en el ángulo de tiro. En la ilustración de la izquierda tenemos un ejemplo en el que vemos un obús con su carga de pólvora ensacada y una bomba con la espoleta ya dispuesta. Con una batería de obuses emplazada ante las trincheras de aproximación enemigas se podía hacer mucho daño tanto a los zapadores que iban cavándolas como a los artilleros y las piezas emplazadas en las mismas. Una bomba o una granada que acertase en el interior de la trinchera la barría literalmente de cabo a rabo, aniquilando a todo aquel que tuviera la mala fortuna de encontrarse en ella en ese momento. Y si algún casco de metralla impactaba contra el avantren de una pieza o el parque de una batería, atiborrados de municiones y pólvora, la escabechina se multiplicaba de forma sustanciosa. Hay que tener en cuenta que estos fragmentos, despedidos a gran velocidad y con temperaturas muy elevadas debido a la explosión, podían inflamar la pólvora sin problemas, o prender las mechas o estopines de granadas, bombas y polladas ya preparadas para su uso.

Por su calibre, las bombas y granadas disparadas por los obuses no eran adecuadas para causar graves daños en edificios, y mucho menos en las descomunales murallas de las fortificaciones de la época, siendo los morteros los encargados de ir demoliendo poco a poco tanto las defensas de los atacantes como las de los defensores. Sin embargo, eran especialmente efectivos a la hora de ofender a las tropas de uno u otro lado, así como sus bastimentos, piezas de artillería, etc. A fin de causar el máximo efecto, era habitual cargar las bombas, o sea, introducir en el interior su carga de pólvora, en la misma batería. De ese modo, y en función del objetivo a batir, podía interesar que el cuerpo de la bomba se fragmentase en pocos y muchos trozos, aumentando o disminuyendo de ese modo la carga que, en el caso que nos ocupa, oscilaba entre 1,25 y 2 libras, o sea, entre 575 y 920 gramos de pólvora, la cual se solía seleccionar entre la de peor calidad, o la procedente de las cribas. Al fin y al cabo, eso no influía en la precisión del proyectil, y a la hora de explotar lo hacía de igual modo. En caso de querer provocar incendios se recurría a introducir en la bomba o la granada estopines incendiarios, lo que provocaba en el momento de la deflagración una enorme llamarada.


En todo caso, y como en las entradas dedicadas a la artillería de plaza y sitio solo se han mencionado de forma somera los diferentes tipos de proyectiles usados por las piezas comentadas, cañón, mortero y obús, en una siguiente se detallarán más a fondo. Como colofón a esta entrada, mencionar un curioso obús diseñado por un militar ruso, el mariscal de campo Pyotr Ivanovich Shuvalov (1711-1762), que es ese señor con cara de satisfacción que nos mira desde su retrato. Esta pieza, que en pureza no podría ser considerado con propiedad como un obús ya que, por la morfología de su ánima no podía disparar bombas o granadas, fue diseñada para barrer con botes de metralla la infantería enemiga. 


Según podemos ver en la imagen de la derecha, su boca, en vez de circular, tiene una forma elíptica horizontal, propiciando así que las 168 balas de fusil que contenía el bote de metralla que disparaba salieran paralelas al suelo, y no formando el habitual cono, ya que eso hacía que muchas se perdieran enterrándose en el terreno o pasasen por encima de la tropa enemiga. Al parecer, los rusos preservaron el invento con tanto empeño que, mientras las piezas no estaban en servicio, se les ponían tapabocas con candados, a fin de que nadie pudiera copiarles la idea. A tanto llegó su celo que lo apodaron "el obús secreto", si bien tampoco se puede decir que la idea trascendiese mucho más allá de un relativamente corto período de tiempo, ya que con posterioridad el ejército ruso retomó las piezas convencionales.

Ahí dejo un breve pero ilustrativo vídeo donde podréis comprobar que un disparo con uno de estos chismes no era precisamente una traca de feria. Es un obús de sitio de la segunda mitad del siglo XIX, pero perfectamente válido para mostrar su devastadora potencia de fuego.

Bueno, ya vale por hoy. He dicho...









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